tag:blogger.com,1999:blog-24195718505458144822024-02-07T18:50:43.086+01:00LAS COLUMNAS DE MELKARTCarlos G. Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.comBlogger23125tag:blogger.com,1999:blog-2419571850545814482.post-37949458319606977862015-01-11T17:15:00.001+01:002015-01-12T17:29:16.731+01:00Los fenicios. Identidad y territorio<div class="p1" style="text-align: justify;">
<span class="s1">Fueron los antiguos griegos quienes denominaron “fenicios” a los habitantes de la franja costera que limitando con Siria al norte e Israel al sur se extiende entre Tell Sukas y Acre. No obstante este país fenicio, que algunos griegos, como los marinos y comerciantes de Eubea, empezaron a frecuentar desde comienzos del siglo IX a. C. o incluso un poco antes, había sido, tiempo atrás, más extenso. A finales de la Edad del Bronce, la aparición de pueblos como los arameos, los filisteos o los mismos israelitas, había menguado notablemente sus territorios.</span></div>
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<span class="s1"><b>Canaán y Fenicia.</b></span></div>
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<span class="s2"><b> </b></span><span class="s1"><span class="Apple-tab-span"> </span>Este país no era otro que Canaán, y con tal nombre aparece en la Biblia y en textos proximo-orientales mucho más antiguos, siendo sus habitantes los cananeos, como así se reconocían ellos mismos mucho tiermpo despues de que sus más importantes ciudades hubieran dejado de ser famosas y a miles de kilómetros de distancia de su país de origen, preservando pese a todo su identidad. Los cananeos o cananitas fueron un pueblo de agricultores, buenos artesanos, magníficos navegantes y emprendedores comerciantes, pero también fueron un pueblo de colonizadores. A aquellos que habitaban las ciudades de la costa es a los que los griegos llamaron fenicios, vocablo deribado de <i>phoinix, </i>uno de cuyos significados es<i> </i>“púrpura”, que parece ser una traducción de la denominación local, ya que las palabras Canaán y cananeos están igualmente conectadas con un significado similar, rojo púrpura, en su lengua originaria, un dialecto del tronco semita noroccidental. </span></div>
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<span class="s1"><b><i>El país cananeo.</i></b></span></div>
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjvz6pZ42SxMG_B_id-XvX5YVW1VljicCRH2pfZecMiyWhDQ7fOarHDLX78otsC3O7hRiAYT12RR4AJcB8RgB2oRu7_V1wkTY-NB6BK5yEMzK789H3WYllWI4kYgoff9CTPNYw0o1Ck4mo/s1600/Fenicia+copia.jpg" imageanchor="1" style="clear: left; float: left; margin-bottom: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjvz6pZ42SxMG_B_id-XvX5YVW1VljicCRH2pfZecMiyWhDQ7fOarHDLX78otsC3O7hRiAYT12RR4AJcB8RgB2oRu7_V1wkTY-NB6BK5yEMzK789H3WYllWI4kYgoff9CTPNYw0o1Ck4mo/s1600/Fenicia+copia.jpg" height="640" width="363" /></a><span class="s1"><span class="Apple-tab-span"> </span>Canaán formaba una región bien delimitada por una serie de accidentes y contrastes geográficos, como son el mar a Occidente y los desiertos de Siria y Arabia por el sur y Oriente. Las montañas de la cordillera del Líbano, que discurren a escasos kilómetros de la costa la separan del interior, si bien la comunicación se establecía por el corredor de Alepo en el norte y Damasco más al sur. El Jordán al sur y el Orontes al norte son los únicos ríos importantes de la región. La extensión de esta franja costera oscila entre los doce y los cincuenta kilómetros, y en algunos lugares las estribaciones de las montañas llegan a alcanzar el mar, produciendo un paisaje compartimentado en montes, valles y pequeñas llanuras. La costa, que goza de clima mediterráneo, posee un buen número de pequeñas bahías flanqueadas por promontorios en donde los habitantes del litoral podían defenderse fácilmente de un ataque procedente de tierra adentro y que al mismo tiempo servían de fondeadero para las embarcaciones. </span></div>
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<span class="s1"><span class="Apple-tab-span"> </span>La abrupta topografía dificultaba las comunicaciones internas y la navegación se convirtió desde muy pronto en la solución más sencilla para ir de un lugar a otro, lo que despertó entre los habitantes del litoral una temprana vocación marinera. Unido a su situación de encrucijada entre Oriente, Egipto, Anatolia y el Egeo explica las diversas influencias que procedentes de Mesopotamia, el Asia Menor, Chipre, Creta, Rodas y Egipto se difundieron muy pronto entre su población.</span></div>
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<span class="s1"><b><i>Las riquezas naturales.</i></b></span></div>
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<span class="s1"><span class="Apple-tab-span"></span>En la franja costera central, con unos rendimientos agrícolas modestos, dada la limitada extensión de las tierras agrícolas, la explotación intensiva de los diversos recursos locales permitió desde comienzos del III milenio la aparición de las formas de vida urbana. El más apreciado lo constituía la madera de las cercanas montañas, particularmente los cedros, cuyo aprovechamiento se inicia en época muy temprana. Los primeros palacios, núcleo en torno al que se articula la ciudad, surgieron, más que de las rentas que podía proporcionar la agricultura, de la explotación de productos ganaderos, marítimos y forestales y de las manufacturas especializadas. Con la a lana de las ovejas se hacían tejidos que se teñían con diversas variedades de púrpura. </span></div>
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<span class="s1">La madera de los bosques del Líbano fue desde muy pronto uno de los principales recursos locales, además de una agricultura intensiva que dependía fundamentalmente de las lluvias, abundantes en la costa durante el invierno pero cada vez más escasas a partir de la primavera. </span>Además de las tierras de cultivo que proporcionaban trigo y cebada, hortalizas y frutales, como vid, olivo, higueras, sicomoros, palmeras datileras o granados, no eran escasas las tierras de pastos que alimentaban abundantes rebaños de cabras y ovejas. El cobre se extraía en el valle de La Bekaa, y el mar proporcionaba asimismo importantes recursos, pesca, sal y la púrpura con la se teñían telas de lana y de lino. El comercio, que los principales puertos como Biblos y Ugarit primero, y Sidón y Tiro más tarde, realizaban en todas direcciones, alcanzando Creta, Chipre, Siria del norte, Cilicia, Mesopotamia y Egipto, había sido desde muy pronto uno de los principales impulsores de la economía.</div>
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<b><i>La población.</i></b></div>
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<span class="s1">Las gentes que habitaban estas tierras eran de estirpe semita occidental y ya en la Antigüedad se les había atribuido orígenes diversos. Heródoto afirmaba que procedían del Mar Rojo, mientras que Estrabón y Plinio los hacían originarios del Golfo Pérsico. Filón de Biblos, en cambio, defendía su origen autóctono y los hallazgos arqueológicos han venido a darle la razón. Sobre esta población originaria se instalaron desde comienzos del segundo milenio a. C. los amoritas, semitas occidentales igualmente, aunque nómadas, que hablaban una lengua estrechamente emparentada con el cananeo. Luego elementos de origen hurrita e indoario habitaron a su vez en el país. Hacia el 1200 a.C. las invasiones de los “Pueblos del Mar” trajeron un pueblo nuevo con reminiscencias egeas, los <i>peleset </i>o filisteos que ocuparon la zona comprendida en torno a Ascalón y Gaza, a la que dieron su nombre, por lo que paso a denominarse Palestina, resultando finalmente absorvidos en el sustrato cultural del país. Más tarde, otros semitas, los arameos procedentes de las tierras interiores de Siria, aportaron también su contribución étnica y lingüística.</span></div>
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<span class="s1"><span class="Apple-tab-span"> </span>Los israelitas, instalados en el Canaán meridional durante el siglo XIII a. C. guerrearon con los filisteos hasta derrotarlos en un país que siguió siendo fenicio aún durante mucho tiempo. Palestina permaneció culturalmente vinculada al sustrato cananeo-fenicio, incluso mucho después de la constitución del reino de Israel, si bien los limites políticos resultaron alterados. En los territorios ocupados por filisteos e israelitas la lengua fenicia continuó hablándose durante siglos. No menos importante resultó la influencia religiosa y cultural.</span><br />
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<span class="s1"><b><i>Una identidad forjada en la Historia.</i></b></span></div>
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<span class="s1"><span class="Apple-tab-span"> </span>Existe una continuidad cultural e histórica entre Canaán y Fenicia, aunque las fronteras políticas y los límites geográficos oscilaron en el transcurso del tiempo. A lo largo de la Edad del Bronce, desde al 3500 al 1200 a. C. las tierras de Canaán abarcaban lo que luego fue Palestina así como la franja costera de Siria, con penetraciones hacia el interior. A partir de las conquistas de los faraones de la XVIII Dinastía el nombre de Canaán se aplicaba a una de las circunscripciones en que quedó dividido el territorio de Palestina bajo la administración egipcia, pero la cultura, la lengua y la religión de los cananeos se habia extendido mucho más allá, alcanzando, por el norte, Ugarit y Alalah en Siria y por el sur hasta más allá de Gaza.</span><br />
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<span class="s1">Ni Canaán ni Fenicia fueron nunca naciones políticamente unidas, pese a compartir una cultura común. Se hallaban fragmentadas en una serie de pequeños reinos, cuya capital solía ser una ciudad fortificada o un emplazamiento insular estratégico cercano a la costa, que eran autónomos e independientes entre sí. La abrupta topografía dificultaba las comunicaciones internas por lo que la navegación se convirtió desde muy pronto en la solución más sencilla, lo que despertó entre los habitantes de la franja litoral una temprana vocación marítima. Unido a su situación de encrucijada entre Oriente, Egipto, Anatolia y el Egeo, viene a explicar las diversas influencias que procedentes de Mesopotamia, el Asia Menor, Chipre, Creta, Rodas y Egipto se difundieron entre su población, principalmente entre la elite palatina de las ciudades.</span><br />
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<span class="s1">Con Ugarit destruida por los "Pueblos del Mar" Sidón, Arvad, y Tiro fueron las ciudades de la costa fenicia que reemplazaron, desde los inicios de la Edad del Hierro, el anterior protagonismo de los centros cananeos marítimos de la Edad del Bronce. Aunque no se sabe con exactitud en que medida fue afectada Biblos por la oleada destructora de fines del siglo XIII y comienzos del XII a. C, lo cierto es que su declive posterior parece obedecer también a la desaparición de los bosques cercanos, de cuya explotación y comercio se había beneficiado su economía desde muy antiguo. </span>El declive de Biblos y la parcial destrucción de Tiro fue compensado por el apogeo de Sidón durante los siglos XII y XI a. C, convertida en la ciudad más importante de Fenicia, capaz de emprender la reconstrucción y repoblación de esta última y de mantener un activo comercio, salida natural para los productos procedentes de la región de Damasco.</div>
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<span class="s1">BIBLIOGRAFIA</span></div>
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<span class="s1"><b></b></span><br /></div>
<div class="p3">
<span class="s1">AUBET, M.E., <i>Tiro y las colonias fenicias de Occidente, </i> Barcelona, 1994 (Crítica)</span><br />
<span class="s1"><br /></span></div>
<div class="p3">
<span class="s1">BAURAIN, C. y BONNET, C. <i>Les Phéniciens. Marins des trois continents, </i>Paris, 1992 (Armand Colin)</span><br />
<span class="s1"><br /></span></div>
<div class="p3">
<span class="s1">GARBINI, G. <i>I Fenici. Storia e religione, </i>Nápoles, 1980.</span><br />
<span class="s1"><br /></span></div>
<div class="p3">
<span class="s1">GRASS, M., ROUILLARD, P. y TEIXIDOR, J. <i>El universo fenicio, </i> Madrid, 1991.</span><br />
<span class="s1"><br /></span></div>
<div class="p3">
<span class="s1">HARDEN, D., <i>Los fenicios, </i> Barcelona, 1985 (Orbis)</span><br />
<span class="s1"><br /></span></div>
<div class="p3">
<span class="s1">MOSCATI, S., <i>Il mondo dei Fenici, </i>Milán, 1979.</span></div>
<span class="s1">
</span><br />
<div class="p3">
<span class="s1">- <i>L´enigma dei Fenici, </i>Milán, 1982.</span><br />
<span class="s1"><br /></span></div>
<div class="p3">
<span class="s1">WAGNER, C. G, Los fenicios, Madrid 1989 (Akal)</span></div>
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Carlos G. Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2419571850545814482.post-15110528129557620102012-05-12T20:19:00.004+02:002012-05-13T14:32:48.611+02:00Los dioses tirios<div style="text-align: justify;">
Entre los fenicios de la Edad del Hierro Ba‘al y Astarté, identificada desde entonces con la diosa Anat, hermana y consorte del primero, son los dos principios (masculino y femenino) de la vegetación y la fecundidad. Uno de los dioses más importantes y conocidos del reino de Tiro era Melkart (literalmente el “Rey de la ciudad”) que no es sino la advocación local del Ba‘al de Tiro. Se trata del dios protector de la ciudad de Tiro y como tal su culto habría sido instaurado en el siglo X a. C. por Hiram I como colofón de una reforma religiosa que pretendía, seguramente, acentuar la identidad e independencia de Tiro frente a Sidón. Era al mismo tiempo un dios ctónico, solar y marino, protector de las empresas comerciales, que terminó sincretizándose con el Heracles griego. La antigüedad del templo del Melkart de Tiro está avalada por un texto de Herodoto (II, 44) que, en el curso de sus viajes, visitó la ciudad y preguntó a sus sacerdotes al respecto. Estos le dijeron que la construcción del templo se remontaba a 2300 años atrás, cuando se fundó la ciudad, lo que nos lleva al 2750 a. C, fecha que ha sido en gran medida confirmada por las excavaciones arqueológicas, si bien diversas tradiciones recogidas por fuentes tardías sostienen que el templo más antiguo de Melkart se encontraba, no en la isla de Tiro, sino en tierra firme, en la, así llamada, “PaleoTiro”, la Ushu de los textos asirios. <br />
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En el panteón de Tiro, y allí donde este aparece representado por causa de la expansión marítima y la colonización, Melkart aparece siempre vinculado con Astarté. No obstante, a pesar de la importancia que adquiere su culto desde el reinado de Hiram I, Melkart no había ascendido aún a lo más alto del panteón tirio. A la cabeza de éste, como ocurría también en Sidón, se encontraba originariamente Ba‘al Shamen, y como tal es mencionado en primer lugar en el tratado concluido en torno al 675 a. C. entre el monarca asirio Asarhadón y el rey Baal de Tiro. Lo mismo puede deducirse del hecho, narrado por Flavio Josefo, de la importancia de su templo en Tiro. Así, cuando Hiram I ordenó demoler los antiguos templos para construir otros mejores solamente respetó uno, aquel dedicado a Ba‘al Shamen. <br />
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Ba‘al Shamen “Señor del Cielo” en lugares como Biblos o Tiro llegó a ocupar el puesto más alto del panteón, y sin embargo no sabemos si se trata de un aspecto más del dios de la tormenta o de una divinidad celeste específica, si bien algunos estudiosos reconocen en él a Elyon, antiguo jefe del panteón cananeo, al que distinguen de El, la máxima divinidad en Ugarit, y que en un cierto momento llegaría a usurpar las prerrogativas del dios Elyon. En los textos bíblicos, no obstante se menciona a una divinidad conocida como El Elyon al que el libro del Génesis se refiere como “el hacedor de cielos y Tierra”. Filón de Biblos cuenta que era denominado “el altísimo” entre los dioses de Fenicia, mientras que una inscripción aramea de mediados del siglo VIII a. C. alude a un tratado concluido en presencia de El y Elyon, lo que parece estar indicando que se trata de divinidades distintas.<br />
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Ba‘al Shamen es mencionado es muchas inscripciones fenicias y también arameas. Filón de Biblos afirma que los primeros seres vivientes sobre la tierra, en tiempos de sequía, alzaban sus manos hacia el sol, al que consideraban como único dios, señor del cielo, llamándole Beelsamen, que es el mismo que el Zeus de los griegos; ya que en época helenística Zeus había terminado por sincretizarse con el sol. A menudo aparece en las inscripciones asociado a otros dioses celestes o al dios de la tormenta y fue venerado en toda Siria aún en época helenística y romana. En Palmira, donde se conserva su magnífico templo, era especialmente conocido como dios dadivoso y benévolo.<br />
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Astarté, a menudo identificada por los fenicios de la Edad del Hierro con Anat la hermana y consorte de Ba‘al, era la diosa cananeo-fenicia de la fecundidad y el amor, pero también de la justicia y el derecho, y ocupaba un lugar de privilegio en el panteón común. Su nombre, una forma femenina de un teónimo que designa una divinidad estelar, se documenta desde el tercer milenio a. C. en Ebla y Mari, por lo que la podemos considerar como una gran diosa semítico/occidental. Se la relacionaba muy estrechamente con la estrella de la mañana, el planeta Venus, y como otras grandes divinidades orientales recibía el epíteto de "Reina de los Cielos". <br />
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Se trata de una divinidad femenina, similar a la Isthar mesooptámica, que fue venerada en Sidón, donde compartía templo con Eshmún y los reyes se jactaban de ejercer su sumo sacerdocio, en Sarepta y Tiro, en donde llegó a convertirse en una divinidad dinástica al lado de Melkart, así como en Chipre, Ascalón, Eryx, Delos Cartago y en muchos otros lugares del Mediterráneo y el N. de Africa. En Biblos se la conocía como Ba‘alat (“Señora”) y aún en época romana se le rendía culto bajo la forma de Afrodita. Tampoco fue desconocida en Egipto, donde se la solía identificar con Isis y Hathor y en donde los propios fenicios habían construido un santuario de la diosa en Menfis, según nos cuenta Herodoto.<br />
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Originariamente poseía connotaciones guerreras como sugieren sus advocaciones como “Astarté del combate” y “Astarté de la destrucción”. También era protectora de los navegantes y a este título se la conocía como “Astarté del mar”. Conocida por los egipcios, que parecen haber traducido algunos de sus mitos, es frecuentemente mencionada en los rituales de Ugarit, donde a veces se la asocia a Anat, con la que comparte una belleza sin par y el amor por la guerra, y, sin embargo, ocupa un lugar secundario en sus textos mitológicos. Su iconografía era variada pero solía representársela como una diosa desnuda sentada sobre un león o un caballo.<br />
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Como diosa celeste, uno de los muchos aspectos de su variado y rico carácter polifacético, Astarté poseía la facultad de interpretar los astros por medio de la adivinación, lo que la relaciona muy estrechamente, igual que a Tanit en Cartago, con <i>Dea Caelestis</i>, la Venus Marina romana. Este arte adivinatoria parece haber utilizado en sus templos la cieromancia o sistema de suertes, un método muy difundido en las culturas arcaicas y que llegó a alcanzar mucho éxito en el mundo romano.<br />
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En su aspecto de diosa de la fertilidad, Astarté aparece vinculada con prácticas rituales como la prostitución sagrada, asociada a danzas frenéticas, que también tenían lugar en las celebraciones de los funerales de Adón, así como a prácticas adivinatorias y proféticas, tanto en el contexto cananeo como en el fenicio y púnico y más tardíamente bajo la forma romana de <i>Juno Caelestis</i>. En estos rituales de desempeñaban un papel primordial los <i>klbm</i>, hieródulos de la diosa, que, víctimas de un delirio religioso, entraban en estado de trance y revelaban las intenciones divinas. <br />
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Peor informados estamos respecto al culto oracular a la diosa en cuevas o grutas, generalmente en lugares costeros o próximos al mar, que llegó hasta el otro extremo del mundo, más allá de las Columnas de Melkart, muy cerca de Gadir, la vieja ciudad fenicia fundada por los tirios y en la que, por otra parte, los rituales de la prostitución sagrada perecen haber tenido alguna relación con las celebres <i>puellae gaditanae</i>, jóvenes bailarinas de reputada fama. Aquí, y en otros sitios similares, marinos y comerciantes requerirían el oráculo de la diosa antes de emprender viaje dejando una ofrenda a cambio -pequeñas ánforas, quema-perfumes, terracotas- que en muchos casos han sido rescatadas por los arqueólogos. <br />
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Así pues, la tríada divina en la ciudad de Tiro estaría formada en un principio por Ba‘al Shamen, Astarté y Melkart, que posteriormente habría de convertirse en la divinidad más importante de los tirios en gran parte debido a la fama que le proporcionó la dispersión de sus santuarios por el Mediterráneo. Aún en plena época romana el ritual y el culto que se desarrollaba en el santuario de Hércules (Melkart) en Gades y en el de Afrodita (Astarté) en Biblos era típicamente oriental y estaba lleno de elementos arcaizantes, mientras que la prostitución sagrada siguió practicándose en Sicca Veneria y en otros lugares del norte de Africa.</div>
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BIBLIOGRAFÍA</div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
BLAZQUEZ, J. M., <i>Dioses, mitos y rituales de los semitas occidentales en la Antigüedad</i>, Madrid, 2001 (Ediciones Cristiandad).</div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
BORDREUIL P., “Astarté, la dame de Byblos”, <i>Comptes-rendus des séances de l'Académie des Inscriptions et Belles-Lettres</i>, 1998, 142, 4, pp. 1153-1164.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
BRANDEN, A. Van Den, “La Triade phénicienne”, <i>Biblia e Oriente</i>, 127, 1981, pp. 35-63.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
CLIFFORD, R.J., "Phoenician Religion", <i>BASOR</i>, 279, 1990, pp. 55-64.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
DU MESNIL, Du B., “Origine et évolution du panthéon de Tyr”, <i>Revue de l`histoire des religions</i>, 164, 2, 1963, pp. 133-163.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
RIBICHINI, S., “Al servizio di Astarte. Ierodulia e portituzione sacra nei culti fenici e punici”, <i>II Congreso Internacional del mundo púnico</i>, Cartagena, 2000, pp. 55-68.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
SERVAIS-SOYEZ, B., “La triade phénicienne aux époques hellénistique et romaine”, Studia Phoenicia, IV. <i>Religio Phoenicia</i>, Narmur, 1986, pp. 348-360.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br />
WAGNER; C. G., La religión fenicia, Madrid, 2001 (Ediciones del Orto).<br />
<br />
<br /></div>Carlos G. Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2419571850545814482.post-62896056016099094742012-04-05T13:19:00.014+02:002014-12-29T20:47:10.954+01:00Los fenicios en Chipre y en el Egeo<div style="text-align: justify;">
<span style="text-align: justify;">Chipre, que había desempeñado durante buena parte de la Edad del Bronce, un papel de primer orden por su posición geoestratégica y la importancia de sus minas de cobre, se convirtió, aún antes de comienzos del primer milenio, en el intermediario obligado entre Oriente, Creta y Occidente.. Los objetos de procedencia chipriota y oriental abundan en la isla de Minos durante la “Edad Oscura” que siguió a la desaparición de la sociedad micénica, prueba de que las relaciones entre las dos islas no habían quedado interrumpidas. Sidón, Arvad, y Tiro fueron las ciudades de la costa que reemplazaron, desde los inicios de la Edad del Hierro, el anterior protagonismo de los centros cananeos marítimos de la Edad del Bronce, como Biblos y Ugarit.</span>
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Kitión fue la ciudad más importante de la isla. Destruida durante la primera mitad del siglo XI a. C. fue reconstruida y ya a comienzos del siguiente siglo pasó a estar sometida a los reyes de Tiro. La arqueología detecta la presencia fenicia en la ciudad desde mediados del siglo IX a. C., pero sin duda la frecuentación debió ser bastante anterior. Los arqueólogos han descubierto diversos templos dedicados a Melkart y Astarté, diosa fenicia de la fecundidad y el amor, pero también de la justicia y el derecho que ocupaba un lugar de privilegio en el panteón común de los fenicios, protectora además de los navegantes. En la vecina Idalion se ha documentado la existencia de dos acrópolis con templos consagrados a Astarté y Anat, hermana y esposa de Baal, que era a la vez diosa del amor y del combate y considerada la mensajera de los dioses, y un palacio construido en la terraza occidental de la ciudad.<br />
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEho_QixEJGkJyWwnaNL4mLNJHu0HluA4fUJ-ANgKmSEimfklYl0YxHO9Z61ZpjtPl5RVrLbH3AFqOXzjq5PTadzez46HDaMefX56A-aRF8ReKoTiBTUhSjcClSzg2jPAlGhzsCdOQJ9EXs/s1600/Asentamientos+fenicios+en+Chipre.jpg"><img alt="" border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEho_QixEJGkJyWwnaNL4mLNJHu0HluA4fUJ-ANgKmSEimfklYl0YxHO9Z61ZpjtPl5RVrLbH3AFqOXzjq5PTadzez46HDaMefX56A-aRF8ReKoTiBTUhSjcClSzg2jPAlGhzsCdOQJ9EXs/s400/Asentamientos+fenicios+en+Chipre.jpg" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5727946831469591922" style="display: block; height: 327px; margin: 0px auto 10px; text-align: center; width: 449px;" /></a></div>
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En Tamassos, próxima a las minas de cobre, se erigió un santuario consagrado a Baal-Hammón. En Amathonte, también cercana a las minas, se han encontrado restos de un acrópois de comienzos de la época arcaica con un santuario de Astarté y vestigios de un puerto interior. Pafos fue famosa ya en la Antigüedad por su santuario de Astarté/Afrofita. Una vieja leyenda recuerda a Kyniras, emperentado con la casa real de Biblos, fundador de una disnastía de reyes sacerdotes y padre de Adonis, nombre helenizado de una divinidad oriental a la que se veneraba en Biblos y otros lugares de Fenicia y cuyo culto fue asimilado por los griegos. Otra hace de Pigmalión, nombre helenizado de Pumay, divinidad chipriota, amante de la diosa Astarté/Afrodita. Otros lugares de la isla donde se asentaron los fenicios fueron Salamina, Lapitos y Larnaka.<br />
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<span style="font-weight: bold;">La Qarthadasth chipriota.</span><br />
El nombre de Qarthadast, famoso por la ciudad fundada por los fenicios de Tiro en el litoral tunecino, significa “ciudad nueva”, lo que comúnmente se ha interpretado por oposición o contraste con la metrópolis de Fenicia. Y existen, al menos, otras tres Qarthadast en el Mediterráneo antiguo. Son las Qarthadast de Chipre, de Cerdeña y de la Península Ibérica. Esta palabra semita fue traducida como Karchedón por los griegos y Carthago en lengua latina, si bien se discute la forma en que ambas derivaron del nombre fenicio original. El sentido del mismo no quedó, sin embargo, oculto como revelan los testimonios antiguos. Así, Servio (<span style="font-style: italic;">In Aen.,</span><span style="font-style: italic;"> </span> I, 363) afirma que “Cartago es en lengua púnica nueva ciudad, como dice Livio”, y Solino (<span style="font-style: italic;">Coll. rer, mem.</span>, 27, 10): “Cartago significa en púnico ciudad nueva”. A este respecto, una relectura atenta del relato de Justino (XVIII, 4, ss) nos aporta el sentido de “refundación”, de ciudad renovada o restaurada, lo que significa una ciudad nueva al lado de otra de fundación más antigua.<br />
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La Qarthadast chipriota, conocida por las famosas dedicatorias al Baal del Líbano de las inscripciones fenicias sobre copas de bronce, fechadas en siglo VIII a. C., -cuyo hallazgo originario en Limassol ha sido más tarde discutido para proponer su procedencia de Phassoula, 10 km al norte de la anterior y donde se conoce la existencia de un santuario al Zeus Libranios-, así como por las inscripciones neoasirias de Asarhadon y Assurbanipal que mencionan los tributos de los reyes de Chipre, ha sido identificada con Kition y Amathonte, que no figuran en las listas asirias de tributos, y también con la misma Limassol.<br />
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Todo ello ha generado una muy amplia bibliografía que desgraciadamente no es posible reproducir aquí, siquiera sintéticamente, Pero, como muy acertadamente ha señalado, entre otros, E. Lipinski, la ausencia de un rey de Kition en las referidas inscripciones asirias se explica fácilmente ya que la ciudad estaba por aquel entonces sometida directamente al monarca de Tiro, según menciona Flavio Josefo que recoge un testimonio de Menandro de Efeso. Por lo demás, una inscripción fenicia de época clásica procedente del templo de Astarté en Kitión menciona a un tal Abdoubasti “el cartaginés”, señalando así de forma implícita su procedencia de Qarthadast, por lo que esta no puede en ningún modo ser Kition, cuyo nombre aparece también en la misma inscripción.<br />
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Descartada Kitión, quedan en liza Amathonte y Limassol, separadas apenas por diez km de distancia. Como ha señalado A. Hermary, los argumentos en favor de Limassol se basan exclusivamente en el nombre de “Neápolis” que recibe en el siglo IV d. C. Por el contrario Amathonte, renombrada por su santuario de Adonis y uno de cuyos reyes lleva el nombre de “Du-mu-ú-si”en las inscripciones asirias (es bien conocida la relación entre este antropónimo y Tammuz/Adonis) parece mucho mejor candidata, no solo por su carácter de ciudad floreciente, de la que destacaron los santuarios de Adonis y Afrodita, en contraste con el pequeño enclave de Limassol, sino también porque existen indicios de una refundación fenicia en la primera mitad del siglo VIII a. C. sobre un pequeño establecimiento eteochipriota más antiguo. En época arcaica la ciudad, que comprendía una acrópolis y una “ciudad baja”, estaba completamente rodeada de murallas y conoció un periodo de gran prosperidad y desarrollo durante los siglos VIII-VII a. C.. Las excavaciones arqueológicas, pacientemente desarrolladas a lo largo de muchos años, han sacado a la luz, por otra parte, importantes restos de grandes construcciones que alcanzan el periodo helenístico y romano, palacio, templos, muralla y puerto. Por consiguiente, parece responder mejor que la pequeña villa de Limassol a la sede de un gobernador, “servidor de Hirám, rey de los sidonios”, que en el siglo VIII a. C. hace una dedicatoria al Baal del Líbano.<br />
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<span style="font-weight: bold;">Los fenicios en el Egeo.</span><br />
No es posible ignorar el contenido de muchos mitos y leyendas griegas que hablan de una antigua presencia de los fenicios en Grecia y el Egeo. En la Antigüedad algunos historiadores, como Herodoto o Pausanias, atribuyeron a los fenicios la construcción de un santuario de Melkart en la isla de Tasos, en el Egeo septentrional, frente a las costas de Tracia, isla que fue colonizada por los fenicios que explotaron sus minas.<br />
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<span style="color: #999900;">“Los de Tasos, que proceden de los fenicios que con Taso hijo de Agénor partieron de Tiro y de toda Fenicia en busca de Europa, ofrecieron en Olimpia un Hércules cuya base es, como la misma estatua, de bronce. La altura de la estatua es de diez codos, tiene la clava en la mano derecha y en la izquierda el arco. He oído que en Tasos veneraban al mismo Heracles que los tirios, pero que al unirse a los griegos rindieron también culto a Heracles hijo de Anfitrión</span>”. Pausanias, V, 25, 12.<br />
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El mismo Herodoto recoge la leyenda de Cadmo, mítico rey de Tiro que andaba a la búsqueda de su hermana Europa que había sido raptada por Zeus y que con un grupo de fenicios se estableció en el territorio de Beocia donde, al parecer, habían introducido el culto a Dionisos. En otra ocasión el mismo autor narra la fundación del más antiguo oráculo de Grecia, el de Zeus en Dodona, por una sacerdotisa egipcia del templo de Amón en Tebas, que fue raptada y conducida a la Hélade por unos fenicios. Otras leyendas, que en este caso recoge Ateneo, hablan del establecimiento de los fenicios en la isla de Rodas en tiempos de la Guerra de Troya, donde habrían sido llevados por su príncipe Falanto y luego expulsados por Iflico, jefe de los invasores dorios. En Creta, la ciudad de ltanos, es considerada tradicionalmente como una fundación fenicia y otras tradiciones recordadas por los griegos de época clásica evocaban la temprana colonización por los fenicios de Citera, Melos, Tera, Corinto y otros lugares de la Hélade.<br />
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En Creta, en el santuario de la llamada Gruta de Zeus en el monte Ida se ha descubierto un depósito de ofrendas fenicias, compuesto de escudos, copas de bronce, marfiles y piezas de fayensa, entre otros objetos, fechados en el siglo VIII a. C., que hace pensar en la existencia de un taller fenicio en la isla. Más antiguos son los hallazgos procedentes de Kommos, puerto meridional de la isla frecuentado por gentes de procedencia diversa, en el que se ha documentado una capilla con tres betilos dentro de un santuario datable a finales del siglo IX a. C. Tumbas de artesanos y orfebres se han encontrado en una necrópolis cerca de Knosos, y en también en la isla de Rodas donde al parecer funcionaba otro taller fenicio. En la isla de Eubea, en el sitio de Lefkandi aperecen, desde finales del siglo IX a. C., joyas de oro, objetos de fayenza, cuentas de piedras semipreciosas que sin duda han sido traidos, sino hechos, por los fenicios. Se han descubierto marfiles orientales en Samos, Esmirna, Eritras, Atenas, Rodas y la misma Creta que en su mayor parte se pueden fechar desde finales del siglo IX y mediados del VIII a. C. Algunos ejemplares revelan, como en Atenas, la presencia de un artesano extranjero establecido en la ciudad.<br />
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Los propios griegos de épocas posteriores estaban convencidos de que los fenicios habían residido entre ellos en tiempos muy antiguos en diversos lugares de Grecia. A una famosa estirpe de atenienses, los Gefireos, se les atribuía incluso un origen fenicio. También atribuían a esta presencia fenicia el conocimiento del alfabeto que, en efecto, deriba del fenicio, así como una serie de cultos, misterios y oráculos que pasaron a formar parte de su religión. También rcordaban como los fenicios habían fundado un santuario de Astarté/Afrodita en el que fue próspero emporio comercial de Citera y un templo de Melkart, al que ellos llamaban el Herácles tirio, en la localidad de Tespias.<br />
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<span style="font-weight: bold;">Fenicios y eubeos.</span><br />
Los hallazgos de objetos traídos por los fenicios en Atenas y la vecina isla de Eubea nos sitúan en el contexto en el que algunas poblaciones griegas emprendedoras retomaron la iniciativa de los viajes marítimos, con fines comerciales. Un poco antes del 800 a. C. los eubeos, animados seguramente por su experiencia de contactos previos con los fenicios, comenzaron a navegar hacia las costas de Siria, estableciéndose en pequeños grupos en sitios como Al Mina, junto a la desembocadura del Orontes y frecuentado por otros comerciantes orientales, o Tell Sukas, que al parecer ya había sido visitado por los micénicos, que también habían frecuentado otros lugares de aquella costa. Hacia el 775 a. C. los eubeos se establecieron en Pitecusa, a la que también acuden fenicios, en la isla de Isquia, frente a la costa occidental del sur de Italia. La búsqueda de metales, escasos en la propia Grecia, y de lujosas manufacturas para consumo de las aristocracias griegas del incipiente arcaísmo, parecen haber constituido el móvil más plausible de estas navegaciones. Esta misma presencia eubea ha sido detectada gracias a las investigaciones arqueológicas en la Cartago de los primeros tiempos y, en fechas aún más antiguas, en el recién descubierto emporio precolonial de Huelva, donde tambien comvivieron con sardos y fenicios.<br />
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<span style="font-weight: bold;">BIBLIOGRAFÍA</span><br />
<br />
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<br /></div>
