La expansión colonial griega

Los pioneros eubeos.
Los hallazgos de objetos traídos por los fenicios en Atenas y la vecina isla de Eubea nos sitúan en el contexto en el que algunas poblaciones griegas emprendedoras retoman la iniciativa de los viajes marítimos, con fines, ahora, esencialmente comerciales. Un poco antes del 800 a. C. los eubeos, animados seguramente por su experiencia de contactos previos con los fenicios, comenzaron a navegar hacia las costas de Siria, estableciéndose en pequeños grupos en sitios como Al Mina, junto a la desembocadura del Orontes y frecuentado por otros comerciantes orientales, o Tell Sukas, que al parecer ya había sido visitado por los micénicos.

Si hemos de hacer caso de la interpretación que de ciertos mitos y topónimos hacen algunos especialistas, habrían navegado también hacia Occidente, alcanzado las Columnas de Heracles (el Estrecho de Gibraltar), aunque los testimonios arqueológicos son aquí inexistentes. En cualquier caso, hacia el 775 a. C. los eubeos se establecieron en Pitecusa, a la que también acuden fenicios, en la isla de Isquia, frente a la costa occidental del sur de Italia. La búsqueda de metales, escasos en la propia Grecia, y de lujosas manufacturas para consumo de las aristocracias griegas del incipiente arcaísmo, parecen haber constituido el móvil más plausible de estas navegaciones.

Primera expansión colonial.
La colonización, que se inicia con la fundación de Cumas por los eubeos, constituye uno de los rasgos más característicos del arcaísmo griego y se integra en la construcción y consolidación de la polis como marco de convivencia ideológico, político, económico y social, prolongándose además en el tiempo. Hacia el 750 a. C se funda Cumas en la costa de Italia frente a Pitecusa. La ciudad sustituye al pequeño asentamiento comercial al tiempo que cambia su emplazamiento por otro más adecuado para los nuevos propósitos. La época de las esporádicas navegaciones precoloniales, protagonizadas por los aristócratas en busca, como los antiguos héroes, de aventuras y prestigio (que no obstante no son incompatibles con los beneficios proporcionados por un comercio de este tipo) llega a su fin. A partir de ahora un primer periodo de fundaciones escalonado durante casi un siglo, hasta el 675 a. C. aproximadamente, conocerá la aparición de nuevos asentamientos coloniales protagonizados por los eubeos de Calcis, los megarenses, los corintios y, en menor medida, por los espartanos y otras poblaciones.

En el 734, los calcidios fundaban Naxos, en Sicilia, en el estrecho de Mesina. Poco después los megarenses se asentaban en Mégara Hyblea y los corintios fundaban Siracusa, en la parte oriental de la isla. Estas colonias darían lugar a su vez a otras fundaciones. Los de Naxos, debido a su exigua territorio, se establecieron en Leontinos y Catania, en la rica llanura del Simeto, y en Zancle, sobre el estrecho de Mesina, que fundaría más tarde Rhegion en la vertiente italiana.

Hacia el 720 a. C. se inició la colonización de la costa del golfo de Tarento por griegos del Peloponeso. Los de Acaya fundaron Síbaris y Crotona, mientras que los espartanos levantaron Tarento en el lugar mas bello de la costa. Los locrios fundaron Locres, esta vez en la parte occidental de la punta de la bota italiana. Gentes de Colofón, la única de las ciudades del Asia Menor que se interesaba por aquel entonces en la colonización, se asentaron en Siris, en la parte más profunda del golfo. Como antes, estas colonias establecieron a su vez otras nuevas. Desde Sibaris se fundaron Metaponto, no lejos de Siris, y Poseidonia, en la Lucania. Crotona fundó Caulonia, a unos 60 km de Locres. Hacia el 675 a. C. los asentamientos coloniales griegos bordeaban todo el golfo y el sur de Italia se había convertido en una nueva Hélade, la Magna Grecia, como la conoceremos desde ahora.

