El comercio y la colonización: Las formas

II. 1- La tipología de las formas del contacto intercultural:
Como se ha visto, el contacto, por comercio o colonización, es siempre consecuencia de la necesidad que experimenta una formación social determinada de apropiarse de bienes y recursos de los que carece. La colonización resulta así el marco preferente, aunque no exclusivo, de la aculturación. Por otro lado, cuando un contacto se produce sin colonización de por medio, como es el caso de la penetración de influencias helénicas en la civilización púnica (Wagner: 1986a), prevalece entonces la difusión cultural sobre la aculturación. Más la difusión cultural es algo que no conviene confundir con aculturación, pues aunque constituye una parte de ésta, a menudo actúa independientemente y con resultados distintos.

Ahora bien, el contacto, en el seno de un proceso de colonización o de relaciones de comercio, puede producirse de muy distintas maneras, según toda una serie de variables que es preciso tener en cuenta. Así, el contacto intercultural se produce en una variedad de situaciones que viene dada, no solo por la diversidad de las corrientes coloniales, del ambiente de "partida" y del tipo de implantación de "llegada", sino por la diversidad de comportamiento o respuesta al contacto (rigidez, vulnerabilidad, plasticidad...) de la comunidad local (Lepore: 1973, 32). Cabe distinguir, también, entre los contactos iniciales y los posteriores que pueden ser de muy distinta índole, de acuerdo a las modificaciones propias de la dinámica histórica. Así, los contactos interculturales no permanecen estáticos, definidos de forma imperturbable por sus características originarias, sino que resultan alterados, cambiantes como una consecuencia histórica, en gran medida, de los resultados de tales contactos. A modo de ensayo traeremos a colación una clasificación del contacto intercultural y sus variantes que ya hemos propuesto en otro lugar (Wagner: 1993: 447 ss) y a la que incorporamos nuevas reflexiones: Ritmo o frecuencia, intensidad y carácter son variables que, marcadas por los fines perseguidos por el grupo alóctono así como por la capacidad y tipo de respuesta de la población autóctona, influirán en gran medida en el desarrollo del contacto intercultural.

Un criterio útil para comenzar es aquel que nos permite distinguir en el grado de equilibrio que caracteriza el encuentro entre dos sociedades distintas que entran en relación, con lo que se da una primera diferenciación entre lo que podemos llamar contacto homogéneo y dispar. El contacto cultural es homogéneo cuando se establece entre grupos pertenecientes a culturas similares en su grado de complejidad tecnológica, organizativa, institucional etc. esto es: cuando no existe un abismo o un profundo desequilibrio cultural entre ambas. Puede tratarse de dos culturas de nivel político similar, aún con distinta organización, con su tecnología compleja, sus sociedades estratificadas en grupos caracterizados por sus distintas obligaciones y derechos, con sus instituciones específicas y sus aparatos legales y administrativos, como puede ser el caso de los comerciantes fenicios asentados en torno a un santuario de Astarté en un barrio de Menfis, en Egipto (Rebuffat: 1966), los griegos en las ciudades etruscas (Cristofani: 1983, 242 ss) o por el contrario de dos culturas de índole aldeana o tribal, con formas de organización socio-económica y político-ideológica equivalentes. Este segundo tipo de contacto equilibrado no suele ser muy tenido en cuenta aunque haya caracterizado determinados procesos de "colonización", como pudo ser la penetración de las gentes de la cultura de los "campos de urnas", dejando a un lado el carácter de dicha penetración, en Francia o en la Península Ibérica.

Por su parte, el tipo de contacto que llamamos dispar se caracteriza por un desequilibrio cultural que normalmente facilita que una de las partes implicadas, muchas veces la alóctona aunque no siempre, se establezca como dominante quedando la otra sometida a su control, el cual puede adquirir, como se verá más adelante, formas diversas. Es aquí donde la aculturación (ver IV, 1) encuentra mayor terreno para su desarrollo, dependiendo su alcance y consecuencias de una multiplicidad de factores que confieren su complejidad al estudio de los procesos de interacción cultural (Gruzinski y Rouveret:1976), pero entre los que podemos destacar el carácter impuesto, rígido o forzado de la aculturación, o por el contrario su manifestación espontánea. No obstante, el desequilibrio cultural no necesariamente ha de incidir siempre en todos y cada uno de los aspectos que integran un sistema sociocultural en su totalidad, aunque en ocasiones ocurra así, sino que puede afectar sólo a algunos o incluso unos pocos de ellos, por ejemplo a la eficacia y organización militar y política. En otros términos: el contacto que llamamos dispar o desequilibrado puede variar en la amplitud y la localización del desequilibrio, ya que aunque el grado de éste radica generalmente en la mayor proporción o desproporción de los niveles de complejidad y eficacia técnico-organizativa, sociedades en contacto pueden estar desequilibradas solo en uno o en unos pocos aspectos de sus respectivos sistemas socio-culturales. Dicho de otra forma, el desequilibrio para que exista no tiene por que ser global, sino que se puede manifestar localizada o sectorialmente, y no por ello ha de tener una menor incidencia.

