Fueron los antiguos griegos quienes denominaron “fenicios” a los habitantes de la franja costera que limitando con Siria al norte e Israel al sur se extiende entre Tell Sukas y Acre. No obstante este país fenicio, que algunos griegos, como los marinos y comerciantes de Eubea, empezaron a frecuentar desde comienzos del siglo IX a. C. o incluso un poco antes, había sido, tiempo atrás, más extenso. A finales de la Edad del Bronce, la aparición de pueblos como los arameos, los filisteos o los mismos israelitas, había menguado notablemente sus territorios.
Canaán y Fenicia.
Este país no era otro que Canaán, y con tal nombre aparece en la Biblia y en textos proximo-orientales mucho más antiguos, siendo sus habitantes los cananeos, como así se reconocían ellos mismos mucho tiermpo despues de que sus más importantes ciudades hubieran dejado de ser famosas y a miles de kilómetros de distancia de su país de origen, preservando pese a todo su identidad. Los cananeos o cananitas fueron un pueblo de agricultores, buenos artesanos, magníficos navegantes y emprendedores comerciantes, pero también fueron un pueblo de colonizadores. A aquellos que habitaban las ciudades de la costa es a los que los griegos llamaron fenicios, vocablo deribado de phoinix, uno de cuyos significados es “púrpura”, que parece ser una traducción de la denominación local, ya que las palabras Canaán y cananeos están igualmente conectadas con un significado similar, rojo púrpura, en su lengua originaria, un dialecto del tronco semita noroccidental.
El país cananeo.
Canaán formaba una región bien delimitada por una serie de accidentes y contrastes geográficos, como son el mar a Occidente y los desiertos de Siria y Arabia por el sur y Oriente. Las montañas de la cordillera del Líbano, que discurren a escasos kilómetros de la costa la separan del interior, si bien la comunicación se establecía por el corredor de Alepo en el norte y Damasco más al sur. El Jordán al sur y el Orontes al norte son los únicos ríos importantes de la región. La extensión de esta franja costera oscila entre los doce y los cincuenta kilómetros, y en algunos lugares las estribaciones de las montañas llegan a alcanzar el mar, produciendo un paisaje compartimentado en montes, valles y pequeñas llanuras. La costa, que goza de clima mediterráneo, posee un buen número de pequeñas bahías flanqueadas por promontorios en donde los habitantes del litoral podían defenderse fácilmente de un ataque procedente de tierra adentro y que al mismo tiempo servían de fondeadero para las embarcaciones.
La abrupta topografía dificultaba las comunicaciones internas y la navegación se convirtió desde muy pronto en la solución más sencilla para ir de un lugar a otro, lo que despertó entre los habitantes del litoral una temprana vocación marinera. Unido a su situación de encrucijada entre Oriente, Egipto, Anatolia y el Egeo explica las diversas influencias que procedentes de Mesopotamia, el Asia Menor, Chipre, Creta, Rodas y Egipto se difundieron muy pronto entre su población.
Las riquezas naturales.
En la franja costera central, con unos rendimientos agrícolas modestos, dada la limitada extensión de las tierras agrícolas, la explotación intensiva de los diversos recursos locales permitió desde comienzos del III milenio la aparición de las formas de vida urbana. El más apreciado lo constituía la madera de las cercanas montañas, particularmente los cedros, cuyo aprovechamiento se inicia en época muy temprana. Los primeros palacios, núcleo en torno al que se articula la ciudad, surgieron, más que de las rentas que podía proporcionar la agricultura, de la explotación de productos ganaderos, marítimos y forestales y de las manufacturas especializadas. Con la a lana de las ovejas se hacían tejidos que se teñían con diversas variedades de púrpura.
La madera de los bosques del Líbano fue desde muy pronto uno de los principales recursos locales, además de una agricultura intensiva que dependía fundamentalmente de las lluvias, abundantes en la costa durante el invierno pero cada vez más escasas a partir de la primavera. Además de las tierras de cultivo que proporcionaban trigo y cebada, hortalizas y frutales, como vid, olivo, higueras, sicomoros, palmeras datileras o granados, no eran escasas las tierras de pastos que alimentaban abundantes rebaños de cabras y ovejas. El cobre se extraía en el valle de La Bekaa, y el mar proporcionaba asimismo importantes recursos, pesca, sal y la púrpura con la se teñían telas de lana y de lino. El comercio, que los principales puertos como Biblos y Ugarit primero, y Sidón y Tiro más tarde, realizaban en todas direcciones, alcanzando Creta, Chipre, Siria del norte, Cilicia, Mesopotamia y Egipto, había sido desde muy pronto uno de los principales impulsores de la economía.
La población.
Las gentes que habitaban estas tierras eran de estirpe semita occidental y ya en la Antigüedad se les había atribuido orígenes diversos. Heródoto afirmaba que procedían del Mar Rojo, mientras que Estrabón y Plinio los hacían originarios del Golfo Pérsico. Filón de Biblos, en cambio, defendía su origen autóctono y los hallazgos arqueológicos han venido a darle la razón. Sobre esta población originaria se instalaron desde comienzos del segundo milenio a. C. los amoritas, semitas occidentales igualmente, aunque nómadas, que hablaban una lengua estrechamente emparentada con el cananeo. Luego elementos de origen hurrita e indoario habitaron a su vez en el país. Hacia el 1200 a.C. las invasiones de los “Pueblos del Mar” trajeron un pueblo nuevo con reminiscencias egeas, los peleset o filisteos que ocuparon la zona comprendida en torno a Ascalón y Gaza, a la que dieron su nombre, por lo que paso a denominarse Palestina, resultando finalmente absorvidos en el sustrato cultural del país. Más tarde, otros semitas, los arameos procedentes de las tierras interiores de Siria, aportaron también su contribución étnica y lingüística.