Mientras tanto, rodios y cretenses se habían instalado en Gela, en la costa meridional de Sicilia, Siracusa fundó tres pequeñas colonias, Acras, Casmenas y Camarina, en suroeste de Sicilia. Algo después, hacia mediados del siglo VII a. C., Megara Hyblea colonizó Selinunte, en la parte occidental de Sicilia, que ya contaba con asentamientos fenicios, y Zancle fundó Himera en la costa norte de la isla. Tiempo después, hacia el 580 a. C., habitantes de Gela emigraron hacia Agrigento y un grupo de cnidios y rodios colonizaban las islas Lípari.

Segunda expansión colonial.
Hacia el 675 la colonización comienza a extenderse, en el N. del Egeo, hacia las costas de Macedonia y Tracia y la entrada del Mar Negro, pero también hacia el Sur, en dirección a Egipto y la Cirenaica, y hacia el Oeste, alcanzando Córcega y las costas del sur de Francia y Cataluña, al tiempo que el origen de los colonos se diversifica.

Helesponto, Propóntide y Bósforo. Los eubeos se distinguieron, una vez más, en la colonización de las islas y promontorios del N. del Egeo, a lo largo de las costas de Macedonia y Tracia, hasta el punto que la península principal tomará el nombre de Calcídica. Los eretrios, expulsados por los corintios de Corcira, fundaron Metone. La entrada al Mar Negro fue colonizada a partir de comienzos del siglo VII a. C., en especial desde Mégara, aunque Mileto se atribuye la fundación anterior de Cícico en la Propóntide y de Sínope en la costa meridional del Ponto. A mediados del siglo VII a. C. Paros mandará colonos a Tasos, lugar antiguamente frecuentado por los fenicios, Corinto funda Potidea y los megarenses se establecen en Selimbria, Calcedonia y Bizancio, junto a la entrada del Bósforo. Pero serán los milesios quienes prácticamente monopolicen la fundación de colonias en el Mar Negro, entre las que destacan Abidos, Apolonia Póntica, Borístenes, Panticapea, Olbia, Istria y Tanais, todas ellas durante el siglo VII a. C.

N. de Africa, Mediterráneo central y Occidente. Colonos procedentes de Tera fundaron Cirene, en la costa del N. de Africa, hacia el 632 a. C. y desde allí, algunos asentamientos menores que les aseguraron el control de la región. Hacia el 600 a. C. gentes de la ciudad de Focea que se habían echado a la mar ante el avance de los persas, establecieron algunos grupos de población en Alalia (Córcega) y en Olbia, (Cerdeña) y fundaron Massalia, en las costas provenzales y Emporion en las de Cataluña. También en las costas del Adriático se establecieron algunas colonias.

En el último cuarto del siglo VI a. C. colonos de Corinto y de Corcira fundaron allí Epidamno y Apolonia. Massalia, por su parte, fundaría Nicaea y Antípolis. Rhode, al otro lado del golfo de Rosas, habría sido una fundación de los ampuritanos ya en el siglo V a. C., según los testimonios arqueológicos, si bien en la Antigüedad, los rodios reclamaron su fundación a la que situaban mucho más atrás en el tiempo. Otras colonias focenses (o masaliotas) recordadas por los antiguos griegos sobre las costas mediterráneas españolas fueron Hemersocopión (¿Denia?) y Mainake, cerca de Málaga, ciudad ésta de origen fenicio, pero la arqueología no ha podido aún corroborarlo.

Apoikias.
Los griegos concibieron la colonización como una emigración, de ahí el término que utilizaban para referirse a la colonia, apoikia, literalmente establecer un hogar (oikos) en un lugar lejano. Una emigración que trascendía el ámbito puramente individual y que tenía una finalidad política, como era la de constituir una nueva ciudad allende los mares. Las causas que les impulsaron a marchar, económicas unas veces, políticas y sociales otras, tuvieron mucho que ver en ello y se insertan en el proceso de formación y consolidación de las ciudades griegas del arcaísmo. Se trataba, a menudo, de un abandono involuntario de su ciudad de origen, que proporcionaba todos los medios necesarios para la expedición, barcos, provisiones, y el fuego sagrado de Hestia custodiado en el Pritaneo.