Un segundo nivel de clasificación es aquel que nos permite distinguir entre contactos directos e indirectos. de acuerdo con el grado de inmediatez que supongan. La ausencia de ésta, la negación del encuentro físico, caracteriza al contacto cultural indirecto, que no implica la presencia de los miembros de las culturas que entran en mutua relación. Por supuesto, no es predominante en la colonización y raras veces conlleva aculturación, siendo la difusión cultural su repercusión más probable. Es un contacto sin encuentro que puede realizarse, bien a través de mediadores o por medio de estrategias específicas destinadas a tal fin, como puede ser el caso bien conocido del comercio silencioso. Los agentes intermediarios son sustituidos entonces por convenciones tácitas destinadas a minimizar los riesgos de fricción en situaciones en que la amplitud del desequilibrio cultural es muy pronunciada (Revere: 1976: 99).

El contacto directo es aquel que, por contra, conlleva el encuentro físico entre los grupos de individuos que participan de las relaciones interculturales. Como tal está presente en los procesos de colonización, invasión, conquista y dominación de forma prácticamente universal, y es propio de las relaciones comerciales (salvo en los casos de "comercio silenciosos"). Mientras que los fenómenos de difusión cultural acompañan las formas de contacto indirecto, el contacto directo es proclive al desarrollo de fenómenos y procesos de aculturación. Ahora bien, el contacto directo entraña contrastes en los grupos de edad, sexo y especialización de ambos contingentes. Así, los colonizadores son mayoritariamente jóvenes varones aptos para las tareas agrícolas y la actividad militar que buscan y encuentran, por diversos medios, mujeres en el entorno autóctono (Van Compernolle: 1983), convirtiéndose de esta forma los matrimonios mixtos en uno de los vehículos preferentes de la integración cultural (Whittaker: 1974, 70; Almagro Gorbea: 1983, 446 Morel: 1984, 134 ss). También los comerciantes y artesanos, por obvios motivos de movilidad, son varones adultos que realizan sus actividades fuera del hogar (como podría ser el caso incluso de ciertos artesanos itinerantes (Morel: 1984, 146 ss) para regresar antes o después a su grupo familiar.

Finalmente, un contacto puede ser continuo, discontinuo o aislado, otros prefieren llamarlos sistemático y esporádico (Alvar: 1990, 20) y aquí interviene sobre todo la frecuencia o el ritmo de las relaciones. Todo proceso de colonización puede contener ambos, si bien el primero adquirirá la mayoría de las veces carácter dominante. Llamamos contacto contínuo o sistemático a aquel que se caracteriza por una alta frecuencia de las relaciones interculturales. A su vez el contacto continúo puede ser frecuente o permanente. Será permanente si no existe ningún tipo de vacío o inflexión temporal que interrumpa el ritmo de dichas relaciones. Por el contrario es frecuente aquel tipo de contacto continuo que, aún caracterizándose por un ritmo alto o acelerado de relaciones, presente cierta discontinuidad en ellas. El contacto es discontinuo cuando se caracteriza por una baja frecuencia en las relaciones interculturales. Es extremadamente raro que se dé como forma única o dominante de un proceso de colonización y prevalece más bien en los momentos "precoloniales", siendo propio también del comercio de tipo aristocrático y del "comercio silencioso". El contacto de tipo discontínuo puede, a su vez, presentar variantes de ritmo, pero es específicamente distinto del aislado. con el que no debe confundirse. Contacto aislado es aquel que se produce una sola vez, o con tal separación temporal entre una y otra que las repercusiones del primer encuentro han desaparecido prácticamente cuando se produce el nuevo contacto. El contacto recurrente o esporádico, bastante característico de los primeros momentos de la colonización o de aquello que ha dado en llamarse "precolonización", se produce de cuando en cuando y por tanto tiene un ritmo muy desacelerado y una baja frecuencia de relaciones, que en el aislado es sencillamente inexistente.

Los diversos tipos de contacto entre grupos socio-culturales distintos pueden, a su vez, revestir el carácter de intensos o leves. Un contacto directo puede ser intenso o leve dependiendo de una serie de factores como son: la amplitud del desequilibrio cultural que caracterice las relaciones, la frecuencia o ritmo del contacto, el numero de elementos significativos que lo integren, así como la capacidad de control de la cultura que se erige en dominadora y la de reacción de la cultura dominada. En el contacto indirecto su gradación dependerá, sobre todo, de la frecuencia con que éste se desarrolle. El contacto cultural podrá ser, por lo tanto, más o menos denso e incluso sumamente difuso. Dependerá también del número de individuos y elementos que intervengan en las relaciones interculturales, así como de las actividades que ejerzan y del impacto de dichas actividades sobre los distintos sectores del sistema sociocultural, y según todo ello podrá ser amplio o localizado. Pero no por esto ha de verse condicionada automáticamente su intensidad. En algunas ocasiones, y ante circunstancias apropiadas que tienen que ver con la amplitud del desequilibrio cultural, así como con el grado de receptibilidad de la cultura local, determinado a su vez por otra serie de factores (flexibilidad. etc.), formas de contacto poco denso y muy localizado pueden revestir una notable intensidad, y también a la inversa. Cuando un impacto objetivamente mínimo y que pone en juego un número ínfimo de representantes de la cultura alóctona es capaz se provocar una reacción desproporcionada diremos que estamos ante un fenómeno de preamplificación (Gruzinski y Rouveret: 1976, 173).