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<br /></div>Carlos G. Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2419571850545814482.post-15189418135894120742011-05-21T20:04:00.000+02:002012-05-22T12:26:53.230+02:00Colonialismo y explotacion<div style="text-align: justify;"><span style="font-weight: bold;">Reflexiones para un debate sobre algunos argumentos de la Arqueología Postcolonial.</span><br /><br />La presencia fenicia en la Península Ibérica se ha venido caracterizando como un fenómeno histórico de signo positivo, tanto para los colonizadores como para las poblaciones autóctonas peninsulares que entraron en contacto con ellos. Apenas se habla del conflicto o de violencia como factores cruciales de dicha presencia y se suele excluir o silenciar cualquier tipo de explotación económica. Pero ¿son estas las circunstancias en que transcurre un proceso colonialista?. Probablemente no. Tal vez por ello, últimamente se tiende a eliminar la colonización (y el colonialismo), como un rasgo propio de los colonos fenicios o griegos establecidos en ella, subrayando sobre todo el destacado papel que adquiriría la aculturación y la interacción entre los dos mundos en contacto.<br /><br />La arqueología postcolonial, nacida como el resto de la arqueología postprocesual de la crítica del procesualismo con su deshumanización de las ciencias sociales así como del contexto filosófico postmoderno, parecía abocada a aportar interesantes soluciones, pero finalmente no ha sido así, no tanto por la necesaria crítica a las arqueologías procesuales cuanto por su excesiva dependencia del pensamiento postmoderno. Como se ha dicho, aunque el objetivo de la arqueología postcolonial es reconocer y caracterizar la diferencia, al llamar la atención sobre ella en la literatura occidental y pedir respeto para ella se la está incluyendo en la lógica hegemónica desde la que se actúa, preservando así una apariencia de diferencia ya que la auténtica y profunda queda absorvida y neutralizada al no poder ser descrita desde nuestro discurso (Hernando Gonzalo, 2005: 231). Y no deja de tener su aquel que se defiendan identidades esenciales (las de la difrencia) desde la postura anti-esencialista del postmodernismo.<br /><br />Es este esencialismo el responsable, se quiera o no, de determinadas interpretaciones sobre la presencia de ciertos artefactos autóctonos dentro de un asentamiento fenicio, como ocurre, por ejemplo en el Cerro del Villar. La presencia de cerámica de cocina elaborada a mano de tradición local y su no segregación espacial del conjunto de las cerámicas fenicias ha sido interpretada como una prueba evidente de una relativamente convivencia entre autóctonos y fenicios en el seno de aquella colonia. Pero caben otras posibilidades, como que los fenicios se unan mujeres autóctonas siguiendo el esquema colonial típico en estos contextos, o aún que se trate de fuerza de trabajo local al servicio de los colonizadores. La presencia de cerámicas similares, aunque en menor proporción, en lugares más apartados como algunos enclaves portugueses, Lixus y la misma Cartago invita más bien a sospechar esto último. Claro que entonces tendríamos que hablar de relaciones de dependencia en el ámbito colonial.<br /><br />De acuerdo con el esquema de las economias de bienes de prestigio (M. Krueger, 2008), los colonizadores distribuirían entre las elites locales, toda una serie de productos suntuarios, manufacturados casi exclusivamente en el contexto colonial, a fin de reforzar una muy necesaria colaboración entre ambos grupos. Todo ello nos muestra un procedimiento típicamente colonialista en el que los colonizadores proporcionan a las mencionadas elites objetos de prestigio y de poder, como ocurre también con las elites atlánticas con las que compiten los nuevos mecanismos identitarios integrados ya en la esfera del poder colonial, pero sin que se realice nunca una trasferencia tecnológica que garantice en este ni en ningún otro ámbito la independencia de aquellas. ¿Negociación o sumisión? a cambio de participar de ciertas ventajas del impuesto sistema colonialista.<br /><br />Ya que la explotación económica en unos sistemas colonialistas como fueron aquellos se efectua en gran parte por medio del llamado "intercambio desigual", resulta, cuanto menos chocante, la resistencia de los arqueólogos postcoloniales a admitir la desigualdad de los intercambios. Argumentan, en este sentido, que una política continuada de pactos y negociaciones constituyó la principal estrategia colonial por ambas partes y que el valor de uso de las manufacuras proporcionadas por los colonizadores entre los autóctonos no tenía porque equivaler a su valor de cambio, ya que gozaban de una alta estimación entre los ellos, lo que equivale en la práctica a no haber comprendido la mecánica del intercambio desigual.<br /><br />En realidad, no se trata solo del valor de uso o del valor de cambio, y de como eran distintamente apreciados por unos y otros, sino del coste social de producción de lo que se intercambiaba, que es de donde proceden, de las diferencias en costes sociales de producción, los beneficios que obtienen los colonizadores mediante este intercambio. Por otra parte, y precisamente por ello, se produce una sobre-explotación del trabajo con el fin de satisfacer la demanda colonial, que se articula en la transferencia entre sectores económicos que funcionan sobre la base de relaciones de producción diferentes.<br /><br />El entramado colonialista es por tanto mucho más amplio y complejo y va más allá que una política colonial de pactos y alianzas con las élites locales, con cuyo reforzamiento político consiguen los colonizadores que les sea reclutada la fuerza de trabajo necesaria y que, una vez movilizada, sea conducida por las propias elites hacia las actividades de interés para ellos. Al mismo tiempo es necesario preservar las condiciones locales de la reproducción de la fuerza de trabajo, que, sin embargo, resultarán, a la larga, modificadas, en buena medida, debido a la sobre-explotación a que es sometida.<br /><br />Argumentar que en el S.O peninsular no se puede hablar estrictamente de colonialismo, pues a diferencia de lo que ocurre en la costa mediterránea, aquí las elites autóctonas se dotan y se hacen visibles a través de estructuras y rituales de prestigio (principalmente funerario), como podrían ser las tumbas "principescas" de la necrópolis de La Joya (Huelva), tiene casi tanto sentido como concluir que, finalmente, el imperio británico no debió haber implantado ningún tipo de sistema colonialista en India en vista de la pervivencia de los palacios de los señores locales. Seguramente, a la vista de la evidencia arqueológica, las elites locales del S.O. peninsular acumularon más elementos de prestigio que sus homólogas de la costa mediterránea, pero ¿realmente eso les dotaba de una mayor posición de fuerza de cara a la negociación?. Si tenemos en cuenta que la mayor parte de esos elementos de pretigio proceden del entorno colonial, parece bastante dudoso.<br /><br />Por otra parte, como ha sido muy bien observado (Moreno Arrastio, 2001:113), desde nuestra preocupación actual en los mecanismos que evitan los conflictos, preferimos ignorar que en muchas ocasiones la existencia de pactos no es tanto un recurso que asegure la convivencia, cuanto una amplia precaución, una respuesta adaptativa del grupo que se sabe débil en el contexto del contacto colonial. Pensar que los autóctonos posiblemente no se sentían engañados ni explotados porque necesitaban los productos que les proporcionaban los colonizadores para garantizar y fortalecer sus propias estructuras sociales equivale a decir que si no eres consciente del engaño (y de la explotación) es como si no fueses engañado (y explotado). ¿Realmente están seguros de eso los arqueólogos postcoloniales?.<br /><br />¿Quienes así argumentan son verdaderamente conscientes de lo que están diciendo?. Su preocupación por el papel activo que desempeñaron los autóctonos y el no querer verlos como simples comparsas (lo cual es un rasgo positivo de la arqueología postcolonial) les ha jugado en esta ocasión una mala pasada y convierte a aquellos en alienados, a su pesar, dentro del proceso colonialista. Transferir la explotación a las elites autóctonas dejándo a los colonizadores libres de responsabilidad en esto, no puede resultar, por otro lado, más simplista y, al mismo tiempo, irreal, y, por tanto, ahistórico. Si algo sabemos con bastante certeza es el carácter sombrío del colonialismo y sus formas de explotación de las que no se puede desligar en modo alguno a los colonizadores (Moreno Arrastio, 2008). El relativismo y subjetivismo postmodernos no hacen sino convertir la explotación colonialista en una carícatura de si misma, haciéndole un muy flaco favor a sus víctimas, precisamente a las que los arqueólogos postcoloniales dicen identificar y defender.<br /><br /><br /><span style="font-weight: bold;">BIBLIOGRAFIA</span><br />AUBET, M. E. (2005), “El “orientalizante”: un fenómeno de contacto entre sociedades desiguales”, ”, en S. Celestino y J. (eds.), <span style="font-style: italic;">El periodo orientalizante. 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Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2419571850545814482.post-60666394499039810212009-06-04T19:33:00.009+02:002009-06-14T18:28:07.493+02:00Antes de Hiram I: los comienzos de la expansión tiria<div style="text-align: justify;">Según una noticia trasmitida por Justino (XVIII, 3, 5) Tiro habría sido fundada por los sidonios en lucha contra las gentes de Ascalón un año antes del saqueo de Troya. Flavio Josefo, (<span style="font-style: italic;">Ant Iud</span>., VIII, 61) sin entrar en las causas, también nos aporta una fecha muy similar. Pero puesto que no hay evidencias arqueológicas de una destrucción de la ciudad por aquellas fechas y sin embargo está bien documentada la hostilidad entre Sidón y Tiro en el periodo histórico precedente, tal vez se trate del eco de un enésimo conflicto en la rivalidad de las dos ciudades, o como quiere J. B. Tsirkin de una presencia de refugiados sidonios en Tiro que haya terminado por ser interpretada como una “fundación”.<br /><br />Las relaciones entre Tiro y Sidón, que había desarrollado durante el último periodo del Bronce Final una política de expansión territorial, en perjuicio, entre otros, de los tirios que perdieron su control sobre Usu, y un activo comercio terrestre, además de marítimo en toda la región parecen haber sido, por consiguiente, bastante problemáticas, como ha quedado reflejado también en la mitología.<br /><br />Como en muchos otros lugares de Mediterráneo Oriental, el colapso del sistema comercial regional a finales del siglo XIII a. C. supuso la interrupción de los contactos marítimos de las ciudades costeras de Fenicia con el Egeo y otras regiones del Mediterráneo. No esta claro hasta que punto algunas de ellas pudieron resultar afectadas por la ola de destrucción que sacudió toda la zona , pero, en cualquier caso, las que escaparon a la devastación, como parece haber sido el caso de Tiro, que sin embargo muestra una disminución drástica de las importaciones entre el 1200 y el 1050 a. C., mantuvieron, pese a todo, su actividad comercial con Chipre y Egipto .<br /><br />De acuerdo con M.E. Aubet, la evidencia arqueológica señala claramente que desde el siglo XI a. C. Tiro está asumiendo un papel importante en el control del comercio marítimo interregional. La reestructuración de las estrategias de la producción, que se percibe en la aparición de una zona dedicada al trabajo de la cerámica, joyería y textiles, orientada ahora a la manufactura de bienes de intercambio, coincide con la presencia de las primeras importaciones procedentes de Chipre, Grecia y Egipto, lo que indica una recuperación del comercio a larga distancia .<br /><br />Tal vez por ello debamos preguntarnos si, a la recíproca, esto no significaría una cada vez más activa presencia de los fenicios de Tiro en aquellos lugares que como Paleopaphos, Amathonte y Salamis en Chipre, Lefkandi en Eubea, la necrópolis de Tekke en Knossos o el templo A de Kommos, ambos en Creta , manifiestan la llegada de importaciones y de personas desde el siglo XI y durante el siglo X a. C. procedentes de un contexto claramente fenicio.<br /><br />Ya que la cerámica de Eubea en este periodo solo aparece en Tiro y que Hiram I tiene que sofocar una insurección de una colonia en Chipre, parece bastante lógico considerar que son los fenicios de Tiro los principales impulsores de todas estas actividades. Todo ello viene a encajar bastante bien con una política de expansión tiria que se inagura, según una de las más acreditadas tradiciones del Próximo Oriente, con la conquista simbólica de los confines del mundo, representada por la llegada de los fenicios de Tiro a Gadir, Lixus y Utica en torno al 1100 a. C.<br /><br />No más tarde de mediados del siglo XII a. C. comenzaron los intentos por reconstruir una red comercial de gran alcance en el Mediterráneo en la que los tirios tomaron la delantera a los gebalitas y sidonios, y que culminan con la llegada al lejano Occidente a finales del siglo XII, comienzos del XI a.C.<br /><br />Por otra parte, las investigaciones arqueológicas muestran como Tiro inicia, desde mediados del siglo XI a. C. una expansión territorial hacia la fértil llanura costera de la región de Akko y Monte Carmelo, a unos 45 km al sur de la ciudad, destruyendo algunos asentamientos ocupados por los “pueblos del mar” como Dor y probablemente Akko, y ocupando otros sitios como Achziv, Tell Abu Hawam, Tell Keisan, Kabul, Shikmona, Tell Mevorakh, Tell Qasile y Tell Michal. De esta forma, Tiro se hace con el control de lugares no solo costeros sino situados algunos también sobre las colinas de la Baja Galilea, bastante tiempo antes de la supuesta compra a Salomón de las “tierras del país de Kabul”, denominación administrativa del territorio de la tribu de Asher en Galilea, con lo que se quiebra la imagen que teníamos del auge de Tiro como ciudad pacífica que logra sus objetivos mediante la diplomacia y el comercio.<br /><br />Los niveles de destrucción en lugares como Dor y Akko revelan una estrategia claramente violenta y coercitiva, dirigida no solo a dominar la entera franja costera entre Tiro y Monte Carmelo, sino también a apoderarse de una región clave para el desarrollo agrícola y el control de las rutas terrestres. Asímismo, una serie de fortificaciones en la Alta Galilea, con claros paralelos fenicios en otros lugares de Oriente, está sugiriendo un ambiente de pugna por el control de estos territorios. Si nos atenemos a la información bíblica, una parte de aquellas tierras en las que moraban las gentes de la tribu de Asher, debió, por consiguiente, haber escapado al control de Tiro después de su anexión en la segunda mitad del siglo XI a. C., tal vez por obra de las conquistas de David , que sin embargo parece haber sido aliado también del monarca de Tiro, según Flavio Josefo, por lo que Hiram I estaría después interesado en su adquisición, dada su importancia agrícola, y habría decidido finalmente comprarlas a Salomón.<br /><br />No obstante, si las recientes propuestas sobre la dimensión más modesta del reino de Israel por aquella época, que rebajan considerablemente el poder ejercido por David y Salomón y el alcance de sus conquitas, resultan creibles, Hiram se convierte, siguiendo el modelo del periodo histórico precedente, en un rey poderoso que mantriene tratos y realciones desiguales con otros príncipes y monarcas de la región, y la noticia sobre la pretendida compra del país de Kabul no estaría sino ocultando la exigencia del soberano de Tiro de un control total sobre unas tierras en las que, desde su anexión por los fenicios, habitaban también gentes israelitas. Como justamente ha señalado F. López Pardo: “Hiram no parece ser el artífice de una incipiente expansión por el territorio circundante, Líbano y Chipre, sino el heredero de una presencia colonial firme en Chipre y una red comercial ya consolidada en Occidente”.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;"><span style="font-weight: bold;">BIBLIOGRAFÍA</span><br /><br /></div>AUBET, M. E., “Aspects of Tyrian trade and colonization in the Eastern Mediterranean”, <span style="font-style: italic;">Münstersche Beiträge zur Aintiken Handelgeschichte</span>, XIX, 2000 pp. 70.-120.<br /><br />BELMONTE, J.A., “Presencia sidonia en los circuitos comerciales del Bronce Final”, <span style="font-style: italic;">Rivista di Studi Fenici</span>, XXX, 1, 2002, pp. 3- 17.<br /><br />BEN-AMI, D., “The casamate fort at Tel Harashim in Upper Galilee”, <span style="font-style: italic;">Tel Aviv,</span> 31, 2004, pp. 194-208.<br /><br />BIKAI, P. M., “The Phoenicians”, W.A. Ward y M.S. Joukowsky (eds.) <span style="font-style: italic;">The Crisis Years: The 12th Century B.C. From Beyond the Danube to the Tigris,</span> Dubuque, 1992, p. 132-141.<br /><br />GILBOA, A., “Sea Peoples and Phoenicians along the Southern Phoenician Coast-A Reconciliation: An Interpretation of Sikila (SKL) Material Culture”, <span style="font-style: italic;">BASOR,</span> 337, 2005, pp. 49-51.<br /><br />LEMAIRE, A. ,“Asher et le royaume de Tyr”, <span style="font-style: italic;">Phoenicia and the Bible</span> (E. Lipinski, ed.) <span style="font-style: italic;">Studia Phoenicia, </span>XI, Louvain, 1991, pp. 135-152.<br /><br />LOPEZ PARDO, <span style="font-style: italic;">El empeño de Heracles. La exploración del Atlántico en la Antigüedad</span>, Madrid, 2000 (Arco Libros)<br /><br />NEGBI, O., “Early Phoenician presence in the Mediterranean islands: A Reappraisal”, <span style="font-style: italic;">American Journal of Archaeology</span>, 96, 4, pp. 599-615.<br /><br />RUIZ CABRERO, L.A. y C. G. WAGNER, “David, Salomón e Hiram de Tiro. Una relación desigual”, <span style="font-style: italic;">Isimu</span>, 8, 2005, pp. 107-112.<br /><br />SHAW, J.W., “Phoenicians in Southern Crete”, <span style="font-style: italic;">American Journal of Archaeology</span>, 93, 2, 1989, pp. 165-183.<br /><br />STERN, E., “Phoenicians, Sikils, and Israelites in the light of recent excavations at Tell Dor”, <span style="font-style: italic;">Phoenicia and the Bible</span> (E. Lipinski, ed.) <span style="font-style: italic;">Studia Phoenici</span>a, XI, Louvain, 1991, pp. 85-94.<br /><br />TSIRKIN, Ju B., “The Tyrian power and her Disintegration”, <span style="font-style: italic;">Rivista di Studi Fenici</span>, XXVI, 2, 1998, p. 175-190.<br /><br />VITA, J-P., “Continuidad y discontinuidad en la historia de Tiro y Sidón”, E<span style="font-style: italic;">l mundo púnico. Religión antropología y cultura material. Estudios Ortientales</span>, 5-6, 2001-2002, p. 425-438.<br /><br />WAGNER, C. G., "Tiro, Melkart, Gadir y la conquista simbólica de los confines del mundo", <span style="font-style: italic;">Los fenicios y el Atlántico: IV Coloquio del CEFYP</span>, Madrid, 2008, pp. 11-29.<br /></div>Carlos G. Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2419571850545814482.post-15918628928057286382009-04-05T22:20:00.000+02:002012-04-21T19:53:20.158+02:00El debatido ¿problema? cronológico<div style="text-align: justify;">Mientras los estudios sobre la expansión fenicia fueron liderados por historiadores, como ocurrió en el siglo XIX y en buena parte de la primera mitad del XX, no hubo problemas para aceptar las fechas tampranas propuestas en los textos antiguos para las más antiguas fundaciones en el lejano Occidente. El historiador trabaja con textos, y aunque debe someterlos a una crítica concienzuda, no tiene porque prescindir de las informaciones que contienen. La divergencia se produjo, cuando, a raíz de la intensificación de las excavaciones arqueológicas en lugares que habían sido ocupados por los fenicios en el Mediterráneo central y occidental, este liderazgo pasó a los arqueólogos, cuya atención está más fijada en los restos materiales que extraen de sus excavaciones. Y estos no se remontaban, en ningún caso, a fechas tan tempranas. Se generó de esta manera una corriente escéptica que ponía en entredicho la información cronológica proporcionada por los textos antiguos. Pero, como no podía se de otra manera, las propias investigaciones arqueológicas están contribuyendo a devolvernos de nuevo la confianza sobre la capacidad de las gentes del mundo antiguo para realizar cómputos cronológicos correctos.</div><a aiotitle="click to expand" href="javascript:togglecomments('UniqueName2')"></a><br /><div class="commenthidden" id="UniqueName2"><br /><div style="text-align: justify;"><span style="font-weight: bold;">Las fuentes literarias.</span><br />Los textos antiguos muestran una coincidencia significativa al situar en una fecha muy temprana los comienzos de la expansión fenicia en el Mediterráneo. Dejando a un lado, los testimonios legendarios o mitológicos, una serie de tradiciones se refieren a la fundación de Gadir, Lixus y Utica en torno al 1100 a. C. Así, Veleyo Patérculo (I, 2, 3) fecha la fundación de Gadir en tiempos del retorno de los heraclidas, unos ochenta años después de la caída de Troya y menciona que Utica fue fundada en África un poco después:<br /><br />“<span style="color: #999900;">Por aquella época la flota tiria que dominaba el mar fundó Gades en el extremo de Hispania, y en el término del mundo, en una isla rodeada por el Océano, separada del continente por un estrecho muy breve. Pocos años más tarde, en Africa fue fundada por los mismos Utica.</span>”<br /><br /><br />No mas tarde del año 77 afirmaba Plinio (N.H., XVI, 40; XIX, 63) que el templo de Melkart en Lixus era algo anterior al de Gadir y que Utica tenía una antigüedad muy similar:<br /><br />“<span style="color: #999900;">Memorable también es el templo de Apolo en Utica donde aún se encuentran las vigas de cedro puestas cuando la fundación de la ciudad, hace 1178 años”</span>.<br /><br />Por otra parte, sabemos por el Pseudo-Aristóteles , que posiblemente recoge una noticia de Timeo, que la fundación de Utica acaeció 287 años antes que la de Cartago. Con respecto a esta última, Timeo afirma que tuvo lugar treinta y ocho años antes de la primera olimpiada que se celebró el 776 a. C., lo que proporciona la fecha del 814 a. J.C.<br /><br />Estrabón (I, 3, 2) de forma menos precisa, sitúa la fundación de Gadir poco después de la guerra de Troya:<br /><br />"<span style="color: #999900;">Los fenicios navegaron por fuera de las Columnas de Hércules y fundaron ciudades, no sólo allí, sino también en medio de las costas de Libia, poco después de la guerra troyana</span>”.<br /><br />Pomponio Mela (III, 6, 46) también poco concreto, afirma que los años que tiene el templo de Melkart en Gadir se cuentan desde la Guerra de Troya:<br /><br />“<span style="color: #999900;">Cerca de litoral que acabamos de costear en el ángulo de la Bética, se hallan muchas islas poco conocidas y hasta sin nombre; pero, entre ellas, la que no conviene olvidar es la de Gades, que confina con el Estrecho y se halla separada del continente por un pequeño brazo de mar semejante a un río. Del lado de la tierra firme es casi recta; del lado que mira al mar se eleva y forma, en medio de la costa, una curva, terminada por dos promontorios, en uno de los cuales hay una ciudad floreciente del mismo nombre que la isla, y en el otro, un templo de Hércules Egipcio, célebre por sus fundadores, por su veneración, por su antigüedad y por sus riquezas. Fue construido por los tirios; su santidad estriba en guardar las cenizas (de Hércules); los años que tiene se cuentan desde la guerra de Troya</span>”.<br /><br />Como ya demostrara P. Cintas, esta cronología se encuentra reforzada por las propias tradiciones orientales recogidas por Menandro de Efeso que tuvo acceso a los Anales de Tiro, o bien a una historia griega sobre Fenicia , así como por la sincronía establecida a partir de una inscripción de Salmanasar III. Si aceptamos como válida la fundación de Cartago en el 814 a. C. de acuerdo con la tradición de Timeo, no hay por que eliminar entonces la mención del Pseudo Aristóteles a la de Utica, que debió ocurrir en torno al 1101 a.C., lo que coincide con las fechas proporcionadas por Veleyo Patérculo y Plinio.<br /><br />Contrariamente a la opinión de muchos investigadores estas fechas tan altas no están aisladas en el conjunto de las tradiciones literarias antiguas. Herodoto (IV, 147, 4) dice que la llegada de los fenicios a Tera se produjo ocho generaciones antes de la llegada de los lacedemonios, lo que, como ha mostrado Yu B. Tsirkin , nos lleva a una fecha de la primera mitad del siglo XI a finales del XII. Por su parte Tucídides (VI, 112) sitúa el origen de Melos, que Esteban de Bizancio atribuye a los fenicios, en una fecha similar. De esta forma, tanto para el Egeo como para el Extremo Occidente, toda una serie de indicios cronológicos no ligados a la mitología e independientes unos de otros, y algunos claramente anteriores a la época helenística, por lo que no pueden ser un artificio de tal procedencia, proporcionan fechas próximas entre el último cuarto del siglo XII y el primero del XI a. C.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">La investigación arqueológica.</span><br />Respecto al extremo Occidente, donde las fuentes escritas sitúan las fundaciones mas tempranas, los recientes descubrimientos en un depósito secundario de la ciudad de Huelva revelan sin ningún lugar a dudas una frecuentación por parte de fenicios procedentes de Tiro al menos desde finales del siglo X y comienzos del IX a. C, si nos atenemos a la información de los materiales cerámicos. De 7.936 fragmentos de cerámica revisados, 3.233 pertenecen a vasos de tradición fenicia (platos, cuencos, lucernas, jarros, ánforas, etc.) de los que los elementos más consistentes para establecer la antigüedad de la presencia de fenicios en Huelva son un conjunto de once ánforas del tipo 12 de Tiro (Bikai) y, quizás, un probable jarro del tipo 9 y tres “spouted jug”, 4.703 a vasos de tradición indígena, 33 a griegos, 30 a sardos, 8 a chipriotas y 2 a villanovianos.<br /><br />Entre las cerámicas griegas, destacan 9 vasos adscritos al Geométrico Medio II ático –c. 800 a 770/760 a.C.- (2 cántaros, 2 escifos, 3 cántaros o escifos, un jarro y un asa) y 21 al Subprotogeométrico Eubeo-cicládico (2 escifos con semicírculos colgantes, 15 platos con semicírculos colgantes y, más dudosos, un alabastrón, una tapadera, un jarro y un asa). De estos, los más antiguos podrían ser algunos platos que A. Nitsche adscribe al Subprotogeométrico I-II (c. 900-850 a.C.). Una inscripción (la nº 2) sobre la superficie externa del cuerpo de un ánfora ha podido ser fechada, por sus paralelos con un ostracón hallado en Israel, en los siglos XI-X a. C. Junto a las cerámicas, destacan, además, los restos de trabajo de marfil, madera, hueso, ágata y trabajos metalúrgicos de plata, hierro y cobre presentes en las escorias, crisoles, hornos, moldes de fundición, y piezas acabadas encontradas, además de algunos vestigios de actividades agropecuarias.<br /><br />Igualmente interesantes resultan las determinaciones de fechas calibradas de C 14 en el mismo contexto. A tal respecto, cabe señalar una presencia fenicia en el lugar en la primera mitad del siglo IX a. C, si bien es posible que ésta fuera incluso anterior ya que existe al menos una fecha que se remonta al 980/890 a. C. con un 60% de probabilidad . A. Mederos considera por su parte “la presencia provisionalmente de cuatro posibles fases, Huelva 1a-Tiro 14, ca. 1015-975 AC; Huelva 1b-Tiro 13, ca. 975-960 AC; Huelva 2a-Tiro 10b y 10a, ca. 930-920 AC; y Huelva 2b-Tiro 7 y 6, ca. 875-825 AC. Una posibilidad alternativa sería unificar el material de Huelva 1a-b y Tiro 13 ca. 975-960 AC y Huelva 2a-b y Tiro 7-6 ca. 875-825 AC., por la presencia de formas cerámicas ya menos frecuentes en estratos más modernos, lo que implicaría la presencia de dos grandes fases”.<br /><br />Por otra parte, las dataciones radiocarbónicas obtenidas recientemente en la fase fundacional de El Carambolo alto (Camas, Sevilla), que sus excavadores identifican muy probablemente con un santuario fenicio de Melkart y Astarté, indican un intervalo entre 1200 y 810 a. C al 95, 4% de probabilidad y con el 68,2% en el intervalo 930-830 a. C.<br /><br />Estos hallazgos sitúan en una nueva perspectiva otros anteriores, como el famoso depósito de la Ría de Huelva cuya datación por calibraciones de C 14 aporta una datación absoluta hacia 1000-950 a. C., y vienen a señalar que muy probablemente, y al contrario de lo que se ha defendido en muchas ocasiones, la expansión fenicia no siguió una pauta de avances progresivos en los que los fenicios de Tiro irían consolidando posiciones en Chipre, primero, para luego pasar a Rodas y el Egeo, de ahí alcanzar el Mediterráneo Central (Sicilia, N. Africa, Cerdeña) lo que les permitiría, por fin, llegar al lejano Occidente. Por el contrario, parece que el viaje de Melkart a los Confines del Mundo se hizo de una vez.<br /><br />La cronología de los materiales de Huelva, que de una manera muy prudente se ha situado a finales del siglo X y comienzos del IX para los comienzos de la presencia fenicia en el lugar, es la más antigua por ahora en la Península Ibérica y, aunque, a diferencia de las fuentes literarias, el corpus de los documentos arqueológicos permanece abierto, por lo que no hay que descartar nuevos hallazgos, hoy por hoy, la presencia de tirios en Huelva es la más temprana documentada en el lejano Occidente hasta el momento.<br /><br />Además, la cronología fenicia está siendo sometida a una revisión reciente, como la realizada por M. Torres y A. Mederos, mientras que para el caso concreto que nos ocupa se ha señalado oportunamente que se puede estar trabajando con una cronología demasiado baja para la cerámica geométrica griega, que afecta a la datación de la cerámica fenicia tanto en Huelva, como en el Mediterráneo occidental , por lo que no hay que descartar que la presencia fenicia en Huelva se remonte a mediados del siglo X a. C. Si esto fuera así, las dataciones arqueológicas estarían confirmando los viajes a Occidente de las “naves de Tarsis” en época de Hiram I.<br /><br />No menos interesante resulta el que las investigaciones arqueológicas hayan confirmado, sin ningún genero de dudas, la antigüedad de la misma Tiro, donde los niveles más antiguos muestras restos, muros incluidos, de una ocupación permanente durante el Bronce Antiguo desde mediados del tercer milenio, de acuerdo con la propia tradición fenicia preservada por los sacerdotes del templo de Melkart que remonta su fundación al 2750 a C.. Respecto a Cartago, cuya fecha de fundación se sitúa según los textos antiguos en torno al 814 a. C., las recientes dataciones de C14 procedentes de los niveles arqueológicos más antiguos proporcionan fechas del 850-795 a. C. con un 90% de probabilidad.<br /><br />Como vemos en estos tres casos, Tiro, Cartago, Huelva, los resultados de los trabajos arqueológicos han confirmado finalmente las fechas que recogen las tradiciones literarias conservadas desde la Antigüedad, lo que revaloriza de una manera extraordinaria los cómputos cronológicos realizados a la sazón y debe, al mismo tiempo, hacernos ser cautos a la hora de juzgar las informaciones que contienen los textos antiguos ante los ejemplos conocidos de silencio arqueológico.<br /><br /><br /><br /><span style="font-weight: bold;">Como conclusión.</span><br />Finalmente, parece bastante claro que los recientes hallazgos de Huelva permiten contemplar de otra manera el problema de la fecha de la fundación de Gadir, o lo que es lo mismo, de la llegada de Malkart a los confines del mundo. En mi opinión, constituyen una prueba más a las ya esgrimidas en el debate sobre la veracidad de los hechos que narra el texto de <a href="http://trahistant.blogspot.com/2008/02/el-viaje-de-melkart-los-confines-del.html">Posidonio-Estrabón</a> y nos permite situar los recientes descubrimientos de la arqueología onubense en un contexto histórico, que no es otro que el de las consecuencias de las primeras navegaciones fenicias hacia el lejano Occidente. Esto nos permite suponer, puesto que en aquel relato se dice que el intento de establecerse cerca de Onoba resultó fallido y que, finalmente tras una tercera expedición se fundó Gadir, que, si hacemos caso de la tradición, su presencia en Huelva desde finales del siglo X a. C., si no antes, se hace posible, finalmente, gracias a la existencia de Gadir y su templo de Melkart, lo que necesariamente implica para esta última una fecha que tiene que ser anterior.<br /><br />Consideremos, por tanto, que si el primer intento de los tirios de establecerse en Huelva, en una situación típicamente precolonial, como es elegir una isla cercana a la costa, no prosperó, lo que finalmente supone que se funde Gadir al cabo de una tercera expedición, entonces, la presencia tiria documentada ahora por los recientes hallazgos arqueológicos en Huelva es necesariamente posterior. O hacemos caso omiso al relato de Posidonio/Estrabón. Pero, una vez visto como la investigación arqueológica ha venido a confirmar la autenticidad del texto de Herodoto sobre los orígenes de la propia Tiro ¿existe mucho fundamento para ello?.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;"><span style="font-weight: bold;">BIBLIOGRAFIA</span></div><br />BOTTO, M. (2005) “Per una riconsiderazione della cronologia degli inizi della colonizzacione fenicia nel Mediterraneo centro-occidentale”, <span style="font-style: italic;">Oriente e Occidente: Metodi e discipline a confronto. Riflessioni sulla cronologia dell´età del Ferro in Italia,</span> Pisa-Roma, pp. 579-606, esp. p. 580.<br /><br />CASTRO, P.V., V. LLUL y R. MICO (2005) <span style="font-style: italic;">Cronologia de la Prehistoria Reciente de la Península Ibérica y Baleares (c. 2800 cal ANE),</span> BAR International Series, 652, Oxford, pp. 204 ss.<br /><br />CINTAS, P. (1966) "Laurentanius LXIX, 22 ou la torture d`un texte", <span style="font-style: italic;">Melanges André Piganiol</span>, III, Paris , pp. 1681 ss.<br /><br />- Id. (1971), <span style="font-style: italic;">Manuel d`archéologie punique</span>, I, Paris, pp. 99-242, esp. 181.<br /><br />DELCOR, M. (1991) “La fundation de Tyr selon l`Histoire, l´Archéologie et la Mythologie. 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Clásicas) pp. 321-347.<br /><div style="text-align: justify;"><br />El renovado interés por las sociedades iniciales de clase y por el modo en que se manifiesta la desigualdad en las sociedades no clasistas ha proporcionado una apreciable coincidencia en asignar a la apropiación del trabajo ajeno un papel relevante en la formación de las primeras sociedades de clase, mientras la comunidad permanece como propietaria objetiva de los medios básicos de producción. Esta apropiación puede realizarse de diversas formas. Una, mediante la tributación. Así, se ha argumentado que el paso del Neolítico a la Edad del Bronce en la Europa Occidental correspondió a la necesidad de preservar los trabajos realizados por las comunidades domésticas, con lo que surgió una clase guerrera con entrenamiento y equipo especializado que podía extraer producto de la producción de las unidades domésticas como pago por la protección ante ataques de otras unidades domésticas guerreras.<br /><br />La tributación junto a la persistencia de la propiedad comunitaria de la tierra ha sido también detectada como característica propia de muchos de los Estados primitivos y arcaicos. Igualmente, se ha señalado, como el parentesco puede ser utilizado para recompensar prestaciones políticas y económicas que acaban generando poder en determinadas personas, y como el intercambio de mujeres y regalos en sociedades de parentesco puede convertir los círculos igualitarios de matrimonio en una jerarquía de linajes de dan mujeres y linajes que reciben mujeres, reagrupados en círculos de “aliados” capaces de satisfacer un similar “precio de la novia”, generando al mismo tiempo dependencia. En tales circunstancias el poder y la capacidad de movilizar el trabajo ajeno a menudo derivan no del control directo de la producción, sino del control indirecto de la reproducción.</div><br /><br /><a aiotitle="click to expand" href="javascript:togglecomments('UniqueName')">+/- Leer más</a><br /><br /><div class="commenthidden" id="UniqueName"><div style="text-align: justify;">La atención prestada a las características propias de la desigualdad en las sociedades no clasistas, incidiendo en quienes son los explotados y como se produce su explotación, al insistir una vez más sobre las relaciones de producción que en este caso se manifiestan predominantemente en el seno de la comunidad doméstica en unas relaciones que no son de clase, despeja el camino para comprender las condiciones objetivas en que se produce la apropiación originaria, el modo y las circunstancias en las que las relaciones originarias de producción articuladas por el parentesco se transforman en relaciones sociales de producción.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">La problemática.</span><br />Desde que Schulten escribiera su célebre monografía se ha impuesto mayoritariamente la concepción de Tartessos como la de una sociedad especializada y compleja, aunque se discute su caracterización política como un “reino”, una sociedad aristocrática que evolucionó desde una base guerrera a otra comercial, o una “jefatura” redistributiva avanzada. Sin embargo, en contraste con esta idea, desde hace algunos años la investigación arqueológica sobre las comunidades del Bronce Final en el S.O de la Península Ibérica ha dado a conocer un tipo de asentamiento muy difundido por el área: el poblado de cabañas, con cerámicas a mano, instrumental productivo de tradición eneolítica y ausencia de especialización funcional, así como asentamientos temporales dedicados a los trabajos mineros.<br /><br />Llama la atención la ausencia de necrópolis. La única localizada y excavada (Las Cumbres, Puerto de Santa María-Cádiz), pertenece a finales del mismo periodo y al momento un poco posterior en que se produce el contacto entre los autóctonos y los colonizadores fenicios, y muestra una estructura funeraria propia de una sociedad de linajes con muy poca diferenciación social. Se trata de incineraciones en urna bajo túmulo en las que las diferencias de ajuar funerario se perciben por la ausencia de objetos metálicos a medida que los enterramientos se alejan del centro del túmulo, ocupado por el <span style="font-style: italic;">ustrinum,</span> y que corresponden a varones jóvenes, mujeres y niños. Se halló asociado al túmulo principal un túmulo secundario, cuyo centro lo ocupa una incineración con ajuar abundante rodeada de mampostería circular. Las restantes incineraciones, 14 en total, poseen también ajuares de cierta abundancia.<br /><br />Este tipo de enterramientos sugiere unas comunidades socialmente organizadas por medio del parentesco, en las que los grupos familiares parecen ser las unidades de producción, y en la que los varones adultos ejercen un poder sobre las mujeres y los varones más jóvenes mediante el control de los matrimonios y las alianzas entre grupos de parentesco y territoriales gracias a la propiedad de bienes de prestigio, reflejo de la riqueza en este tipo de sociedades. Unas comunidades cuyas prácticas funerarias divergen de aquellas del Bronce pleno (inhumaciones individuales en cista), contraste que debemos atribuir probablemente a un cambio social más que a uno cultural.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">Las fuentes literarias.</span><br />Las fuentes literarias apenas informan sobre el carácter y la legitimidad del poder en la sociedad tartésica, con la casi única excepción de la noticia de Heródoto (1, 163) sobre el basileus Argantonios que <span style="font-style: italic;">tiranizaba</span> en Tartessos:<br /><br />"<span style="color: rgb(153, 153, 0);">Los habitantes de Focea fueron los primeros griegos que realizaron largos viajes por mar y son ellos quienes descubrieron el Adriático, Tirrenia, Iberia y Tartessos. No navegaban en naves mercantes sino en pentecónteras. Y al llegar a Tartessos hicieron gran amistad con el rey de los tartesios, cuyo nombre era Argantonios, que tiranizó Tartessos durante ochenta años y vivió un total de ciento veinte. Pues bien los focenses se hicieron tan amigos de este hombre que, primero los animó a abandonar Jonia y a establecerse en la zona de sus dominios que prefiriesen, y, luego, al no poder persuadirles sobre el caso, cuando se enteró por ellos de como progresaba el medo, les dio dinero para rodear su ciudad con un muro. Y se lo dio en abundancia, pues el perímetro de la muralla mide, en efecto, no pocos estadios y toda ella es de bloques de piedra grandes y bien ensamblados</span>".<br /><br />La longevidad de Argantonios, convertida en un topos literario (Estrabón, 3, 2, 14; Plinio, 7, 154; Luciano, Macr., 10) que simboliza un reinado próspero y feliz ha sido interpretada por algunos investigadores modernos como prueba de la existencia de una dinastía, de la que no existe dato de ninguna otra clase. Frente al carácter histórico de esta noticia, de la que fácilmente se desprende que la legitimación del poder de Argantonios sobre Tartessos -que en otro lugar Heródoto (4, 152) define como un <span style="font-style: italic;">emporion akératon</span>, seguro por tanto y protegido posiblemente por los mismos tartesios, únicos que pueden dar garantías para que Coleo consiga allí riquezas- es aquella de la fortuna procedente del comercio, la prudencia exige tratar mucho más cautamente testimonios como los representados por los mitos de Gerión y Gárgoris y Habis.<br /><br />El mito de Gerión, que Etesícoro de Himera sitúa por primera vez en Tartessos a finales del siglo VII a. C., había tenido previamente una localización oriental. Su desplazamiento hacia Occidente obedece a la ampliación de los horizontes geográficos de los griegos motivada por la expansión colonial en el Mediterráneo y el Mar Negro, si bien la influencia fenicia no es desdeñable. Hesíodo <span style="font-style: italic;">(Teog</span>, 287) lo había ya ubicado en la isla Eritía, situada en mitad del Océano. Eritía era también el nombre de una de las Hespérides, y le es dado posteriormente a un tierra próxima al río Tartessos, a una de las islas situadas en las cercanías de Gadir, la colonia fenicia, y a una de las hijas del propio Gerión.<br /><br />Mucho después Pausanias (X, 17, 5) atribuirá a un nieto de Gerión llamado Norax la fundación de la ciudad de Nora en Cerdeña, de donde procede precisamente una estela con inscripción fenicia fechable en el siglo IX a. C., en la que algunos investigadores leen la palabra Tarsis:<br /><br />"<span style="color: rgb(153, 153, 0);">Después de Aristeo pasaron a Cerdeña los iberos a las órdenes de Norax, y éstos fundaron la ciudad de Nora, la primera que se recuerda hubo en la isla. Norax dicen que era hijo de Eritea, la hija de Gerión, y de Hermes</span>".<br /><br />El testimonio de Etesícoro nos ha sido transmitido por Estrabón (3, 2, 11):<br /><br />"<span style="color: rgb(153, 153, 0);">Parece ser que en tiempos anteriores llamóse al Betis Tartessos, y a Gades y sus islas vecinas Eriteia. Así se explica que Etesícoro, hablando del pastor Gerión, dijese que había nacido enfrente de la ilustre Eriteia, junto a las fuentes inmensas de Tartessos, de raíces argénteas, en un escondrijo de la peña</span>",<br /><br />quien en otro lugar (3,5,4) recoge la idea de que había sido la riqueza en pastos y ganados de la zona la que había dado lugar a la localización del mito:<br /><br />"<span style="color: rgb(153, 153, 0);">Para Ferécides parece ser que las Gadeiras son Eriteia, en la que el mito coloca los bueyes de Gerión, más según otros, es la isla situada frente a la ciudad, de la que está separada por un canal de un estadio. Justifican su opinión en la bondad de los pastos y en el hecho de que la leche de los ganados que allí pastan no hace suero</span>".<br /><br />La posible historicidad del mito de Gerión ha sido ampliamente rechazada, ya que parece claro que se trata de un caso típico de traslado de un mito griego a Occidente20. Gerión se relaciona con las aventuras occidentales de Heracles que a su vez se relaciona con el Melkart fenicio. El Heracles occidental parte del mundo rodiofenicio, posible base de las tradiciones sobre los viajes rodios a Occidente, y la formación del mito tiene lugar en la transición al mundo colonial, cuyas ambigüedades refleja.<br /><br />Otro mito, no menos controvertido, ha sido preservado por un único autor de época tardía, el epitomista Justino (44, 4) en el resumen que hizo de la obra de Trogo Pompeyo. Según su relato, los tartesios y los curetes habitaban los bosques, siendo uno de sus primeros reyes Gárgoris, que descubrió el aprovechamiento de la miel. Este monarca tuvo un hijo fruto de unas relaciones incestuosas por lo que fue abandonado en el monte, en donde fue amamantado por las fieras. Arrojado al mar, las olas lo devolvieron a la orilla y una cierva lo crió entre sus cervatillos, adquiriendo su agilidad y costumbres. Capturado finalmente por unos cazadores se convirtió, tras ser reconocido por su padre y llamado Habis, en un rey sabio que dio leyes a su pueblo, en las que prohibía trabajar a los nobles, y les enseño a cultivar la tierra con bueyes uncidos al arado:<br /><br />"...<span style="color: rgb(153, 153, 0);">Se le impuso el nombre de Habis y, cuando recibió el reino, fue de una grandeza tal que no en vano parecía salvado de tantos peligros por majestad de los dioses, ya que unió a aquel pueblo bárbaro con leyes y fue el primero que enseño a domar los bueyes con el arado y a buscar el trigo en el surco...prohibió los trabajos serviles y dividió la plebe en siete ciudades. Al morir Habis el reino fue retenido durante muchos siglos por sus sucesores. En otra parte de Hispania constituida por islas, el reino estuvo en manos de Gerión</span>".<br /><br />El mito, que presenta al personaje de rey civilizador o héroe cultural, frecuente en otros relatos similares, ha suscitado el interés de muchos investigadores. La mayoría, admite su autenticidad, atribuyéndole un origen autóctono, mientras que unos pocos dudan de ella y lo consideran una creación del periodo helenístico. El mito, en cualquier caso describe el origen de una realeza muy antigua y el paso de una sociedad muy simple a otra más compleja. Se trata, de hecho, de un mito que narra el paso del estado de naturaleza a la vida social, por lo que, al margen de su valor simbólico, su valor histórico es muy dudoso, si bien puede resultar de cierto interés la distinción que se establece entre una región de bosques y montes, poblada por tartesios y curetes, y una de islas en la que se sitúa a Gerión, lo que tal vez pueda estar en relación con la dualidad Gadir/Tartessos señalada en alguna ocasión, toda vez que la identificación de Gerión con el Therón que citan textos tardíos (Macrobio, <span style="font-style: italic;">Sat</span>., I, 20, 12) resulta improbable.