Cuando no se trataba de exiliados por motivos políticos o militares, quienes debían marchar eran elegidos mediante sorteo, víctimas de las muchas vicisitudes que azotaron por aquel entonces a muchas ciudades griegas, pero principalmente campesinos endeudados y faltos de tierra. En ocasiones, como les ocurrió a los fundadores de Cirene o a los de Metone, se impedía violentamente el retorno de los colonos, pues una vez que éstos habían partido se rompían los lazos con su comunidad, que se desentendía de ellos. Así se explica que las colonias, una vez establecidas, preservaran ciertos vínculos, sobre todo de lengua y religión, con la metrópolis, pero fueran absolutamente independientes en su vida política y económica. Aún así, se originaban vínculos inmateriales entre la colonia y la metrópolis, dando lugar frecuentemente a relaciones de amistad, alianzas militares, y derechos compartidos, como la posibilidad de realizar matrimonios legítimos entre los ciudadanos de ambas o la doble ciudadanía, aunque tampoco faltaron los casos contrarios que daban lugar a un enfrentamiento.

En las colonias, los recién llegados no sólo precisaban tierras en donde instalarse sino también mujeres, ya que casi siempre la expedición estaba exclusivamente compuesta por varones. Su adquisición no siempre se produjo de forma pacífica, pero tampoco cabe generalizar, como si los griegos se hubieron comportado siempre como brutales conquistadores. De hecho, conservamos numerosos testimonios que nos muestran a los recién llegados colonos estableciendo pactos de muy diversa índole, incluidos los matrimoniales, con la población local o sus representantes.

Emporios.
El emporio constituía otro tipo distinto de asentamiento. Su interés principal no era la adquisición de tierras, sino el comercio. Un comercio regularizado, más allá de las navegaciones y aventuras precoloniales de algunos aristócratas, que exigía instalaciones fijas, almacenes, lugares seguros de atracada, y garantías de libre acceso así como protección, física, jurídica y económica para los comerciantes. Algunas veces el emporio podía preceder, desde su situación insular originaria, al establecimiento de una colonia en tierra firme, como es el caso de Emporion (Ampurias) o de la misma Pitecusa respecto a Cumas. En otras ocasiones un grupo de mercaderes griegos se establecía en un lugar ya habitado y frecuentado por comerciantes de otras procedencias, como en Al Mina o en Tartessos, en el sur de España, aunque también podía ser, desde su origen, un asentamiento exclusivamente griego, como Naucratis en Egipto. En todos los casos se contaba con la colaboración amistosa, cuando no con la protección, de la población autóctona, lo que no siempre ocurría en las colonias tipo apoikia.

El oikistes.
La expedición, organizada por la metrópolis, estaba al mando del oikistes, que frecuentemente era nombrado por la metrópolis, aunque también podía ser elegido por los propios colonos. Era él quién dirigía la expedición, encargándose de conducirla a su emplazamiento definitivo, después de haber recibido el fuego sagrado de manos de las autoridades de la ciudad y la sanción religiosa que recaía en el santuario de Apolo en Delfos. Era también el encargado, una vez en el lugar de destino, de elegir el emplazamiento y delimitar el espacio y el territorio de la futura ciudad, así como de repartir las tierras entre los miembros de la expedición, garantizando una asignación equitativa a cada uno de ellos, y de dictar las leyes por las que habrían de regirse o, en su caso, proceder a la adopción de las existentes en alguna otra ciudad, habitualmente en la de origen. La importancia del oikistes como fundador de una nueva ciudad ha hecho que muchos de sus nombres se conserven hasta nosotros. En la misma colonia, la preservación de su memoria quedaba asegurada por medio de un culto heroico celebrado en torno a su tumba, por medio del cual seguiría vivo el recuerdo de su origen.

Delfos.
El paso del tiempo y la costumbre convirtieron la consulta al oráculo de Apolo en Delfos en un requisito imprescindible antes de emprender la fundación de una colonia. En caso contrario, la amenaza del fracaso se cernía ineludible sobre los infractores de esta norma. Su situación, cercana a Corinto que mantenía por aquel entonces un activo comercio en ultramar, y su frecuentación por los fundadores, sobre todo para expresar su gratitud tras el éxito de la aventura emprendida, acabaron por convertirlo en un lugar que guardaba mucha información que podía resultar útil para futuras empresas.


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