II. 2- Las diversas manifestaciones del comercio y de la implantación colonial.
La falta de tierras, las crisis sociales y políticas, la incapacidad para generar un excedente que es preciso entonces transferir desde una formación social a otra, fueron, como se ha dicho, los motivos más comunes que estimularon las navegaciones, el comercio y la colonización en la Antigüedad mediterránea. En muchos de los marcos de relaciones así formado, los fines e intereses de quienes llevaban la iniciativa, de quienes se habían desplazado provocando el contacto, llegaron ser dominantes sobre aquellos otros de las gentes con las que comerciaron o a las que terminaron por colonizar. Fueron dominantes porque los promotores de las navegaciones, el comercio y la colonización contaron con medios, demográficos, organizativos, tecnológicos, ideológicos e institucionales, capaces de imponer eficazmente el tipo de relación que a ellos más les interesaba, una veces por la fuerza, otra mediante pactos y alianzas que en su aplicación resultaban desiguales, por más que en un análisis superficial pudieran parecernos equilibrados y equitativos, otras, en fin, mediante esa forma de relación económica que se conoce como intercambio desigual.

En consecuencia todo aquel complejo ámbito de relaciones desiguales se manifestó en una variedad de experiencias y realidades en las que podemos distinguir, de acuerdo a su tipología, entre viajes o periplos esporádicos, frecuentaciones comerciales y emigraciones de carácter colonial. Podemos distinguir también, en función tanto de su impacto como de sus mecanismos, el comercio aristocrático (Mele: 1979), con sus viajes esporádicos de corte aventurero, como el de Colaios de Samos hacia Tartessos (Heródoto, I, 152) y el empórico, si bien ambos participan de alguna característica común: no precisaban de una fundación colonial y se basaban en la existencia de pactos y acuerdos mutuos, pero el último implicaba una mayor continuidad y transacciones más voluminosas. Existían también otras diferencias entre ambos. El comercio aristocrático no era un actividad especializada y se trataba de traficar con unas pocas mercancías. Como ha sido enfatizado, se trataba más de comprar que de vender, de acuerdo a los criterios de la clase dominante, agraria y caballeresca, y por tanto se hallaba alejado de conceptos modernos sobre "beneficios" o "competencia" para ubicar la producción propia en los mercados distantes (Lepore: 1982, 252). Concebido sobre todo como "aventura" marítima que proporcionaba prestigio al mismo tiempo que materias primas u objetos exóticos, el comercio aristocrático se halla estrechamente vinculado a desviaciones fortuitas y a una imprecisión geográfica en la que no hay que ver el interés por eliminar a potenciales competidores, sino, sobre todo, la atracción por los paisajes legendarios propios de los viajes de los héroes de quienes los aristócratas se reclamaban descendientes. Adornando de esta forma la "aventura" marítima del aristócrata viajero se ennoblecían los propósitos de su viaje, que quedaban despojados de cualquier motivación comercial concreta.

Por su parte, el desarrollo del comercio empórico, que en Grecia estuvo ligado durante mucho tiempo a los intereses y la posición de la aristocracia a través de sus "clientelas", constituía una práctica más especializada y operaba sobre un mayor volumen de mercancías. En una segunda fase del comercio empórico, y dado el ritmo de la frecuentación o el carácter sistemático del contacto, se produjo la aparición de pequeños establecimientos permanentes, o se siguió utilizando los emporios preexistentes frecuentados por comerciantes procedentes de otras naciones, como en Al Mina, Gravisca o Tartessos. Según se desprende de las fuentes (Livio, XXXIV, 9; Justino, XLIII, 4-5, cfr: Morel: 1984, 150), el carácter precario de aquellos asentamientos, en los que los comerciantes extranjeros parecen haber sido sobre todo moradores temporales (por más que el tiempo se haya prolongado en determinadas circunstancias) sin derecho de propiedad sobre la tierra que ocupaban, parece haber constituido el rasgo común que los caracterizaba. Esto difiere del comercio colonial propiamente dicho, cuyo desarrollo precisa de una infraestructura de asentamientos de rasgos y funciones urbanas, y que implica un acercamiento mayor a los centros productores a fin de obtener en mejores condiciones los productos y bienes demandados, generalmente materias primas y/o recursos naturales, al eliminar un tramo importante del itinerario comercial, reduciendo costos de transporte y almacenaje. Este tipo de estrategia implicaba la existencia de un centro rector próximo, de características urbanas, y de una serie de asentamientos subsidiarios especializados en la elaboración de aquello que se intercambiaba por las materias primas y/o recursos naturales en los "mercados" locales.

Por supuesto no debe confundirse con los casos anteriores la emigración por causas socioeconómicas y la fundación de una colonia de poblamiento que, no obstante, con el tiempo puede llegar a adquirir intereses y connotaciones comerciales. Por ello también cabe diferenciar en las colonias según el proceso de su establecimiento y su posterior desarrollo y proyección. Así la ciudad colonial puede aparecer como consecuencia de un acto de fundación con toda su intencionalidad política, o ser el resultado de una evolución desde formas anteriores, de tipo empórico por ejemplo, problemática que se conoce "relativamente" mejor en el contexto de la colonización griega que en el de la fenicia, si bien sabemos de ciudades púnicas, como Motia, que se desarrollaron a partir de la existencia previa de una factoría comercial, o Malaka que parece haber surgido como consecuencia del reordenamiento de la población "colonial" dispersa en pequeños asentamientos que se concentra en un establecimiento de mayor envergadura y complejidad.