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">El registro arqueológico del Bronce Final.</span><br />Los datos arqueológicos del Bronce Final (1150-750 a. C.) apenas nos dejan conocer el carácter de la formación social tartésica. A este respecto, las estelas decoradas del SO han sido interpretadas de muy diversas maneras, dada su descontextualización arqueológica que, por otra parte, puede muy bien responder a un hecho originario. Se las ha clasificado según criterios tipológicos e iconográficos en un orden cronológico en el que las más antiguas serían las más sencillas, que aún no contienen representación alguna de la figura humana y se limitan a reproducir de una manera esquemática una panoplia formada por escudo, lanza y espada, mientras que las más recientes serían las “diademadas” con representación de la figura femenina, ocupando un momento entre ambas un tercer grupo en el que a la panoplia se añade la figura humana acompañada de otros objetos de “prestigio” como espejos de bronce, liras, peines de marfil o carros.<br /><br />Su adscripción al mundo funerario, aunque antigua, no resulta clara y los estudios realizados muestran la inexistencia de un patrón iconográfico, lo que sugiere una ausencia de definición del prestigio que señala la falta de cohesión de las elites a las que supuestamente representan o incluso la inexistencia de tales elites al corresponder las estelas a un sistema de representación de rangos en una sociedad guerrera con ausencia de lazo directo entre poder y riqueza. Las diferencias que se observan entre las estelas extremeñas y las andaluzas son de índole cronológica, resultando más recientes las segundas, contemporáneas quizás de las primeras importaciones fenicias, y también de composición.<br /><br />Iconográficamente las estelas del Guadalquivir, menores en número, son más complejas por lo que denotarían unas relaciones sociales en los que los mecanismos de interacción social se encontrarían más desarrollados con intercambios frecuentes y proliferación de bienes de prestigio. Con todo, también han aparecido algunas estelas en lugares muy alejados de su área de difusión, que coincide con el sur de Extremadura (valles del Tajo y Guadiana) y Andalucía occidental (Bajo Guadalquivir).<br /><br />Han sido interpretadas como prueba de la existencia de una aristocracia guerrera interesada en el comercio con los fenicios. Desde otra perspectiva se las desvincula del contexto funerario a las que generalmente se las adscribe, considerándolas señales en el territorio, indicadores de rutas ganaderas y comerciales, trasmitiendo, mediante un lenguaje iconográfico y simbólico complejo, ideas de posesión territorial a la vez que expresarían relaciones sociales de grupos elitistas que se estarían consolidando en una zona periférica de Tartessos.<br /><br />También se las ha considerado testimonio de la existencia de una práctica económica centrada en la caza del hombre, a partir de la reinterpretación de los ejemplares de Ategua y Zarza Capilla III, una actividad destinada a proporcionar fuerza de trabajo servil al proceso de extracción minera controlado por los fenicios, que se apoyaría por otra parte en la necesidad de trabajo masivo que se detecta en una explotación a gran escala de las minas durante el periodo orientalizante, así como en el propio hecho de que la aparición de monumentos con armas y cuerpos estaría denotando un cambio en el que aquellas, que ya no se limitarían a ser simples bienes de prestigio, y éstos encuentran un nuevo sentido económico que antes no tenían.<br /><br />Los depósitos de objetos metálicos, muchos de ellos de tipología atlántica, se han considerado testimonios de un comercio interregional, abastecido muchas veces, como muestran los datos de la Ría de Huelva o del taller metalúrgico de la Peña Negra (Crevillente, Alicante) por medio de “chatarra", un rasgo que suele ser propio de contextos poco especializados. Llama la atención la ausencia en todos estos depósitos de útiles o herramientas, mientras que proliferan las armas, así como su localización en desembocaduras y vados de ríos u otros “lugares de paso", puntos de cruce, intersecciones de vías de comunicación que unen unas regiones con otras, lo que ha sido interpretado en conexión a un mundo funerario que no habría dejado otros vestigios de las prácticas mortuorias, o como ofrendas votivas que serían la expresión pública de los derechos sobre un punto estratégico para el acceso o la circulación en un territorio, en relación con el control de los intercambios a larga distancia convertidos en una fuente de poder.<br /><br />También se ha sugerido una importante participación fenicia en todo este comercio de objetos de bronce. No obstante, la distribución de todos estos objetos no implica necesariamente un comercio interregional especializado de larga distancia. Por el contrario, puede ser el resultado de un intercambio de bienes de prestigio en el que se encuentren involucradas las propias unidades domésticas con ausencia de comerciantes especializados, o de acuerdo con una hipótesis expresada recientemente, testimonio, no de unas relaciones pacíficas, sino de la depredación económica cuyo objetivo sería la caza humana en los confines de Tartessos, lo que explicaría, al generar la destrucción generalizada de las redes de sustento de la población que no podía protegerse con los medios a su alcance, el despoblamiento y la ausencia de aldeas estables en el Valle del Guadalquivir así como la posterior aparición de asentamientos fortificados.<br /><br />Unos cuantos tesoros, muestran la existencia de una orfebrería de oro realizada con técnicas simples en la que se fabrican torques macizos y brazaletes que por su tamaño se han considerado joyas femeninas. Al igual que los depósitos de armas han aparecido descontextualizados, formando conjuntos que se suponen “votivos” en zonas periféricas a Tartessos, como el sur de Portugal y Extremadura, y asociados a vados e importantes vías de paso. Se trata de objetos de prestigio, definitorios del papel de la mujer en unas comunidades en las que el prestigio social procede no tanto de la riqueza cuanto de las interacciones sociales y políticas (alianzas, matrimonios) que eran capaces de realizar.<br /><br />De acuerdo con los datos disponibles armas y joyas han podido ser elaborados localmente, lo que normalmente se interpreta como prueba de la existencia de artesanos especializados trabajando para las elites. No obstante, especialidad no implica especialización, esto es: la práctica exclusiva, mediante una unidad de producción autónoma, de una actividad no vital que incluye la transferencia continua de subsistencia hacia esta unidad especializada. Los paralelos etnográficos invitan, por otra parte, a considerar la posibilidad de existencia de especialistas en un marco caracterizado por las relaciones entre linajes cuyas actividades productivas dependan de la agricultura y de la ganadería. Como afirma Meillassoux: “Cuando esto sucede -y por lo general ocurre sólo en parte- la subsistencia de la comunidad especializada está asegurada en el marco ampliado de los mecanismos de redistribución... Por este procedimiento se previenen los efectos inmediatos de la división social del trabajo, se preservan los mecanismos fundamentales de la comunidad doméstica, incluso si, en un determinado plazo, dichas transferencias actúan eventualmente sobre las condiciones sociales de la producción de las subsistencias”.<br /><br />Como se ve, no es necesaria la apropiación del excedente ni la existencia de elites para que se de un trabajo especializado, al contrario de lo que suele constituir uno de los equívocos más frecuentes entre arqueólogos e historiadores, pese a que identificarlo automáticamente con un gran desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, como en el caso de la metalurgia, constituye un error hace tiempo señalado. Ello se debe, en gran parte, a la poca atención prestada a la resistencia de muchas sociedades basadas en el parentesco a la división social del trabajo y la explotación económica, mientras que se asume como lógico un impulso irresistible hacia las clases y el Estado.<br /><br />Los asentamientos de este periodo son poblados de cabañas de planta oval o circular, con cerámicas a mano, herramientas de trabajo fabricadas en madera, piedra o hueso, sin ninguna distribución clara y especial de las mismas y con ausencia de diferenciación funcional del espacio. Los vestigios de una actividad metalúrgica poco especializada de la plata y el cobre conviven con muestras de otras actividades cotidianas, como la preparación y el consumo de alimentos, lo que sugiere la comunidad doméstica como centro de producción.<br /><br />La única necrópolis (Las Cumbres, Puerto de Santa María, Cádiz) que conocemos pertenece a finales de este periodo y comienzos del siguiente. Presenta enterramientos de incineración en urna bajo túmulo que aprovechan las oquedades de suelo, se depositan directamente sobre la roca o en un pequeño hoyo practicado en el mismo. El túmulo 1, el único excavado hasta el momento, se extiende sobre una superficie circular de unos 500 m2, alcanzando, con una sección troncocónica, una altura máxima de 1,80 m en su parte central más alta. Alberga un total de 62 incineraciones y se estima que estuvo en uso entre ochenta y noventa años antes de ser definitivamente clausurado a finales del siglo VIII a.<br /><br />El centro estaba ocupado por el <span style="font-style: italic;">ustrinum</span>, diponiéndose los enterramientos en torno suyo. Los ajuares más ricos, que incluían objetos metálicos, como broches de cinturón de un sólo garfio, fíbulas de doble resorte y cuchillos de hierro afalcatados, corresponden a las tumbas más cercanas a éste, mientras que según nos alejamos del centro las tumbas presentan ajuares más pobres e incluso ausencia total de éstos. En algún momento se asocia al túmulo principal, en su lado S.O., una estructura tumular mucho más pequeña, un túmulo secundario cuyo centro lo ocupa una incineración rodeada de un muro circular de mampostería y que descansa sobre un suelo artificial de arena de playa. Este enterramiento destaca por su posición, su estructura más elaborada y su mayor ajuar de las trece restantes incineraciones del túmulo secundario que contienen, sin embargo, ajuares de cierta riqueza.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">El registro arqueológico del orientalizante.</span><br />Durante el periodo orientalizante (750-550 a. C) una orfebrería muy distinta viene a sustituir a los tesoros del Broce Final. De entre los descubrimientos más espectaculares pertenecientes a este periodo, figuran dos importantes tesoros, muy diferentes entre si. El primero de ellos fue descubierto a comienzos de los años veinte en la Aliseda (Cáceres), pero hasta hace pocos años no ha sido objeto de una valoración adecuada. Se trata de joyas femeninas de oro -anillos, brazaletes, pendientes, collar, diadema y cinturón-de complicada manufactura fenicia realizada en la Península o importadas de Oriente, como la botella de vidrio que, con un cuenco de oro, un par de vasos y una fuente de plata y un espejo de bronce, completaban el hallazgo, relacionado con una tumba de cámara cubierta por un túmulo. Estas joyas orientalizantes son ligeras e intrincadas y están realizadas en pequeñas láminas con técnicas como el granulado, la filigrana y las soldaduras de oro.<br /><br />Tesoros más pequeños de este tipo se han encontrado también en Cortijo de Evora (Cádiz), Serradilla (Cáceres) y Baiao (Portugal). El tesoro del Carambolo (Sevilla), el segundo en importancia de esta época, contenía por el contrario piezas de oro más pesadas, propias de un personaje masculino, -pectorales, brazaletes, diadema, cinturón y collar-y fue hallado asociado a las estructuras de un poblado, cuya excavación, dada la envergadura del descubrimiento, defraudó sin embargo las expectativas iniciales. (Aunque hoy, tras la excavación del santuario de El Carmbolo Alto, adquiere un nuevo significado).<br /><br />En los poblados de este periodo se pueden constatar una serie de modificaciones en la técnica de construcción de las casas, ahora de planta cuadrada o rectangular, con muros enlucidos de mampuestos y tapial que se alzan sobre cimientos y zócalos de piedra. En ocasiones el suelo aparece cubierto con un pavimento de guijarros formando mosaicos. Desconocemos, debido a las pequeñas superficies excavadas, si estos cambios se corresponden a una nueva distribución del espacio en los asentamientos según una especialización de tareas y funciones, aunque en algunos lugares, siempre en relación con la presencia fenicia, como Tejada la Vieja y la propia Huelva parece que así es.<br /><br />En otros, en cambio, como en Cerro Salomón o Quebrantahuesos, los vestigios de las actividades minero-metalúrgicas -martillos de granito, yunques de piedra, escorias, crisoles y toberas- se localizan en el interior mismo de las viviendas, sin que se aprecie una diferenciación funcional por zonas en el área del poblado. Algunos de estos poblados, en especial los que ocupan posiciones estratégicas de control del territorio, como la Mesa de Setefilla (Sevilla) o en las rutas que conducían desde los centros mineros a los puertos de la costa, como Tejada la Vieja (Huelva) se fortifican por aquel entonces. En algunas zonas de Sevilla y Córdoba los vestigios de nuevos habitats parecen guardar relación con una explotación agrícola de la campiña.<br /><br />Contamos también con la presencia de un edificio “singular” o de “prestigio” en Montemolín (Marchena, Sevilla) que destaca por su dimensiones, 145 m2, y su localización, ocupando el lugar más elevado del asentamiento, y asociado a la presencia de contenedores cerámicos de grandes proporciones ¬<span style="font-style: italic;">pithoi</span>- con decoración figurativa animal y vegetal, que el análisis de pastas ha revelado de manufactura local. Su planta rectangular, dividida en varias estancias, y la técnica constructiva con cimientos de piedra que soportan muros de adobes y mampuestos, es similar a la de las unidades domésticas características de éste periodo en las que muchas veces se ha querido ver la influencia fenicia.<br /><br />Otra estructura que parece que no puede identificarse exclusivamente con el ámbito doméstico es el presunto “recinto ceremonial” de Carmona, en el que también se han querido ver influjos orientales. De finales del mismo periodo, son otros dos edificios singulares o de prestigio que ocupan, no obstante, una posición excéntrica respecto a Tartessos. El palacio/santuario de Cancho Roano (Zalamea de la Serena, Badajoz) de planta y construcción oriental y el “santuario” de Cástulo (Linares, Jaén) con paralelos en Chipre y Siria, a los que hay que añadir el recientemente excavado santuario de El Carmbolo Alto así como el de Coría del Río, ambos com planta y arquitectura oriental.<br /><br />En cuanto a las necrópolis, los datos más interesantes proceden de Setefilla (Los Alcores, Sevilla) y de La Joya (Huelva). En Setefilla, los túmulos A y H, que se consideran del siglo VII a. C., contienen en el centro de su espacio interior cámaras funerarias de piedra de planta cuadrangular que fueron construidas sobre las necrópolis de incineración de base. Tales cámaras funerarias, de notables dimensiones -la del túmulo A mide 10 m de longitud por 5,50 m de anchura en forma de pirámide truncada que encierra una cámara interior de 3,50 por 2,20 m-albergaban inhumaciones individuales o dobles (túmulo H) en fosa con un rico ajuar metálico -jarros, páteras y quemaperfumes de bronce- además de objetos de oro y marfil y cerámicas fenicias de importación (platos y cuencos de barniz rojo). La construcción de estas cámaras parece haber destruido parcialmente la necrópolis de base sobre la que se levantan. En estos enterramientos de la necrópolis tumular de Setefilla, se aprecia también una estrecha relación entre la disposición espacial de las tumbas dentro del túmulo y la riqueza de los ajuares que contienen.<br /><br />En el túmulo A, de 29 m de diámetro y con una altura que pudo alcanzar en su zona central los 3,50 m, las tumbas más ricas con objetos de plata, alabastrones, fíbulas y broches de cinturón, además de cerámica fenicia importada, son las que se hallan más cerca del centro. En posición semiperiférica se encuentran aquellas que no contienen objetos de importación y con escasos elementos metálicos. En la periferia del túmulo aparecen las tumbas más pobres, que contienen por lo general una urna exclusivamente. El análisis de los restos de las incineraciones y de los ajuares permite sostener que estas últimas pertenecen, por lo común, salvo algún individuo adulto, a jóvenes y neonatos. Las tumbas en posición semiperiférica corresponden a enterramientos masculinos, femeninos e infantiles indistinta¬mente, mientras las más cercanas al centro y de ajuares más ricos pertenecen a adultos jóvenes, con algún individuo de mayor edad, casi siempre varones.<br /><br />Esta disposición se repite en el interior del túmulo B, de dimensiones más pequeñas (16, 70 m de diámetro y 1,30 de altura) y mejor conservado. Es algo más tardío y no tiene cámara funeraria central, aunque los ajuares son en general más ricos. Una rasgo significativo lo constituye la presencia de algunos enterramientos dobles, generalmente cerca del centro, que corresponden a adultos y niños. Casos excepcionales son la presencia de tumbas con ajuares ricos en la periferia del túmulo. En el túmulo A se ha documentado la de un adulto varón con un ajuar bastante rico formado por objetos y herramientas, toberas, lañas, etc, propias de un metalúrgico. En el túmulo B destaca por su posición periférica la sepultura relativamente rica de una niña de unos 6/8 años de edad.<br /><br />En otras ocasiones, en las necrópolis de esta misma región, como sucede en Acebuchal o en Cañada de Ruiz Sánchez, los túmulos no encierran enterramientos colectivos, sino inhumaciones en fosa con ajuares muy ricos. En Acebuchal dos inhumaciones, al parecer una de ellas femenina, ocupaban una misma fosa de mampostería, cuyo ajuar metálico contenía objetos de plata (broche de cinturón, fíbula), y de oro (perlas, tisús) además del común repertorio de objetos de bronce y cerámicas fenicias.<br /><br />El panorama en la costa es muy distinto. En la necrópolis de La Joya (Huelva) destaca la variedad de ritos (inhumación e incineración) y de tipologías funerarias (cámaras, fosas, hoyos) sin que existan dos enterramientos iguales. Según los excavadores se advierten los siguientes ritos y tipos de tumbas:<br /><br />a. Incineraciones simples en las que los restos lavados tras la cremación se<br />depositan en la urna con escaso ajuar funerario.<br />b.Incineraciones en tumbas de dimensiones y formas varias acompañadas de<br />ajuar abundante y en ocasiones con las cenizas alrededor del vaso funerario.<br />c.Incineraciones in situ en tumbas de grandes dimensiones con rico y abundante<br />ajuar.<br />d.Inhumaciones en fosa acompañadas de rico ajuar funerario.<br />e.Inhumaciones en posición violenta con escaso ajuar funerario.<br />f.Incineraciones dobles..<br />g. Sepulturas dobles, que contienen una inhumación y una incineración.<br /><br />Los ajuares más ricos se dan tanto en las tubas de inhumación como en las de incineración. Entre las primeras destaca la tumba 17, con dos ánforas de saco, dos platos de engobe rojo, tres platos de cerámica gris, quince cuencos a mano y un soporte, un jarro, un brasero, un quemaperfume, un espejo, un broche de cinturón y dos soportes de bronce, dos cuchillos de hierro, así como piezas de un carro de parada y bocados de caballo. Entre las segundas, la nº 18, que contenía dos platos de engobe rojo, dos ánforas de saco, cuatro copas de paredes finas y cuencos y grandes vasos a mano, así como placas de bronce caladas, un jarro y un brasero de bronce, restos de un probable escudo, un colgante de oro, un cuchillo de hierro y un huevo de avestruz. También destacan algunas inhumaciones en posición “violenta”, con el cráneo fracturado y con escaso o ningún ajuar. Algunas tumbas contenían escorias metálicas como elementos de ajuar y una descasaba sobre un suelo artificial de arena de playa.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">Interpretación</span><br />Este tipo de enterramientos correspondería originariamente a un entorno social organizado en agrupaciones de parentesco (linajes o clanes) con desigualdades internas según los grupos de edades y sexo y una incipiente jerarquización interna de los mismos que sitúa al adulto varón de mayor edad al frente de la capacidad de reproducción de las unidades domésticas que los integran, mediante el control de los matrimonios y las alianzas representados por bienes de prestigio. A medida que se detectan la presencia de importaciones “orientalizantes”, básicamente cerámicas fenicias a torno (quemaperfumes y aríbalos de arcilla), algunas ramas colaterales de estas agrupaciones de parentesco parecen haberse distinguido por una mayor acumulación de este tipo de bienes, símbolo de la riqueza y prestigio conseguidos mediante las interacciones sociales y políticas.<br /><br />A partir de los datos proporcionados por el registro arqueológico parece que durante el periodo orientalizante algunos personajes se alzan sobre las agrupaciones de parentesco, acumulando en su tumba más riqueza que la que contiene la suma de los ajuares de los restantes enterramientos del túmulo, y ocupando una posición central antes reservada al ustrinum, de claras connotaciones rituales. Estos personajes pueden haber constituido el centro de un sistema ceremonial/redistributivo controlado por ellos que antes era patrimonio de todo el linaje, o al menos del conjunto de los adultos varones.<br /><br />La cámara cuadrangular y, sobre todo, la adopción del rito de inhumación que contrasta con las restantes incineraciones, puede interpretarse como un deseo por parte del ocupante de la tumba “principesca” de reforzar su recién adquirida posición social mediante una conexión directa con antepasados lejanos; como si fuera descendiente de unas elites que arqueológicamente podríamos asociar en la región a los vestigios en el Bronce Pleno de inhumaciones con ajuar guerrero. Esta opción tiene sin embargo en su contra un excesivo distanciamiento cronológico y el hecho de que apenas sabemos nada sobre las prácticas funerarias del Bronce Final, lo que se ha atribuido a un vacío de investigación que los recientes hallazgos de Mesas de Asta (Cádiz) tal vez puedan colmar en parte, o a un tipo de ritual funerario que apenas deja rastro.<br /><br />En aquellos casos en que, como en Acebuchal o Cañada de Ruiz Sánchez, el túmulo contenía únicamente el enterramiento “principesco” podemos sospechar una separación inicial de los miembros de las incipientes elites de sus respectivos grupos de parentesco. El cualquier caso el proceso no debió de ser homogéneo, como revela la persistencia de incineraciones en algunos de los enterramientos más suntuosos, como ocurre también en Cañada de Ruiz Sánchez, Cástulo o La Joya.<br /><br />En esta última necrópolis el proceso parece haber sido más rápido y distinto que en Setefilla, afectando a un mayor número de personas. La mezcla tipológica y funeraria sugiere una pronta disolución de los vínculos de parentesco y, al mismo tiempo, una ausencia de definición nítida de prestigio propia de un proceso rápido de acumulación de riqueza. Las personas enterradas en las tumbas “principescas” ostentan una posición social de privilegio que no tiene tanto que ver con el lugar que ocupan en sus linajes cuanto con la riqueza que les proporciona el comercio con los fenicios. De acuerdo con Heródoto esto era precisamente lo que legitimaba el poder de Argantonios, el Basileus que tiranizaba en Tartessos.<br /><br />Nos queda por explicar como se produjo este proceso de acumulación, lo que no es una tarea fácil ya que careemos en muchos casos de datos fiables sobre las actividades productivas y las relaciones de producción, como consecuencia del tipo de investigación predominante durante muchos años. Aún así proponemos la siguiente hipótesis que deberá ser contrastada con investigaciones futuras.<br /><br />El intercambio desigual con los colonizadores fenicios proporcionó el contexto en el que algunos jefes de los linajes más importantes pudieron movilizar trabajo ajeno con el fin de satisfacer la demanda fenicia de metales. De esta forma se apropiaron de riqueza en forma del trabajo extra de los demás. Este trabajo extra, o plustrabajo, en el que el predominio de la unidad doméstica como centro de producción sugiere una participación muy importante de las mujeres y los niños, no era realizado únicamente por los miembros de su propio linaje. La posición al frente de los sistemas ceremoniales y redistributivos resultaba muy eficaz para implicar a un número cada vez mayor de personas. Además, mediante el control de los matrimonios y las alianzas políticas se podía disponer del trabajo extra de los individuos de otras agrupaciones de parentesco. Las joyas femeninas, características del Bronce Final, sugieren que el traspaso de mujeres de los linajes más altos a los más bajos pudo ser utilizado como un medio para crear dependencia. La cercanía a los ancestros legitimaba las diferencias sociales. Como se ha dicho, el “festejo” de los ancestros crea y mantiene la distancia social.<br /><br />Precisamente en relación con el parentesco y su manipulación como forma de adquirir riqueza y notoriedad, se ha resaltado recientemente el papel desempeñado por el control social sobre las mujeres y sus matrimonios, que posibilita el dominio de la producción y la reproducción social. En el periodo “orientalizante” la orfebrería femenina y las estelas diademadas podrían estar señalando en la misma dirección. Además, la práctica del regalo suntuoso, que explicaría la presencia de algunas importaciones orientalizantes en las tumbas más modestas, pudo servir para obtener contraprestaciones en forma de trabajo extra. Los regalos y contra regalos provocan exigencias en la producción. El traspaso de mujeres y la práctica del regalo pudieron ser utilizados para crear dependencia y lograr contraprestaciones laborales. Dicha dependencia difiere de la que caracteriza las relaciones en el seno de la comunidad doméstica, y por la cual las mujeres y los varones jóvenes se hallan sometidos al varón adulto que controla las subsistencias y la reproducción, en que incrementa con una aportación externa el trabajo disponible por la agrupación de parentesco.<br /><br />Esta hipótesis puede coexistir perfectamente con otra recientemente expresada. Tal vez todas estas formas de movilizar trabajo ajeno no fueron suficientes ante la intensificación de la extracción de la plata durante el periodo orientalizante y algunos grupos de población en la región extremeña y al sur del Tajo, allí donde se distribuyen la estelas y aparece un orientalizante cuya riqueza no justifican los recursos locales, considerados principalmente la riqueza de sus tierras y su excelente ubicación geográfica de cara a un comercio interregional se especializaron en la caza humana, a fin de proporcionar mano de obra servil, sobre poblaciones de la Meseta que precisamente ahora abandonan el poblamiento en lugares accesibles para instalarse en cerros-testigos y castros fortificados.<br /> <br />La riqueza así conseguida era básicamente empleada en aumentar el número de interacciones sociales y políticas. El registro arqueológico sugiere una ausencia de centralización de los intercambios, lo que debió estimular la competencia de las agrupaciones de parentesco que involucraba a las unidades domésticas y explica la expansión del “orientalizante” percibida en lugares geográficamente alejados. Las pruebas arqueológicas de una organización no especializada del trabajo en los poblados minero-mertalúrgicos, incluidos los de actividad permanente como Cerro Salomón, sugieren que el modo de producción doméstico, lejos de desaparecer entre la población tartésica en favor de una economía más avanzada y diversificada, subsistió ampliamente aunque supeditado al sistema de intercambios y relaciones coloniales ahora dominante, y con un carácter ciertamente periférico. La extensión de este último, casi 1 km, y la evidencia de una tecnología de origen oriental, junto a algunos elementos constructivos de la misa procedencia, podrían, sin embargo, indicar como sugiere Moreno Arrastio, la presencia de formas de trabajo servil bajo control fenicio.<br /><br />La relativa uniformidad de los ajuares de las tumbas “principescas” sugiere la existencia de relaciones muy estrechas de los miembros de las incipientes elites en relación probablemente con el control y el acceso a los recursos mineros y a las vías de comunicación con la costa, en donde se realizaba el comercio con los fenicios. El carácter ceremonial y redistribuidor en que se insertaría todo este flujo de esposas, regalos y contraprestaciones estaría señalado por sitios como el santuario de Cástulo, el edificio “singular” de Montemolín y el palacio/santuario de Cancho Roano. Así, la acumulación de riqueza y el prestigio de estas elites incipientes no descansaba sobre la propiedad de los medios de producción sino sobre la apropiación del trabajo ajeno. En los lugares donde el proceso fue más rápido e intenso, como en Huelva, la disolución de los vínculos de parentesco se produjo con mayor celeridad, como indicaría la presencia de incineraciones individuales muy pobres, que representan a los individuos que han quedado excluidos de la comunidad.<br /><br />Rotos los vínculos de parentesco el propio poder económico de las elites sería utilizado coercitivamente para asegurar su preponderancia social y política. Pero este poder descansaba de forma predominante en la interacción económica y desigual con los colonizadores fenicios. Las relaciones de parentesco serán sustituidas por formas de dependencia clientelar, favorecidas por la disolución de la comunidad gentilicia y la exclusión de algunos de sus antiguos miembros de los medios de producción. Algo que sugieren algunas tumbas de La Joya, con ajuares aún ricos pero menos importantes que los de los enterramientos principescos y restos de armas, escudos (tumbas 9 y 18), espada de hierro y puntas de lanza (tumba nº 16), en claro contraste con las incineraciones más simples y las inhumaciones de “lapidados” en posición violenta, que probablemente representan a siervos.<br /><br />El tipo de desigualdad social que genera las relaciones en el ámbito colonial con los fenicios difiere netamente de la incipiente jerarquización dentro de los linajes de finales de la Edad del Bronce. El intercambio desigual somete a la tensión de una nueva contradicción a la formación social autóctona. Esta contradicción no es otra que la que resulta del sometimiento del modo de producción doméstico por el modo de producción dominante colonial, en la que éste preserva a aquel para explotarle, como modo de organización social que produce valor en beneficio del colonialismo, pero al mismo tiempo lo destruye al ir privándole, mediante la explotación, de los medios que aseguran su reproducción9. El periodo “orientalizante” tartésico no fue otra cosa que esto.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;"><span style="font-weight: bold;">BIBLIOGRAFÍA</span><br /></div><br />ALMAGRO-GORBEA, M. y A. DOMINGUEZ DE LA CONCHA, A., “El palacio de Cancho Roano y sus paralelos arquitectónicos y funcionales”: <span style="font-style: italic;">Zephyrus</span>, 41-2, 1988-9, pp. 339-382.<br /><br />ALVAR, <span class="fullpost">J., </span><span class="fullpost">“Theron, rex Hispaniae Citerioris (Macr. 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Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2419571850545814482.post-35676058849336025722008-02-24T17:26:00.040+01:002009-06-04T20:24:09.695+02:00El auge de Cartago y su manifestación en la Península Ibérica<div style="text-align: justify;"><span style="font-weight: bold;">Publicado originalmente en<span style="font-style: italic;">: </span></span><span><a href="http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=767841"><span style="font-style: italic;">Treballs del Museu Arqueologic d'Eivissa e Formentera = Trabajos del Museo Arqueologico de Ibiza y Formentera</span>,</a> ISSN 1130-8095, Nº 33, 1994 , pags. 7-22<br /></span><span style="font-weight: bold;"></span></div><br /><br /><div style="text-align: justify;"><span style="font-weight: bold;">I. La pertinencia de una imagen ponderada de los cartagineses y su historia. </span><br />La imagen convencional que tenemos de los cartagineses, de su cultura y su historia, nos viene dada en gran medida por la imposición, desde la misma Antigüedad, de una tradición marcadamente anticartaginesa. Esta tradición, que asimila a los cartagineses con otros pueblos "bárbaros" como los persas y los considera un peligro para los griegos fue elaborada e influida por autores como, Píndaro, Éforo, Isócrates, Diodoro, Polibio y Plutarco (Whittaker: 1978 : 60 ss Wagner: 1983, 251 ss) afianzándose de forma casi irreversible tras la victoria de Roma sobre Cartago y con la pérdida de los testimonios escritos de origen cartaginés. Una visión tan negativa de aquel pueblo no fue compartida por otros autores no menos significativos como Heródoto, Tucídides o el mismo Aristóteles y parece hoy ciertamente exagerada (Huss:1993, 32). Pero finalmente los romanos, que la heredaron de los griegos, impusieron su propio punto de vista favorecidos por sus victorias en el campo de batalla.<br /><a aiotitle="click to expand" href="javascript:togglecomments('UniqueName')">+/- Leer más</a><br /><br /></div><div class="commenthidden" id="UniqueName"><div style="text-align: justify;"><br />Como es sabido la historia la escriben siempre los vencedores y los cartagineses perdieron las guerras que les enfrentaron a Roma. El mismo hecho de hablar de "púnicos" supone ya aceptar sin crítica el discurso que domina en las fuentes literarias latinas con su carga ideológica negativa para los cartagineses y suponer que todos aquellos que vivían en las ciudades fenicias occidentales se encontraban sometidos a la autoridad de Cartago (López Castro: e.p.). A consecuencia de ello la historia y las vicisitudes de los cartagineses en el Mediterráneo vienen marcadas desde entonces por numerosos tópicos con los que, durante mucho tiempo, los investigadores modernos, receptores bastante acríticos de la tradición greco-latina, han intentado frecuentemente hacer coincidir los documentos y datos de que disponen, realizando unas veces interpretaciones sesgadas y otras, las menos, llegando incluso a violentar la propia fuente sobre la que trabajan.<br /><br /><span class="fullpost">Ejemplo de las primeras tenemos en la presunción de que Cartago heredó el imperio marítimo de Tiro después de la capitulación de la metrópoli fenicia ante el ejército del babilonio Nabucodonosor, un imperio basado en un control directo sobre el comercio a larga distancia y los mercados lejanos, así como en atribuir a Cartago ambiciones imperialistas, en sentido clásico, a la manera de Asiria ó de Persia -excluimos Roma ya que la existencia o no de un imperialismo romano ha sido también sometida a discusión (Veine: 1975; Finley: 1978 Harris: 1989) como parte de esa misma tradición heredada- que le llevarían a practicar una política agresiva de conquistas, bloqueos y monopolios, sin tener en cuenta que en muchos casos las agresiones y los conflictos a que dieron lugar, como las noticias de enfrentamientos navales con focenses y massaliotas de los que escuetamente nos hablan Tucídides (I, 13, 6), Pausanias (X, 8, 6; 18, 7) y Justino (XLIII, 5, 2) amén de las guerras en Sicilia, se dirimen en una tupida y compleja red de intereses contrapuestos en la que los cartagineses participan, no a título de protagonistas, sino como una más de las partes implicadas.</span><br /><br /><span class="fullpost">Esta imagen del imperio cartaginés tiene entre nosotros mucha fuerza pues lo concebimos como una replica significativa de los modernos imperios que han forjado en la historia reciente nuestras naciones occidentales, como escribía ya Chateaubriand en su <span style="font-style: italic;">Essai sur les revolutions</span> al establecer la comparación con la moderna Inglaterra, y como luego difundiría Schulten al hacerlo responsable nada menos que de la destrucción de Tartessos (Cruz Andreotti: 1987, 239). Una comparación que también se ha establecido, quizá con menos éxito, con la Venecia postrenacentista (Lancel: 1994: 117 ss) Una combinación de comercio y poder militar habría proporcionado su poder expansivo a los cartagineses, y como tal se habría manifestado igualmente en la Península Ibérica. Así, en un libro tan reciente como es el del prof. Huss (1993, 39) se afirma que "con certeza, a finales del siglo VI intervinieron en España con medios militares". Y sin embargo no pasa de ser una presunción ya que las fuentes literarias no lo establecen de forma categórica y falta un claro apoyo de los datos arqueológicos.</span><br /><br /><span class="fullpost">No deja de ser significativa la ausencia de estudios relativos a la presencia cartaginesa anterior a los Bárquidas, debida en parte a la fuerza de la interpretación tradicional que no requiere, por consiguiente, de nuevas averiguaciones, pero que también obedece a una singular ausencia de acontecimientos, al menos desde la perspectiva de la historia político-militar que precisamente la arropa. Basta con revisar dos publicaciones recientes sobre la presencia fenicia y cartaginesa en Occidente (Aubet y Olmo: 1986 cfr: Wagner: 1987, 335; Blázquez: 1992) y la proporción dedicada en el mencionado libro de Huss a España en contraste con el resto del Mediterráneo, así como en la obra del prof. Lancel (1994). Tal sospechosa ausencia de acontecimientos se ha venido justificando comúnmente por la existencia de un "bloqueo" cartaginés del Occidente que impediría saber que es lo que sucedía aquí. Pero los escasos textos sobre los que se pretende fundamentar tal explicación, además de la cuestión de la escasa viabilidad técnica, ofrecen una lectura diferente.</span><br /><br /><span class="fullpost">De esta forma, cuando con ocasión del primer tratado concluido entre Cartago y Roma se hace decir a Polibio (III, 22, 4) lo que él expresamente no dice, o se le considera, sin más, errado cuando afirma que el Cabo Hermoso, pieza angular de toda una interpretación que ha pretendido el cierre a la navegación por los cartagineses del Mediterráneo Occidental, es aquel que se yergue junto a Cartago , por lo que las restricciones a la navegación hay que entenderlas hacia el este y no hacia el oeste, hacia Tartessos, nos encontramos ante un significativo y difundido caso de manipulación de la información que proporcionan nuestras fuentes. Sin embargo se concede más autoridad a la palabra de un poeta, como Píndaro que a la de un historiador como Polibio, y no se pretende discutir las alusiones de aquel (3ªOlymp . 40-5, 3ª Nem. 19-27, 4ª Nem., 66-72, 3ª Ist. 27-31) acerca de las Columnas de Heracles como término de la navegación para los griegos, que no obstante hay que interpretarlas, tras un análisis minucioso de los poemas, su finalidad y el contexto en que se realizan (Domínguez Monedero, 1987), en sentido alegórico, como el lugar donde se encuentran los confines del mundo, que sólo un héroe de la talla de Heracles puede alcanzar, y no como informaciones de valor histórico sobre una situación concreta.</span><br /><br /><span class="fullpost">Por otra parte, contrariamente a todas las pretensiones de ver en Cartago un imperio de tipo clásico, la ciudad norteafricana se configuró como una polis (Tsirkin: 1986), en la acepción más amplia del término: una ciudad-estado mediterránea y como tal mantenía semejanzas y divergencias con otras tales como Atenas, Esparta, Corinto, Siracusa, Ceres o la propia Roma. Por su constitución, ensalzada por Aristóteles, quien junto con Eratóstenes y otros, no consideraba a los cartagineses merecedores de figurar entre los "bárbaros"; por su desarrollo histórico, que desde un sistema oligárquico integrado por las familias que descendían de los primeros colonizadores, pasó a otro de corte aristocrático, soportó en el siglo VI a. C. el intento de instaurar una tiranía por parte de Malco y padeció del papel preponderante de los Magónidas, en muchos aspectos similar al de los tiranos griegos, hasta alcanzar finalmente una "república aristocrática" (Lancel, 1994: 113), tras un postrero intento de golpe de estado, una pseudodemocracia parangonable hasta cierto punto a la romana; por su propia proyección externa, en fin, realizada hasta el siglo III a. C. con métodos que primaban las alianzas y pactos desiguales sobre la conquista y la agresión directa, Cartago está mucho más cerca de cualquiera de ellas que de Persia u otro imperio "clásico" de la Antigüedad.</span><br /><br /><span class="fullpost"><span style="font-weight: bold;">II. El imperialismo cartaginés en el Mediterráneo.