Los israelitas, instalados en el Canaán meridional durante el siglo XIII a. C. guerrearon con los filisteos hasta derrotarlos en un país que siguió siendo fenicio aún durante mucho tiempo. Palestina permaneció culturalmente vinculada al sustrato cananeo-fenicio, incluso mucho después de la constitución del reino de Israel, si bien los limites políticos resultaron alterados. En los territorios ocupados por filisteos e israelitas la lengua fenicia continuó hablándose durante siglos. No menos importante resultó la influencia religiosa y cultural.
Una identidad forjada en la Historia.
Existe una continuidad cultural e histórica entre Canaán y Fenicia, aunque las fronteras políticas y los límites geográficos oscilaron en el transcurso del tiempo. A lo largo de la Edad del Bronce, desde al 3500 al 1200 a. C. las tierras de Canaán abarcaban lo que luego fue Palestina así como la franja costera de Siria, con penetraciones hacia el interior. A partir de las conquistas de los faraones de la XVIII Dinastía el nombre de Canaán se aplicaba a una de las circunscripciones en que quedó dividido el territorio de Palestina bajo la administración egipcia, pero la cultura, la lengua y la religión de los cananeos se habia extendido mucho más allá, alcanzando, por el norte, Ugarit y Alalah en Siria y por el sur hasta más allá de Gaza.
Ni Canaán ni Fenicia fueron nunca naciones políticamente unidas, pese a compartir una cultura común. Se hallaban fragmentadas en una serie de pequeños reinos, cuya capital solía ser una ciudad fortificada o un emplazamiento insular estratégico cercano a la costa, que eran autónomos e independientes entre sí. La abrupta topografía dificultaba las comunicaciones internas por lo que la navegación se convirtió desde muy pronto en la solución más sencilla, lo que despertó entre los habitantes de la franja litoral una temprana vocación marítima. Unido a su situación de encrucijada entre Oriente, Egipto, Anatolia y el Egeo, viene a explicar las diversas influencias que procedentes de Mesopotamia, el Asia Menor, Chipre, Creta, Rodas y Egipto se difundieron entre su población, principalmente entre la elite palatina de las ciudades.
Con Ugarit destruida por los "Pueblos del Mar" Sidón, Arvad, y Tiro fueron las ciudades de la costa fenicia que reemplazaron, desde los inicios de la Edad del Hierro, el anterior protagonismo de los centros cananeos marítimos de la Edad del Bronce. Aunque no se sabe con exactitud en que medida fue afectada Biblos por la oleada destructora de fines del siglo XIII y comienzos del XII a. C, lo cierto es que su declive posterior parece obedecer también a la desaparición de los bosques cercanos, de cuya explotación y comercio se había beneficiado su economía desde muy antiguo. El declive de Biblos y la parcial destrucción de Tiro fue compensado por el apogeo de Sidón durante los siglos XII y XI a. C, convertida en la ciudad más importante de Fenicia, capaz de emprender la reconstrucción y repoblación de esta última y de mantener un activo comercio, salida natural para los productos procedentes de la región de Damasco.
Con Ugarit destruida por los "Pueblos del Mar" Sidón, Arvad, y Tiro fueron las ciudades de la costa fenicia que reemplazaron, desde los inicios de la Edad del Hierro, el anterior protagonismo de los centros cananeos marítimos de la Edad del Bronce. Aunque no se sabe con exactitud en que medida fue afectada Biblos por la oleada destructora de fines del siglo XIII y comienzos del XII a. C, lo cierto es que su declive posterior parece obedecer también a la desaparición de los bosques cercanos, de cuya explotación y comercio se había beneficiado su economía desde muy antiguo. El declive de Biblos y la parcial destrucción de Tiro fue compensado por el apogeo de Sidón durante los siglos XII y XI a. C, convertida en la ciudad más importante de Fenicia, capaz de emprender la reconstrucción y repoblación de esta última y de mantener un activo comercio, salida natural para los productos procedentes de la región de Damasco.
BIBLIOGRAFIA
AUBET, M.E., Tiro y las colonias fenicias de Occidente, Barcelona, 1994 (Crítica)
BAURAIN, C. y BONNET, C. Les Phéniciens. Marins des trois continents, Paris, 1992 (Armand Colin)
GARBINI, G. I Fenici. Storia e religione, Nápoles, 1980.
GRASS, M., ROUILLARD, P. y TEIXIDOR, J. El universo fenicio, Madrid, 1991.
HARDEN, D., Los fenicios, Barcelona, 1985 (Orbis)
MOSCATI, S., Il mondo dei Fenici, Milán, 1979.
- L´enigma dei Fenici, Milán, 1982.
WAGNER, C. G, Los fenicios, Madrid 1989 (Akal)