Por consiguiente hay que distinguir, ya que obedecen a funciones diversas, no solo entre una variedad de comportamientos, que más adelante trataremos, sino además entre una variedad de formas y patrones de asentamiento que pueden constituir su resultado. Así, en primer término, consideremos la distinción establecida en el caso de la expansión griega (Martin: 1973, 99 ss) entre asentamientos sin territorio, o en los que el territorio parece haber tenido una importancia relativa (Lepore: 1968, 34 ss), y aquellos que contaban en su proximidad con tierras amplias y feraces, para añadir como matización imprescindible que se ha apreciado la existencia de casos que plantean una situación intermedia (Morel: 1984, 139). Seguramente la clasificación resulta ya demasiado simple, incluso para la propia expansión griega, pero aún lo es más si consideramos la variedad de asentamientos a que dieron lugar los fenicios. De acuerdo a como tales asentamientos se organizaron, lo que se plasmaba en la ocupación del terreno, a su proyección sobre el territorio próximo y a la propia dinámica histórica en que se insertan, podemos distinguir entre una variedad de tipos. Así, el asentamiento permanente más o menos denso que actúa como cabecera o centro rector del sistema de comercio colonial, que suele convertirse en una gran ciudad, con centros menores dependientes. Tal es el caso de Gadir o Siracusa. Los asentamientos más pequeños, que actúan como "satélites" y dependen del principal pueden estar relativamente cerca, y terminar siendo absorbidos con el crecimiento de aquel, o más alejados, y responder a una función de dinamización comercial y/o control territorial, así como a su especialización económica en la obtención de productos "baratos" que luego serán intercambiados con los autóctonos, como ocurriría con Torre de Doña Blanca y Toscanos respecto de Gadir, y Monte Sirai respecto de Sulcis.

Pero también, la pequeña ciudad portuaria con una magnífica situación que facilita su doble función geoestratégica en el ámbito marítimo y terrestre, dotada por tanto de buenas comunicaciones con el interior que pueden utilizarse para acceder a determinadas materias primas, y que al mismo tiempo puede realizar un aprovechamiento pesquero y agrícola de la zona, como sería el caso de la Malaka púnica (Gran-Aymerich: 1992, 60 ss). Por otro lado, consideremos el pequeño asentamiento de tipo factoría, a veces coincidente con el emporio, donde se producen y elaboran una serie de productos (cerámicas, púrpura, salazones...) y se obtienen los recursos locales. Su existencia no es menos importante que la de los anteriores, llegando a jugar un papel destacado, por ejemplo, en la fase arcaica de la expansión fenicia y en los primeros tiempos de la griega. Ibiza, Berezán o Pitecusa son casos bien representativos. Dependientes, o no, en su origen de un centro mayor, a menudo estos asentamientos de reducidas dimensiones evolucionaron hacía un tipo de colonia más amplia y densamente poblada, que podía impulsar una proyección territorial y un aprovechamiento agrícola/ganadero de los recursos.

Muchas veces ello implicaba la existencia de un patrón jerarquizado de asentamientos que constaba de un centro principal, y más antiguo, ubicado generalmente en una pequeña isla próxima a la costa, con la aparición posterior de asentamientos secundarios en la vecina tierra firme, o su traslado definitivo a ésta, así como núcleos de explotación agraria en el hinterland. Tal parece haber sido el caso, en el ámbito fenicio, de algunos asentamientos sobre el litoral mediterráneo andaluz, como Toscanos o el Cerro del Villar (Aubet: 1987a, 257 ss; 1991a, 617 ss) y en el griego del primer asentamiento insular de Emporion, la Palaiapolis de Ampurias, el de Berezan/Olbia (Alvar: 1988) o el de Pitecusa/Cumas (Johannowski:1975, 102; Lepore: 1968, 37). En ocasiones, y de acuerdo con la propia dinámica de la historia colonial, la pequeña factoría podía llegar a convertirse con el tiempo en un auténtica ciudad, como ocurrió con Motia, en Sicilia o las mismas Ampurias y Berezan citadas, mientras que en otros casos estaba destinada a un uso estacional y terminaba por ser abandonada, como la Na Guardis púnica en Mallorca (Guerrero Ayuso: 1984, 28 ss).

Es preciso tener también presente, dentro de esta diversidad de tipos de implantación colonial, el centro distribuidor y dinamizador de los intercambios situado, por lo general, en el interior del país en un ambiente preferentemente autóctono aunque con algunas construcciones de prestigio y realizaciones simbólicas de carácter colonial. Cacho Roano, sobre el que luego volveremos, puede constituir un ejemplo típico. Cabe citar además el emporio dentro de una ciudad extranjera, lo que afecta a las distintas configuraciones de los emporia, que no son sólo pequeñas factorías en un país lejano, sino "barrios" de comerciantes, como el de los tirios en Menfis o el de los púnicos en Caere, provistos ambos de su correspondiente santuario. Así mismo, la factoría extrema, ubicada en los confines del mundo, frecuentada con carácter ocasional y con apenas construcciones permanentes, de la que Mogador (López Pardo: 1992), en la costa del Marruecos atlántico puede constituir un excelente ejemplo, es otro tipo de asentamiento a tener en cuenta. A tenor de ello, el carácter de "factoría extrema" no siempre viene dado por su ubicación excéntrica, por su alejamiento y marginalidad en relación a la oikumene colonial, sino que tales criterios (alejamiento, excentricidad) se insertan también en los intereses que definen la actividad colonial sin necesidad de connotaciones geográficas, sino, en todo caso, socioculturales. Piénsese en la misma Na Guardis antes citada, próxima a la isla de Ibiza, pero alejada en el tiempo, en las actividades y en el carácter de su ocupación, de aquella.