</span></span><br /><span class="fullpost">Recientes estudios (Whittaker: 1978, Wagner: 1983, Hans: 1983, Barceló: 1988, López Castro: 1991a y 1991b) sobre la política exterior de Cartago y los medios empleados para llevarla a cabo en el Mediterráneo ponen en tela de juicio la imagen tradicional de un imperialismo cartaginés a la clásica. No hay, por ejemplo, traza alguna de la existencia de un aparato de administración imperial en Sicilia, Cerdeña o la Península Ibérica. Por otro lado, la palabra que las fuentes antiguas utilizan de forma predominante para referirse al tipo de presencia de Cartago en Sicilia, donde nuestra documentación es más abundante, es la de epikrateia (señorío, jurisdicción ), que aunque expresa evidentemente una idea de dominio, difiere de eparxia vocablo utilizado para caracterizar una provincia de un imperio territorial. En cuanto a las conquistas cartaginesas estas parecen haber sido particularmente efectivas en el norte de Africa y no tanto en su entorno circunmediterráneo, lo que no puede ser achacado a falta de capacidad sino a divergencia de intereses. Si las guerras de Sicilia han de ser interpretadas como un exponente del imperialismo cartaginés entonces también lo son de un imperialismo de Siracusa y algunas otras ciudades griegas interesadas en enfrentarse a los púnicos por motivos políticos y económicos.</span><br /><br /><span class="fullpost">Los conflictos que sacudieron la convivencia en la isla no estaban siempre provocados por Cartago o sus aliados fenicios (Wagner: 1983, 179 ss; Hans: 1983) y en el curso de ellos encontramos inmejorables ocasiones que los cartagineses podrían haber aprovechado para extender su presencia en la isla sin que tal cosa fuera finalmente llevada a la práctica (Whittaker: 1978, 64 ss). Una vez más la pregunta resulta pertinente ¿falta de capacidad ó ausencia de objetivos?. No conviene olvidar que una nutrida colonia cartaginesa habitaba en barrios de Siracusa, Agrigento o Selinunte, al igual que había griegos en Cartago a los que conocemos incluso por sus inscripciones, y que en la defensa del enclave fenicio de Motia, ubicado en la parte occidental de Sicilia, colaboraron activamente todos aquellos helenos deseosos de oponerse a la tiranía siracusana de Dionisio el Viejo, como lo volverían a hacer una generación más tarde con ocasión de la guerra provocada por Agatocles (Wagner: 1983, 253 y 330 ss).</span><br /><br /><span class="fullpost">En muchas ocasiones se ha considerado la presencia desde el siglo V a.C. de mercenarios iberos en los ejércitos cartagineses como una prueba del dominio que sobre sus territorios ejercía la ciudad norteafricana. Sin embargo, la presencia de mercenarios de diversa procedencia, no sólo iberos, sino también ligures, galos, itálicos, celtas e incluso griegos, en los ejércitos cartagineses que operaban en Sicilia y otros lugares del Mediterráneo no puede ser considerada como un testimonio del dominio de Cartago sobre sus lugares de origen. Nadie revindica una conquista cartaginesa del país de los ligures o del de los celtas y parece claro que la presencia de mercenarios íberos en las tropas movilizadas por Cartago, aunque es un claro síntoma de unas relaciones fluidas entre las dos partes, no implica necesariamente la conquista de su país por los cartagineses (Wagner: 1985, 457; Barceló: 1988, 115 ss), sobre todo cuando los argumentos colaterales en favor de tal conquista se muestran, como ahora veremos, sumamente débiles. En este mismo sentido, se ha exagerado mucho el carácter mercenario de los ejércitos cartagineses, que aún siendo pluriétnicos y contando entre sus miembros con soldados de fortuna, no perdieron nunca del todo su carácter y contingente ciudadano, por lo que no se pueden parangonar a los vastos y heterogéneos ejércitos puestos en pie por los persas, como en ocasiones se ha hecho. A tal respecto no hay que pensar que todos los ejércitos cartagineses fueran como el de Aníbal, que era básicamente un ejército de tipo helenístico de acuerdo a las circunstancias y al signo de los tiempos (Wagner: 1994).</span><br /><br /><span class="fullpost">A la vista de todas estas consideraciones la presencia de Cartago en el Mediterráneo puede ser entendida de una manera ciertamente distinta a como se ha venido haciendo con demasiada frecuencia. Parece que los cartagineses, debido sobre todo a la escasez de tierra cultivable y materias primas en el territorio originario de su ciudad antes de las conquistas africanas emprendidas por Hanón en el siglo V a. C., se involucraron activamente en el comercio marítimo como una fuente tanto de prestigio como de beneficios (Whittaker, 1978: 81). De esta forma desarrollaron una política cada vez más activa de puerto de comercio, lo que les proporcionó la capacidad de sacar ventaja de la retracción del comercio fenicio occidental durante el siglo VI a. C., permitiendo finalmente reemplazarles en la redistribución comercial de metales y otras mercancías en el Mediterráneo. El relevo se produjo sin enfrentamientos abiertos ni violencia y está documentado, además de por los testimonios arqueológicos, por los famosos periplos que los navegantes Hanón e Himilcón realizaron por el Atlántico sur y norte respectivamente (Huss: 1993, pp. 42ss). El comercio cartaginés está , por otra parte, atestiguado arqueológicamente no sólo en las vecinas ciudades etruscas del otro lado del mar, sino en lugares mucho más alejados como Corinto, Olimpia y en la misma Atenas (Wagner: 1983, Ramón: 1991, 146).</span><br /><br /><span class="fullpost">Pese a encontrarse tan extendido, el argumento de que el auge de Cartago obedeció a la decadencia de Tiro no resulta creíble. La capitulación de Tiro en el 573 a. C. no tuvo una repercusión significativa en todo este proceso histórico, pese a que se sigue utilizando aún hoy para explicar la mayor presencia de Cartago en lugares como Ibiza y la decadencia de los establecimientos fenicios del sur de la Península Ibérica (Lancel: 1994, 86), ya que ni supuso una interrupción en el desarrollo histórico de la ciudad oriental, ni fue Tiro tampoco la única metrópolis que participó activamente en la expansión fenicia de época arcaica, y en todo caso el acontecimiento resulta posterior a los primeros síntomas detectados de retracción del comercio fenicio en Occidente (Alvar: 1990, 25). Cartago no intervino por tanto para ocupar el vacio producido por la "crisis" de los asentamientos fenicios en el extremo occidente ya que tal "crisis" no tuvo existencia real, al menos como se concibe en ocasiones.</span><br /><br /><span class="fullpost">Los síntomas percibidos de un supuesto retraimiento del comercio fenicio pueden ser explicados en términos de una reorganización del modelo colonial, más afectada por la situación económica en conjunto del Mediterráneo occidental que por lejanos acontecimientos ocurridos en Oriente. Se trata, en realidad, de un cambio en el patrón de asentamiento colonial que implica el abandono hacia el 600 a. C. de muchas de las antiguas "factorías" para reagrupar a la población en centros mayores con rango ya de ciudad, y cuya causa no puede ser un hecho que ocurrirá en Fenicia aproximadamente un cuarto de siglo después.</span><br /><br /><span class="fullpost">En el curso de esta evolución, los cartagineses alcanzaron un puesto preeminente en la actividad comercial y política en el Mediterráneo y como tal llegaron a desarrollar una activa presencia en ultramar con el fin de garantizar el acceso a los puertos de comercio, propios o ajenos, que constituían la base de toda aquella estructura económica, de la amenaza de piratas u otros extranjeros hostiles, en un contexto como aquel, en el que la piratería, la guerra corsaria o el pacífico comercio no eran actividades incompatibles para quien las practicara (Wagner: 1984, 212). Debido a ello establecieron una estrategia de tratados y alianzas recíprocos, pero que con el tiempo se tornaron desiguales por el predominio marítimo que llegaron a alcanzar, creando de esta forma las condiciones para una efectiva supremacía que les permitía garantizar la protección del comercio de sus aliados y presionarles circunstancialmente, así como definir en su nombre las relaciones exteriores dada su mayor presencia marítima y su más notoria capacidad de maniobra en los escenarios internacionales. Una política similar a la que, un siglo más tarde, realizarían los atenienses en el Egeo al frente de la Liga de Delos sin recurrir tampoco, salvo circunstancialmente, a la conquista y a la violencia directa.</span><br /><br /><span class="fullpost">Un imperialismo, en suma, que puede ser calificado como hegemonía y dominación indirecta, muy distinto del practicado por los imperios que decimos clásicos, pero que permitía a Cartago hablar en nombre de sus aliados en los foros internacionales, así como endosarles parte del excedente de su población, práctica que conocemos por Aristóteles (Pol., XI, 1273b), enviando la otra parte como colonos (libiofenicios) a los territorios de ultramar. Que se trata de una estructura en donde las alianzas se establecen en plano de igualdad teórica, aunque en la práctica actúe la hegemonía de Cartago, se percibe en la inclusión de Tiro y Utica como aliados de los cartagineses en el tratado del 348 a. C. Difícilmente se puede sostener la idea de que Tiro fuera parte de un imperio gobernado desde Cartago, y la ausencia de Gadir y otras muchas ciudades fenicias del Mediterráneo central y occidental no implica tanto que estuvieran sometidas a su autoridad sino que se trataba de aliados de menor rango, al menos político, por lo que en vez de figurar en el lugar de honor se alude a ellas simplemente como "los respectivos aliados" (López Castro: 1991b, 97 ss).</span><br /><br /><span class="fullpost"><span style="font-weight: bold;">III. La manifestación del auge de Cartago en la P. Ibérica según las fuentes escritas.</span></span><br /><span class="fullpost">Ciertamente los intereses de Cartago en el extremo occidente Mediterráneo, y en concreto en la Península Ibérica y Baleares, han sido mencionados por algunos autores antiguos, pero las noticias que nos han dejado son realmente escasas y sumamente ambiguas. Según Diodoro de Sicilia (V, 16, 2-3), un historiador griego que escribía en el siglo I a. C.., los cartagineses habían fundado una colonia en Ibiza en el año 653 a. C., cuando Cartago aún no había establecido una presencia comercial de cierto alcance en las mucho más cercanas Sicilia y Cerdeña. Tardará aún más de un siglo en enviar tropas al mando del general Malco para combatir en ellas (Hus: 1993, 35-6). Durante algún tiempo se consideró esta aseveración como cierta. Luego con la revisión de los materiales arqueológicos hallados hasta el momento tomó cuerpo un cierto escepticismo, hasta que nuevos hallazgos (Fernandez, Gómez Bellard, Gurrea Barricate: 1984; Fernández: 1985) y una nueva valoración de los datos procedentes de excavaciones antiguas (Hachuel y Mari: 1988) confirman la antigüedad de la fundación aunque parecen contradecir su procedencia (Barceló: 1985).</span><br /><br /><span class="fullpost">Así, recientes descubrimientos arqueológicos han confirmado la existencia de una temprana presencia arcaica fenicia en Ibiza (Costa Ribas: 1986; Ramón: 1988 y 1991: p. 137; Gómez Bellard: 1993) aunque, de acuerdo con el tipo de materiales encontrados, más vinculada a la población fenicia de las colonias del denominado Círculo del Estrecho que a la propia Cartago. En mi opinión no debe ponerse en entredicho por ello la noticia de Diodoro; por un lado porque en aquellas fechas el registro arqueológico de Cartago no se distingue aún tan netamente como más adelante del de los restantes establecimientos fenicios occidentales, y por otro creo que una colonización conjunta procedente de Fenicia y de la misma Cartago en tiempos, no lo olvidemos, de las invasiones asirias es perfectamente plausible. Otra opción sería considerar que Ibiza fue fundada desde algún asentamiento occidental, Gadir p. ej., a fin de impulsar la penetración del comercio fenicio en el levante, utilizando para ello fenicios llegados de Oriente que previamente habían alcanzado Cartago, donde tal vez no pudieron permanecer debido a la saturación demográfica que como consecuencia de la venida de refugiados orientales padecía aquella ciudad (Wagner y Alvar: 1989: 86 ss).</span><br /><br /><span class="fullpost">Antes que Diodoro, otros historiadores y geógrafos habían hecho ya mención de la presencia cartaginesa en el extremo occidental mediterráneo. Así, un periplo atribuido a Escílax de Carandia y que recoge noticias de época arcaica menciona los emporios cartagineses al otro lado del Estrecho. En el siglo IV Éforo (Ps. Scymnos, 196-8) mencionará a los libiofenicios como colonos de Cartago establecidos en el sur de la Península Ibérica. Un poco antes, hacia finales del siglo V, los había mencionado Herodoro (fr. 2) quién los sitúa junto a los tartesios y los iberos, señalando igualmente su carácter de colonos cartagineses. Parece que estos libiofenicios que según otras fuentes compartían derechos civiles con los cartagineses, como por ejemplo el del matrimonio, eran el resultado de la mezcla de poblaciones fenicias y autóctonas en el N. de Africa, y aparecen reflejados arqueológicamente en algunos yacimientos meridionales (López Castro: 1992a, 58).</span><br /><br /><span class="fullpost">Timeo (Ps. Aristóteles, De mir. aus., 136) otro griego que escribió a comienzos del siglo III a. C , afirma que el salazón de Gadir era concentrado en grandes depósitos y conducido a Cartago, donde era consumido en su mayor parte y el excedente se enviaba hacia otros puertos del Mediterráneo.</span><br /><br /><span class="fullpost">El segundo tratado romano-cartaginés (Polibio, II, 23) fechado en el año 348 a. C. menciona específicamente Mastia Tarseion, que generalmente es aceptada como Mastia de Tartessos, una localidad ibera próxima a Cartagena, como el límite más allá del cual no se permite la navegación, el comercio y la colonización a los romanos y sus aliados. Esto representa una gran diferencia respecto al primer tratado concluido entre Cartago y Roma a finales del siglo VI o comienzos del V a. C. , en el que no figura ninguna referencia a la Península Ibérica ni al extremo occidental mediterráneo en su conjunto, y concuerda así mismo, como veremos, con la información aportada por los datos arqueológicos.</span><br /><br /><span class="fullpost">Polibio (I, 10,5), el historiador griego considerado propagandista de los Escipiones, los peores enemigos que Cartago tenía en Roma, alude a la "reconquista" de Iberia por parte de Amílcar Barca, cómo dando a atender una anterior dominación cartaginesa sobre estos territorios. No obstante la noticia de este autor, sumamente vaga por lo demás, es contradicha por la más específica información de Diodoro (XXV, 10, 1-4) sobre las nuevas conquistas de Amílcar "tan lejos como las Columnas de Hércules, Gadir y el Océano".</span><br /><br /><span class="fullpost">En el siglo I a. C Ateneo (IV, 9,3) menciona, sin más precisión cronológica, un ataque cartaginés contra Gadir en el curso del cual se habría producido la invención del ariete, noticia que más tarde recogerá Vitrubio (De arch., X, 13,1) autor de la época de Augusto.</span><br /><br /><span class="fullpost">Otras fuentes más tardías hablan aún de la presencia cartaginesa en el mediodía peninsular. Justino (XLIV, 5, 3) en su epítome a Trogo Pompeyo, historiador galo-romano de la época de Augusto, menciona a los cartagineses apoderándose del territorio que antes había pertenecido a Gadir y convirtiéndolo en una provincia de su imperio a cambio de haber defendido a la ciudad fenicia de un ataque procedente de sus vecinos. Aún más tarde, Avieno, poeta del siglo IV, con una erudición muy al gusto de la época, comenta en su Ora marítima, una descripción de las costas peninsulares basada en noticias más antiguas, entre las que figurarían "los oscuros anales de los púnicos", como los cartagineses poseyeron ciudades y villas en las tierras situadas a ambos lados del Estrecho de Gibraltar. No obstante, tales alusiones encuentran su réplica en otros testimonios, como aquel de Tito Livio (XXVIII, 37,1) que menciona a Gadir en condición de aliada -socios et amicus- y no de sometida a los cartagineses en los últimos tiempos de la presencia Bárquida en la Península, o el de Diodoro (V, 35-8) que afirma que los iberos explotaban directamente las minas antes de la llegada de los cartagineses con Amílcar.</span><br /><br /><span class="fullpost">Tal escasez de noticias sobre la presencia de Cartago en la Península Ibérica ha sido interpretada generalmente en términos de una conquista de la misma por parte de los cartagineses, quienes habrían impedido además la llegada de otros navegantes mediterráneos bloqueando las rutas comerciales en el Mediterráneo occidental y cerrando a la navegación el Estrecho, lo que a su vez explicaría que sólo fuentes tardías, posteriores a la "liberación" de la Península por los romanos, se hicieran eco de tales acontecimientos. Sin embargo es posible una interpretación de signo distinto, según la cual la escasez de noticias obedece en realidad a una similar escasez de acontecimientos, por lo que los hechos a que aluden las fuentes tardías habría que ubicarlos en el contexto de la presencia de los Bárquidas, generales de Cartago, en la Península tras la Primera Guerra Púnica y los años posteriores. Cual de estas dos interpretaciones es la más cercana a los hechos históricos es algo en lo que nos puede ayudar la Arqueología.</span><br /><br /><span class="fullpost"><span style="font-weight: bold;">IV. Cartago y la P. Ibérica según los testimonios arqueológicos.</span></span><br /><span class="fullpost">Parece que existe común acuerdo entre los investigadores en aceptar que no disponemos de traza o vestigio alguno de cualquier tipo de actividad de envergadura realizada por Cartago en la Península hasta bien entrado el siglo VI a.C. (Tsirkin, 1979: 556; Barceló: 1988, 26 ss), algo que por otra parte encaja con lo observado también en otros lugares del Mediterráneo, como Sicilia, Cerdeña o el litoral norteafricano. A partir de esa fecha la presencia de Cartago se detecta en el cambio cultural que se percibe en la introducción de ciertas novedades arqueológicas.</span><br /><br /><span class="fullpost">Estas novedades se advierten en el terreno funerario por la presencia de hipogeos y tumbas en fosas y cistas de piedra con predominio del rito de inhumación. En el campo de las manifestaciones y cultos religiosos por algunos indicios que sugieren la existencia de un culto a Tanit, la divinidad cartaginesa por excelencia aunque de procedencia también oriental, en Villaricos, Ibiza y tal vez en algunos poblados ibéricos. En relación a las cerámicas cabe destacar la generalización de la cerámica sin barniz rojo y con decoración pintada muy sobria, lucernas más cerradas y pequeñas que las de la fase arcaica. También es observable la aparición de objetos característicos de ambientes cartagineses: cáscaras de huevo de avestruz, pebeteros, máscaras, amuletos, joyas y objetos de pasta de vidrio coloreada, todos ellos con correspondencias tipológicas precisas en Cartago y el Mediterráneo central, y que en la Península Ibérica se distribuyen sobre todo por las zonas del Sudeste y Levante meridional (Aubet, 1986; Wagner, 1989: 150-1; López Castro, 1991b: 88).</span><br /><br /><span class="fullpost">No obstante todas estas presumibles importaciones cartaginesas son cuantitativamente escasas antes de finales del siglo V a. C., lo que se advierte de forma significativa en la cerámica y sobre todo las ánforas, que por su carácter de contenedores indican con mayor precisión las conexiones comerciales y sus implicaciones económicas, mientras que por el contrario cerámicas y ánforas fabricadas en Ibiza y tipológicamente distinguibles de las propiamente cartaginesas, están bien representadas (Ramón, 1981: 40-3). Así mismo los recipientes fabricados con huevos de avestruz, que después de Cartago aparecen en su mayor abundancia en la Península, se concentran sobre todo en Ibiza y Villaricos, y sólo esporádicamente aparecen de forma aislada en otros lugares como Toscanos o La Joya. Este horizonte arqueológico encaja bastante bien con lo observado en la propia Cartago (Astruc: 1964; Peacok: 1986) donde las ánforas y otros objetos procedentes de la Península no están presentes en una proporción significativa antes del año 400 a. C.</span><br /><br /><span class="fullpost">Toda esta documentación arqueológica, aún deficientemente sistematizada, permite afirmar que a partir de la segunda mitad del siglo VI a. C. hubo cartagineses viviendo en fundaciones fenicias arcaicas, como la misma Gadir, Toscanos-Cerro del Peñón (necrópolis de Jardín), Sexi-Almuñecar, Baria-Villaricos y, por supuesto, la misma Ibiza, y que lo siguieron haciendo durante los siglos siguientes, lo que no tiene porque significar nada muy distinto de la presencia de los mismos comerciantes cartagineses viviendo en lugares como Atenas, Corinto, Siracusa o Caere, lugares donde también están atestiguados. En cualquier caso las actividades de aquellos comerciantes no parecen apoyar la idea de que Cartago se encontrara fuertemente involucrada en el comercio y la colonización en el extremo occidente, habida cuenta de la escasez de vestigios señalada.</span><br /><br /><span class="fullpost">Una cierta implicación cartaginesa se advierte también, en algún detalle arqueológico, en el reordenamiento de la población semita colonial de la costa mediterránea andaluza que se produce durante la segunda mitad del siglo VI, dando lugar a la transformación del tipo de asentamiento en emporios contiguos situados a escasa distancia en auténticas ciudades cómo Malaka, Sexi o Abdera (Gran-Aymerich, 1988). La mayor concentración de la población y la creciente densidad demográfica podrían estar también en parte relacionada con la llegada de colonos libiofenicios a los que, como hemos visto, aludían algunas de nuestras fuentes y de los que presumiblemente existe cierta evidencia arqueológica (López Castro, 1992a: 57ss ).</span><br /><br /><span class="fullpost">Pero no es hasta finales del siglo V y sobre todo durante el siglo IV cuando las importaciones cartaginesas comienzan a llegar a la Península con mucha mayor abundancia, lo que se percibe también, además del SE y levante, en los asentamientos ibéricos de la costa catalana (Sanmartí: 1987, 124) si bien continua el predominio de aquellas procedentes de Ibiza, la cual experimenta ahora un auge que también se advierte en otros lugares como Villaricos y Almuñecar. Seguramente la colonización agrícola de la isla, llevada a cabo durante el siglo V a. C. (Ramón: 1984; Gómez Bellard: 1985) tuvo bastante que ver al asegurar las condiciones productivas y comerciales necesarias. Así mismo coincide todo ello con el tratado romano-cartaginés del 348 a. C. (Scardigli, 1991: 89 ss), el primer documento en el que se manifiestan con claridad los intereses de Cartago en esta parte del Mediterráneo. Coincide igualmente con la emisión de las primeras monedas cartaginesas empleadas para pagar a las tropas mercenarias que luchaban en Sicilia, acuñadas muy probablemente con plata procedente de la Península, y también con el papel central que desempeña ahora Cartago como redistribuidor de las salazones procedentes de las factorías ubicadas a ambos lados del mar en el lejano occidente (Wagner, 1989: 152). Este auge de Cartago que llega a su culmen durante el siglo IV no hay que explicarlo acudiendo a causas externas. La respuesta se encuentra en la propia Cartago cuya expansión durante el siglo V a.C la permitió adquirir un territorio africano administrativamente ligado a la ciudad (Lancel: 1994, 240), cuyas rentas pudieron entonces ser empleadas por la nobleza oligárquica cartaginesa para impulsar su presencia en ultramar La cuestión estriba ahora en establecer la naturaleza y el carácter de dicha presencia.</span><br /><br /><span class="fullpost">Arqueológicamente no poseemos dato de ningún tipo que permita defender la hipótesis de una implicación militar cartaginesa en la Península por aquellas fechas con cierta verosimilitud (Blázquez: 1992, 62). Tampoco es posible atribuir a los cartagineses la destrucciones detectadas arqueológicamente de muchos poblados ibéricos, cómo en alguna ocasión se ha pretendido, ya que cronológicamente se extienden a lo largo de un periodo tan amplio y por tan diferentes zonas del sur y el levante peninsular que no es posible conectarlas entre sí, por lo que debemos rechazar la hipótesis de una causa común.</span><br /><br /><span class="fullpost">Por otra parte se ha señalado en más de alguna ocasión las analogías observadas en la construcción de toda una serie de pequeños recintos fortificados, torres o atalayas, que se extienden por la Alta Andalucía (campiñas de Córdoba y Jaén) con la arquitectura militar púnica y torreones similares conocidos en el N. de Africa y Cerdeña. De acuerdo a esta interpretación constituirían el reflejo arqueológico de las famosas "torres de Aníbal" citadas por nuestras fuentes en el marco de la Segunda Guerra Púnica (Blázquez: 1992, 215-6). Como su cronología oscila, en algunos casos, entre el siglo V y el III se atribuyeron las más antiguas a una presencia cartaginesa anterior a los Bárquidas. No obstante no han podido ser asociadas a ningún objeto (cerámicas, armas...) de procedencia cartaginesa ya que ningún vestigio de esta índole se ha encontrado en ó cerca de las mismas, que señalan por el contrario una ocupación típicamente ibérica, e incluso romana (Arteaga et allí: 1989) Tal vez por todo ello resulte más prudente considerarlas como la expresión de la formación de territorios políticos en el ámbito de los procesos de evolución histórica que afectan a los pueblos ibéricos (Ruiz y Molinos: 1993, 142). Que en sus técnicas constructivas se halla podido imitar en algunos de ellos modelos púnicos no implica sino el acercamiento entre la aristocracia local, los gobernantes autóctonos de los poblados fortificados de que dependen las atalayas, y los colonizadores cartagineses de la costa. No obstante este acercamiento se ha podido producir en el marco de pactos, alianzas e intercambios desiguales, y no necesariamente de una sumisión impuesta por la fuerza de las armas de la que no se encuentran testimonios que la avalen.</span><br /><br /><span class="fullpost">Así mismo, los paramentos púnicos de la muralla de Carmona, que también se aducen como una prueba de la soberanía territorial cartaginesa, pueden corresponder perfectamente a los tiempos de la Segunda Guerra Púnica, habida cuenta de que su reutilización impide establecer con exactitud el momento en que tales muros fueron construidos. Otro tanto cabe decir de los vestigios púnicos detectados en la muralla hispano-musulmana del Alcázar de Sevilla (cfr: López Castro: 1991a, 77).</span><br /><br /><span class="fullpost">A este respecto la ausencia de testimonios numismáticos como los que conocemos en Sicilia es particularmente significativa. La ausencia de monedas similares a las empleadas desde finales del siglo V a. C. para pagar a las tropas en Sicilia solo puede implicar estas cuatro cosas:</span><br /><span class="fullpost"> 1) una cuestionable contingencia nos ha impedido encontrarlas</span><br /><span class="fullpost"> 2) las tropas utilizadas por los cartagineses en la Península eran</span><br /><span class="fullpost"> retribuidas de otra forma.</span><br /><span class="fullpost"> 3) los cartagineses subyugaron gran parte de la Península sin apenas</span><br /><span class="fullpost"> emplear tropas</span><br /><span class="fullpost"> 4) realmente no llegaron a conquistarla hasta la época de los Bárquidas</span><br /><span class="fullpost"> tras la primera guerra púnica, cuando precisamente comienza a pro-</span><br /><span class="fullpost"> producirse la acuñación de monedas.</span><br /><br /><span class="fullpost">Por todo ello no parece posible atribuir a la presencia cartaginesa en la Península y Baleares anterior a la llegada de Amílcar Barca un carácter de imperialismo territorial, de dominación directa como la que pretende recientemente Trochetti (1988) para Cerdeña. Al igual que ha sido observado en esta isla del Mediterráneo (Morel: 1986), en la que se documenta una convivencia de elementos pertenecientes al ámbito cultural púnico, griego y etrusco, además de sardo, otro tanto cabe decirse de Ibiza y también de Villaricos, donde los testimonios procedentes de la cercana necrópolis indican que las comunidades púnica e ibera que compartieron el asentamiento indican la ausencia de una aculturación forzada por el elemento cartaginés o de una relegación del ibérico a la periferia (Chapa, e.p.) como sería propio de un sistema imperialista de dominación territorial.</span><br /><br /><br /><span class="fullpost"><span style="font-weight: bold;">V. Conclusiones:</span></span><br /><span class="fullpost">La presencia cartaginesa en la Península y el extremo occidente en general no parece haber sido predominante ni significativa en el temprano periodo de la colonización fenicia arcaica. Sin duda alguna hubo contactos que no parecen intensos y es aceptada la presencia de cartagineses residiendo en lugares como Gadir, Toscanos, Almuñecar, Villaricos o Ibiza desde finales del siglo VI. a. C. Una posterior conquista cartaginesa que precediera a las campañas militares de los Bárquidas parece también poder descartarse en base a los datos literarios y arqueológicos de que disponemos.</span><br /><br /><span class="fullpost">No existe un solo establecimiento colonial, salvo los posibles asentamientos de carácter agrícola atribuidos a los libiofenicios, cuya fundación pueda serle imputada en exclusivo a los cartagineses. Tal es el caso de Ibiza, que ante los últimos descubrimientos arqueológicos, parece más bien una empresa conjunta de fenicios orientales que huyendo de las invasiones asirias habían pasado algún tiempo en Cartago y sus hermanos occidentales del Círculo del Estrecho estructurado en torno a Gadir, a fin de aprovechar un nuevo potencial humano para profundizar la irradiación fenicia sobre Levante y Cataluña, dinamizando el comercio en esas regiones. En la isla la presencia cartaginesa sólo parece haberse producido a partir de la segunda mitad del siglo VI a. C. (Barceló: 1984-5: 76 ss Ramón: 1991, 143), mientras que en Mallorca es todavía posterior y siempre dependiendo de Ibiza (Guerrero: 1984, 1991 y 1993). Otro tanto cabe decir de lugares como Almuñecar (Granada), la antigua Sexi, y de Villaricos (Almería), la antigua Baria, que han proporcionado un horizonte arqueológico que las vincula a la fundación de los asentamientos fenicios arcaicos en el curso del siglo VIII (López Castro: 1991a, 80; 1991b: p. 103 n. 8), aunque más tarde recibieron, como se ha dicho, un significativo aporte de población cartaginesa.</span><br /><br /><span class="fullpost">Tal, más que la fundación de colonias propias, parece constituir una de las características más sobresalientes de toda la actuación de Cartago en el Mediterráneo, repoblar, siguiendo una tradición que aparece como consolidada en nuestras fuentes en Sicilia, Cerdeña, Malta y la P. Ibérica y Baleares los antiguos lugares fenicios, engrandeciéndolos en tamaño e importancia pero sin someterlos por ello a una dependencia política directa. Así parece haber sucedido también en Ibiza, donde la colonización agrícola del interior debió obedecer a la llegada de nuevas gentes desde finales del siglo VI, como sugieren los datos arqueológicos, lo que posibilitó el auge comercial de la isla. Esta ausencia de una implantación colonial cartaginesa anterior a la primera guerra con Roma, el no disponer de sus propias colonias a pesar del intenso comercio realizado desde finales del siglo V a. C., explicará la importante actividad posterior de los Bárquidas en este sentido, con la fundación de Akra Leuke y Cartago Nova. También en consecuencia la influencia cultural de procedencia estrictamente cartaginesa sobre las poblaciones locales no fue muy grande, en contraste con el influjo de origen fenicio occidental. Ello se percibe de alguna manera en las pervivencias que caracterizan el periodo romano posterior, menos densas y duraderas en el SE, área tradicionalmente considerada bajo el influjo de Cartago (Tsirkin: 1985, 259).</span><br /><br /><span class="fullpost">En esta zona la existencia de algunos elementos arqueológicos (figurillas, pebeteros) sugiere la posibilidad de existencia de un culto a Tanit-Demeter entre algunas poblaciones ibéricas del sureste y levante. Muchos de estos vestigios no son anteriores al siglo IV a. C. y parecen señalar la existencia de un sincretismo con alguna divinidad femenina propia (Pena: 1990 cfr: Olmos: 1988-9), inducido, no tanto desde Cartago, como desde la más próxima Ibiza. La posterior difusión de las monedas ebusitanas corresponde con exactitud a los lugares donde tales vestigios de un posible culto a Tanit se han hecho evidentes y viene a reforzar esta hipótesis. No obstante conviene ser cautos ya que una valoración descontextualizada de la iconografía de todas estas piezas puede inducir a errores. Así no faltan los partidarios (Blázquez: 1992, 58 y 469) y detractores (Lipinski: 1988-90, 221) de ver en bronces votivos ibéricos de los siglo V y IV a. C. que representan figuras femeninas ricamente adornadas, tocadas con una gran tiara y los brazos extendidos hacia delante en el gesto habitual de la sacerdotisa, en las "damas" ibéricas (de Baza o de Elche) representaciones de la diosa cartaginesa. Por otra parte los Smitting Gods que están ausentes del territorio de Cartago y el norte de Africa están en cambio bien representados en estos territorios (Bisi:1986) supuestamente sometidos a la dominación cartaginesa.</span><br /><br /><span class="fullpost">De todo lo expuesto se puede concluir que los cartagineses controlaron las riquezas del extremo occidental mediterráneo que les interesaban, plata, hierro, salazones, y otras más lejanas, púrpura, estaño, mediante un sistema de alianzas con las ciudades fenicias preexistentes y con las comunidades autóctonas, esencialmente ibéricas, que habitaban en los territorios donde tales riquezas se localizaban. Alianzas desiguales, por supuesto, dada la importancia de Cartago y su papel de potencia marítima en el Mediterráneo, pero que hacían innecesarias las guerras de conquista, mucho más costosas por otra parte. Así, Gadir conservó su status casi independiente hasta finales de la Segunda Guerra Púnica. Un sistema de hegemonía marítima y control indirecto en vez de soberanía territorial que no podemos detectar en modo alguno. Una epikrateia (Wagner: 1986, 155 ss; López Castro: 1991a, 78; Scardigli: 1991, 167) en vez de un imperio territorial.</span><br /><br /><br /><span class="fullpost"><div style="text-align: center;"><span style="font-weight: bold;">BIBLIOGRAFIA</span></div></span><br /><br /><span class="fullpost">ALVAR, J (1990) "La caída de Tiro y sus repercusiones en el Mediterráneo": V Jornadas de arqueología Fenicio-Púnica: La caída de Tiro y el auge de Cartago, Ibiza, pp. 19-27.</span><br /><br /><span class="fullpost">- (1993) "El ocaso de Tarteso": Los enigmas de Tarteso, Madrid, PP. 187-200.</span><br /><br /><span class="fullpost">- ALVAR, J., MARTINEZ MAZA, C. y ROMERO, M. (1992) "La (supuesta) participación de Cartago en el fin de Tarteso": Habis, 23, pp. 39-52.</span><br /><br /><span class="fullpost">ARTEAGA, O. RAMOS, J. NOCETE, F. ROSS, A.M. LIZCANO, R. 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Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2419571850545814482.post-39770565059877645102008-02-23T15:26:00.005+01:002008-05-22T01:27:47.190+02:00La periodización de la presencia fenicia en Occidente<div style="text-align: justify;">La utilidad instrumental de la periodización radica en que pone el énfasis en los aspectos dinámicos de los procesos históricos, recalcando por consiguiente las diferencias que caracterizan a unos períodos y a otros. Tales diferencias implican cambios y trasformaciones de las que debemos dar cuenta en nuestro estudio, a poco que se supere el nivel puramente descriptivo de los hechos y nos adentremos en el de la búsqueda de explicaciones. En un marco como el de la colonización fenicia en el Mediterráneo la periodización se nutre de elementos cronológicos, que para el caso que nos ocupa, los proporciona fundamentalmente la investigación arqueológica, pero también de consideraciones históricas que dotan de un sentido más amplio a las fechas que obtenemos de aquellos. <br /><br />Estas últimas proceden de enfoques y perspectivas teóricas en torno a cuales son los motivos que desencadenan los cambios culturales y sociales, y que tipo de factores son prioritarios o predominantes en la organización de las relaciones sociales, en las actividades que tienen que ver con la producción, distribución e intercambio de bienes y recursos, así como en el funcionamiento de los mecanismos simbólicos, institucionales e ideológicos, y en la forma en que todos ellos se articulan en un determinado conjunto histórico, propio de una época, de un periodo dado. No menos importantes son las consideraciones acerca del contacto cultural y sus consecuencias. La elaboración de modelos teóricos inspirados no sólo en los conocimientos y progresos de las disciplinas más instrumentalmente históricas, como el análisis arqueológico y filológico, sino también procedentes de otros campos afines como la Antropología o la Geografía, resultan de enorme utilidad a fin de elaborar síntesis que propongan explicaciones coherentes de los hechos, de muy diversa índole, observados.<br /><span class="fullpost"><br /> Los elementos arqueológicos adquieren su significación cronológica no tanto aislados, sino dentro de contextos concretos en los que aparecen caracterizados de manera diversa:<br /><br />a) Mediante la evolución tipológica de los artefactos que contiene el registro así como la inclusión en éste de otros nuevos, lo que implica cambios significativos en la tipología (aspecto formal) de los materiales. Es mérito de Schubart haber elaborado una secuencia basada en la evolución de la anchura de los bordes y la longitud de diámetro de los platos fenicios occidentales de "barniz rojo" que permite definir cronologías allí donde no poseemos otros datos asociados. Otras aportaciones interesantes se deben a Maass-Lindemann . No obstante la reserva ante el hecho de que la evolución tipológica pueda estar indicando cambios que afecten de forma más profunda a las distintas esferas del sistema sociocultural (relaciones sociales, organización económica, instituciones...) es conocida , por lo que pese a su manifiesta utilidad a la hora de proporcionar indicios cronológicos fiables, este criterio debe ser acompañado, siempre que se pueda, de otras observaciones apreciables en el registro arqueológico.<br /><br />b) Por cambios significativos en la distribución de los artefactos, en la forma en que se contextualizan arqueológicamente, que implican alteraciones en la manera en que aparecen asociados, tanto en los contextos de habitat como en los funerarios. Así dichos cambios, al incidir no sólo en la forma de los objetos sino en sus asociaciones, están aludiendo a transformaciones de mayor entidad que aquellas que parecen reflejarse por la simple evolución tipológica.<br /><br />c) Mediante cambios en la forma en que se presentan tales asociaciones en relación con el habitat y el entorno, que implican modificaciones en los patrones de asentamiento. Dichas variaciones presuponen alteraciones notables en cuanto a los sistemas productivos y a la distribución de la población, por lo que suelen reflejar modificaciones importantes en las formas de organización social y económica.<br /><br /> Las consideraciones históricas utilizan estos datos para, desde reflexiones teóricas, proponer interpretaciones del contenido de los cambios observados en el registro arqueológico. Interpretaciones que constituyen hipótesis dentro de un modelo determinado, que han de ser a su vez validadas y contrastadas mediante la adquisición de nuevos datos, generando de esta forma enfoques útiles para guiar la investigación por hacer. En esta contribución proponemos un modelo "centro/periferia" de tipo "multilineal" en el que, junto al comercio lejano como medio de trasladar riqueza desde una formación social a otra, introducimos el "factor agrícola" como elemento a tener en cuenta en el análisis de la causación de los acontecimientos que caracterizaron la expansión y la colonización fenicia en el Mediterráneo. Es más, el mismo "factor agrícola" parece haber intervenido, junto con otras variables, en el conjunto de causas que propiciaron la modificación del comercio fenicio a comienzos del primer milenio a C., desencadenado su expansión mediterránea. En este punto la pregunta es ¿porqué ahora y no antes ni después se lanzaron los fenicios en su expansión comercial por el Mediterráneo?. Es obvio que la respuesta no puede ser de tipo "porque a eso les condujo sus actividad de comerciantes". Periodizar, en el seno de dicho modelo, la presencia fenicia en la Península Ibérica constituye el objetivo de las páginas que a continuación sometemos a juicio del lector.<br /><br /> En el ámbito de la expansión fenicia en Occidente se han propuesto diversos modelos centro/periferia que, no obstante, aunque constituyen en nuestra opinión la mejor manera de abordar su estudio, algunas de las explicaciones que proponen deben ser desechadas y reemplazadas por otras que guarden una relación más coherente con la información que poseemos. Es comúnmente admitido que la expansión y subsiguiente colonización fenicia en Occidente obedeció a la necesidad de las ciudades de Fenicia de procurarse las materias primas necesarias para abastecer al artesanado del Próximo Oriente y del Mediterráneo oriental y asegurar la circulación de metales en los contextos económicos de aquellas regiones. Entre los estímulos más poderosos de aquella expansión se cita a menudo la presión de Asiria por medio de las imposiciones tributarias , si bien recientemente se han propuesto también causas internas como desencadenantes de lo que hoy se llama "diáspora comercial fenicia" por el Mediterráneo . La perspectiva que enfatiza los factores internos frente a las presiones del exterior parece más adecuada ya que tiene en cuenta el papel que desempeña el comercio lejano como modo de transferir riqueza entre lugares distintos, entre formaciones sociales diversas, por lo que llama la atención sobre la existencia de factores limitadores o restrictivos e incide directamente sobre las condiciones sociales, políticas y económicas existentes. Por otra parte los indicios de un cambio en el contenido y los horizontes del comercio fenicio , hasta entonces de carácter regional, así como los inicios de la expansión o "diáspora" fenicia por el Mediterráneo, que con toda seguridad no son posteriores al siglo IX a. C., son previos al momento cumbre de la expansión de Asiria por lo que difícilmente han podido ser originados por ésta.