Tal diversidad de asentamientos no implicaba necesariamente su separación en el tiempo y el espacio. Más bien al contrario, fue frecuente su convivencia respondiendo a estrategias paralelas pero diferentes que, como en el caso del comercio y la colonización fenicia, si bien presentan varias etapas de evolución, aunan formas de operar distintas. Por ello, su apreciación depende en gran medida de la amplitud con que observemos los procesos a que corresponden, lo que nos permitirá detectar sus interacciones. Si limitamos nuestras pesquisas a un ámbito local o comarcal restringido, es fácil que caigamos en el error de considerar su presencia como manifestación o consecuencia de fenómenos históricos segmentados y unidireccionales sin poder apreciar los complejidad de los procesos en que se insertan.

II. 3. Las formas de asimilación/dependencia de las poblaciones autóctonas frente al comercio y la colonización.
Resulta un hecho reconocido que tanto los griegos (Lepore: 1973, 19 ss) como los fenicios (Whittaker: 1974, 70 ss) se instalaron a menudo en lugares habitados anteriormente por la población autóctona del lugar. Todas aquellos distintos modos de implantación, que obedecían a interés, fines y estrategias definidos, tuvieron consecuencias e impactos diversos sobre las poblaciones y sociedades de los territorios en que se habían establecido los colonizadores y comerciantes, al formalizarse con ellas distintas formas de relación, de mero intercambio unas veces, de asimilación como fuerza laboral dependiente otras, de relegación, o de franca hostilidad. Relaciones que se plasmaron de manera dinámica, esto es: sujetas a alteraciones y cambios como consecuencia del propio proceso histórico a dos bandas (colonizadores/autóctonos) que implica la colonización. Así, el entorno autóctono propio a los grandes centros urbanos rectores del sistema colonial parece haber acogido unas veces con fluidez las relaciones que se establecen entre los grupos culturales distintos, como parece ser el caso de Massalia, Gadir (Torre de Doña Blanca) o la propia Cartago, aunque por supuesto caben matizaciones sectoriales de acuerdo con los distintos componentes que integran el conjunto social. Hablaríamos entonces de asimilación o integración, según el caso en que prevalezcan unos u otros modelos socio-culturales con sus respectivos valores y ordenamientos (el de los colonizadores y el de los autóctonos). Pero la chora colonial, el territorio controlado por la ciudad, no siempre produjo estos resultados.

Tampoco se proyectó de la misma manera el impacto de un pequeño emporio o factoría sin territorios propios, que cuando el asentamiento colonial desarrollaba un control de las tierras agrícolas próximas, que implica necesariamente, por más que desconozcamos muchas veces los detalles, formas de utilización y subordinación de la población autóctona, que pueden encontrar su reflejo en el registro arqueológico (desaparición de las necrópolis, distribución de cerámicas y otros artefactos, pequeños poblados en torno al asentamiento colonial principal, fortalezas ubicadas en el interior o santuarios rurales), así como una degradación del medio consecuencia de la explotación del mismo. Aún así, es preciso huir de las esquematizaciones a la vista de los resultados obtenidos de los datos arqueológicos. En ocasiones, un pequeño asentamiento, sin evidentes ambiciones territoriales, como aquel de Agde establecido por los masaliotas en el sur de Francia (Languedoc), parece haber precipitado unas relaciones de hostilidad con el entorno autóctono (Nickels: 1983, 421 ss), aunque sin duda dependiendo de un centro colonial de más envergadura (Massalia).

La colonia convertida en ciudad, bien porque así había sido concebida desde el mismo momento de su fundación, bien porque se debió a una evolución posterior afectada por otros tantos factores, poseía una proyección territorial cuya dimensión y organización obedeció en gran modo a las relaciones de producción que se establecen en su seno (Lepore: 1968, 45 ss). La cora colonial adquiere, en su sentido de "campiña" que rodea a la ciudad diversos modos de articularse (Adamestenau: 1983; Lepore:, 1968, 1973; Martin, 1983; Wasowic: 1983) sobre extensiones no siempre amplias ni siempre divididas de acuerdo a los criterios geométricos prevalecientes (Morel: 1984, 140), presentando contrastes entre un "núcleo" central y su "periferia". En sus territorios se conformaron unas relaciones con la población autóctona que llegaron a adquirir modos y expresiones muy variados. En el ámbito de la colonización griega son relativamente bien conocidos las posiciones antitéticas de quienes defienden la coexistencia pacífica con los autóctonos y quienes, contrariamente, argumentan la sumisión o esclavización de amplios contingentes de población local (cfr: Morel: 1984, 124 ss). Por su estrecha relación con el problema de la violencia es este un aspecto sobre el que volveremos luego. En sus relaciones con la población autóctona, allí donde ésta habitaba la cora colonial, como ocurrió en el caso de muchas colonias griegas del Mediterráneo (Siracusa, Sibaris) y del Mar Negro (Heraclea, Kersoneso, Bizancio, Istros, Olbia) así como de la propia Cartago y otras ciudades fenicias (Gadir, Sulcis), los colonizadores se hallaban mediatizados por las propias relaciones que la dinámica histórica del proceso colonial estableció entre ellos. Asignación desigual de los lotes originarios, privilegios de propiedad, apropiación de tierras periféricas, en principio de utilización comunitaria, enfrentamientos y luchas internas entre viejos y nuevos colonos, fueron algunos de los factores que contribuyeron a profundizar la desigualdad entre aquellos (Lepore: 1968, 23 ss; 1973,40 ss) haciendo así de sus relaciones con la gente autóctona no una cuestión de etnia o de diferencias culturales sino de clase (Lepore: Ibid; ; Morel: 1984, 135 ss). La población esclavizada en Siracusa, Cumas, o las formas de dependencia rural en colonias como, Sibaris, o Heraclea Póntica muestran a las claras el carácter social del conflicto y de las relaciones en la que se inscribe, muy por encima de la diversidad étnica o cultural, que resultan fenómenos secundarios, como es propio de la sociedad colonial aunque la ideología y la propaganda los sitúe en primer plano. Con el tiempo, la cora adquiere, sobre todo en época helenística, el sentido más amplio de zona de influencia, en la que las relaciones con otras poblaciones, autóctonas o coloniales, revierte en una mayor fluidez e implicaciones políticas de mayor alcance.

Tampoco resulta fácil dilucidar la situación en el caso de la colonización fenicia. Parece, si embargo, probable que las condiciones de la población autóctona no debían ser muy distintas a las de algunos grupos de semidependientes conocidos, por ejemplo, a través de una inscripción procedente de Mactar y que aparecen subordinados a la comunidad (Sznycer: 1972, p. 38). Habría que relacionarlas según Tsirkin (1986: 134) con las de los paroikoi que se encontraban en Asia Menor en tiempos helenísticos y romanos, e incluso con los incolae de las provincias romanas. Seguramente no se trata de una situación exclusiva de los dominios de Cartago en el norte de Africa y parece que tal forma de dependencia pudiera tener una correspondencia entre las poblaciones cananeo-arameas de la Primera Edad del Hierro en las que se dan los gerim, originariamente todos aquellos que vivían en un territorio que no era el de su tribu de procedencia, por lo que quedaban excluidos de la propiedad de la tierra. Componían una segunda categoría de personas libres pero en una situación inferior y fueron reducidos, finalmente, junto con muchos otros campesinos sin tierras, a la condición de miserables asalariados agrícolas. En Cartago los grupos de semidependientes nativos que eran empleados en la explotación de la "Chora " de la ciudad aparecen ligados por alguna especie de lazos de clientela a los propietarios de la tierra (Whittaker: 1978b: 338 ss). No sabemos hasta que punto este rasgo puede ser extrapolado a otros lugares. Presupone de hecho la existencia de una aristocracia colonial que ejerce un derecho de posesión de la tierra trabajada por aquellos.

A tal respecto se poseen algunos indicios arqueológicos que podrían significar que una elite de estas características ha podido estar presente en algunos asentamientos coloniales fenicios. Tales serían las "tumbas principescas" de Trayamar y Almuñecar en contraste con los enterramientos mucho más modestos y totalmente diferentes de sitios como Rachgoum o Cant Partit. Pero también hay que tener presente, como otros vectores dentro del proceso histórico, la propia cronología de estos hallazgos junto con la función originaria de tales asentamientos como centros de aprovechamiento directo de los recursos locales para su comercialización, de acuerdo seguramente a una estrategia global planificada de antemano desde un centro colonial rector (Wagner: 1988, 425 ss ), lo que sugiere más bien un control originariamente comunitario -pero en un sentido bien distinto de aquel de la comunidad de aldea propio de las poblaciones autóctonas en determinados ambientes- de la fuerza laboral autóctona, que no impediría, por otra parte, la ulterior aparición de una "aristocracia" local de índole colonial, una vez producido el cambio que se detecta desde fines del siglo VI en toda la zona.

II. 4- La violencia y sus manifestaciones en el contacto intercultural.
Es ésta una cuestión de gran importancia dado el alcance de aquellas interpretaciones que defienden la "coexistencia" más o menos pacífica en el contexto de las relaciones coloniales. No obstante, el término "coexistencia" no quiere decir nada por sí mismo, si no es acompañado de un significado social que lo llene de contenido (Morel: 1984, 126). Pese a los casos constados, para la colonización griega, en que colonizadores y autóctonos viven cerca unos de los otros, allí donde los griegos se instalaron sobre un asentamiento autóctono preexistente, lo que ocurrió la mayoría de las veces, la población local parece finalmente haber sido expulsada hacia las zonas circundantes. Aún así nada impide considerar, en lo casos en que esto no ocurre, que no haya resultado esclavizada o sometida a cualquier otro tipo de relación de dependencia. A pesar de los recientes esfuerzos por suavizar el carácter de las relaciones entre los griegos del Mar Negro y los pobladores autóctonos de las xorai de sus colonias, "dulcificando" sus formas de sujeción entendidas ahora como dependencia rural en lugar de esclavitud (Pippidi: 1973; Wasowic: 1983) o de circunscribir la violencia a los primeros momentos de la implantación colonial (De la Genière: 1983, 285) las cosas no resultan tan claras. No deja de resultar sintomático, a este respecto, observar como los vacíos geográficos en la colonización griega del Mediterráneo parecen responder a la presencia de poblaciones, como los etruscos o los fenicios, a las que no resultaba fácil expulsar o dominar. La propia existencia de fortificaciones (Vallet: 1983, 944 ss) que profundizan el control territorial de las colonias griegas sobre territorios originariamente autóctonos clarifica un tanto el sentido de dicha "coexistencia", a lo que aún se puede añadir las distintas guerras de frontera promovidas por las oligarquías y los tiranos de las ciudades griegas contra los pueblos de los confines, como elemento afianzador de su prestigio y su poder político y económico (Lepore: 1973, 35 ss). Las fuentes literarias son explicitas, si bien cargando las tintas sobre el comportamiento heroico de los colonizadores, respecto a los casos en que se produce una conquista inicial y la población autóctona resulta expulsada: Heraclea Póntica, Siracusa, Leontinos, resultan bien conocidos. Los datos arqueológicos también documentan la interrupción súbita de un habitat autóctono que es sustituido por otro griego (Nenci y Cataldi: 1983, 598; De la Genière: 1983, 261 ss; Morel: 1984, 125)