<br /><br /> Por ello, si a comienzos del primer milenio se puede detectar una transformación en el contenido y la extensión del comercio que tradicionalmente practicaban los fenicios, siendo sustituidas las riquezas naturales y los "objetos de lujo" por toda clase de manufacturas y ampliándose al mismo tiempo sus horizontes geográficos, fue por otro tipo de motivos que el de la supuesta presión de los imperios circundantes, motivos asociados más directamente con las crecientes dificultades que acarrearon la incidencia adversa sobre la eficacia tecnológica y la capacidad social para extraer excedente de toda una serie de condicionantes ecológicos (deforestación, sobreintensificación, degradación), demográficos (crecimiento y concentración de la población, pérdida de territorios interiores), sociales (ascenso de una ciudadanía capaz de representarse en la asamblea), económicos (crisis del sistema tributario-palacial-redistributivo, déficit agrícola) y políticos (pérdida del carácter despótico de la monarquía) , entre los que no debieron de ser los menos importantes los de índole demográfico-territorial, consecuencia de la pérdida de territorios frente a la presencia de los arameos y "los pueblos del mar" . Ahora bien, esta "variable" demográfica no debe ser considerada en un sentido mecanicista, como dependiendo únicamente de la tecnología, sino inserta en unas determinadas relaciones sociales de producción que no sólo determinan la forma de apropiación de la riqueza sino también, y de acuerdo con ello, los límites de la capacidad de sustentación . Desde muy antiguo, las ciudades de lo que desde comienzos de la Edad del Hierro conocemos como Fenicia, asentadas en un medio en el que siempre hubo problemas para lograr obtener el excedente necesario que garantizara la estabilidad de los sistemas tributarios-palaciales, lo que causaba diversas crisis periódicas con retrocesos de la urbanización y huida al territorio "nómada" de los empobrecidos habitantes de las ciudades (hapiru ) agobiados por las servicias y la dureza de la imposición fiscal , hubieron de recurrir al comercio especializado como modo de compensar tal situación. Pero el cambio que se produjo en dicha actividad comercial tras la superación de la "crisis" que puso término a las economías de la Edad del Broce hace pensar en un agravamiento de la eficacia para extraer el excedente. En todo caso en un momento no posterior al siglo X a C. los textos bíblicos (I Reyes, 5, 11) nos muestras una situación en la cual algunas ciudades fenicias, como Tiro, precisan adquirir alimentos de los paises de su entorno , al tiempo que dan muestras de una cierta inquietud territorial . Un comercio de este tipo, en el que los fenicios ya no actúan sólo como intermediarios en el tráfico de productos exóticos y de lujo y como abastecedores de la madera de sus bosques, sino que precisamente persigue un abastecimiento agrícola que las condiciones ecológicas, demográficas, tecnológicas y socioeconómicas de sus ciudades no son capaces de asegurar, hubo necesariamente de impulsar la búsqueda de materias primas necesarias para, bien en forma nativa o manufacturadas, servir como medios que garantizaran el intercambio. Ello explica porqué entonces, y no antes, los fenicios se lanzaron a su expansión mediterránea, a fin de transferir desde una periferia cada vez más lejana la "riqueza" que asegurara los intercambios con su entorno inmediato y la estabilidad de sus ciudades.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">1. La "precolonización" (s. X-1/2 IX a. C)</span><br /> Desde esta perspectiva las condiciones históricas que posibilitaron el inicio de la expansión fenicia por el Mediterráneo no son posteriores al siglo X a. C, y quizá fueran anteriores, aunque no podemos saberlo con certeza, lo que de alguna manera acorta el lapso comprendido entre las fechas que aportan las tradiciones literarias para las más antiguas fundaciones de santuarios y el comienzo del registro arqueológico desde la segunda mitad del siglo IX a C. Por supuesto hablamos del problema de la "precolonización" que, a pesar de las críticas de recientes , creemos que aún cuenta con argumentos de consistencia en su favor. Uno es precisamente de índole cronológica y fue señalado por Bunnens hace ya algunos años . Si las dataciones de la cerámica fenicia las obtenemos fundamentalmente por asociación estratigráfica a cerámicas griegas de cronología conocida ¿como podemos estar seguros de que allí donde las cerámicas fenicias no aparezcan asociadas a las griegas ello no sea indicio de una fecha anterior, teniendo en cuenta además la posible pervivencia de algunas formas?.<br /><br />La respuesta proviene de las dataciones radiométricas pero sólo despeja en parte la incógnita ya que tales dataciones proceden de la zona mediterránea, situándose Morro de Mezquitilla como el asentamiento más antiguo fundado por los fenicios en la Península Ibérica (894-835 a.C), y no del área de Cádiz, que las fuentes coinciden en señalar como la fundación, junto con Lixus, al otro lado del Estrecho, más antigua de los tirios en el lejano Occidente . Asumir, por ello, que la fundación de Cádiz hubo de suceder por la misma época que la de los asentamientos de la costa mediterránea es una inferencia que en modo alguno puede ser por hoy probada. Sin embargo, dentro de lo "históricamente posible" que, por supuesto, tampoco podemos probar, parece más verosímil presuponer la existencia de una fase anterior a la irrupción de los asentamientos de la costa mediterránea, que proporcionara los contactos y conocimientos necesarios sobre el terreno y sus habitantes, y posiblemente protagonizada por el santuario-karu de Melkart en lo que luego sería Gadir . Una fase, por lo tanto, anterior a la presencia de asentamientos estables cuyo rastro localizamos por medio de la investigación arqueológica. En cualquier caso se trata de una cuestión que atañe más a la organización inicial de la expansión fenicia por el Mediterráneo que a la propia historia de estos fenicios una vez implantados en los distintos lugares en que se detecta su presencia.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">2. Primera fase de la colonización fenicia arcaica (1/2 IX-1/2 VII a C.).</span><br /> Asi pues, estrictamente, dejando a un margen el problema "precolonial", la primera etapa de los fenicios en la Península Ibérica se inaugura en el siglo IX a. C. en que comienza lo que podemos denominar "primera fase de la colonización arcaica". Se extiende ésta hasta mediados del siglo VII, en que detectamos cambios significativos en el registro arqueológico, y se caracteriza por la proliferación de asentamientos de pequeñas dimensiones ubicados muy próximos los unos a los otros sobre la costa del litoral mediterráneo andaluz , así como algún otro en levante (desembocadura del río Segura) . La presencia de claros indicios de una actividad económica diversificada en muchos de estos establecimientos que aprovechaban la diversidad de recursos de su entorno inmediato, hace pensar en una estrategia dinamizadora de los intercambios comerciales que pretende, mediante la supresión de un tramo importante de los itinerarios, reducir los costes de transporte y almacenamiento , en un contexto en el que los intercambios con los autóctonos se producen de forma temprana y fluida.<br /><br />Tal dinamización implica, a lo que parece, dos cosas: una penetración del comercio fenicio hacia los contextos autóctonos de levante (Peña Negra) y una estrategia que parece responder a un conocimiento muy preciso de las condiciones locales que difícilmente puede proceder de Tiro u otro lugar de Oriente, y que constituye, por lo tanto, otro argumento en favor del carácter "precolonial" de Gadir. Desde muy pronto, en esta primera etapa de presencia colonial, disponemos de muestras significativas que abogan, no sólo por una convivencia estrecha de los colonizadores y los autóctonos , sino que permiten sospechar incluso la inclusión, al menos de algún grupo de aquellos, dentro de las estructuras sociales típicas de la tradición local peninsular, que es lo que parece indicar la presencia de enterramientos fenicios dentro de un espacio funerario autóctono delimitado, como es aquel del túmulo 1 de la necrópolis de Las Cumbres (Cádiz) . Tales indicios suponen que la aproximación e integración entre colonizadores y autóctonos se efectuaba no sólo por la presencia de santuarios , como el templo de Melkart de Gadir, que proporcionaba y garantizaba seguridad y fluidez en los intercambios , sino también mediante una política de "tratados" y pactos sancionados por medio de la creación de vínculos de carácter social (adopción, matrimonios mixtos) en consonancia con un tipo de intercambios que, al menos en al ámbito sociocultural autóctono, se hallaban integrados en la esfera de las relaciones sociales y políticas (redistribución, alianzas) .<br /><br /><span style="font-weight: bold;">3. Segunda fase de la colonización fenicia arcaica (1/2 VII-VI a C.).</span><br /> Hacia mediados del siglo VII a C. se detectan toda una serie de cambios en el registro arqueológico que se advierten en el crecimiento de los asentamientos existentes, en una ocupación intensiva de los territorios próximos que da lugar a la aparición en éstos de pequeños poblados, en la creación de nuevos asentamientos en zonas más alejadas como Ibiza (Sa Caleta) Portugal (Abul) o Marruecos (Mogador) , en la presencia de materiales fenicios, junto con etruscos, sobre el litoral de Cataluña y el sur de Francia , y en la mayor constatación de algunos elementos tipológicos, como las lucernas unicornes, las "ollas" tipo Cruz del Negro o las incineraciones en pequeñas cavidades excavadas en el suelo, que sin ser totalmente desconocidas en la etapa precedente eran hasta entonces relativamente poco frecuentes. Tales cambios inauguran lo que bien se puede llamar "segunda fase de la colonización fenicia arcaica", o "fase de expansión del modelo colonial" , de componente bastante "híbrido" o "mixto", en tanto en cuanto que las actividades vinculadas al comercio no parecen las únicas, y que puede ser caracterizada por una ampliación del alcance de los intercambios que supuso la creación de nuevos asentamientos en zonas hasta entonces "marginales", así como la llegada de algunos grupos de población oriental que se establecen en los ya existentes, dando lugar a un crecimiento bastante rápido de su población, y pueden también haber penetrado en el Valle del Guadalquivir generando una colonización "agrícola" que se manifiesta como una forma más de explotación de la periferia por parte del centro.<br /><br />Esta penetración fenicia hacia el interior (que algunos hemos denominado "colonización agrícola" para llamar la atención sobre las diferencias que presenta con el modelo de "implantación comercial" clásico) puede ser inferida, a poco que rechacemos el tópico que convierte a los fenicios en comerciantes exclusivamente asentados en la costa, por la presencia de materiales y ambientes funerarios "puramente fenicios" en el interior de Tartessos, que, si los consideramos fruto de una fuerte "aculturación funeraria" observada en algunos contextos autóctonos, en modo alguno resulta explicable desde presupuestos simplemente comerciales . El problema seguramente encontraría una mejor solución si no nos empeñamos en clasificaciones exclusivas que dividen los asentamientos con materiales muy parecidos en fenicios, si están próximos a la costa, y autóctonos, si se encuentran en el interior. Un enfoque más realista podría tener en cuenta la existencia, al menos en algunos lugares, de una ocupación mixta que implicara la presencia conjunta de ambos tanto en un contexto de costa como de interior, lo que abre la posibilidad a una interpretación más convincente de los procesos de aculturación desatados en el marco de tal convivencia. Esta presencia fenicia en el interior no responde sólo a intereses comerciales. Grupos de campesinos fenicios parecen haberse instalado aquí y allá, en una relación con la tierra y los autóctonos vecinos que aún se nos escapa. Así, la explotación a que el centro somete a la periferia no se concreta tan sólo en el trasvase de la riqueza desde aquella hasta éste, mediante una dinamización del comercio lejano que se percibe claramente en este momento con la ampliación de los horizontes comerciales, sino también, y a partir de la "crisis" desatada por las invasiones asirias, por el trasvase del "excedente" demográfico desde éste hacia aquella, cuyo eco incluso se ha conservado en algunas tradiciones literarias tardías (Just., XVIII, 3, 5; Q. Curt. Ruf., IV, 4, 20; Tert., De anima, 30).<br /><br /> Durante este periodo se produce, así mismo, un considerable incremento de las importaciones griegas tanto en los centros autóctonos como en los fundados por los fenicios, importaciones que ya estaban presentes desde la fase anterior en los asentamientos fenicios del litoral mediterráneo andaluz, y que, a la vista de las evidencias, no es posible relacionar con la irrupción de un comercio griego en "competencia" con el fenicio, cosa que no se corresponde con los intercambios de tipo aristocrático de navegantes como Coleo de Samos , sino más bien a empresas conjuntas en las que, al menos originariamente, parece poder percibirse una cierta componente rodia y eubea que no tiene por que corresponder de forma estricta con la procedencia de los materiales que encontramos en las excavaciones. El comercio griego se inserta así en la expansión fenicia disfrutando de las ventajas de información, organización e infraestructura proporcionadas por aquella.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">4. Fase de la formación y consolidación de las ciudades fenicias (s. VI-1/2 IV a C.).</span><br /> Si a mediados del siglo VII a. C. asistíamos a la primera modificación significativa en el registro arqueológico, durante el VI se van a producir en éste una serie de variaciones que darán finalmente como resultado la modificación del patrón de asentamiento de la población colonial. En la costa mediterránea andaluza las factorías de las etapas precedentes ceden su puesto a centros de mayor densidad, en un proceso de concentración espacial y demográfica que algunos han denominado como el paso de una situación de emporia a otra de apoikiai. Las ciudades fenicias del litoral Mediterráneo, que conocemos casi exclusivamente por las fuentes y por las acuñaciones monetarias tardías, surgen durante esta etapa, en la que también se producen algunos otros cambios significativos, como el abandono de las factorías en Portugal (Abul) y Marruecos (Mogador).<br /><br />Así mismo, algunos elementos nuevos que progresivamente se introducen en el registro arqueológico, como los hipogeos y tumbas de fosa con predominio del rito de la inhumación, cerámicas con formas más funcionales y decoración más sobria, sin el típico barniz rojo de las cerámicas fenicias precedentes, lucernas más cerradas y pequeñas, máscaras, pebeteros, huevos de avestruz, objetos todos ellos con sus claras correspondencias en Cartago y el N. de Africa , hacen pensar en influencias púnicas cuyo alcance no es fácil precisar. Tales influencias se aprecian ahora en la necrópolis de Jardín que corresponde al abandono de Toscanos (Torre del Mar, Málaga) así como en Villaricos (Almería) e Ibiza. Precisamente las ciudades que se forman y consolidan durante este periodo, Malaka (Málaga), Sexi (Almuñecar), Abdera (Adra), Baria (Villaricos), Ebussus (Ibiza), tienen una tan estricta continuidad de habitat que llega hasta nuestras días que hace su conocimiento arqueológico muy difícil , lo que por otra parte explica los pocos vestigios de epigrafía así como la ausencia de tofet, ambos fenómenos urbanos, en la Península Ibérica , más que por diferencias socioculturales con otros entornos fenicios y púnicos en el Mediterráneo.<br /><br />El único caso en que esto no es así, Villaricos-Baria, la ausencia de excavaciones, sólo achacable al desinterés de los arqueólogos-prehistoriadores que dominan la investigación sobre la presencia fenicia arcaica , ha producido resultados similares. En cualquier caso, la fundación anterior de muchos de estos centros, incluidos aquellos que como Villaricos habían sido considerados más netamente cartagineses, la relativa poca presencia de las "importaciones" púnicas en el registro arqueológico de los lugares no coloniales, junto con la caracterización general de la expansión cartaginesa como una empresa apoyada más en pactos y tratados desiguales que en una auténtica conquista con implicaciones políticas y militares , de la que en, cualquier caso, no hay evidencia alguna en la Península , aconseja no denominar esta etapa como "púnica", con la salvedad tal vez de Ibiza, donde las relaciones con Cartago y el Mediterráneo central parecen advertirse con mayor fuerza.<br /><br />No obstante, la ausencia de colonias fundadas por los cartagineses parece en parte compensada por la presencia de los "libiofenicios", colonos cartagineses según las fuentes (Herodoro, frg. 2, Ps. Scymnos, 196-8) establecidos en el sur de la Península y que han podido venir a engrosar la población preexistente, bien asentándose en el territorio de las ciudades fenicias, bien estableciendo una colonización agrícola que se ha creído percibir arqueológicamente en algunos lugares del mediodía peninsular . Un hecho contemporáneo (s. V a C.), aunque no sabemos hasta que punto relacionable, lo constituye la colonización agrícola del interior de la isla de Ibiza.<br /><br /> Este periodo se caracteriza también por una mayor diversidad de las actividades económicas coloniales, consecuencia en parte del declive del comercio de metales con Tartessos, paralelo a la eclosión en su periferia de un intercambio de envergadura que se advierte, por ejemplo, en el edificio de construcción oriental de Cancho Roano (Zalamea de la Serena Badajoz) , palacio-santuario que revela los intentos por ampliar los horizontes comerciales hacia el interior, consecuencia quizá de la "crisis" del comercio tartésico. En correspondencia se advierte el auge de las industrias de salazón de pescado cuya producción era concentrada en Gadir para desde allí ser enviada a Cartago (Timeo: Ps. Aristóteles, De mir. aus., 136), que parece ahora el primer puerto redistribuidor de las mercancias de procedencia occidental en el Mediterráneo. El comercio del estaño atlántico debió de quedar igualmente en manos de los fenicios de Gadir, que conservaba su autonomía económica y política, e igualmente Cartago parece haberse beneficiado de ello .<br /><br /><span style="font-weight: bold;">5. Fase de las importaciones púnicas (1/2 IV-237 a C.).</span><br /> Tampoco son abundantes los datos del siguiente periodo que detectamos a partir de mediados del siglo IV a. C. en un nuevo y significativo cambio que se produce en el registro arqueológico. Es desde esta fecha que los materiales de procedencia púnica se documentan en mayor abundancia que antes, lo que corresponde con una igual y contemporánea mayor presencia de "importaciones" procedentes de la Península en Cartago , y con la fecha del segundo tratado romano-cartaginés que especifica los territorios situados a partir de Mastia Tarseion como "área de influencia" cartaginesa en el Mediterráneo occidental . Tema que tiene que ver con el tan traído y llevado "cierre del Estrecho" y "bloqueo" del comercio griego en la zona. Este periodo, en que Gadir y seguramente las restantes ciudades fenicias y púnicas siguen gozando de autonomía, se caracteriza por el establecimiento de relaciones desiguales entre Cartago y las ciudades fenicias de la Península en un marco en el que la hegemonía cartaginesa en el Mediterráneo permitía establecer un nuevo soporte institucional para el intercambio por medio del comercio por tratado. Se caracteriza igualmente por las alianzas (desiguales) entre los cartagineses y los centros de poder (oppida ) ibéricos del SE y la alta Andalucía, en las que aquellos intervinieron facilitando en parte la poliorcética que interviene en las conflictivas relaciones de unos centros territoriales con otros. Con ello consiguieron introducirse en los circuitos de intercambio locales, dominados por las aristocracias ibéricas, lo que les permitió abastecerse de los minerales cuya extracción era realizada por los autóctonos (Diodoro, V, 35 ss).<br /><br /> Al margen de la cuestión del comercio griego y del hecho indudable de que los cartagineses parecen haber sido responsables, aunque probablemente no únicos, de la introducción de cerámicas griegas en la Península, como demuestra la presencia de grafitos púnicos sobre vasos de procedencia helénica en algún pecio, lo cierto es que no se posee indicio alguno que permita sostener la idea de una "conquista" cartaginesa de estos territorios con que poder sustentar la interpretación más convencional del tratado de 348 a. C., por lo que una epikrateia cartaginesa parece una proposición más convincente.<br /><br /> Durante esta etapa se produce, así mismo, la colonización de las Baleares, emprendida desde Ibiza, con la aparición en Mallorca de asentamientos como Na Guardis como muestra del creciente interés de Cartago por aprovisionarse de toda una serie de recursos, materiales y humanos, entre los que los metales tuvieron una gran importancia, en zonas siempre distintas a aquellas consideradas tradicionalmente conectadas con las actividades de las ciudades fenicias peninsulares.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">6. Conquista bárquida (237-218 a. C).</span><br /> El periodo que se inaugura con el desembarco de Amílcar Barca en Gadir (237 a C.) representa la plasmación de los cambios en la política exterior de Cartago debidos, no sólo a su propia evolución tras la anexión de un territorio africano que significó la introducción de nuevas formas de relaciones sociales de producción de índole esclavista y una perspectiva distinta en el trato dado a los aliados, sino también como consecuencia de la derrota en la primera guerra contra Roma, que supuso la pérdida de la hegemonía marítima, lo que imponía la necesidad de ejercer un control directo, mediante la conquista, de los recursos de la Península Ibérica, a fin de preservar su autonomía económica y política frente a los romanos. Destruida su capacidad para ejercer una hegemonía mediterránea Cartago aplicará en la Península medios de control propios de la dominación territorial que ejercía sobre amplias zonas del N. de Africa y que se articulaba en tres procedimientos distintos: a) conquista, anexión y apropiación directa del territorio y sus recursos (minas, campos próximos a Cartago Nova), b) anexión y administración directa del territorio y sus recursos por medio de magistrados e imposiciones tributarias, c) alianzas de carácter desigual con matrimonios mixtos entre los miembros de ambas elites y una política de "rehenes" que garantiza la fidelidad de los aliados. El culto a Melkart fue utilizado como elemento de integración ideológica que legitimara la posición de los Bárquidas frente a las ciudades fenicias peninsulares que, aunque autónomas, quedaron comprendidas en los "distritos" bajo la administración bárquida. En el registro arqueológico la principal novedad la constituye la aparición de monedas de plata, acuñaciones en las que se han querido ver las efigies de los Bárquidas. Monedas desconocidas hasta este momento y que se suman a los numerosos interrogantes acerca de una presunta conquista cartaginesa anterior al desembarco de Amílcar.<br /><br /> Este periodo se caracteriza también, y sobre todo, por la fundación de colonias (Akra Leuke, Cartago Nova) en una zona que había conocido anteriormente el comercio cartaginés, colonias que eran necesarias para el desarrollo de la nueva política imperialista puesta en marcha por Cartago , y que muestra la inexistencia de establecimientos coloniales de los cartagineses en la Península antes de la llegada de los Bárquidas que hubieran podido servir de puntos de apoyo, así como la autonomía, al menos nominal, de que siguieron gozando de las ciudades fenicias peninsulares. Esta tarea de colonización, que supuso así mismo la "reconstrucción" de Sagunto y su transformación en colonia cartaginesa tras su conquista por Aníbal, implicaba igualmente la llegada de colonos africanos, que las fuentes mencionan como "blastofenicios" a fin de reforzar la población "púnica" existente y poder enviar tropas de iberos a Africa, a fin de mejor asegurar el control de ambos territorios.<br /><br /> Igualmente se caracteriza el periodo por un empeño de índole "nacional" , que, como instrumento socio-político de cohesión, llevó a Asdrúbal y Aníbal, en los sucesivos matrimonios con "princesas" autóctonas, a situarse en la cúspide de la jerarquía política aristocrática existente en la zona , y que malinterpretado desde la misma Antigüedad ha permitido a suponer la existencia de una "monarquía" bárquida en la Península totalmente desvinculada del gobierno de Cartago , pretensión que sólo se apoya en los supuestos retratos de los estrategas cartagineses en las monedas que aquí acuñaron, pero que apenas se sustenta en un análisis riguroso de los hechos.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">7. La disolución de la formación social fenicio occidental y su integración en la Hispania romana.</span><br /> La inclusión de la Península en el ámbito sociopolítico y económico del mundo romano no supuso la desaparición súbita de las ciudades fenicias occidentales. En diversas ocasiones se ha señalado la persistencia, en época romana, de un substrato de componente semita apreciable en la toponimia, antroponimia, las acuñaciones monetarias, la devoción a dioses y cultos sincréticos y aún en la perduración de ciertas manifestaciones funerarias , pero hasta ahora no se había explicado como se produjo la integración de las ciudades fenicias peninsulares en el marco de la dominación romana. Es mérito de López Castro haber acometido dicha tarea. Gracias a su estudio la entidad de aquellos fenicios occidentales no desaparece sino que se transforma en un proceso en el que, como consecuencia de la introducción de la economía esclavista y de la acumulación a que ésta da lugar, las capas medias de la población formadas mayoritariamente por pequeños artesanos libres se empobrecen progresivamente, como se advierte en el contraste entre las tumbas del siglo III y las de II a. C. mientras las grandes familias acaban por insertarse en la oligarquía municipal romana, lo que pone fin, de manera menos abrupta, a la historia de la presencia fenicia en el extremo occidente y constituye el último momento de su periodización.<br /><br /><div style="text-align: center;"><span style="font-weight: bold;"><br />BIBLIOGRAFIA</span><br /><br /><div style="text-align: justify;">E. ACQUARO, L. GODART, F. MAZZA y D. MUSTI (eds.) Momenti precoloniali nel Mediterraneo antico, Roma, 1988, P. 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Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2419571850545814482.post-41603328648283305072008-02-21T17:36:00.008+01:002008-04-05T20:15:12.914+02:00Navegación y emporía<div style="text-align: justify;">I. “Apenas de nuevo la resplandeciente Aurora vio con sus ojos brillantes las cumbres escarpadas del Pelión, y en las costas serenas chasqueaba el mar zarandeado por el viento, cuando despertóse Tifis, y en seguida levantó a sus compañeros para que embarcaran en la nave y aprestaran los remos. De modo terrible el puerto de Págasas gritaba y chillaba la propia nave Pelíada, Argo, al apresurarse a navegar. En ella se había empleado una madera divina, que en medio de la quilla había incrustado Atenea, madera de la encina de Dodona. Ellos se colocaron sobre los bancos uno tras otro, como se les había indicado antes que remaran; se asentaban en su sitio ordenadamente junto a su armamento. Y en medio se colocaron Anteo y el forzudo Heracles, que depositó a su lado su famosa maza. Y bajo sus pies se sumergió la carena de la nave. Se retiraban ya las amarras y derramaban el vino sobre el mar. Luego Jasón, lloroso, apartó sus miradas de la tierra patria.<br />Los héroes, como los jóvenes que acuden al baile en honor de Febo, bien en Delfos, o en Ortigia, o junto a las aguas del Ismeno, y con el acompañamiento de la lira, en torno al altar golpean el suelo rítmicamente con sus ágiles pies; así allí al son de la cítara de Orfeo golpeaban con los remos el agua impetuosa, y las ondas marinas batían. Con espuma por una y otra parte se rasgaba la oscura superficie marina, que bullía tremendamente bajo el impulso de los impetuosos guerreros. Destellaban bajo el sol semejante a una llama, en la marcha de la nave, sus armas. Y una y otra vez blanqueaban los largos caminos, como un sendero que se va destacando a través de la verde pradera....<br />Cuando ellos hubieron dejado atrás la contorneada costa del puerto, bajo la prudente guía del hábil Tifis Hagníada, que en sus manos tenía el bien trabajado timón con gran pericia, para gobernarlo firmemente, entonces enderezaron el mástil sobre la crujía y lo sujetaron con cables, tensándolo por ambos lados. Después desplegaron la vela, sujetándola al palo, y la hinchó un viento ligero. Anudando sobre la cubierta los cables fijamente sobre sus pulidas amarras, con tranquilidad sobrepasaron el promontorio Tiseo”.<br />Apolonio de Rodas, <span style="font-style: italic;">Arg</span>., I, 520 ss.<br /><br />II. “Cuando esta tripulación de élite bajó a Iolcos, Jasón pasó revista a todos y los felicitó.El adivino que hacía sus oráculos, consultando las aves o las suertes sagradas, Mopsos, quiso ser quién presidiera el embarque. Cuando hubieron colgado las anclas por encima del espolón, tomando en su mano una copa de oro, el jefe, en la popa, invocó al padre de los Uránidas, aquel que lanza el rayo, Zeus, y el rápido desarrollo de las mareas y los vientos, las noches y los caminos del mar, y lo días propicios, y la alegría del regreso. Desde lo alto de las nubes, la voz favorable del trueno le respondió y el resplandor fulgurante del relámpago surgió con un ruido estridente. Confiados en esos signos divinos, los héroes respiraron y su adivino les ordenó que tomaran los remos, dirigiéndoles dos palabras de esperanza. Enseguida las ágiles manos, sin cansarse jamás, pusieron en movimiento los remos. Conducidos por el viento del Notos, alcanzaron la embocadura del mar Inhospitalario, allí consagraron un santuario puro al Poseidón marino”.<br />Píndaro, IV <span style="font-style: italic;">Pítica</span>, IX, 188-205.<br /><br />III. “Al llegar al profundo puerto, plegaron las velas y las pusieron en el negro navío, desmontaron el mástil sobre el puente, bajándolo mediante los cables anteriores, muy deprisa, llevaron el barco al fondeadero a fuerza de remos. Entonces del navío lanzaron anclas y fijaron las amarras”.<br />Homero, <span style="font-style: italic;">Ilíada</span>, I, 423 ss.<br /><br />IV. “Tú mismo espera hasta que llegue la estación de la navegación. Entonces saca al mar el ligero navío, equípalo disponiendo la carga para llevar ganancia a casa. Como mi padre y el tuyo, gran insensato Perses, se hacía a la mar en las naves por estar necesitado de buen sustento, el que en otro tiempo llegó aquí surcando el amplio Ponto, abandonando en negra nave a Cime Eolia, no escapando a abundancia, riqueza y felicidad, sino a la malvada pobreza que Zeus da a los hombres, vivió cerca del Helicón, en Ascra, penosa aldea, mala en invierno, terrible en verano, nunca buena. Tú, Perses, recuerda los trabajos de cada estación, pero sobre todo en torno a la navegación. Alaba la nave pequeña, pero dispón la carga en la grande. Pues si mayor es la carga, mayor será provecho sobre provecho si los vientos alejan las malas tormentas.<br />Cuando volviendo tu impetuoso ánimo hacia el comercio marino quieras escapar de las deudas y del hambre ingrata, te mostraré las dimensiones del rumoroso mar, aunque no tengo experiencia del arte de navegar y de las naves, pues jamás crucé en una nave el ancho Ponto, a no ser a Eubea desde Aúlide, donde en otro tiempo los aqueos permaneciendo durante una tormenta congregaron un gran ejército desde la sagrada Hélade contra Troya de hermosas mujeres.<br />Entonces crucé yo el Ponto para ir a Calcis a las competiciones del valeroso Anfidamante; sus ilustres hijos dispusieron muchos premios anunciados con antelación. Afirmo que yo, resultando vencedor con un himno, conseguí un trípode con asas. Este lo dediqué a las Musas que habitan el Helicón allí donde por primera vez me inspiraron el dulce canto. Tal experiencia he tenido de las naves de muchos clavos, pero aun así te diré el pensamiento de Zeus, portador de la Egida, pues las Musas me enseñaron a cantar un himno de indescriptible belleza.<br />Durante cincuenta días, después del Solsticio, cuando llega al fin el verano, agotadora estación, la navegación es favorable para los mortales y tú no romperás la nave ni el mar destruirá a los mortales, a no ser que a propósito Poseidón, que sacude la tierra, o Zeus, soberano de los Inmortales quisieran destruirlos, pues en ellos está por igual el fin de bienes y males. En ese momento las brisas son bien definidas y el Ponto apacible. Entonces, libre de preocupación, confiando en los vientos, arrastra la rápida nave hacia el Ponto y pon dentro toda la carga; pero apresúrate a regresar rápidamente de nuevo a casa, no esperes al vino nuevo y a las tormentas de otoño ni al invierno que se acerca y a los terribles torbellinos del Noto, que remueve el mar acompañando a la abundante lluvia de Zeus otoñal y hace insoportable el mar.<br />Existe otra navegación para los hombres por primavera, tan pronto como la corneja al descender deja una huella tan grande, como se muestran al hombre las hojas en la más elevada rama de la higuera, entonces el mar es accesible, y ésta es la navegación de primavera; yo no la voy a alabar, pues no es grata a mi corazón; ha de cogerse en su momento y con dificultad podrías huir del mal, pero los hombres también la realizan por ignorancia de su mente, pues la riqueza es el espíritu para los míseros mortales.<br />Es terrible morir entre las olas, y te exhorto a colocar esto en tu corazón como te lo digo: no pongas toda tu fortuna en las cóncavas naves, sino deja la mayor parte y carga la menor, pues es terrible sufrir un mal en las olas del mar y también es terrible que por levantar una carga irresistible sobre el carro rompas el eje y pierdas la carga; vigila la medida, la mesura es lo mejor de todo”.<br />Hesíodo, <span style="font-style: italic;">Trab.</span>, 646.<br /><br />V. “El agua de la sentina cubre la base del mástil/este andrajo de vela es transparente/recorrido por grandes rasgaduras (...) los obenques ceden (...) el cargamento es arrasado y una parte va a la deriva”.<br />Alceo, <span style="font-style: italic;">frag</span>. 208a<br /><br />VI. “A ponerse iba el sol, extendíase la sombra en las calles y corríamos con prisa los dos hacia el puerto famoso donde estaba la nave fenicia veloz en las aguas. Embarcándose al punto, surcaron las húmedas rutas tras hacernos subir; enviábanos Zeus un buen viento. Navegamos con él seis jornadas de noche y de día Y, al mandarnos la séptima Zeus, el hijo de Crono, la saetera Artemisa alcanzó a la mujer con sus flechas: como un ave de mar resonó al desplomarse en la cala y los hombres la echaron al agua de cebo a los peces y las focas. Quedé entonces solo, doliente en mi pecho, pero el viento y el mar nos trajeron a Itaca, en donde de sus bienes Laertes mi precio pagó. De este modo llegué a ver con mis ojos primero esta tierra en que vivo”.<br />Homero, <span style="font-style: italic;">Odisea</span>, XV, 471 ss.<br /><br />VII. “Citera es una isla situada en Laconia, no lejos del cabo Malea. La población está formada por lacedemonios de la clase de los periecos. Cada año se enviaba a un magistrado espartiata que ejercía las funciones de juez para Citera. En la isla siempre había de guarnición un cuerpo de hoplitas venidos del continente, y los lacedemonios velaban atentamente por su seguridad. Era allí donde tenía lugar el desembarco de los navíos de carga llegados de Egipto o Libia. Por otra parte, la posesión de esta isla facilitaba la defensa de Laconia contra las incursiones de los piratas venidos del mar. El mar es por el único sitio por el que Laconia es vulnerable”.<br />Tucídides, IV, 53, 3.<br /><br />VIII. “Por su parte, el foceo Dionisio, al percatarse de que la causa de los jonios estaba perdida, se hizo a la vela después de haber capturado tres naves enemigas, pero no con rumbo a Focea -pues sabía perfectamente que dicha ciudad, al igual que el resto de Jonia iba a ser esclavizada-, sino que, con los efectivos que disponía, puso proa a Fenicia. En aquellas aguas hundió varios gaulos, haciéndose con un cuantioso botín y, posteriormente, se dirigió a Sicilia, donde estableció su base y estuvo dedicado a la piratería en detrimento de cartagineses y tirrenos, pero no de los griegos”.<br />Herodoto, VI, 17.<br /><br />IX. “Ante todo, como se ha dicho antes, debe existir una base natural. Porque es una función de la naturaleza procurar el sustento al ser que ha nacido. A todos, pues, les ofrece sustento el contorno de que surgen. Por tanto, en opinión general, la crematística, a partir de los frutos de la tierra y de los animales, es algo conforme a la naturaleza. Ahora bien: este arte presenta dos formas, como dijimos: la del comercio de compraventa y la de la administración doméstica. Esta es necesaria y elogiada; la otra, comercial, es censurada con justicia. (Pues no está de acuerdo con la naturaleza, sino que es a costa de otros.) Y con la mejor razón es aborrecida la usura, ya que la ganancia, en ella, procede del mismo dinero, y no para aquello por lo que se inventó el dinero. Que se hizo para el cambio; en cambio, en la usura, el interés, por sí solo, produce más. Por eso ha recibido ese nombre, porque lo engendrado es de la misma naturaleza que sus engendradores, y el interés resulta como dinero hijo de dinero. De forma que de todos los negocios éste es el más antinatural”.<br /> Aristóteles, Pol., I, 11, 3<br /><br />X. “Y como amigo de los griegos que era, Amasis, entre otras muestras de cordialidad que dispensó a algunos de ellos, concedió, a quienes acudían a Egipto, la ciudad de Náucratis para que se establecieran en ella; y a quienes no querían residir allí, pero llegaban navegando a su país, les dio unos terrenos para que en ellos levantaran altares y recintos sagrados a sus dioses. Pues bien, el mayor de esos recintos (que, al tiempo, es el más renombrado y frecuentado y que se llama Helenio) lo fundaron en común las siguientes ciudades: Quíos, Teos, Focea y Clazómenas, entre las jonias; Rodas, Cnido, Halicarnaso y Fasélide, entre las dorias, y solamente Mitilene, entre las eolias. A esas ciudades pertenece ese sagrado recinto y son ellas las que proporcionan los intendentes del mercado; en cambio, todas las demás ciudades que se lo atribuyen, lo hacen sin tener derecho al guno. Aparte de este santuario, los eginetas han erigido por su propia cuenta un recinto consagrado a Zeus; los samios, otro a Hera, y los milesios, otro a Apolo.<br /> Náucratis, por cierto, era antiguamente el único puerto comercial de Egipto; no había ningún otro. Y si alguien arribaba a otra boca cualquiera del Nilo, debía jurar que no había llegado intencionadamente y, tras el juramento, zarpar con su nave rumbo a la boca Canóbica; o bien —caso de que, por la existencia de vientos contrarios, no pudiera hacerse a la vela— tenía que transportar su cargamento en baris, atravesando el Delta, hasta llegar a Náucratis. Tal era, en suma, la prerrogativa de Náucratis.<br /> Y cuando los Anfictiones contrataron la construcción del actual templo de Delfos por trescientos talentos (pues el que había antes allí se quemó de modo fortuito), como es natural correspondía a los delfios aportar la cuarta parte de la contrata. Entonces los delfios fueron de ciudad en ciudad haciendo una colecta y, en el curso de la misma, no fue en Egipto donde recogieron menos. En efecto, Amasis les dio mil talentos de alumbre y los griegos residentes en Egipto veinte minas”.<br /> Heródoto, IV, 179<br /><br />XI “Se dice que fueron los corintios los primeros en innovar la técnica naval hasta un punto muy cerca del actual y que fue en Corinto donde se construyeron por primera vez trirremes. Y también se sabe que el corintio Aminocles construyó naves para los samios, y que fue unos trescientos años antes de esta guerra nuestra cuando Aminocles marchó a Samos.<br /> El combate naval más antiguo que conocemos acaeció entre los corintios y los corcirenses; tuvo lugar unos doscientos sesenta años antes de la misma fecha. Y es que como la ciudad que habitaban los corintios está en el Istmo, siempre tuvieron en ella un emporio, y como antiguamente los griegos, tanto los del Peloponeso como los de fuera, se relacionaban entre si por tierra más que por mar, tenían que pasar, por el territorio de aquellos, y asi alcanzaron importantes riquezas, como lo prueban incluso los antiguos poetas, que dieron al áis el epíteto de opulento. Y una vez que los griegos desarrollaron la navegación los corintios se procuraron naves, acabaron con la pirateria, y convirtiendo su ciudad en un emporio tanto marítimo como terrestre, la hicieron riquísima gracias a sus ingresos”<br /> Tucídides, I, 13, 5<br /><br />XI “Los persas, pues, se apoderaron de Focea, cuando se había quedado sin sus moradores. Entre tanto los foceos, en vista de que los quiotas, cuando intentaron comprárselas, no quiiseron verderles las islas llamadas Eusas, por temor a que se convirtiesen en un emporio y que, con ello, su isla se viera menoscabada, ante esa negativa los foceos decidieron dirigirse a Córcega; pues en Córcega, veinte años antes de estos hechos, habían fundado, en virtud de un oráculo, una ciudad cuyo nombre era Alalia. Pero cuando se disponían a partir rumbo a Córcega, antes de hacerlo desembarcaron en Focea y mataron a la guarnición persa que, por orden de Harpago, defendía la ciudad. Acto seguido, una vez realizada esta masacre, lanzaron terribles maldiciones contra todo aquel que abandonara la flota; y, además de pronunciar las maldiciones, arrojaron al mar un trozo de hierro candente y juraron no regresar a Focea hasta que aquella masa reapareciera en la superficie. Sin embargo, cuando se aprestaban a partir rumbo a Córcega, a más de la mitad de los ciudadanos les invadió un sentimiento de nostalgia y añoranza por su ciudad y por sus habituales lugares de residencia e, incurriendo en perjurio, pusieron proa de regreso a Focea. En cambio, los que se atuvieron al juramento, zarparon de las islas Enusas y ganaron mar abierto.<br />Cuando llegaron a Córcega, vivieron por espacio de cinco años en compañía de los que habían llegado anteriormente y allí erigieron santuarios. Pero, como resulta que se dedicaban a pillar y a saquear a todos sus vecinos, ante ello los tirrenios y los cartagineses, puestos de común acuerdo, entraron en guerra contra ellos con sesenta naves por bando. Los foceos equiparon también sus propios navíos en número de sesenta y salieron a hacerles frente en el mar llamado Sardonio. Libraron, entonces, un combate naval y los foceos obtuvieron una victoria cadmea, pues cuarenta de sus naves fueron destruidas y las veinte restantes quedaron inservibles, al haber resultado doblados sus espolones. Se volvieron, pues, a Alalia, recogieron a sus hijos, a sus mujeres y todos aquellos enseres que sus naves podían transportar y, sin demora, abandonaron Córcega poniendo rumbo a Regio”.<br />Heródoto, I, 165.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;"><span style="font-weight: bold;">BIBLIOGRAFIA.</span><br /></div><br />ALVAR, J., “Los medios de navegación de los colonizadores griegos”, <span style="font-style: italic;">Colonización Griega y Mundo Indígena en la Península Ibérica: AESpA,</span> 52, Madrid, 1979, pp. 67-86.<br /><br />- "Berezan/Ampurias: sobre los modelos de comportamiento colonial", <span style="font-style: italic;">Losal Ethno-political Entities of the Black Sea Area in 7th-4th Centuries B.C., </span>Tbilisi, 1988, pp. 98-108.<br /><br />- "Navegación y relaciones sociales en la Grecia preclásica", <span style="font-style: italic;">Xaipe: homenaje al profesor Fernando Gascó,</span> Sevilla, 1997, pp. 57-64.<br /><br />- "Comunidad de navegantes: aspectos sociales de la navegación fenicia", <span style="font-style: italic;">Trabajos del Museo Arqueologico de Ibiza y Formentera</span>, 41, Ibiza, 1998, pp.. 49-59.<br /><br />ARROYO, R., “Evolución tecnológica de los medios de navegación en el Mediterráneo”, <span style="font-style: italic;">CuadAMarítima</span>., 1, 1992, pp. 103-114.<br /><br />CASSON, E., <span style="font-style: italic;">Ships and seamenship in the Ancient World</span>, Princeton, 1971 (Princeton University Press)<br /><br />- The Ancient Mariners, Princenton-New Yersey, 1991 (Princeton University Press)<br /><br />DIES CUSI, E., “Aspectos técnicos de las rutas comerciales fenicias en el mediterráneo occidental (s. 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Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2419571850545814482.post-63209751997751270912008-02-13T20:16:00.030+01:002008-02-20T23:43:36.248+01:00El viaje de Melkart a los Confines del Mundo<div style="text-align: justify;">Melkart, luego sincretizado con el Heracles griego, era el dios protector de la ciudad fenicia de Tiro y como tal se ha pensado que su culto habría sido instaurado en el siglo X a. C por Hiram I como colofón de una reforma religiosa que pretendía, seguramente, acentuar la identidad e independencia de Tiro frente a Sidón. Las relaciones entre Tiro y Sidón, que había desarrollado durante el último periodo del Bronce Final una política de expansión territorial, en perjuicio, entre otros, de los tirios que perdieron su control sobre Usu, y un activo comercio terrestre, además de marítimo en toda la región, parecen haber sido bastante conflictivas, como ha quedado reflejado también en la mitología.<br /></div><div style="text-align: justify;"><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhRId-EJcDz4S0Pv4BG-X5LfoTYTJf7JDchyWEwyKxedqJvB_tXVxtKFEA03UwQv5osg4hcNvfcIfNJY3BxCWFXoSoKiEpAf_qWGU0oxtAcqZSgNph1IiBRz3vnPo-FxLnQrNANlg7ISxg/s1600-h/fenicia.gif"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhRId-EJcDz4S0Pv4BG-X5LfoTYTJf7JDchyWEwyKxedqJvB_tXVxtKFEA03UwQv5osg4hcNvfcIfNJY3BxCWFXoSoKiEpAf_qWGU0oxtAcqZSgNph1IiBRz3vnPo-FxLnQrNANlg7ISxg/s400/fenicia.gif" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5167918095291381186" border="0" /></a><br />No obstante, la antigüedad del templo de Melkart en Tiro está avalada por un texto de Herodoto (II, 44, 1) que visitó la ciudad y preguntó a sus sacerdotes, quienes le dijeron que se remontaba a 2300 años atrás, cuando se fundó la ciudad, lo que nos lleva al 2750 a. C, fecha que ha sido en gran medida confirmada por las excavaciones arqueológicas, si bien diversas tradiciones recogidas por fuentes tardías sostienen que el templo más antiguo de Melkart se encontraba, no en la isla de Tiro, sino en tierra firme, en la, así llamada, “PaleoTiro”, la Ushu de los textos asirios:<br /><br />“<span style="color: rgb(102, 102, 0);">Y, con ánimo de obtener sobre el particular alguna información precisa de </span><span style="color: rgb(102, 102, 0);">quienes podían proporcionármela, navegue también hasta Tiro de Fenicia, al enterarme de que allí había un santuario consagrado a Heracles. Lo ví ricamente adornado y, entre muchas otras ofrendas, en él había dos estelas, la una de oro puro y la otra de esmeralda que de noche refulgía extraordinariamente. Y, al entrar en conversaciones con los sacerdotes del dios, les pregunté cuanto tiempo hacia que habían erigido el santuario y comprobé que ellos tampoco coincidían con los griegos, pues sostenían que el santuario del dios había sido erigido al tiempo de fundarse Tiro y que hacía dos mil trescientos años que habitaban la ciudad</span>". (TRAD. C. Schrader)<br /><br />Aunque es en el reinado de Hiram I cuando se establece el carácter canónico de su culto, algunos datos, como el nombre de Abimilku y de su embajador Humilku en los archivos egipcios de El Amarna, muestran al ancestro deificado de la dinastía tiria venerado en los medio palatinos del siglo XIV a. C. El dios Milku de Ashtarot, mencionado en los textos de Ugarit confirma asimismo el empleo de este teónimo, según una vieja costumbre semita. Por otra parte, otras tradiciones conservadas en la Hélade, como las relativas a Melicertes, sugieren la existencia del culto de Melkart durante el segundo milenio y el conocimiento de su ciclo en medios egeos.<br /><br />Según el propio Herodoto (II, 44, 4) también en Tasos había un antiguo santuario de Melkart:<br /><br />“<span style="color: rgb(102, 102, 0);">Y me llegué, así mismo, a Tasos, en donde encontré un santuario de Heracles erigido por los fenicios que zarparon en busca de Europa y fundaron Tasos; y estos hechos son anteriores, por lo menos en cinco generaciones, al nacimiento de Heracles, hijo de Anfitrión, en Grecia</span>”. (TRAD. C. Schrader)<br /><br />Ya que la llegada de los fenicios a Tasos se produjo cinco generaciones antes que el nacimiento de Heracles, hijo de Anfitrión y puesto que el héroe pertenece en el mito a la tercera generación posterior a la fundación de Micenas, esto sugiere una presencia muy antigua de los tirios y su dios Melkart en esta isla. También Pausanias (IX, 27, 6-8) alude a una presencia temprana hablando del Heracleión de Tespias, que le parece de tiempos igualmente antiguos:<br /><br />“<span style="color: rgb(102, 102, 0);">También hay en Tespias un santuario de Heracles cuya sacerdotisa hasta su muerte es una doncella... Además este templo me pareció más antiguo que la época de Heracles hijo de Anfitrión, y más bien de Heracles, uno de los dáctilos de Ida, del que vi que tenían santuarios los de Eritras en Jonia y los tirios</span>”. (TRAD. A. Tovar)<br /><br />Melkart era al mismo tiempo un dios solar y marino, protector de las empresas comerciales, que terminó sincretizándose con el Heracles griego. En su templo de Tiro había un olivo del que la tradición asegura que ardía perpetuamente y en la ciudad se celebraba una vez al año la egérsis del dios en la que se recordaba la resurrección y epifanía de Melkart por medio del fuego. El monarca tirio participaba activamente en el festival según una antigua tradición muy arraigada en todo el Próximo Oriente, celebrabando un matrimonio ritual con una sacerdotisa o con la misma reina, y desempeñando ambos el papel de sustitutos de la pareja divina Melkart/Ashtarté.<br /><br />A Melkart se le tenía también por dispensador de oráculos. Este carácter oracular se hallaba presente en sus santuarios de Tiro, Tibur y Gadir. En este último su oráculo alcanzaría gran fama siendo visitado por personajes de renombre, como el propio Aníbal tras el sitio de Sagunto y antes de iniciar la marcha que habría de llevarle a través de los Alpes a Italia. Pero sobre todo, está confirmado por una inscripción procedente de la misma Tiro en donde se alude a él como “dios de los oráculos”. La importancia de sus vaticinios para los fenicios y púnicos debió de ser similar a los de Apolo para los griegos.<br /><br />En templo de Melkart actuaba, sobre todo, como una dependencia del palacio de los reyes de Tiro, encargada del culto al dios ciudadano que era, principalmente, la divinidad protectora de la realeza tiria, dando además cobertura ideológica a la conquista simbólica de los límites del mundo, que constituye el acto político que inaugura y legitima la expansión fenicia por el Mediterráneo. Según ello, las empresas marítimas de los fenicios de Tiro asociadas a la presencia de un templo de Melkart, eran, en realidad, organizadas por el palacio tirio, de acuerdo con un modelo bien conocido en Oriente, donde están documentadas las asociaciones con fines comerciales -<span style="font-style: italic;">hubur</span>-, si bien a menudo implican la participación del palacio o de algún personaje vinculado a éste.<br /><br />De acuerdo con una tradición literaria recogida por la propia Antigüedad (Estrabón, III, 5, 5, crf: Pomponio Mela, III, 6, 46. ) la expansión fenicia por el Mediterráneo comenzó con la conquista simbólica de los confines del mundo, que se manifiesta en las Columnas/Betilos de Melkart que una expedición de navegantes tirios consagra en las mismas orillas del Océano.<br /><br />El relato ha sido recogido de boca de los sacerdotes del templo de Melkart en Gadir por Posidonio y transmitido por Estrabón ((III, 5, 5):<br /><br />“<span style="color: rgb(102, 102, 0);">Sobre la fundación de Gadir he aquí lo que dicen recordar sus habitantes: que un cierto oráculo mandó fundar a los tirios un establecimiento en las Columnas de Heracles; los enviados para hacer la exploración llegaron hasta el estrecho que hay junto a Kalp</span><span style="color: rgb(102, 102, 0);">e (Gibraltar), y creyeron que los promontorios que forman el estrecho eran los confines de la tierra habitada y el término de las empresas de Heracles; suponiendo entonces que allí estaban las Columnas de las que había hablado el oráculo, echaron el ancla en cierto lugar de más acá de las Columnas, allí donde hoy se levanta la ciudad de los exitanos. Más como en este punto de la costa ofreciesen un sacrificio a los dioses y las víctimas no fueran propicias, entonces se volvieron. Tiempo después, los enviados atravesaron el estrecho, llegando hasta una isla consagrada a Hércules, situada junto a Onoba, ciudad de Iberia, y a unos mil quinientos estadios fuera del estrecho; como creyeron que estaban allí las Columnas, sacrificaron de nuevo a los dioses; más otra vez fueron adversas las víctimas y regresaron a la patria. En la tercera expedición fundaron Gadir, y alzaron el santuario en la parte oriental de la isla, y la ciudad en la occidenta</span><span style="color: rgb(102, 102, 0);">l</span>”.<br /><br />Una tradición que, por cierto, era bien conocida en la Antigüedad. Así Diodoro de Sicilia (V, 20) lo relata de la siguiente manera:<br /><br />“<span style="color: rgb(102, 102, 0);">E</span><span style="color: rgb(102, 102, 0);">n primer lugar fundaron en Europa, cerca del paso de las Columnas, una ciudad a la que, por ser una península, dieron el nombre de Gadeira, y en ella dispusieron todo como convenía a la naturaleza del lugar, así como un suntuoso templo dedicado a Heracles, e introdujeron magníficos sacrificios celebrados a la manera fenicia</span>”.<br /><br />al igual que más tarde el hispano-romano Pomponio Mela (III, 6, 46):<br /><br />“<span style="color: rgb(102, 102, 0);">Cerca de litoral que acabamos de costear en el ángulo de la Bética, se hallan muchas islas poco conocidas y hasta sin nombre; pero, entre ellas, la que no conviene olvidar es la de Gades, que confina con el Estrecho y se halla separada del continente por un pequeño brazo de mar semejante a un río. Del lado de la tierra firme es casi recta; del lado que mira al mar se eleva y forma, en medio de la costa, una curva, terminada por dos promontorios, en uno de los cuales hay una ciudad floreciente del mismo nombre que la isla, y en el otro, un templo de Hércules Egipcio, célebre por sus </span><span style="color: rgb(102, 102, 0);">fundadores, por su veneración, por su antigüedad y por sus riquezas. Fue construido por los tirios; su santidad estriba en guardar las cenizas (de Hércules); los años que tiene se cuentan desde la guerra de Troya</span>”.<br /><br />Es de esta forma que el dios llega hasta el lejano Occidente inagurando un largo proceso histórico, como será la colonización fenicia. La llegada de Melkart al Estrecho que luego tomará su nombre, por lo que los griegos más tarde lo llamarán las Columnas de Heracles, es el símbolo de la llegada y arraigo de la vieja civilización fenicia oriental en estas lejanas tierras occidentales. Y con ello, del comienzo de su Historia Antigua, que por lo que respecta a los propios fenicios habría de ser larga y fructífera.<br /><br />Es necesario, además, tener en cuenta que un viaje de este tipo, a los confines del mundo, en los que se repite la hazaña de un dios viajero como era Melkart, tenía una dimensión cosmológica, como se advierte en muchos mitos orientales y griegos, en los que el propósito<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiSoKU9zxTv5VOvbvk28cIK4aTUfBcoRKzAuw54SbgaYpMF3xD4nK6W5u4-9u7PlcMQw8wskTrSgVq9luh_ouUxulW8gymaxDaMArPoQaQwrW90kmgLZprdGlYd1eA2Z6y4StGemMe6Bx4/s1600-h/Paleotop.Cadiz.jpg"><img style="margin: 0pt 0pt 10px 10px; float: right; cursor: pointer; width: 226px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiSoKU9zxTv5VOvbvk28cIK4aTUfBcoRKzAuw54SbgaYpMF3xD4nK6W5u4-9u7PlcMQw8wskTrSgVq9luh_ouUxulW8gymaxDaMArPoQaQwrW90kmgLZprdGlYd1eA2Z6y4StGemMe6Bx4/s320/Paleotop.Cadiz.jpg" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5167917644319815090" border="0" /></a> general no es otro que el de conseguir más poder, tanto por parte de la divinidad como de los humanos que la emulan. De la misma manera la presencia de Melkart en el santuario de Gadir desde sus orígenes, hace que este se nutra de los mismos elementos cosmogónicos que el santuario de Tiro, configurando Gadir como una nueva Tiro fundada en el lejano Occidente, igual que la Tiro oriental había sido fundada en el mito por Melkart tras la fijación en el mar de dos rocas flotantes.<br /><br />En su templo de Gadir sabemos por las fuentes literarias y las representaciones iconográficas, sobre todo en algunas monedas, que aún en época imperial romana el culto había seguido preservando rasgos muy arcaicos propios de su lejano pasado fenicio. No había allí imágenes ni ninguna representación antropomorfa del dios. En cambio, se alzaban en su recinto dos columnas y tres altares, dos de bronce sin ningún adorno y uno de piedra que llevaba grabadas escenas de los distintos episodios protagonizados por el dios, en los que, como en la metrópoli, ardía un fuego perpetuo y donde los sacerdotes, con la cabeza rapada, vestidos con túnicas blancas de lino y descalzos, según la vieja costumbre fenicia, realizaban los sacrificios diarios. De acuerdo con la tradición se guardaban en él las reliquias del dios que habían sido trasladadas desde la propia Tiro.<br /><br />Como ha señalado J.M. Blázquez: “Es curioso que los datos sobre las columnas del Herakleion transmitidos por Filostrato coinciden con los transmitidos por Herodoto sobre el templo de Tiro, hasta en las palabras fundamentales. Estas columnas son típicas de los templos. Dos gemelas a las de Cádiz vio Herodoto en el templo del Melqart en Tiro”. Así que podríamos pensar, si Filóstrato no repite las palabras de Herodoto, que el templo de Melkart en Gadir era, en realidad, una réplica del de Tiro, como la misma Gadir parece constituirse en una replica occidental de la metrópolis en el otro extremo del mundo. La elección del sitio mismo de Gadir revela también unas claves simbólicas que encajan a la perfección con la empresa emprendida por la monarquía tiria. El lugar es un antiguo archipiélago, hoy convertido en península, como lo era originariamente la propia Tiro insular, compuesta de dos islas próximas, una mayor y otra mucho más pequeña, que fueron unidas en época de Hiram. Una réplica, por tanto, también en lo geográfico, de la metrópoli en los lejanos confines del mundo.<br /><br /><br />BIBLIOGRAFÍA<br /><br />ARTEAGA, O. et al., “Geoarqueología urbana de Cádiz. Informe preliminar sobre la campaña de 2001”, <span style="font-style: italic;">Anuario Arqueológico de Andalucía</span>, III, 1, 2001, pp. 27-40.<br />BLAZQUEZ, J.M., “El Heakleion gaditano. Un templo semita en Occidente”, <span style="font-style: italic;">Actas del I Congreso Arqueológico del Marruecos español</span>, Tetuan 1955, p. 316.<br />BONNET, C., “Le culte de Leuchthéa et de Mélicerte en Grèce, au Proche-Orient et en Italie “ <span style="font-style: italic;">SMSR</span>, 52, 1986, pp. 53-71.<br />- <span style="font-style: italic;">Melqart: cultes et mythes de l'Héraclès tyrien en Méditerranée</span>, Leuven, 1988.<br />BRAVO JIMENEZ, S., “El Estrecho de Gibraltar y los fenicios. Una visión cosmológica desde las fuentes escritas”, <span style="font-style: italic;">Actas del III Simposio Internacional de Arqueología de Mérida: Protohistoria del Mediterráneo Occidental. 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Es mencionada abundantemente en las fuentes literarias antiguas con diversas variantes: Ebusos, Ebusus, Ebussos, Ebesos y Hebusos. Según Diodoro de Sicilia (V, 16, 2-3), los cartagineses habían fundado una colonia en Ibiza en el año 653 a. C., cuando Cartago aún no había establecido una presencia comercial de cierto alcance en las mucho más cercanas Sicilia y Cerdeña.<br /><br />“....<span style="color: rgb(153, 153, 0);">hay una isla llamada Pitiusa que recibe esta denominación por la gran cantidad de pinos que crecen en ella. Se encuentra en medio del mar y dista de las Columnas de Heracles una travesía de tres días y otras tantas noches, de Libia un día y una noche, desde Iberia un sólo día. En cuanto a extensión es casi igual a Córcira. Aunque es de moderada fertilidad, tiene, no obstante, una pequeña comarca con viñas y olivos injertados en acebuches. Dicen que, de sus productos, destacan las lanas por su suavidad. La entrecortan campos y colinas y tiene una ciudad que se llama Ebussus, colonia de los cartagineses. Tiene también importantes puertos y considerables murallas y un gran número de casas bien construidas. La habitan toda clase de bárbaros, pero los más numerosos son los fenicios. Su fundación tuvo lugar ciento sesenta años después que la de Cartago</span>”.<br /><br />Durante mucho tiempo se consideró cierta esta noticia. Es preciso destacar que en su libro sobre las islas, Diodoro apenas da datos cronológicos concretos y en este caso constituye una de las pocas excepciones que han hecho pensar que su narración depende en este punto de una fuente bien informada, que podría ser Timeo. Como ha observado muy bien P. Barceló en este texto de Diodoro hay referencias a dos situaciones distintas en el tiempo, y así dice que es una colonia de los cartagineses, pero que estaba habitada por los fenicios originalmente, lo que precisamente han venido a confirmar los datos arqueológicos.<br /><br />Efectivamente, nuevo hallazgos y excavaciones, asi como una nueva valoración de los datos procedentes de las antiguas han venido a confirman la antigüedad de la fundación, aunque no su carácter cartaginés. Los descubrimientos arqueológicos han confirmado la existencia de una temprana presencia arcaica fenicia en Ibiza, en sitios como Sa Caleta, la bahía de Ibiza, y en la necrópolis de Puig des Molins, que por el tipo de materiales encontrados parece más vinculada a la población de los asentamientos fenicios occidentales que a la propia Cartago.<br /><br />La isla podría haber pasado así, de ser un punto de apoyo a la navegación, a convertirse en zona de explotación de los recursos locales, con el fin de dinamizar los intercambios con las poblaciones próximas del Levante o Cataluña, donde se encuentra igualmente documentada la presencia del comercio fenicio. La constatación en Ibiza de los típicos contenedores fenicios occidentales de ésta época, las ánforas fenicias arcaicas tipo R-1, sugiere una estrecha conexión de Ibiza con las actividades de los colonizadores fenicios occidentales. Hasta se ha sugerido la posible fundación del asentamiento de Sa Caleta por los fenicios establecidos en la desembocadura del Segura, donde, para esta época, La Fonteta es una próspera ciudad fenicia.<br /><br />Hay que tener en cuenta que se trataba, en definitiva, de un sistema caracterizado por la máxima aproximación posible de los centros en que se elaboran las manufacturas y los otros productos de intercambio a los lugares en que éste se llevaba a cabo, a fin de incrementar los beneficios obtenidos de las transacciones, planificadas y tuteladas por la administración colonial desde los santuarios de Melkart, lo que no se lograba mediante una política de precios, sino eliminado en la mayor medida posible las distancias intermedias. Si desde La Fonteta, como todo parece indicar, se generaban los intercambios con las comunidades autóctonas que visualizamos arqueológicamente en la Sierra de Crevillente (La Peña Negra), el aumento de tales transacciones podía convertir en rentable la búsqueda de un lugar cercano, como Ibiza, que permitiera impulsar la mencionada estrategia.<br /><br />Sa Caleta, un asentamiento dedicado a la extracción de galena argentifera, sorprende por su urbanística improvisada y arcaizante con un sistema basado en la yuxtaposición de estancias sin ningún genero de orden en cuanto a la orientación con respecto a sí mismas y a los puntos cardinales, separadas entre sí por espacios, en ocasiones exiguos, comprendidos entre las distintas construcciones, dando lugar a estrechas calles de orientación variada y pequeñas plazas de plan irregular y superficies variables. Este asentamiento tuvo una corta vida, lo que algunos interpretan como un abandono en favor de la mejor posición que presentaba Ebussus, mientras que otros consideran a ambas coetáneas.<br /><br />El sector arcaico de la necrópolis de Puig des Molins plantea algunos problemas. El tipo de sepulturas, un pequeño hoyo excavado en el suelo o una hoquedad natural de éste, el rito de incineración y la propia tipología de las urnas cinerarias, aunque presentes en otros lugares fenicios del Mediterráneo, como en Motia o en la misma Cartago, son aún desconocidos en las necrópolis fenicias occidentales del litoral de la Península Ibérica, como Cádiz, Trayamar o Almuñecar, aunque es posible que aún no se hayan descubierto este tipo de tumbas en la región. Sin embargo constituye una replica casi exacta del paisaje funerario de lagunas necrópolis “orientalizantes” del interior de Andalucía, como Cruz del Negro. Como no parece muy razonable atribuir su presencia en la Ibiza arcaica a una colonización tartésica procedente de la Península, habrá que convenir, a la inversa, que su presencia en algunas necrópolis consideradas tartésicas obedece, en realidad, a grupos de población fenicia.<br /><br />En el primer cuarto del siglo VI a. C Sa Caleta se abandona y se produce una restructuración integral de la población, con el consiguiente crecimiento del asentamiento del Puig de Vila, dominando la bahía de Ibiza y donde no sólo disponían del mejor puerto de la isla, sino de un entorno cercano propicio para la explotación agrícola. En el Puig des Molins aparecen durante la primera mitad del siglo VI a. C. diferencias significativas que atañen tanto al tipo de sepultura, con la aparición cada vez más numerosa de fosas, como a los rituales, con prácticas más elaboradas que incluyen la ofrenda de un animal, la colocación de una lucerna sobre las brasas ardientes, rotura ritual de vajilla y libaciones. También hay diferencias en los ajuares, desde las tumbas más pobres, sin ningún ajuar o con una sola ampolla de aceite perfumado a las más ricas que pueden contener un kantharos de buchero etrusco. Todo parece indicar que se está produciendo una cierta diferenciación social en el seno de la comunidad originaria.<br /><br />A partir del segundo cuarto del siglo VI a. C. Ebussus parece estar en condiciones de exportar algunos de sus excedentes, aunque aún no sabemos en que cantidad, como testimonia la distribución de las ánforas de tipo PE-10, cuya producvión local está fuera de toda duda, en Levante y Cataluña, que a partir de ahora se convertiran en destinatarios privilegiados del comercio fenicio procedente de Ibiza. Así mismo están presentes ya los contactos con el área fenicia del Mediterráneo central en la forma de ánforas opboides, ampollas globulares y algunas cerámicas comunes, como los vasos globulares con dos pequelñas asas sobre el hombro. Materiales de procedencia etrusca, y griega, aunque en un número muy pequeño, asi como otros egipcios, mucho más numeroso, de entre los que destacan los escarabeos y los vasos de fayenza, completan este panorama.<br /><br />Con todo, no debería ponerse totalmente en entredicho la noticia de Diodoro. Para aquellas fechas el registro arqueológico de Cartago no se distingue aún tan netamente, como sucederá algo más adelante, del de los restantes establecimientos fenicios occidentales, ni es lo suficientemente amplio. Así mismo, una colonización conjunta procedente de grupos de fenicios orietales y de la misma Cartago en tiempos, no lo olvidemos, de las invasiones asirias es perfectamente plausible, sobre todo a la luz de los datos procedentes de la necrópolis arcaica de Puis des Molins. Otra opción sería considerar que Ibiza fuese fundada desde algún asentamiento occidental, Gadir por ejemplo, a fin de impulsar la penetración del comercio fenicio en levante, utilizando para ello fenicios llegados de Oriente que previamente habían alcanzado Cartago, donde tal vez no pudieron permanecer debido a la saturación demográfica causada por la llegada de refugiados orientales. Hay aún una tercera opción. Ibiza habría sido fundada por fenicios occidentales y hacia finales del siglo VI o comienzos del V a. C habría recibido un contgingente de colonos púnicos que incrementaría notablemente la población existente.<br /><br />En cualquier caso, existen indicios de un fuerte aumento de la población en la isla, en el enorme crecimiento de la extensión de las necrópolis, que se agudiza en torno a la mitad del siglo V. a. C. coincidendo con la plena ocupación de ésta, lo que supone una colonización agricola de su interior con la aparición de toda una serie de pèqueños asentamientos rurales. Coincide también la introducción de formas cerámicas netamente púnicas en el repertorio de la producción local, así como de terracotas con paralelos exclusivos en Cartago y el Mediterráneo central, que indican unas prácticas religiosas de origen púnico, del rito funerario de la inhumación, y de un tipo de tumbas, como son algunos de los hipogeos más antiguos, que desde la segunda mitad del siglo VI a- C., formando una agrupación claramente individualizada en la periferia de la necrópolis arcaica de incinerarción, sugieren la presencia de un grupo humano distinto. Entre los ajures de estos hipogeos destaca la presencia de rasuradores o navajas de afeitar, campanillas de bronce, cuentas de collar de pasta de diversos colores, y cerámicas claras sin engobe rojo, como pequeños cuencos, platos de ala ancha y lucernas.<br /><br />Estos materiales están presentes también en la necrópolis de Can Partit, donde subsiste el rito de la incineración, desde finales del siglo VI y comienzos del V a. C., confirmando la hipótesis de la presencia de grupos de población diversos. También por esta epoca se produciria la fundación del santuario de Illa Plana, en la bahía de Ibiza, que algunos autores han puesto en relación con el culto a Tanit, y cuyos materiales, los <span style="font-style: italic;">ex voto</span>, presentan claros paralelos con Motia, Tharros, Nora, Sulcis, Monte Sira y, sobre todo, con Cartago, sobre un islote sagrado que, en opinión de E. Hachuel y V. Mari, habría sido previamente frecuentado por los fenicios.<br /><br />Ibiza contó con dos grandes santuarios: Isla Plana y la cueva de Es Cuyram. El primero, en una isleta, hoy península, en el centro de la bahía, paso obligado de los navegantes que llegaban a Ibiza. Descubierto en 1907, ha dado gran número de terracotas votivas halladas en un pozo o recinto sacro, figuritas orantes de uno y otro sexo de aspecto algo grotesco, ofrecidas por los devotos desde el s. VI, a intervalos regulares de tiempo, Seguramente es uno de los lugares de culto más arcaicos de la isla.<br /><br />El santuario rupestre y alejado de Es Cuyram se usó entre los ss. IV y II a. C. y en su gruta se han hallado centenares de terracotas votivas, en su mayoría femeninas, junto a abundantes cenizas y huesos pertenecientes a ofrendas de animales y algunas inscripciones en bronce. El ritual religioso, que parece implicar la remoción de las ofrendas por los sacerdotes, dificulta establecer cronologías relativas. Se han hallado ya más de 600 estatuillas enteras policromadas y fragmentos de otras tantas, cerámicas, figuritas de marfil y de bronce. Las más representativas son figurillas de arcilla de un busto femenino con dos grandes alas que le cubren el pecho y delimitan símbolos como el loto, el creciente o el disco solar: se trata de la Tanit alada, símbolo de vida y protección, divinidad principal del panteón cartaginés.<br /><br /><br /><br /><div style="text-align: center;"><span style="font-weight: bold;">BIBLIOGRAFÍA</span><br /></div><br />BARCELO, P., "El comienzo de la presencia cartaginesa en Ibiza", <span style="font-style: italic;">Studia Histórica</span>, II-III, nº 1, 1983-4, pp. 73-80.<br /><br />- "Ebussus ¿colonia fenicia o cartaginesa?: <span style="font-style: italic;">Gerión</span>, 3, 1985, pp. 271-282.<br /><br />COSTA RIBAS, B., "Las excavaciones arqueológicas en el solar nº 38 de la Via Romana (Can Partit). 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Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2419571850545814482.post-11588313012045064052008-02-07T20:26:00.003+01:002008-04-09T19:39:44.082+02:00Bibliografía<span style="font-weight: bold;">Abreviaturas:</span><br /><div style="text-align: justify;">Comercio...: Comercio y mercado en los imperios antiguos (Polanyi, Arensberg y Pearson, eds.) Barcelona, 1976.<br />Forme...: Forme di conttato e processi de transformazione nella società antiche, Pisa-Roma, 1983.<br />La cittá...: Atti del VII Convegno di Studi sulla Magana Grecia. La cità e il suo territorio, Nápoles, 1968.<br />Lixus...: Actes du colloque organisé par l´Intitut des sciences de l`aecheologie et du patrimonie de Rabat avec le concurs de l `Ecole française de Rome, Roma, 1992.<br />Problèmes...: Probémes de la terre en Gréce Ancienne (Finley, dir.), Paris- La haya, 1973.<br />IIas Jornadas...: IIas Jornadas de Arqueología Fenicio-Púnica. 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Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2419571850545814482.post-9643052317294744302008-02-07T20:25:00.002+01:002008-04-09T19:45:29.183+02:00El comercio y la colonización: las consecuencias<div style="text-align: justify;"><span style="font-weight: bold;">IV. 1- La aculturación como explotación y dominación en el contexto colonial. </span><br />Hablemos ahora del cambio cultural. Se llama así a las modificaciones en los elementos y modelos de un sistema cultural dado. El cambio cultural implica alteraciones en ideas y creencias en torno a como podrían ser hechas las cosas o a valores y normas acerca de como debieran ser hechas las cosas. Es preciso distinguirlo, por tanto, del cambio social que entraña modificaciones en la estructura de las relaciones sociales, es decir en los cometidos y funciones sociales y en sus interrelaciones, así como cambios en las que existen entre los grupos o instituciones . Una parte importante de la investigación y el pensamiento al respecto considera que los cambios culturales se relacionan estrechamente con los sociales, a los que pueden preceder o de los que pueden ser desencadenantes en algunas ocasiones (Hunter y Whitten: 1981, 135). Es esta una afirmación que, no obstante, necesita una serie de matizaciones. En principio la consecuencia más probable de cualquier innovación, surja en la infraestructura, la estructura o en la superestructura, es una retroalimentación, o espiral de interacciones, negativa mantenedora del sistema (Harris: 1982, 88). Aún así, cierto tipo de cambios infraestructurales, que afectan a la tecnología, la demografía o la ecología, y estructurales, que inciden sobre las formas y cometidos sociales o sobre la economía, en vez de resultar amortiguados tienden a propagarse y amplificarse, dando por resultado una retroalimentación positiva que puede llegar a alcanzar los niveles supraestructurales y produciendo una modificación de las características fundamentales del sistema socio-cultural. La inversa, por el contrario, es sumamente improbable, lo que implica varias cosas. Por una parte, que la mayoría de las innovaciones pueden ser integradas en el sistema sociocultural al que afectan ya que este mismo genera, mediante pequeños cambios, mecanismos que amortiguan la desviación que producen o, sencillamente, las extingue. Por otra, que el cambio cultural es más probable si lo que se modifica por medio de la influencia o el impacto externo resulta ser aspectos cruciales de la infraestructura o la estructura que si atañe, exclusivamente, al nivel supraestructural. Finalmente, que las consecuencias de las innovaciones externas no han de ser siempre beneficiosas sino que, por el contrario, pueden llegar a producir, sobre todo si se trata de una influencia impuesta, la destrucción (desintegración cultural) de aquellos sistemas socioculturales que las reciben.<br /><br />En este contexto, el término aculturación define un tipo de cambio cultural, específicamente los procesos y acontecimientos que provienen de la conjunción de dos o más culturas, separadas y autónomas en principio. Los resultados de esta comunicación intercultural son de dos tipos. Un proceso básico es la difusión o transferencia de elementos culturales de una sociedad a otra, acompañada invariablemente de cierto grado de reinterpretación y cambio en los elementos. Además, la situación de contacto puede estimular en general la innovación en cuanto a ideas, prácticas, técnicas y cometidos. En este sentido, la aculturación puede implicar un proceso activo, creativo y de construcción cultural. Sin embargo, es frecuente que la adquisición de nuevos elementos culturales tenga consecuencias disfuncionales o desintegradoras, lo cual es especialmente cierto en situaciones de aculturación rígida o forzada, en las que un grupo ejerce dominio sobre otro y por fuerza orienta las peculiariedades de la cultura subordinada en direcciones que el grupo dominante considera deseables. En tales circunstancias, cuando los miembros de un grupo subordinado perciben que la situación de contacto es una amenaza para la persistencia de su cultura, pueden intentar librase del mismo o erigir barreras sociales que retrasen el cambio (Hunter y Whitten: 1981, 4 ss).<br /><br />La aculturación larga y continuada puede terminar en la fusión de dos culturas previamente autónomas, en especial cuando ocupan una mismo territorio (en sentido amplio) o zona ecológica. El resultado en este caso es el desarrollo de un sistema cultural completamente nuevo. Sin embargo, no siempre ocurre así. Por el contrario, algunas veces varias culturas se atienen a un acomodo mutuo en un área, quizá en una relación asimétrica que les permite persistir respectivamente en su línea distintiva. Es lo que se ha denominado "indiferencia cultural recíproca" o de un modo más técnico "pluralismo estabilizado", del que enseguida señalaremos algunos ejemplos. En otras ocasiones, los representantes de una cultura pueden llegar a identificarse con el otro sistema, a costa de un gran cambio en sus valores internos y visión del mundo; si son plenamente aceptados el resultado es la asimilación. Con este término entendemos una forma específica de actuar en la política social, ya que representa uno de los modos en que una comunidad huésped puede decidir comportarse con respecto a individuos y grupos que le son cultural, lingüista y socialmente ajenos. Puede seguirse una política de asimilación cuando individuos o grupos extraños penetran, activa o pasivamente, en el marco socio territorial de una sociedad huésped, como ocurre con las mujeres autóctonas que se desposan con los colonizadores, pero hay otros modos de vérselas con los extraños: pueden ser rechazados, establecidos en enclaves culturales separados, sometidos a una política de aculturación forzada pero jamás asimilados, pueden ser esclavizados o insertos en una clase de rango inferior. Tal es lo que pudo haber ocurrido en muchos casos respecto a la población que habitaba los territorios donde se llegaron a establecer los asentamientos de los colonos, según sugieren los indicios arqueológicos de que disponemos, como puede ser el caso, entre otros, de los autóctonos que habitaban las colinas en torno a la llanura de Siris, interpretado en otras ocasiones, al igual que los demás que se conocen, como una prueba de "coexistencia" (cfr: Morel: 1984, 125 y 134).<br /><br />La asimilación es un proceso dinámico que implica necesariamente cierta medida de contacto aculturativo; sin embargo el contacto cultural no es de por sí suficiente para causar la asimilación de los extraños. En contraste con la aculturación, la asimilación opera casi siempre en sentido único: una parte o la totalidad de una comunidad se incorpora a otra. Por el contrario, aquellas otras situaciones en que representantes de diversas sociedades se reúnen para formar una tercera comunidad, enteramente nueva e independiente, se explican mejor según el modelo de etnogénesis. Además, la asimilación no constituye un fenómeno del todo o nada, no representa disyuntiva alguna, sino un conjunto variable de procesos concretos, los cuales implican generalmente la resocialización y reculturación de individuos o grupos socializados originalmente en una sociedad determinada, que alteran su status y transforman su identidad social en medida suficiente para que se les acepte plenamente como miembros de una comunidad nueva en la que se integran (Hunter y Whitten: 1981, 110 ss). Lo cual significa que pueden coexistir un política deliberada de asimilación hacia determinados individuos o grupos con otras actitudes contrarias, como la segregación, respecto a otros. Un ejemplo claro puede ser el de las mujeres autóctonas desposadas con los colonizadores, para los cuales, y dada su mentalidad que conocemos mejor en el caso griego, no representaban sino siervas, instrumentos políticos de reproducción (Van Compernolle: 1983, 1037), al tiempo que las relaciones con las gentes autóctonas en la covra colonial y fuera de ella, de alguna manera expresadas la presencia de fortines y santuarios que de hecho suponen la idea del control de la ciudad sobre el territorio (De la Genière: 1983, 265 ss) podían plasmarse en resultados diversos.