Es preciso tener en cuenta, por lo demás, y como antes se expuso, el carácter dinámico de las relaciones entre colonizadores y autóctonos, sujetas a cambios y variaciones en gran parte debidas a las oscilaciones en la conducta y actitud de los mismos griegos, quienes en un primer momento, como ocurrió, en Cirene, Ampurias o Massalia, y motivados sin duda por su propia precariedad en la relación de fuerzas frente a un potencial adversario autóctono, no dudaron en aceptar acuerdos de tipo "amistoso" que más tarde, alterada a su favor dicha relación, convirtieron en hostilidad y agresión (Nenci y Cataldi: 1983, 591 ss), pero también en la actitud de los autóctonos en la medida en que el contacto con los colonizadores podía acarrear consecuencias disfuncionales y desintegradoras de su sistema sociocultural. Así, en algunos casos, la convivencia más o menos estrecha, sunpoliteia, establecida en un principio fue luego alterada, lo que ha dado lugar a tradiciones contradictorias como aquellas sobre la fundación de Tarento o Leontinos.

También poseemos noticias de violencia en el marco de la presencia colonial fenicia, si bien los intentos realizados para interpretarlas no siempre han resultado satisfactorios. Ello se debe a que durante mucho tiempo se pensó en términos de "coexistencia" para caracterizar las relaciones coloniales establecidas por los griegos y de "dominación" e "imperialismo" las de los fenicios y púnicos. Pasada aquella "helenofília", la "fenicofobia" subyacente fue sustituida por una "fenicofília" seguramente igual de exagerada. Parece cierto que la conquista no fue el método principal empleado por los fenicios, ni siquiera por los cartagineses (Whittaker: 1978a, 64 ss; Wagner: 1989, 149 ss cfr: López Castro: 1991a y 1991b), al contrario de lo que durante mucho tiempo se había venido sosteniendo, pero ello no implica la ausencia de violencia en el contexto colonial.

Al igual que en el caso griego, las fortificaciones sobre el litoral norteafricano próximo a Cartago y en la zona de influencia de las ciudades púnicas (Tharros, Sulcis, Caralis) de Cerdeña revelan estrictos objetivos de control territorial y acceso a los recursos del interior (Gómez Bellard: 1990, 52) que dejan planteada la cuestión del comportamiento frente a las gentes autóctonas que las habitaban, que de forma bastante acrítica se suele considerar como "bueno" o "pacífico", así como su estatuto en el seno de las relaciones que se establecen en el marco colonial. En Toscanos y otros lugares de la colonización fenicia arcaica hay signos arqueológicos que permiten suponer un primer momento de "coexistencia" que luego es reemplazado por la expulsión, ¿o quizás la asimilación forzada? de los autóctonos (Whittaker: 1974, 71 ss) Conflictos entre Gadir y sus vecinos, cuyo significado exacto aún desconocemos, han encontrado eco en las fuentes y una interpretación reciente de la colonización púnica en Cerdeña (Trochetti: 1988) la atribuye a un enfrentamiento entre fenicios y cartagineses del que saldrían mal parados también los sardos, al quedar convertida la isla en una "colonia" de Cartago. En cualquier caso, y puesto que sobre la base de los datos arqueológicos actuales no se puede rotundamente ni afirmar lo uno ni negar lo otro, lo que si parece una apreciación un tanto aproximativa, de acuerdo con las no muy abundantes fuentes literarias, es que los episodios de violencia manifiesta son escasos, por no decir inexistentes, en el marco de la colonización fenicia arcaica, mientras que empiezan a ser más abundantes a partir del siglo VI en que se inicia la intervención de Cartago (Malco) en Cerdeña y posteriormente en su "zona de influencia" africana.