<br /><br />También, como se ha dicho, la aculturación puede obrar destructivamente en muchas ocasiones, sobre todo cuando forma parte de un sistema de explotación colonial (Wachtel: 1978, 154, Gudeman: 1981, 219 ss, Burke: 1987, 127) dando lugar entonces a fenómenos de rechazo y supervivencia cultural conocidos como contra-aculturación, que se pueden manifestar de muy diversas formas (Gruzinski y Rouveret: 1976, 199-204) y a la desestructuración de la formación social que recibe el impacto de los elementos culturales externos (Alvar: 1990, 23 ss), consecuencia muchas veces de una aculturación forzada como alternativa a la asimilación. En tales consideraciones se fundamenta la crítica al carácter supuestamente positivo de la aculturación y a las consecuencias beneficiosas de las relaciones de intercambio cultural. Como vimos, no es preciso que exista conquista para que se de la dominación y la explotación, por el contrario ambas se encuentran también presentes en los sistemas de colonización "pacífica", allí donde la violencia no ha sido el instrumento principal empleado por los colonizadores, y en el comercio. Debe considerarse, por tanto, que en los grupos situados en la cúspide de la jerarquía social de las sociedades autóctonas, la aculturación constituía sobre todo un mecanismo eficaz, como se ha visto, para su integración en el estamento colonial, incorporándolas a la jerarquía organizativa, si bien en un posición subalterna que aseguraba la primacía de los colonizadores y la capacidad para movilizar fuerza de trabajo local. La aculturación actuaba, por lo tanto, como una forma de dominación, acercando los intereses de las elites autóctonas a los de los colonizadores, de tal forma que aquellas realizaban el trabajo que interesaba a los fines de éstos. La consecuencia era un aumento de la explotación, si definimos como tal la producción de un excedente que luego sera objeto de apropiación por otros en el marco de la trama de relaciones de dependencia colonial, y de las desigualdades, no sólo culturales, sino lo que es más importante y significativo, económicas y sociales.<br /><br />Por consiguiente, los resultados de la interacción cultural son muy diversos y no dependen sólo, ni aún de forma predominante, de la iniciativa y la actividad de los agentes externos de la aculturación, como los comerciantes, soldados y colonizadores, sino que en gran medida se deben también a la actitud de quienes reciben el impacto cultural externo, y que no debemos considerar como meramente pasiva. La asimilación, como una de las consecuencias posibles del contacto cultural, no sólo dependerá de la política empleada a este respecto por los colonizadores, sino también de la actitud de los autóctonos hacia ella. En este sentido el estudio de los agentes internos de la aculturación se revela particularmente importante (Gruzinski y Rouveret: 1976, 178 ss). En el contexto de la colonización griega en Occidente se ha señalado un alcance muy superficial de la helenización o aculturación de origen helénico, que se considera el resultado de una "tolerancia" y de una cierta y recíproca indiferencia cultural entre los colonizadores griegos y la población autóctona (Lepore: 1968, 52; Morel, 1984: 132-5), pese a que de acuerdo a las tradiciones literarias la impresión que se obtiene es la de una ósmosis cultural profunda entre colonizadores y autóctonos (Nenci y Capaldi: 1983, 583), lo que obliga a ser críticamente cauto en la exégesis de las fuentes y muy atento en el análisis del registro arqueológico. Tal situación puede ejemplarizar un fenómeno, hasta hace poco mal conocido en el Mediterráneo antiguo y su entorno, de pluralismo estabilizado en el marco de contactos y relaciones interculturales. Un panorama un tanto similar ha sido así mismo observado, en el contexto de la expansión y colonización púnica, en Villaricos, la antigua Baria, donde la población colonial y la autóctona parecen haber convivido estrechamente sin mutuas interferencias culturales (Chapa, e.p.).<br /><br />En esta misma línea se ha señalado también el carácter selectivo y poco profundo de la aculturación "orientalizante" de estímulo fenicio en Tartessos (Aubet: 1978, 99 y 106; Wagner: 1983, 18 ss; 1986a) donde el "orientalizante" parece un fenómeno que afecta sobre todo a las élites locales. El conocimiento y uso del alfabeto, de la metalurgia avanzada que incluía la tecnología del hierro, de la fabricación del vidrio, del torno de alfarero, el acceso a creencias y prácticas religiosas más elaboradas, así como una mayor prosperidad económica consecuencia de la incorporación a los circuitos de intercambio mediterráneos, suelen considerarse los rasgos más significativos de esta aculturación “orientalizante“ (Blázquez: 1991, 35 ss).Ahora bien, si la aculturación de las elites locales no implicaba necesariamente la del resto de la población (Tsirkin: 1981, 417 ss), que en general se mostró poco proclive al cambio cultural, si que es preciso considerar, por otra parte, el "orientalizante" como un proceso histórico de cambio, de transformación de las relaciones sociales al tiempo que de la tecnología, que afectó a toda la formación social tartésica y no sólo a sus élites (Carrilero: 1993, 171), lo que pone de manifiesto la complejidad de la dinámica responsable del acontecer histórico y subraya el carácter no pasivo de las poblaciones "aculturadas" en tal proceso. Por ello mismo el carácter "aculturador" del "orientalizante" se relativiza mucho, mientras adquieren significación otros fenómenos que son de índole más socioecónómica (encumbramiento de las élites, nuevas relaciones de dependencia, plasmación territorial del poder político...) que cultural.<br /><br /><span style="font-weight: bold;"> IV. 2- Comercio y aculturación: un binomio improbable. </span><br />Hay que evitar malinterpretar, por ello, la incidencia del comercio colonial sobre el conjunto de la economía de las poblaciones autóctonas, que si bien resultó subordinada a él, continuó siendo en muchos casos predominantemente agropecuaria y rigiéndose por normas de explotación básicamente distintas a las de los colonizadores aunque modificadas por éstos. No es oportuno tampoco sobredimensionar elementos como el valor de cambio, el mercado, o la oferta y la demanda. En la dinámica del intercambio desigual no hay apenas sitio, al quedar establecida la dependencia tecnológica exterior, para que actúe holgadamente la ley de la oferta y la demanda, que requiere además de un suficiente número de compradores y vendedores competitivos, lo que no era precisamente el caso. Por eso la clave no reside en averiguar si con la presencia colonial y el comercio se introdujeron elementos de una economía protomonetal, sino en esclarecer el papel que desempeñaron tales prácticas en el conjunto de las economías autóctonas supeditadas a los intereses de los colonizadores y los comerciantes extranjeros.<br /><br />En ocasiones el comercio ha podido propiciar o favorecer, junto al intercambio de mercaderías, el flujo de las ideas y los conocimientos técnicos desde una de las partes implicada a la otra. Cuando esto ocurre nos encontramos ante un fenómeno de difusión cultural que, no obstante, no pocas veces se confunde con la aculturación. Es necesario distinguir de que tipo de conocimientos e ideas se trataba, dadas las diferentes implicaciones en su transmisión (Grouzinsky y Rouveret: 1976, 181). El ritmo de los cambios detectados ante el impacto comercial en la organización de la producción y en la distribución de los recursos, la aparición de innovaciones técnicas o formales deberán ser escrupulosamente analizados de acuerdo a que se inserten o no en un contexto en el que se observen trasformaciones más profundas en el ámbito de las actividades sociales, económicas, institucionales, para poder hablar de aculturación. Un contexto que debe resultar bien conocido previamente al contacto intercultural. Un procedimiento útil al respecto será el de establecer, siempre que sea posible, un coeficiente de factores inamovibles y otro de novedades estructurales en que la presencia de toda novedad de tipo formal deba ser enjuiciada (Llobregat: 1978, 73). Por lo común, la aculturación como consecuencia de los intercambios impulsados por el comercio ha sido tan sobredimensionada, atribuyéndosele una gran profundidad y rapidez, como la aculturación en general (cfr: Morel: 1984, 129 ss) lo que se debe, la mayor parte de las veces, a una observación parcial del registro arqueológico, así como a la herencia de las ideas de corte difusionista.<br /><br />Permitasenos poner un ejemplo reciente y cercano. En el sur de la Península Ibérica, en el territorio de Tartessos, la asimilación del impacto cultural externo "orientalizante" se produjo de forma selectiva. No sólo por quién adopta los elementos de la cultura exterior, de hecho y predominantemente un sector social que se identifica con la élite redistributiva, sino también por lo que se adopta. Hay un tamiz cultural que decide lo que se integra o lo que se asimila, según los valores y utilidades socioculturales a que correspondan los objetos y las prácticas con ellos relacionadas sean propios o ajenos. Es algo que se pone claramente de manifiesto en el registro arqueológico. Pero también hay distintos ritmos de aceptación que no siempre tienen que ver con los supuestos beneficios que aportarían las innovaciones o con su menor dificultad técnica (Wagner: 1986a, 136 ss). Así, pese a la facilidad del uso del torno de alfarero, durante más de un siglo y medio la mayor parte de la cerámica común continuó elaborándose a mano. No podemos afirmar, por tanto que el ritmo de aceptación del torno fuera rápido, seguramente porque su utilidad no era tanta en el conjunto de la economía doméstica y porque no colmaba unas expectativas socioculturales, en las que la especialización del trabajo no tenía el mismo significado ni interés que en ámbito mediterráneo del que provenía. Por otra parte no todas las formas cerámicas fenicias se imitaron, sino tan solo unas cuantas, lo que sin duda obedece a una selección dictada por su utilidad para las costumbres y usos locales. En contraste con ello, el registro arqueológico proporciona en algunos lugares las supuestas pruebas de la aculturación funeraria y religiosa de amplios sectores de la población local, más allá del grupo redistribuidor elitista que controla los intercambios con el ámbito colonial "orientalizante", y con un ritmo más acelerado, lo que supone un fuerte contraste con lo antes observado. No parece que, si pretendemos respetar la coherencia en el terreno metodológico, podamos hacer responsable de tal "aculturación" a los intercambios con los colonizadores y comerciantes fenicios, por lo que la explicación debe ser otra. De ahí nuestra hipótesis (Wagner y Alvar: 1989), muy criticada desde diversas posiciones (Almagro Gorbea: 1991, ; Carrilero: 1993, 171 ss), de una "colonización agrícola" fenicia en el interior, que sin duda necesita un nuevo replanteamiento (Wagner: e.p.), pero que no obedece al interés por hacer de los fenicios colonos agrícolas en el interior de Tartessos, sino de explicar de forma más coherente, aunque también sin duda incompleta, el complejo y, como casi siempre, selectivo proceso de la aculturación que allí tuvo lugar.<br /><br /><span style="font-weight: bold;"> IV. 3- Comercio, urbanización y complejidad social.</span><br />Pese a todo, la tentación de considerar el comercio externo como un factor de desarrollo sociopolítico, además de económico, ha sido y sigue siendo grande. Los autores que mantienen tal punto de vista pasan por alto, sin embargo, que únicamente cuando no se dan relaciones de desequilibrio que impliquen subordinación, gozando por tanto de plena autonomía, el control del comercio lejano por las elites puede producir esta consecuencia (Amín, 1986: 37 ss), y aún así debe tratarse de un comercio que afecte, directa o indirectamente, al sector básico de la subsistencia, favoreciendo el progreso de las fuerzas productivas, lo que facilitará a su vez la creación del excedente necesario para reproducir las condiciones de tal comercio. Pero un comercio reducido en gran parte a bienes de prestigio, como ocurre con las culturas del Bronce Final/Hierro Inicial europeas, es más un síntoma de la existencia de las élites, que la causa de ellas, y difícilmente puede incidir en gran medida en los procesos de estratificación social (Gilman: 1981). A este respecto, la existencia de un contexto de intercambio desigual reforzaría el poder de las élites locales sobre las que los colonizadores descargaron la responsabilidad de movilizar y organizar la fuerza de trabajo necesaria para hacer efectivos los intercambios, pero al mismo tiempo eran los propios colonizadores los más interesados en que tal poder no aumentara desproporcionadamente más allá de la capacidad que poseían para ejercer su control. Los mecanismos de sujeción ya los conocemos: pactos y acuerdos desiguales, dependencia tecnológica, subordinación económica.<br /><br />Frente a la exagerada importancia del comercio como causa principal de los procesos de urbanización y estratificación social, es un hecho conocido por los antropólogos, al que sin embargo arqueólogos e historiadores no conceden siempre la debida atención, que si bien cabe esperar la presencia de una ciudad en el punto de convergencia de varias rutas comerciales, el comercio por si sólo no puede ser tomado como explicación unifactorial (Hunter y Whitten, 1981: 157). La propia opinión de los antiguos al respecto es bien significativa al inclinar la balanza decisivamente en favor de la agricultura y en contra del comercio y la producción manufacturera (cfr: Finley, 1978: 183 ss). Claro está que hubo excepciones y algunas de las ciudades del mundo antiguo (Biblos, Tiro, Cartago, Egina, Qios, Massalia...) constituyen la muestra más significativa de ello; pero al fin y al cabo, las excepciones no dejan de ser eso, excepciones, y siempre cabe preguntarse si realmente fue el comercio el único factor responsable de su aparición. Una observación más profunda puede llegar a revelar que el comerció constituyó más una causa de su desarrollo y engrandecimiento que de su aparición, como por ejemplo sucedió en Cartago (Alvar y Wagner: 1985). No fueron tanto los beneficios producidos por el comercio, como la necesidad de disponer de establecimientos desde los que gestionar las actividades de intercambio, lo que decidió a los fenicios a fundar santuarios (Aubet: 1991b, 134 y 37ss), en torno a los que más tarde se desarrollarían ciudades de importante actividad comercial. El imperativo no fue tanto económico-mercantil cuanto de una necesidad de gestión inmersa en elementos de proyección ideológica. Y lo mismo podría aplicarse a muchas de las ciudades comerciales de la Antigüedad. Una prueba adicional la constituye el hecho de que disponer de un buen puerto no era requisito suficiente. Como ya señalara Finley (1978: 181ss) decir que Roma se volvió hacia el mar porque había llegado a ser una gran ciudad resulta más adecuado que lo inverso, y otros enclaves con excelentes situaciones portuarias, como Brundisium y Rávena, también en Italia, nunca consiguieron convertirse en grandes centros de comercio. Otra prueba más de que la incidencia del comercio en el desarrollo de los procesos de urbanización ha sido frecuentemente exagerada, la encontramos en la Francia meridional mediterránea, donde a finales de la Edad del Hierro algunos oppida situados en áreas "avanzadas" y próximas a las rutas de comercio son abandonados, mientras que asentamientos ubicados más hacia el interior subsisten (Collis: 1982: 77). En el sur de Inglaterra parece que el comercio constituyó un factor entre otros más de urbanización durante el mismo periodo, y que contribuyó fundamentalmente a la aparición de algún que otro aislado "puerto de comercio" (Cunliffe: 1976, 352ss).<br /><br />Todo lo dicho se corresponde bien con el localizado y restringido papel del comercio en las economías antiguas (Garnsey, Hopkins y Whittaker: 1983), por más que se esfuercen en demostrar lo contrario los neoliberales adalides del mercado libre y de la oferta/demanda competitiva, hoy más vociferantes que nunca. Pero en contra de la interpretación neoliberal y funcionalista más habitual cabe resaltar que el control del comercio y la aparición de sistemas de intercambio no estuvieron siempre, ni siquiera frecuentemente, en la base de los procesos de estratificación social que llevan a la aparición de las ciudades y los estados. Como ha sido señalado, el comercio no fue el responsable de la aparición de las élites durante la Edad del Bronce europea, ya que concernía principalmente a bienes de prestigio, y no a elementos susceptibles de incrementar el excedente agrícola que llegó a ser controlado por aquellas (Gilman: 1981, 5). Esto no quiere decir que en determinadas circunstancias de especialización regional o cuando los intercambios afectan directamente el sector básico de la subsistencia en la economía, el control del comercio no se constituya en un factor, junto a otros, de emergencia de las élites y de desarrollos urbanos paralelos. No obstante, no hay pruebas de que éstas fueran las condiciones que prevalecieron en muchos lugares del Mediterráneo antiguo. También se ha argumentado que durante la Edad del Bronce, la aparición de sistemas redistributivos de jerarquía y prestigio no tuvo tanto que ver con el comercio lejano y el desarrollo de sistemas de intercambio de tipo "centro/periferia", como con la necesidad de control sobre los recursos críticos . Si en los posteriores desarrollos de la Edad del Hierro, urbanismo y estratificación social van comúnmente asociados y el comercio protohistórico concernía también fundamentalmente a bienes de prestigio, difícilmente entonces ha podido constituirse en un factor que origine el tránsito de las formas de vida aldeanas a las urbanas.<br /><br /><span style="font-weight: bold;"> IV. 4- El otro camino: la contra-aculturación. </span><br />Los resultados de la interacción cultural no dependen sólo, ni aún de forma predominante, de la iniciativa y la actividad de los agentes externos de la aculturación, los comerciantes y colonizadores, sino que en gran medida se hallan también influidos por la actitud de quienes reciben el impacto cultural externo, por lo que no debe considerarse como una receptividad meramente pasiva. Quienes sufren el impacto de la aculturación pueden erigir barreras culturales destinadas a frenarlo o reaccionar distanciándose de la posibilidad de contacto. Cuando la aculturación obra destructivamente, lo que ocurre con frecuencia si forma parte de un sistema de explotación colonial (Wachtel: 1978, 154, Gudeman: 1981, 219 ss; Burke: 1987, 127) da lugar entonces a fenómenos de rechazo y supervivencia cultural conocidos bajo la rúbrica genérica de contra-aculturación, que se pueden manifestar de muy diversas formas (Gruzinski y Rouveret: 1976, 199-204) e incluso puede dar lugar a la desestructuración de la formación social que recibe el impacto de los elementos culturales externos (Alvar: 1990, 23 ss).<br />El cambio cultural, parcial o total, no es la única consecuencia posible de la aculturación. Los límites a la aculturación pueden ser físicos (barreras geográficas o climáticas) o culturales. Estos últimos, que son los que particularmente nos interesan por estar interpenetrados con la dinámica socio-cultural, suponen estrategias o mecanismos defensivos que persiguen preservar la propia identidad cultural. La respuesta de los autóctonos, a los que no debe enjuiciarse como elementos puramente receptivos, pasivos e inertes, tiene así una importancia significativa para el alcance, en conjunto o por segmentos, del cambio cultural inducido por el fenómeno de aculturación. Dicha respuesta puede ser positiva y entonces entrarán en juego los mecanismos de integración o asimilación, o negativa, en cuyo caso actuarán los mecanismos de rechazo, lo que ha llevado en ocasiones a considerar la contra-aculturación fundamentalmente como una actitud o un conjunto de actitudes (Alvar: 1990, 25 n. 19). Con frecuencia, en situaciones de aculturación impuesta (manifiesta o encubierta) surgen reacciones de defensa cultural: ellas darán lugar a la contra-aculturación, que puede expresarse de maneras diversas, pues se nutre de mecanismos y procesos de rechazo que pueden variar tanto en su carácter como en su intensidad, dando lugar a variadas formas de contra-aculturación. Distinguiremos siempre su carácter pasivo o activo. Así, la contra-aculturación pasiva se manifiesta en la inercia cultural, también conocida como tradicionalismo que se caracteriza por la apatía y el desinterés hacia las novedades culturales externas. Puede darse como resultado tanto de situaciones de aculturación impuesta como espontánea; mientras que en el primer caso se trata de una reacción ante una intensa dominación cultural que no concede ningún otro margen de maniobra, en el segundo puede consistir en el acomodo mutuo en una misma área de grupos culturales distintos mediante una relación asimétrica que les permite, sin embargo, persistir en sus respectivos caracteres distintivos, en una relación de pluralismo estabilizado. La contra-aculturación activa, por su parte, puede adoptar al menos dos formas distintas de manifestarse: por evasión o ruptura, que implica un aislamiento defensivo que puede ser parcial o total, y por agresión cuando se propone la eliminación radical de la cultura externa. Cuando esto último sucede los préstamos culturales adquiridos son vueltos en contra del grupo exterior, y se elaboran complejos culturales (regeneración) en oposición abierta con la cultura alóctona. La rebelión de Duketios en Sicilia a mediados del siglo V a.C. (Gruzinski y Rouveret: 1976, 203) y aquella otra de los macabeos judíos en el periodo helenístico (Will: 1989, 54 ss) constituyen dos buenos ejemplos de ello.<br /><br />Además, mientras que la ruptura puede darse en cualquier momento del proceso colonial, la agresión es más propia de aculturaciones avanzadas (no tanto en el tiempo como en su alcance) que ponen en peligro la identidad cultural de la comunidad local. La agresión cristaliza a menudo entonces en una revuelta de carácter militar, y frecuentemente de matiz religioso sin que falten en ocasiones los componentes mesiánicos y apocalípticos, dirigida contra los colonizadores en la que a menudo se utilizan sus propias armas y sus formas de organización contra ellos. En este punto la contra-aculturación agresiva guarda estrechas similitudes con los movimientos de revitalización cultural. Desde esta perspectiva la contra-aculturación agresiva encierra ciertos elementos propios del cambio cultural, ya que admite e incluso emplea ciertas innovaciones reinterpretándolas, readaptándolas e integrándolas en un nuevo contexto que, si no responde ya a las formas y categorías, y sobre todo a los intereses, de la cultura dominante colonial, tampoco reproduce sin alteración los rasgos propios originarios.<br /><br /><a href="http://trahistant.blogspot.com/2008/02/bibliografa.html"><span style="font-weight: bold;">BIBLIOGRAFÍA</span></a><br /></div>Carlos G. Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2419571850545814482.post-69407092400975807772008-02-07T20:24:00.004+01:002008-04-09T19:34:24.231+02:00El comercio y la colonización: los modos<div style="text-align: justify;"><span style="font-weight: bold;">III. 1- Las estrategias del comercio y la colonización: El intercambio desigual.</span><br />Aunque el comercio y la colonización parecen en principio fenómenos distintos, que no siempre ajenos, ambos tuvieron en los procesos históricos que nos ocupan múltiples implicaciones, penetrando el uno en el otro y viceversa. La colonización abrió nuevas perspectivas al comercio que a su vez podía llegar a necesitar para afianzarse de la colonización. La propia forma en que se desarrollaba el comercio incidía muchas veces en la diversidad de implantación colonial, ya que se trataba, cuando la magnitud de los intercambios lo requería, de un sistema caracterizado por la máxima aproximación posible de los centros o factorías en que se elaboraban las manufacturas y los otros productos objeto de intercambio a los lugares en que éste se llevaba a cabo, a fin de incrementar los beneficios obtenidos de las transacciones, lo que no se lograba mediante una política de precios, sino eliminado, como se ha dicho, en la mayor medida posible, las distancias intermedias. Tal fue, por ejemplo, el carácter de la penetración púnica en el norte de Africa dinamizada por Cartago (López Pardo: 1987, 208 y 342ss) y a tal respondió la aparición de toda un serie de factorías fenicias sobre el litoral mediterráneo de la Península Ibérica (Wagner: 1988, 424 ss). Todo ello se debió ver, por otra parte, favorecido por el hecho de que en el momento de iniciarse los intercambios las unidades político-territoriales de los pueblos que llamamos autóctonos eran en muchos casos de magnitud reducida, no superando en ocasiones las dimensiones locales y comarcales, lo que facilitó también la posición preeminente de los colonizadores, menores a veces en número pero más organizados y en disposición de una tecnología más compleja, a la hora de establecer los pactos y las alianzas que regulaban los intercambios.<br /><br />En el mundo antiguo, el intercambio desigual constituyó una actividad comercial que se sustentaba en un notorio grado de desequilibrio en las relaciones mediante las que miembros especializados (mercaderes) de una cultura compleja y poderosa tecnológica y organizativamente obtenían materias primas y otros recursos de los miembros de una cultura más simple y menos poderosa, a cambio de manufacturas y otros artículos cuyo coste social de producción era entre los primeros escaso. Lo que define el intercambio desigual (Enmanuel: 1972; Amín: 1986) es la situación descompensada en la que la parte económica, tecnológica y organizativamente más avanzada, en términos convencionales, consigue grandes cantidades de materias primas a cambio de un modesto volumen de manufacturas y objetos exóticos, como consecuencia precisamente de la diversa escala de valores en uso en ambos polos del sistema de intercambios (cfr: López Pardo: 1987, 410; Liverani: 1988, 153). Precisamente es la parte más avanzada la que lleva la iniciativa y la que se desplaza lo que contribuye a potenciar su protagonismo. Se trata pues de un contexto en el que las relaciones se establecen en un plano de desigualdad y desproporción que favorece a los miembros de la cultura más compleja y especializada, que es la que domina y regula los intercambios, y en el que se configuran como elementos clave la mencionada dependencia tecnológica, así como las diferencias de valor (que no de precio), en coste social de producción, de lo que se intercambia entre sistemas socioeconómicos esencialmente distintos.<br /><br />Ahora bien, de acuerdo con la crítica realizada por Meillassoux (1977, 131 ss), la parte que obtiene el beneficio no se está tan sólo aprovechando de las mencionadas diferencias en costes sociales de producción, sino que, precisamente por ello, el intercambio desigual encubre una realidad de sobre-explotación del trabajo, que se articula en la transferencia entre sectores económicos que funcionan sobre la base de relaciones de producción diferentes. En este contexto el modo de producción propio de las poblaciones autóctonas, al entrar en contacto con el modo de producción de los colonos queda dominado por él y sometido a un proceso de transformación. La contradicción característica de tal transformación, la que realmente la define, es aquella que toma su entidad en las relaciones económicas que se establecen entre el modo de producción local y el modo de producción dominante, en las que éste preserva a aquél para explotarle, como modo de organización social que produce valor en beneficio del colonialismo, y al mismo tiempo lo destruye al ir privándole, mediante la explotación, de los medios que aseguran su reproducción.<br /><br />La evidencia arqueológica nos proporciona muestras significativas de la práctica de un intercambio desigual por doquier en el Mediterráneo antiguo. Piénsese como ejemplo en las cerámicas micénicas de Chipre, en los vasos griegos y etruscos hallados en el litoral norteafricano y francés o en las ánforas fenicias encontradas, junto con otras manufacturas "orientalizantes," en el mediodía y levante de la Península Ibérica. Todo este registro arqueológico pone de manifiesto como las cerámicas, así como el aceite, vino y perfumes constituían el grueso de las "mercaderías" que los comerciantes y colonizadores extranjeros destinaban a las gentes que habitaban los territorios en que abundaban los recursos (metales, madera...) que ellos buscaban, mientras que los productos más elaborados (marfiles, joyas, etc) eran destinados en mucha menor cantidad a las élites locales con las que trataban. Este intercambio desigual, latente en el comercio de índole aristocrática, se desarrolla alcanzado su plenitud en el comercio de tipo empórico. El contexto colonial no hace, por otra parte, sino institucionalizarlo.<br /><br /><span style="font-weight: bold;"> III. 2- La dinamización de los intercambios.</span><br />El comercio antiguo, como el actual, precisaba dinamizar los intercambios a fin de mantener/incrementar los beneficios. Sin embargo, los medios empleados a tal fin diferían notablemente de los utilizados en nuestra moderna economía de mercado. La estrategia básica consistía en atraer el interés de las élites locales hacia los fines perseguidos por el comerciante o colonizador. Puesto que el fin perseguido no era colocar en un mercado externo los excedentes de una sobreproducción propia, sino obtener materias primas y productos raros u "exóticos" a bajo costo, las elites locales eran los grupos sociales idóneos por ser los más capacitados para tratar con los comerciantes y para organizar la producción que satisfaciera la demanda comercial/colonial. A fin, por tanto, de dinamizar los intercambios e incrementar su cuantía, era preciso aumentar el número de "socios", entiéndase grupos elitistas, implicados lo que a la larga terminaba por conllevar una penetración hacia otros territorios ampliando así el círculo controlado por los comerciantes y/o colonizadores.<br /><br />Una estrategia tal podía plasmarse de diferentes formas. La integración de artesanos y mercaderes en una comunidad autóctona, residiendo junto a la población local parece haber sido particularmente efectiva a fin de preparar el terreno para relaciones ulteriores de tipo empórico. Tal es lo que puede sospecharse del análisis de los datos arqueológicos procedentes del sur de Francia (Nickels: 1983, 418 ss) o de la península salentina (D'Andria: 1983, 293) y algo similar ocurre con la presencia de artesano griegos en los centros etruscos e ibéricos, o de artesanos fenicios en asentamientos como la Peña Negra/Herna (González Prats: 1987, 112 ss), y púnicos en algunos contextos autóctonos del N. de Africa como Kuass o Banasa (López Pardo: 1987, 337 ss). Desde una perspectiva diacrónica se podría pensar en un segundo momento o fase en que se multiplican los contactos y los intercambios, quedando así superadas las relaciones esporádicas propias de una frecuentación "precolonial" o de los viajes aristocráticos. De esta forma los productos externos comenzaban a insertarse en la vida local. En esta línea, y en una escala diferente, la presencia de estos artesanos fenicios o griegos en un contexto de población autóctona revela similitudes con la capacidad de muchas tiranías griegas y etruscas de insertar a los extranjeros, sobre todo artesanos cualificados, en el seno de la comunidad local. En muchas partes las poblaciones autóctonas se hallaban estructuradas en sistemas centralizados de prestigio, también denominados jefaturas complejas (Wagner: 1990), en donde la élite, incipiente o más desarrollada, dispone ya de la capacidad para imponer un esfuerzo productivo, más allá de la simple subsistencia y de las necesidades sociales y ceremoniales habituales, que se transforma en excedente, del que precisamente se produce la apropiación por medio del comercio con los extranjeros (Gudeman: 1981, 256).<br /><br />La aportación de medios suntuosos y simbólicos a la elite local que desde entonces actuaba de común acuerdo con los comerciantes/colonizadores constituía otra estrategia definida, a menudo muy directamente vinculada con la anterior. De esta forma, la elite local quedaba insertada en la jerarquía colonial aunque en una posición subordinada respecto a los grupos de poder y decisión de aquella. Las relaciones de filia y cenia, propias del mundo aristocrático, adquirían entonces una gran importancia, sellándose por lo común el acercamiento con matrimonios entre los miembros de las elites respectivas, lo que creaba vínculos que eran utilizados como instrumentos de tales relaciones, respondiendo a finalidades y objetivos múltiples: adquisición de prestigio, lazos de solidaridad, dependencia, subordinación (Nenci y Capaldi: 1983, 586, 592 ss y 600). En un ambiente como aquel, las copas de dos asas (skyphoi ) griegas y etruscas que encontramos en muchas necrópolis autóctonas pueden servir como testimonio arqueológico de tales relaciones, dado su carácter de elemento esencial en los vínculos de hospitalidad que regulan el trato con los extranjeros (Gras: 1986, 352 ss) en los que el ritual de la bebida invoca la presencia protectora de los dioses.<br /><br />Por otro lado, el comercio lejano -aunque se llegue a dar la proximidad física y permanente de los comerciantes, que se constituyen en grupo privilegiado en la estructura colonial- desempeñaba un importante papel en el sostenimiento del sistema económico local sometido a explotación colonial, al proporcionar una forma de "realizar" el excedente (Terray: 1975: 123 ss) acumulado por las elites de cada lugar, si bien tal comercio, en apariencia dinámico, posiblemente no hiciera otra cosa que mantener el sistema tal como era, reforzando la estructura de autoridad que ya estaba creada con la adquisición de bienes de prestigio o de bienes necesarios para controlar a los productores del excedente (Gudeman: 1981: 256). En consecuencia, las elites autóctonas pasaron a depender cada vez en mayor medida de los bienes de prestigio que aportaban los colonizadores y los comerciantes para poder seguir practicando en el seno de sus comunidades una redistribución marcadamente inequitativa que revertía en beneficios económicos, amén de sociopolíticos, al permitirles apropiarse del excedente en forma de trabajo invertido en la obtención del los recursos demandados por los comerciantes y colonizadores extranjeros, al ocupar ellas mismas una posición clave en el funcionamiento del sistema redistributivo.<br /><br />En un contexto de mayor desarrollo de la presencia colonial, el disponer de elementos de organización que jalonaran las rutas comerciales llegó a constituir un tercer tipo de estrategia. Un buen ejemplo lo representa el yacimiento "orientalizante de Cancho Roano" que ha suscitado una notable atención (Almagro Gorbea y Domínguez: 1988-9; López Pardo: 1990: Guerrero: 1991; Gran-Aymerich: 1992). Se trata de un "edificio de prestigio" con paralelos arquitectónicos orientales que ha proporcionado lo que se consideran pruebas arqueológicas de una actividad económica diversificada (agricultura, alfarería, tejeduría...) unida a la importación y manufactura local de grandes contenedores (ánforas) de tipo fenicio y de otros vasos más pequeños pero más elaborados y de una utilidad diferente (kilix áticas e imitaciones). Dichas pruebas, junto a la ubicación del yacimiento en uno de los extremos del eje fluvial formado por el Ortigas y el Ciganchas, afluente este último del Guadiana, que cuenta con la presencia del sitio orientalizante de Medellín en el otro extremo, confirmaría una situación geoestratégica propia de un centro redistribuidor y dinamizador del comercio con el interior. Por ello la discusión sobre su carácter gira en torno a si se trataba de un palacio local o de un santuario, discusión que obvia otra posibilidad no menos significativa, la de que actuara como estafeta en el eje del corredor comercial.<br /><br /><span style="font-weight: bold;"> III. 3- La regulación de los intercambios (la cuestión del mercado y la oferta/demanda). Transacciones pactadas, comercio administrado.</span><br />Es imposible, como se ha visto, hablar del comercio en la Antigüedad sin traer a colación la tan debatida cuestión del mercado y la oferta-demanda. Su existencia parece probada, pero no obstante debe entenderse que no constituían factores que regularan los precios ni garantizaran las ganancias. Lo que equivale a hablar efectivamente de unos mercados muy localizados y de un intercambio limitado a productos muy específicos y a sectores sociales definidos. La presencia de la moneda, más antigua entre los griegos que entre los fenicios, ha sido también invocada en ocasiones como "prueba" de un comercio en el que la circulación libre de dinero adquiría importancia en los comienzos de una economía monetaria. No obstante, parece bastante probable que la aparición de la moneda tuvo unos significados extraeconómicos, sociales y políticos, en el marco del desarrollo de las relaciones sociales y de la definición de valores que implicaba la aparición de sentimientos cívicos y de emblemas con los que se pueden identificar. La moneda hizo su aparición como una aparente perpetuación de los valores de "prestigio", del blasón y de la "profusión" aristocrática muy pronto transformada en mero instrumento "político" y del progreso normativo de la comunidad cívica (Lepore: 1982, 228). En cualquier caso, la circulación de bienes y monedas en general no coincide, ni en ámbito local, por la ausencia de denominaciones menudas en la acuñación que realizan muchas ciudades, lo que implica que tales monedas no estaban destinadas a los intercambios, ni fuera de su área de emisión, donde son raras, por lo que el comercio de amplio radio no habría sido un factor determinante en la creación de la moneda (Austin y Vidal-Naquet: 1986, 64 ss).<br /><br />El comercio, en contextos como aquellos, era una relación exclusiva con una parte externa específica, estableciéndose casi siempre de antemano y con exactitud quién intercambia con quién. De esta manera son las relaciones sociales y no los precios los que conectan a los "compradores" con los "vendedores" (Sahlins: 1977, 319 ss). Por supuesto que había beneficios, pero estos estaban basados en la diferencia de valores subjetivos (utilidades sociales) apreciados desigualmente en sociedades distintas que intercambiaban productos raros cuyos costes sociales de producción ignoraban o no compartían, y no deben confundirse con la ganancia de capital comercial (Amín:1986, 24). Ya que en muchas ocasiones se trataba además de un intercambio desigual los beneficios no afectaban por igual ni se distribuían de igual forma entre las partes implicadas. Los comerciantes mediterráneos, griegos, fenicios, etruscos, etc obtenían un buen provecho al intercambiar vino, aceite, cerámicas y otros objetos y productos elaborados por plata, cobre, estaño o hierro con las poblaciones autóctonas del lugar. Entre éstas eran las elites locales quienes se beneficiaban particularmente de los productos e innovaciones puestos a su alcance por el comercio, lo que podía llegar a convertirse en un instrumento de control del que antes carecían sobre el resto de la población. Si bien es cierto que pudo haber existido competencia por el volumen del comercio externo, y que de hecho los sistemas internos de prestigio de las sociedades aldeanas jerarquizadas descansan a menudo sobre ella, tal competencia no surge como una manipulación de los precios u otros procedimientos similares, sino que suele reposar sobre el aumento de los "socios" externos o del volumen del comercio ya existente (Sahlins: 1977, 322).<br /><br />Tal situación es la propia del comercio empórico. El caso colonial presenta una problemática similar aunque más elaborada. Como ya se dijo, es preciso regular de antemano las condiciones que todos deberán aceptar y establecer las oportunas garantías de limpieza y seguridad en las transacciones. Como por ambas partes lo determinante era la necesidad de obtener productos y bienes lejanos, y no de dar salida en un mercado exterior a un exceso de producción propia, en principio todas las partes implicadas se mostraban dispuestas a cumplir tales condiciones. Fue la necesidad sobre todo de importar trigo (y metales) la que estimuló el comercio griego arcaico y la producción de manufacturas en contrapartida. El término comercio administrado (Polanyi: 1976, 307) define bien este conjunto de prácticas que son más del genero político y diplomático que del económico. Al menos, en el sentido que actualmente concebimos la economía. Este comercio administrado se organizaba por disposiciones que emanaban de los centros oficiales y las autoridades públicas (templos, palacios, gobiernos) y en él, las equivalencias, que venían a sustituir a los precios, se encontraban reguladas por medio de disposiciones legales. Las mismas autoridades que establecían las equivalencias, garantizaban mediante pactos y tratados el libre acceso de los mercaderes a los lugares donde se realizaban los intercambios, así como la limpieza en las transacciones que solían efectuarse en presencia de algún tipo de funcionario o magistrado. El mercado, como instrumento regulador de los precios mediante la oferta y la demanda no tenía lugar en este tipo de comercio disposicional, convenido o administrado que fue característico de muchas de las sociedades antiguas.