Ahora bien, la cuestión de la violencia en los contactos interculturales es particularmente compleja, ya que por violencia no debe entenderse tan sólo la mera agresión física que se ejerce de forma más o menos directa sobre las personas o las cosas. Tal y como señala Lepore a la intervención de De la Genière en Forme...(1983, p. 283) "religione e benessare sono due forme di integrazione: l`integrazione è l`altra faccia dello sterminio, se non del genocidio; insomma, per me, se non c´è genocidio e sterminio, c´è comunque violenza anche nelle forme integranti della religione e del benessere". De hecho la agresión puede revestir modos mucho más sutiles e incluso a veces inintencionados por parte de los colonizadores que actúan como agentes externos de la aculturación; baste pensar en los casos que implican, por ejemplo, la transformación por el grupo culturalmente extraño del espacio y el paisaje cultural y sagrado local, o la violación, que puede ser o no deliberada, de un determinado tabú o de una regla especifica de conducta. En todos estos casos, el grupo cultural afectado percibe una agresión por parte de los miembros de la cultura externa que, como queda dicho, pueden incluso estar actuando sin intencionalidad agresiva alguna. El contacto violento será, por consiguiente, aquel que implica cualquier forma de agresión externa sobre la cultura local, dejando a un margen la cuestión de la intencionalidad concreta. Esta agresión puede manifestarse en el plano demográfico (eliminación directa o indirecta de las personas), ambiental (destrucción o modificación de paisajes locales), cultural (violación de tabúes, espacios sagrados, normas de conducta. etc), económico (destrucción o apropiación de fuentes de recursos locales), social (eliminación o alteración de las pautas y relaciones sociales y de las formas de integración y cohesión social propias), conductual (introducción de normas de conducta perversas o modificación indeseada de las existentes) o biológica (introducción de enfermedades).

Todo este tipo de agresiones no se producen de forma aislada sino que, por lo común, interactúan unas con las otras en el mismo contexto de la dominación colonial. Desde un punto de vista estrictamente teórico no se pueden considerar los subsistemas que integran el conjunto de un sistema socio-cultural dado como compartimentos estancos, lo que tampoco implica que deba entenderse que interactúan de la misma forma y con idénticos resultados. Existe una prioridad, o una potencialidad de mayor repercusión si se prefiere, en las modificaciones que se efectúan sobre la infraestructura (demografía, tecnología, ecología) y la estructura (economía, sociedad) que aquellas que repercuten en la superestructura. Por poner algún ejemplo, un agresión ambiental puede ser también cultural y económica, ya que un determinado paisaje que resulta modificado por la acción externa puede albergar más de un significado. Al destruir un bosque, bien para emplear la madera en tareas de minería o para obtener tierras de pasto, se modifica un elemento que puede corresponder a un espacio cultural concreto y ser, al mismo tiempo, fuente de recursos a través de la caza y la recolección de determinadas de sus especies. De la misma forma, al ocupar el territorio de una aldea cuya población ha sido desplazada no sólo se produce una usurpación y modificación del paisaje, si se introducen -pongamos por caso- nuevas formas de cultivo, sino que tal desplazamiento implica consecuencias que afectan a la demografía, a las relaciones sociales, a la actividad productiva. Arrojados a una tierra periférica y menos productiva, las expectativas socioeconómicas pueden modificar los hábitos de trabajo e imponer una reorganización que implique una mayor segmentación (núcleos más pequeños) y, por ende, una dispersión que favorezca la aparición de formas de subordinación o dependencia respecto de los colonizadores. En cualquier caso, el auténtico carácter de violencia se manifiesta, aunque a veces sutilmente, en dicha subordinación y dependencia -al margen de como se establezcan- a que quedan sujetas las poblaciones autóctonas bajo la férula del dominio colonial, en un conflicto que, como se dijo, es más de clase (ya que enfrenta a expoliadores y expoliados) que de cualquier otra índole. Como ya ha sido puesto de relieve, las relaciones no manifiestamente violentas pueden no encerrar más que una colaboración aparente, una resistencia pasiva que no excluye en modo alguno la existencia del conflicto (Nenci y Cataldi: 1983, 590 ss). No es preciso hablar pues de "conquista" para presuponer la violencia.

Por ello mismo el contacto violento podrá ser abierto o encubierto. Denominamos contacto violento abierto aquel en el que se producen formas de agresión directa, consciente y manifiesta contra las personas o las cosas; es el caso de los procesos de invasión, conquista y dominación que suelen acompañar a la colonización en muchas situaciones históricas. Por el contrario un contacto violento es encubierto cuando la agresión se realiza de una forma enmascarado. No se trata entonces de una violencia directa, sino que adquiere más bien el carácter de coacción o de un control ejercido a distancia. Sirvan de ejemplo las formas de discriminación en el acceso a rangos y privilegios establecidos en la sociedad colonial y que no necesariamente descansan en el empleo de la fuerza inmediata y directa. Y se puede dar incluso la posibilidad de un contacto violento no intencionado y encubierto, como cuando los miembros de un grupo cultural se sienten coaccionados ante la presencia de elementos procedentes del otro grupo cultural que ellos asocian a la esfera de lo sobrenatural, mágico o numinoso, si bien su significación histórica es relativa.

Por el contrario, un contacto cultural resulta pacífico cuando no revierte efecto traumático alguno sobre la cultura local. Ahora bien, el carácter pacifico o violento de las formas de contacto cultural depende sobre todo de su inmediatez, de las intenciones e intereses de los colonizadores, así como de su capacidad ofensiva y de control que tiene que ver, a su vez, con su grado de eficacia técnico-organizativa y con el carácter contradictorio o no de las tradiciones y pautas propias de cada uno de los grupos culturales. Y puesto que la colonización implica en muchos casos la implantación de los colonizadores a costa de los colonizados, es difícil que el contacto cultural que en cada situación la caracterice sea auténticamente pacífico, por más que no percibamos signos de agresión directa, esto es: inocuo. Conviene, por consiguiente diferenciar las intenciones y métodos empleados en el contacto, que pueden ser claramente no violentos, con los resultados de este, tal y como se verá más adelante.

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