<br /><br />No existe una palabra que designe al comerciante en el vocabulario micénico, lo que induce a pensar que el tráfico marítimo desarrollado durante el Heládico Reciente haya podido ser organizado y dirigido desde los palacios. La importante presencia de los templos en el contexto de la expansión fenicia (Bunnens: 1979, 283; López Pardo: 1992) como auténticos promotores de la misma confirma el carácter de comercio administrado practicado por los fenicios, por más que se haya querido quitarle importancia económica al templo y resaltar el papel de la iniciativa privada. Allí donde los fenicios tenían intereses comerciales está atestiguada la existencia de uno de sus templos. Aunque, bien es cierto, no debe por ello entenderse que los mercaderes fenicios, pertenecientes a una rica oligarquía que ha dejado huella arqueológica de su status privilegiado (Aubet: 1987a, 271 ss) y a quién en el Antiguo Testamento se denomina como "príncipes" (Isaías, 23, 8), fueran funcionarios adscritos a una jerarquía superior. En muchas ocasiones, en las sociedades antiguas, los límites entre el sector público y el privado son imperceptibles o no se encuentran bien definidos, lo que posibilitaba que unas mismas personas pudieran actuar en ambas esferas simultáneamente. El comerciante y el mercader eran frecuentemente particulares que podían aprovechar sus privilegiada situación para enriquecerse, pero no sólo actuaban por iniciativa propia. Es más, sin la cobertura proporcionada por las instituciones difícilmente hubieran podido hacerlo.<br /><br />En el ámbito griego el comercio de tipo empórico parece haberse regido así mismo por pactos y tratados. Pero entre los griegos el papel de los templos y santuarios fue distinto al que desempeñaron entre los fenicios. No los encontramos como promotores de la iniciativa comercial, que en la Hélade fue más bien de índole aristocrática, sino en los momentos críticos, en los que los grandes santuarios desempeñaron un papel apaciguador, y colaborando a la vez en la planificación de la expansión colonial, que fue producto simultáneo del crecimiento y de la crisis agraria de época arcaica (Plácido: 1989, 42). La costumbre de agradecer los éxitos de un viaje haciendo una ofrenda en un santuario y la de consultar un oráculo previo a la expedición colonial llegó a significar un acopio importante de información por parte de algunos templos, de la que se podía disponer a la hora de acometer la fundación de una nueva colonia. Es así como Delfos, vinculado al oráculo de Apolo y emplazado estratégicamente en su relación con Corinto se convirtió, ya en el siglo VII a.n.e., en una etapa más del proceso que había que seguir para fundar una colonia, como consecuencia de la frecuentación de que fue objeto durante al segunda mitad del VIII, dado el conjunto de información que llegó a poseer (Domínguez Monedero: 1991, 113).<br /><bataille><tierra><a href="http://trahistant.blogspot.com/2008/02/el-comercio-y-la-colonizacin-las.html"><br /><span style="font-weight: bold;">SEGUIR</span></a><br /></tierra></bataille></div>Carlos G. Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2419571850545814482.post-38281827999542707992008-02-07T20:08:00.001+01:002008-04-09T19:32:53.742+02:00El comercio y la colonización: Las formas<div style="text-align: justify;"><span style="font-weight: bold;">II. 1- La tipología de las formas del contacto intercultural:</span><br />Como se ha visto, el contacto, por comercio o colonización, es siempre consecuencia de la necesidad que experimenta una formación social determinada de apropiarse de bienes y recursos de los que carece. La colonización resulta así el marco preferente, aunque no exclusivo, de la aculturación. Por otro lado, cuando un contacto se produce sin colonización de por medio, como es el caso de la penetración de influencias helénicas en la civilización púnica (Wagner: 1986a), prevalece entonces la difusión cultural sobre la aculturación. Más la difusión cultural es algo que no conviene confundir con aculturación, pues aunque constituye una parte de ésta, a menudo actúa independientemente y con resultados distintos.<br /><br />Ahora bien, el contacto, en el seno de un proceso de colonización o de relaciones de comercio, puede producirse de muy distintas maneras, según toda una serie de variables que es preciso tener en cuenta. Así, el contacto intercultural se produce en una variedad de situaciones que viene dada, no solo por la diversidad de las corrientes coloniales, del ambiente de "partida" y del tipo de implantación de "llegada", sino por la diversidad de comportamiento o respuesta al contacto (rigidez, vulnerabilidad, plasticidad...) de la comunidad local (Lepore: 1973, 32). Cabe distinguir, también, entre los contactos iniciales y los posteriores que pueden ser de muy distinta índole, de acuerdo a las modificaciones propias de la dinámica histórica. Así, los contactos interculturales no permanecen estáticos, definidos de forma imperturbable por sus características originarias, sino que resultan alterados, cambiantes como una consecuencia histórica, en gran medida, de los resultados de tales contactos. A modo de ensayo traeremos a colación una clasificación del contacto intercultural y sus variantes que ya hemos propuesto en otro lugar (Wagner: 1993: 447 ss) y a la que incorporamos nuevas reflexiones: Ritmo o frecuencia, intensidad y carácter son variables que, marcadas por los fines perseguidos por el grupo alóctono así como por la capacidad y tipo de respuesta de la población autóctona, influirán en gran medida en el desarrollo del contacto intercultural.<br /><br />Un criterio útil para comenzar es aquel que nos permite distinguir en el grado de equilibrio que caracteriza el encuentro entre dos sociedades distintas que entran en relación, con lo que se da una primera diferenciación entre lo que podemos llamar contacto homogéneo y dispar. El contacto cultural es homogéneo cuando se establece entre grupos pertenecientes a culturas similares en su grado de complejidad tecnológica, organizativa, institucional etc. esto es: cuando no existe un abismo o un profundo desequilibrio cultural entre ambas. Puede tratarse de dos culturas de nivel político similar, aún con distinta organización, con su tecnología compleja, sus sociedades estratificadas en grupos caracterizados por sus distintas obligaciones y derechos, con sus instituciones específicas y sus aparatos legales y administrativos, como puede ser el caso de los comerciantes fenicios asentados en torno a un santuario de Astarté en un barrio de Menfis, en Egipto (Rebuffat: 1966), los griegos en las ciudades etruscas (Cristofani: 1983, 242 ss) o por el contrario de dos culturas de índole aldeana o tribal, con formas de organización socio-económica y político-ideológica equivalentes. Este segundo tipo de contacto equilibrado no suele ser muy tenido en cuenta aunque haya caracterizado determinados procesos de "colonización", como pudo ser la penetración de las gentes de la cultura de los "campos de urnas", dejando a un lado el carácter de dicha penetración, en Francia o en la Península Ibérica.<br /><br />Por su parte, el tipo de contacto que llamamos dispar se caracteriza por un desequilibrio cultural que normalmente facilita que una de las partes implicadas, muchas veces la alóctona aunque no siempre, se establezca como dominante quedando la otra sometida a su control, el cual puede adquirir, como se verá más adelante, formas diversas. Es aquí donde la aculturación (ver IV, 1) encuentra mayor terreno para su desarrollo, dependiendo su alcance y consecuencias de una multiplicidad de factores que confieren su complejidad al estudio de los procesos de interacción cultural (Gruzinski y Rouveret:1976), pero entre los que podemos destacar el carácter impuesto, rígido o forzado de la aculturación, o por el contrario su manifestación espontánea. No obstante, el desequilibrio cultural no necesariamente ha de incidir siempre en todos y cada uno de los aspectos que integran un sistema sociocultural en su totalidad, aunque en ocasiones ocurra así, sino que puede afectar sólo a algunos o incluso unos pocos de ellos, por ejemplo a la eficacia y organización militar y política. En otros términos: el contacto que llamamos dispar o desequilibrado puede variar en la amplitud y la localización del desequilibrio, ya que aunque el grado de éste radica generalmente en la mayor proporción o desproporción de los niveles de complejidad y eficacia técnico-organizativa, sociedades en contacto pueden estar desequilibradas solo en uno o en unos pocos aspectos de sus respectivos sistemas socio-culturales. Dicho de otra forma, el desequilibrio para que exista no tiene por que ser global, sino que se puede manifestar localizada o sectorialmente, y no por ello ha de tener una menor incidencia.<br /><br />Un segundo nivel de clasificación es aquel que nos permite distinguir entre contactos directos e indirectos. de acuerdo con el grado de inmediatez que supongan. La ausencia de ésta, la negación del encuentro físico, caracteriza al contacto cultural indirecto, que no implica la presencia de los miembros de las culturas que entran en mutua relación. Por supuesto, no es predominante en la colonización y raras veces conlleva aculturación, siendo la difusión cultural su repercusión más probable. Es un contacto sin encuentro que puede realizarse, bien a través de mediadores o por medio de estrategias específicas destinadas a tal fin, como puede ser el caso bien conocido del comercio silencioso. Los agentes intermediarios son sustituidos entonces por convenciones tácitas destinadas a minimizar los riesgos de fricción en situaciones en que la amplitud del desequilibrio cultural es muy pronunciada (Revere: 1976: 99).<br /><br />El contacto directo es aquel que, por contra, conlleva el encuentro físico entre los grupos de individuos que participan de las relaciones interculturales. Como tal está presente en los procesos de colonización, invasión, conquista y dominación de forma prácticamente universal, y es propio de las relaciones comerciales (salvo en los casos de "comercio silenciosos"). Mientras que los fenómenos de difusión cultural acompañan las formas de contacto indirecto, el contacto directo es proclive al desarrollo de fenómenos y procesos de aculturación. Ahora bien, el contacto directo entraña contrastes en los grupos de edad, sexo y especialización de ambos contingentes. Así, los colonizadores son mayoritariamente jóvenes varones aptos para las tareas agrícolas y la actividad militar que buscan y encuentran, por diversos medios, mujeres en el entorno autóctono (Van Compernolle: 1983), convirtiéndose de esta forma los matrimonios mixtos en uno de los vehículos preferentes de la integración cultural (Whittaker: 1974, 70; Almagro Gorbea: 1983, 446 Morel: 1984, 134 ss). También los comerciantes y artesanos, por obvios motivos de movilidad, son varones adultos que realizan sus actividades fuera del hogar (como podría ser el caso incluso de ciertos artesanos itinerantes (Morel: 1984, 146 ss) para regresar antes o después a su grupo familiar.<br /><br />Finalmente, un contacto puede ser continuo, discontinuo o aislado, otros prefieren llamarlos sistemático y esporádico (Alvar: 1990, 20) y aquí interviene sobre todo la frecuencia o el ritmo de las relaciones. Todo proceso de colonización puede contener ambos, si bien el primero adquirirá la mayoría de las veces carácter dominante. Llamamos contacto contínuo o sistemático a aquel que se caracteriza por una alta frecuencia de las relaciones interculturales. A su vez el contacto continúo puede ser frecuente o permanente. Será permanente si no existe ningún tipo de vacío o inflexión temporal que interrumpa el ritmo de dichas relaciones. Por el contrario es frecuente aquel tipo de contacto continuo que, aún caracterizándose por un ritmo alto o acelerado de relaciones, presente cierta discontinuidad en ellas. El contacto es discontinuo cuando se caracteriza por una baja frecuencia en las relaciones interculturales. Es extremadamente raro que se dé como forma única o dominante de un proceso de colonización y prevalece más bien en los momentos "precoloniales", siendo propio también del comercio de tipo aristocrático y del "comercio silencioso". El contacto de tipo discontínuo puede, a su vez, presentar variantes de ritmo, pero es específicamente distinto del aislado. con el que no debe confundirse. Contacto aislado es aquel que se produce una sola vez, o con tal separación temporal entre una y otra que las repercusiones del primer encuentro han desaparecido prácticamente cuando se produce el nuevo contacto. El contacto recurrente o esporádico, bastante característico de los primeros momentos de la colonización o de aquello que ha dado en llamarse "precolonización", se produce de cuando en cuando y por tanto tiene un ritmo muy desacelerado y una baja frecuencia de relaciones, que en el aislado es sencillamente inexistente.<br /><br />Los diversos tipos de contacto entre grupos socio-culturales distintos pueden, a su vez, revestir el carácter de intensos o leves. Un contacto directo puede ser intenso o leve dependiendo de una serie de factores como son: la amplitud del desequilibrio cultural que caracterice las relaciones, la frecuencia o ritmo del contacto, el numero de elementos significativos que lo integren, así como la capacidad de control de la cultura que se erige en dominadora y la de reacción de la cultura dominada. En el contacto indirecto su gradación dependerá, sobre todo, de la frecuencia con que éste se desarrolle. El contacto cultural podrá ser, por lo tanto, más o menos denso e incluso sumamente difuso. Dependerá también del número de individuos y elementos que intervengan en las relaciones interculturales, así como de las actividades que ejerzan y del impacto de dichas actividades sobre los distintos sectores del sistema sociocultural, y según todo ello podrá ser amplio o localizado. Pero no por esto ha de verse condicionada automáticamente su intensidad. En algunas ocasiones, y ante circunstancias apropiadas que tienen que ver con la amplitud del desequilibrio cultural, así como con el grado de receptibilidad de la cultura local, determinado a su vez por otra serie de factores (flexibilidad. etc.), formas de contacto poco denso y muy localizado pueden revestir una notable intensidad, y también a la inversa. Cuando un impacto objetivamente mínimo y que pone en juego un número ínfimo de representantes de la cultura alóctona es capaz se provocar una reacción desproporcionada diremos que estamos ante un fenómeno de preamplificación (Gruzinski y Rouveret: 1976, 173).<br /><br /> <span style="font-weight: bold;">II. 2- Las diversas manifestaciones del comercio y de la implantación colonial. </span><br />La falta de tierras, las crisis sociales y políticas, la incapacidad para generar un excedente que es preciso entonces transferir desde una formación social a otra, fueron, como se ha dicho, los motivos más comunes que estimularon las navegaciones, el comercio y la colonización en la Antigüedad mediterránea. En muchos de los marcos de relaciones así formado, los fines e intereses de quienes llevaban la iniciativa, de quienes se habían desplazado provocando el contacto, llegaron ser dominantes sobre aquellos otros de las gentes con las que comerciaron o a las que terminaron por colonizar. Fueron dominantes porque los promotores de las navegaciones, el comercio y la colonización contaron con medios, demográficos, organizativos, tecnológicos, ideológicos e institucionales, capaces de imponer eficazmente el tipo de relación que a ellos más les interesaba, una veces por la fuerza, otra mediante pactos y alianzas que en su aplicación resultaban desiguales, por más que en un análisis superficial pudieran parecernos equilibrados y equitativos, otras, en fin, mediante esa forma de relación económica que se conoce como intercambio desigual.<br /><br />En consecuencia todo aquel complejo ámbito de relaciones desiguales se manifestó en una variedad de experiencias y realidades en las que podemos distinguir, de acuerdo a su tipología, entre viajes o periplos esporádicos, frecuentaciones comerciales y emigraciones de carácter colonial. Podemos distinguir también, en función tanto de su impacto como de sus mecanismos, el comercio aristocrático (Mele: 1979), con sus viajes esporádicos de corte aventurero, como el de Colaios de Samos hacia Tartessos (Heródoto, I, 152) y el empórico, si bien ambos participan de alguna característica común: no precisaban de una fundación colonial y se basaban en la existencia de pactos y acuerdos mutuos, pero el último implicaba una mayor continuidad y transacciones más voluminosas. Existían también otras diferencias entre ambos. El comercio aristocrático no era un actividad especializada y se trataba de traficar con unas pocas mercancías. Como ha sido enfatizado, se trataba más de comprar que de vender, de acuerdo a los criterios de la clase dominante, agraria y caballeresca, y por tanto se hallaba alejado de conceptos modernos sobre "beneficios" o "competencia" para ubicar la producción propia en los mercados distantes (Lepore: 1982, 252). Concebido sobre todo como "aventura" marítima que proporcionaba prestigio al mismo tiempo que materias primas u objetos exóticos, el comercio aristocrático se halla estrechamente vinculado a desviaciones fortuitas y a una imprecisión geográfica en la que no hay que ver el interés por eliminar a potenciales competidores, sino, sobre todo, la atracción por los paisajes legendarios propios de los viajes de los héroes de quienes los aristócratas se reclamaban descendientes. Adornando de esta forma la "aventura" marítima del aristócrata viajero se ennoblecían los propósitos de su viaje, que quedaban despojados de cualquier motivación comercial concreta.<br /><br />Por su parte, el desarrollo del comercio empórico, que en Grecia estuvo ligado durante mucho tiempo a los intereses y la posición de la aristocracia a través de sus "clientelas", constituía una práctica más especializada y operaba sobre un mayor volumen de mercancías. En una segunda fase del comercio empórico, y dado el ritmo de la frecuentación o el carácter sistemático del contacto, se produjo la aparición de pequeños establecimientos permanentes, o se siguió utilizando los emporios preexistentes frecuentados por comerciantes procedentes de otras naciones, como en Al Mina, Gravisca o Tartessos. Según se desprende de las fuentes (Livio, XXXIV, 9; Justino, XLIII, 4-5, cfr: Morel: 1984, 150), el carácter precario de aquellos asentamientos, en los que los comerciantes extranjeros parecen haber sido sobre todo moradores temporales (por más que el tiempo se haya prolongado en determinadas circunstancias) sin derecho de propiedad sobre la tierra que ocupaban, parece haber constituido el rasgo común que los caracterizaba. Esto difiere del comercio colonial propiamente dicho, cuyo desarrollo precisa de una infraestructura de asentamientos de rasgos y funciones urbanas, y que implica un acercamiento mayor a los centros productores a fin de obtener en mejores condiciones los productos y bienes demandados, generalmente materias primas y/o recursos naturales, al eliminar un tramo importante del itinerario comercial, reduciendo costos de transporte y almacenaje. Este tipo de estrategia implicaba la existencia de un centro rector próximo, de características urbanas, y de una serie de asentamientos subsidiarios especializados en la elaboración de aquello que se intercambiaba por las materias primas y/o recursos naturales en los "mercados" locales.<br /><br />Por supuesto no debe confundirse con los casos anteriores la emigración por causas socioeconómicas y la fundación de una colonia de poblamiento que, no obstante, con el tiempo puede llegar a adquirir intereses y connotaciones comerciales. Por ello también cabe diferenciar en las colonias según el proceso de su establecimiento y su posterior desarrollo y proyección. Así la ciudad colonial puede aparecer como consecuencia de un acto de fundación con toda su intencionalidad política, o ser el resultado de una evolución desde formas anteriores, de tipo empórico por ejemplo, problemática que se conoce "relativamente" mejor en el contexto de la colonización griega que en el de la fenicia, si bien sabemos de ciudades púnicas, como Motia, que se desarrollaron a partir de la existencia previa de una factoría comercial, o Malaka que parece haber surgido como consecuencia del reordenamiento de la población "colonial" dispersa en pequeños asentamientos que se concentra en un establecimiento de mayor envergadura y complejidad.<br /><br />Por consiguiente hay que distinguir, ya que obedecen a funciones diversas, no solo entre una variedad de comportamientos, que más adelante trataremos, sino además entre una variedad de formas y patrones de asentamiento que pueden constituir su resultado. Así, en primer término, consideremos la distinción establecida en el caso de la expansión griega (Martin: 1973, 99 ss) entre asentamientos sin territorio, o en los que el territorio parece haber tenido una importancia relativa (Lepore: 1968, 34 ss), y aquellos que contaban en su proximidad con tierras amplias y feraces, para añadir como matización imprescindible que se ha apreciado la existencia de casos que plantean una situación intermedia (Morel: 1984, 139). Seguramente la clasificación resulta ya demasiado simple, incluso para la propia expansión griega, pero aún lo es más si consideramos la variedad de asentamientos a que dieron lugar los fenicios. De acuerdo a como tales asentamientos se organizaron, lo que se plasmaba en la ocupación del terreno, a su proyección sobre el territorio próximo y a la propia dinámica histórica en que se insertan, podemos distinguir entre una variedad de tipos. Así, el asentamiento permanente más o menos denso que actúa como cabecera o centro rector del sistema de comercio colonial, que suele convertirse en una gran ciudad, con centros menores dependientes. Tal es el caso de Gadir o Siracusa. Los asentamientos más pequeños, que actúan como "satélites" y dependen del principal pueden estar relativamente cerca, y terminar siendo absorbidos con el crecimiento de aquel, o más alejados, y responder a una función de dinamización comercial y/o control territorial, así como a su especialización económica en la obtención de productos "baratos" que luego serán intercambiados con los autóctonos, como ocurriría con Torre de Doña Blanca y Toscanos respecto de Gadir, y Monte Sirai respecto de Sulcis.<br /><br />Pero también, la pequeña ciudad portuaria con una magnífica situación que facilita su doble función geoestratégica en el ámbito marítimo y terrestre, dotada por tanto de buenas comunicaciones con el interior que pueden utilizarse para acceder a determinadas materias primas, y que al mismo tiempo puede realizar un aprovechamiento pesquero y agrícola de la zona, como sería el caso de la Malaka púnica (Gran-Aymerich: 1992, 60 ss). Por otro lado, consideremos el pequeño asentamiento de tipo factoría, a veces coincidente con el emporio, donde se producen y elaboran una serie de productos (cerámicas, púrpura, salazones...) y se obtienen los recursos locales. Su existencia no es menos importante que la de los anteriores, llegando a jugar un papel destacado, por ejemplo, en la fase arcaica de la expansión fenicia y en los primeros tiempos de la griega. Ibiza, Berezán o Pitecusa son casos bien representativos. Dependientes, o no, en su origen de un centro mayor, a menudo estos asentamientos de reducidas dimensiones evolucionaron hacía un tipo de colonia más amplia y densamente poblada, que podía impulsar una proyección territorial y un aprovechamiento agrícola/ganadero de los recursos.<br /><br />Muchas veces ello implicaba la existencia de un patrón jerarquizado de asentamientos que constaba de un centro principal, y más antiguo, ubicado generalmente en una pequeña isla próxima a la costa, con la aparición posterior de asentamientos secundarios en la vecina tierra firme, o su traslado definitivo a ésta, así como núcleos de explotación agraria en el hinterland. Tal parece haber sido el caso, en el ámbito fenicio, de algunos asentamientos sobre el litoral mediterráneo andaluz, como Toscanos o el Cerro del Villar (Aubet: 1987a, 257 ss; 1991a, 617 ss) y en el griego del primer asentamiento insular de Emporion, la Palaiapolis de Ampurias, el de Berezan/Olbia (Alvar: 1988) o el de Pitecusa/Cumas (Johannowski:1975, 102; Lepore: 1968, 37). En ocasiones, y de acuerdo con la propia dinámica de la historia colonial, la pequeña factoría podía llegar a convertirse con el tiempo en un auténtica ciudad, como ocurrió con Motia, en Sicilia o las mismas Ampurias y Berezan citadas, mientras que en otros casos estaba destinada a un uso estacional y terminaba por ser abandonada, como la Na Guardis púnica en Mallorca (Guerrero Ayuso: 1984, 28 ss).<br /><br />Es preciso tener también presente, dentro de esta diversidad de tipos de implantación colonial, el centro distribuidor y dinamizador de los intercambios situado, por lo general, en el interior del país en un ambiente preferentemente autóctono aunque con algunas construcciones de prestigio y realizaciones simbólicas de carácter colonial. Cacho Roano, sobre el que luego volveremos, puede constituir un ejemplo típico. Cabe citar además el emporio dentro de una ciudad extranjera, lo que afecta a las distintas configuraciones de los emporia, que no son sólo pequeñas factorías en un país lejano, sino "barrios" de comerciantes, como el de los tirios en Menfis o el de los púnicos en Caere, provistos ambos de su correspondiente santuario. Así mismo, la factoría extrema, ubicada en los confines del mundo, frecuentada con carácter ocasional y con apenas construcciones permanentes, de la que Mogador (López Pardo: 1992), en la costa del Marruecos atlántico puede constituir un excelente ejemplo, es otro tipo de asentamiento a tener en cuenta. A tenor de ello, el carácter de "factoría extrema" no siempre viene dado por su ubicación excéntrica, por su alejamiento y marginalidad en relación a la oikumene colonial, sino que tales criterios (alejamiento, excentricidad) se insertan también en los intereses que definen la actividad colonial sin necesidad de connotaciones geográficas, sino, en todo caso, socioculturales. Piénsese en la misma Na Guardis antes citada, próxima a la isla de Ibiza, pero alejada en el tiempo, en las actividades y en el carácter de su ocupación, de aquella.<br /><br />Tal diversidad de asentamientos no implicaba necesariamente su separación en el tiempo y el espacio. Más bien al contrario, fue frecuente su convivencia respondiendo a estrategias paralelas pero diferentes que, como en el caso del comercio y la colonización fenicia, si bien presentan varias etapas de evolución, aunan formas de operar distintas. Por ello, su apreciación depende en gran medida de la amplitud con que observemos los procesos a que corresponden, lo que nos permitirá detectar sus interacciones. Si limitamos nuestras pesquisas a un ámbito local o comarcal restringido, es fácil que caigamos en el error de considerar su presencia como manifestación o consecuencia de fenómenos históricos segmentados y unidireccionales sin poder apreciar los complejidad de los procesos en que se insertan.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">II. 3. Las formas de asimilación/dependencia de las poblaciones autóctonas frente al comercio y la colonización.</span><br />Resulta un hecho reconocido que tanto los griegos (Lepore: 1973, 19 ss) como los fenicios (Whittaker: 1974, 70 ss) se instalaron a menudo en lugares habitados anteriormente por la población autóctona del lugar. Todas aquellos distintos modos de implantación, que obedecían a interés, fines y estrategias definidos, tuvieron consecuencias e impactos diversos sobre las poblaciones y sociedades de los territorios en que se habían establecido los colonizadores y comerciantes, al formalizarse con ellas distintas formas de relación, de mero intercambio unas veces, de asimilación como fuerza laboral dependiente otras, de relegación, o de franca hostilidad. Relaciones que se plasmaron de manera dinámica, esto es: sujetas a alteraciones y cambios como consecuencia del propio proceso histórico a dos bandas (colonizadores/autóctonos) que implica la colonización. Así, el entorno autóctono propio a los grandes centros urbanos rectores del sistema colonial parece haber acogido unas veces con fluidez las relaciones que se establecen entre los grupos culturales distintos, como parece ser el caso de Massalia, Gadir (Torre de Doña Blanca) o la propia Cartago, aunque por supuesto caben matizaciones sectoriales de acuerdo con los distintos componentes que integran el conjunto social. Hablaríamos entonces de asimilación o integración, según el caso en que prevalezcan unos u otros modelos socio-culturales con sus respectivos valores y ordenamientos (el de los colonizadores y el de los autóctonos). Pero la <span style="font-style: italic;">chora</span> colonial, el territorio controlado por la ciudad, no siempre produjo estos resultados.<br /><br />Tampoco se proyectó de la misma manera el impacto de un pequeño emporio o factoría sin territorios propios, que cuando el asentamiento colonial desarrollaba un control de las tierras agrícolas próximas, que implica necesariamente, por más que desconozcamos muchas veces los detalles, formas de utilización y subordinación de la población autóctona, que pueden encontrar su reflejo en el registro arqueológico (desaparición de las necrópolis, distribución de cerámicas y otros artefactos, pequeños poblados en torno al asentamiento colonial principal, fortalezas ubicadas en el interior o santuarios rurales), así como una degradación del medio consecuencia de la explotación del mismo. Aún así, es preciso huir de las esquematizaciones a la vista de los resultados obtenidos de los datos arqueológicos. En ocasiones, un pequeño asentamiento, sin evidentes ambiciones territoriales, como aquel de Agde establecido por los masaliotas en el sur de Francia (Languedoc), parece haber precipitado unas relaciones de hostilidad con el entorno autóctono (Nickels: 1983, 421 ss), aunque sin duda dependiendo de un centro colonial de más envergadura (Massalia).<br /><br />La colonia convertida en ciudad, bien porque así había sido concebida desde el mismo momento de su fundación, bien porque se debió a una evolución posterior afectada por otros tantos factores, poseía una proyección territorial cuya dimensión y organización obedeció en gran modo a las relaciones de producción que se establecen en su seno (Lepore: 1968, 45 ss). La cora colonial adquiere, en su sentido de "campiña" que rodea a la ciudad diversos modos de articularse (Adamestenau: 1983; Lepore:, 1968, 1973; Martin, 1983; Wasowic: 1983) sobre extensiones no siempre amplias ni siempre divididas de acuerdo a los criterios geométricos prevalecientes (Morel: 1984, 140), presentando contrastes entre un "núcleo" central y su "periferia". En sus territorios se conformaron unas relaciones con la población autóctona que llegaron a adquirir modos y expresiones muy variados. En el ámbito de la colonización griega son relativamente bien conocidos las posiciones antitéticas de quienes defienden la coexistencia pacífica con los autóctonos y quienes, contrariamente, argumentan la sumisión o esclavización de amplios contingentes de población local (cfr: Morel: 1984, 124 ss). Por su estrecha relación con el problema de la violencia es este un aspecto sobre el que volveremos luego. En sus relaciones con la población autóctona, allí donde ésta habitaba la cora colonial, como ocurrió en el caso de muchas colonias griegas del Mediterráneo (Siracusa, Sibaris) y del Mar Negro (Heraclea, Kersoneso, Bizancio, Istros, Olbia) así como de la propia Cartago y otras ciudades fenicias (Gadir, Sulcis), los colonizadores se hallaban mediatizados por las propias relaciones que la dinámica histórica del proceso colonial estableció entre ellos. Asignación desigual de los lotes originarios, privilegios de propiedad, apropiación de tierras periféricas, en principio de utilización comunitaria, enfrentamientos y luchas internas entre viejos y nuevos colonos, fueron algunos de los factores que contribuyeron a profundizar la desigualdad entre aquellos (Lepore: 1968, 23 ss; 1973,40 ss) haciendo así de sus relaciones con la gente autóctona no una cuestión de etnia o de diferencias culturales sino de clase (Lepore: Ibid; ; Morel: 1984, 135 ss). La población esclavizada en Siracusa, Cumas, o las formas de dependencia rural en colonias como, Sibaris, o Heraclea Póntica muestran a las claras el carácter social del conflicto y de las relaciones en la que se inscribe, muy por encima de la diversidad étnica o cultural, que resultan fenómenos secundarios, como es propio de la sociedad colonial aunque la ideología y la propaganda los sitúe en primer plano. Con el tiempo, la cora adquiere, sobre todo en época helenística, el sentido más amplio de zona de influencia, en la que las relaciones con otras poblaciones, autóctonas o coloniales, revierte en una mayor fluidez e implicaciones políticas de mayor alcance.<br /><br />Tampoco resulta fácil dilucidar la situación en el caso de la colonización fenicia. Parece, si embargo, probable que las condiciones de la población autóctona no debían ser muy distintas a las de algunos grupos de semidependientes conocidos, por ejemplo, a través de una inscripción procedente de Mactar y que aparecen subordinados a la comunidad (Sznycer: 1972, p. 38). Habría que relacionarlas según Tsirkin (1986: 134) con las de los paroikoi que se encontraban en Asia Menor en tiempos helenísticos y romanos, e incluso con los incolae de las provincias romanas. Seguramente no se trata de una situación exclusiva de los dominios de Cartago en el norte de Africa y parece que tal forma de dependencia pudiera tener una correspondencia entre las poblaciones cananeo-arameas de la Primera Edad del Hierro en las que se dan los gerim, originariamente todos aquellos que vivían en un territorio que no era el de su tribu de procedencia, por lo que quedaban excluidos de la propiedad de la tierra. Componían una segunda categoría de personas libres pero en una situación inferior y fueron reducidos, finalmente, junto con muchos otros campesinos sin tierras, a la condición de miserables asalariados agrícolas. En Cartago los grupos de semidependientes nativos que eran empleados en la explotación de la "Chora " de la ciudad aparecen ligados por alguna especie de lazos de clientela a los propietarios de la tierra (Whittaker: 1978b: 338 ss). No sabemos hasta que punto este rasgo puede ser extrapolado a otros lugares. Presupone de hecho la existencia de una aristocracia colonial que ejerce un derecho de posesión de la tierra trabajada por aquellos.<br /><br />A tal respecto se poseen algunos indicios arqueológicos que podrían significar que una elite de estas características ha podido estar presente en algunos asentamientos coloniales fenicios. Tales serían las "tumbas principescas" de Trayamar y Almuñecar en contraste con los enterramientos mucho más modestos y totalmente diferentes de sitios como Rachgoum o Cant Partit. Pero también hay que tener presente, como otros vectores dentro del proceso histórico, la propia cronología de estos hallazgos junto con la función originaria de tales asentamientos como centros de aprovechamiento directo de los recursos locales para su comercialización, de acuerdo seguramente a una estrategia global planificada de antemano desde un centro colonial rector (Wagner: 1988, 425 ss ), lo que sugiere más bien un control originariamente comunitario -pero en un sentido bien distinto de aquel de la comunidad de aldea propio de las poblaciones autóctonas en determinados ambientes- de la fuerza laboral autóctona, que no impediría, por otra parte, la ulterior aparición de una "aristocracia" local de índole colonial, una vez producido el cambio que se detecta desde fines del siglo VI en toda la zona.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">II. 4- La violencia y sus manifestaciones en el contacto intercultural.</span><br />Es ésta una cuestión de gran importancia dado el alcance de aquellas interpretaciones que defienden la "coexistencia" más o menos pacífica en el contexto de las relaciones coloniales. No obstante, el término "coexistencia" no quiere decir nada por sí mismo, si no es acompañado de un significado social que lo llene de contenido (Morel: 1984, 126). Pese a los casos constados, para la colonización griega, en que colonizadores y autóctonos viven cerca unos de los otros, allí donde los griegos se instalaron sobre un asentamiento autóctono preexistente, lo que ocurrió la mayoría de las veces, la población local parece finalmente haber sido expulsada hacia las zonas circundantes. Aún así nada impide considerar, en lo casos en que esto no ocurre, que no haya resultado esclavizada o sometida a cualquier otro tipo de relación de dependencia. A pesar de los recientes esfuerzos por suavizar el carácter de las relaciones entre los griegos del Mar Negro y los pobladores autóctonos de las xorai de sus colonias, "dulcificando" sus formas de sujeción entendidas ahora como dependencia rural en lugar de esclavitud (Pippidi: 1973; Wasowic: 1983) o de circunscribir la violencia a los primeros momentos de la implantación colonial (De la Genière: 1983, 285) las cosas no resultan tan claras. No deja de resultar sintomático, a este respecto, observar como los vacíos geográficos en la colonización griega del Mediterráneo parecen responder a la presencia de poblaciones, como los etruscos o los fenicios, a las que no resultaba fácil expulsar o dominar. La propia existencia de fortificaciones (Vallet: 1983, 944 ss) que profundizan el control territorial de las colonias griegas sobre territorios originariamente autóctonos clarifica un tanto el sentido de dicha "coexistencia", a lo que aún se puede añadir las distintas guerras de frontera promovidas por las oligarquías y los tiranos de las ciudades griegas contra los pueblos de los confines, como elemento afianzador de su prestigio y su poder político y económico (Lepore: 1973, 35 ss). Las fuentes literarias son explicitas, si bien cargando las tintas sobre el comportamiento heroico de los colonizadores, respecto a los casos en que se produce una conquista inicial y la población autóctona resulta expulsada: Heraclea Póntica, Siracusa, Leontinos, resultan bien conocidos. Los datos arqueológicos también documentan la interrupción súbita de un habitat autóctono que es sustituido por otro griego (Nenci y Cataldi: 1983, 598; De la Genière: 1983, 261 ss; Morel: 1984, 125)<br /><br />Es preciso tener en cuenta, por lo demás, y como antes se expuso, el carácter dinámico de las relaciones entre colonizadores y autóctonos, sujetas a cambios y variaciones en gran parte debidas a las oscilaciones en la conducta y actitud de los mismos griegos, quienes en un primer momento, como ocurrió, en Cirene, Ampurias o Massalia, y motivados sin duda por su propia precariedad en la relación de fuerzas frente a un potencial adversario autóctono, no dudaron en aceptar acuerdos de tipo "amistoso" que más tarde, alterada a su favor dicha relación, convirtieron en hostilidad y agresión (Nenci y Cataldi: 1983, 591 ss), pero también en la actitud de los autóctonos en la medida en que el contacto con los colonizadores podía acarrear consecuencias disfuncionales y desintegradoras de su sistema sociocultural. Así, en algunos casos, la convivencia más o menos estrecha, sunpoliteia, establecida en un principio fue luego alterada, lo que ha dado lugar a tradiciones contradictorias como aquellas sobre la fundación de Tarento o Leontinos.<br /><br />También poseemos noticias de violencia en el marco de la presencia colonial fenicia, si bien los intentos realizados para interpretarlas no siempre han resultado satisfactorios. Ello se debe a que durante mucho tiempo se pensó en términos de "coexistencia" para caracterizar las relaciones coloniales establecidas por los griegos y de "dominación" e "imperialismo" las de los fenicios y púnicos. Pasada aquella "helenofília", la "fenicofobia" subyacente fue sustituida por una "fenicofília" seguramente igual de exagerada. Parece cierto que la conquista no fue el método principal empleado por los fenicios, ni siquiera por los cartagineses (Whittaker: 1978a, 64 ss; Wagner: 1989, 149 ss cfr: López Castro: 1991a y 1991b), al contrario de lo que durante mucho tiempo se había venido sosteniendo, pero ello no implica la ausencia de violencia en el contexto colonial.<br /><br />Al igual que en el caso griego, las fortificaciones sobre el litoral norteafricano próximo a Cartago y en la zona de influencia de las ciudades púnicas (Tharros, Sulcis, Caralis) de Cerdeña revelan estrictos objetivos de control territorial y acceso a los recursos del interior (Gómez Bellard: 1990, 52) que dejan planteada la cuestión del comportamiento frente a las gentes autóctonas que las habitaban, que de forma bastante acrítica se suele considerar como "bueno" o "pacífico", así como su estatuto en el seno de las relaciones que se establecen en el marco colonial. En Toscanos y otros lugares de la colonización fenicia arcaica hay signos arqueológicos que permiten suponer un primer momento de "coexistencia" que luego es reemplazado por la expulsión, ¿o quizás la asimilación forzada? de los autóctonos (Whittaker: 1974, 71 ss) Conflictos entre Gadir y sus vecinos, cuyo significado exacto aún desconocemos, han encontrado eco en las fuentes y una interpretación reciente de la colonización púnica en Cerdeña (Trochetti: 1988) la atribuye a un enfrentamiento entre fenicios y cartagineses del que saldrían mal parados también los sardos, al quedar convertida la isla en una "colonia" de Cartago. En cualquier caso, y puesto que sobre la base de los datos arqueológicos actuales no se puede rotundamente ni afirmar lo uno ni negar lo otro, lo que si parece una apreciación un tanto aproximativa, de acuerdo con las no muy abundantes fuentes literarias, es que los episodios de violencia manifiesta son escasos, por no decir inexistentes, en el marco de la colonización fenicia arcaica, mientras que empiezan a ser más abundantes a partir del siglo VI en que se inicia la intervención de Cartago (Malco) en Cerdeña y posteriormente en su "zona de influencia" africana.<br /><br />Ahora bien, la cuestión de la violencia en los contactos interculturales es particularmente compleja, ya que por violencia no debe entenderse tan sólo la mera agresión física que se ejerce de forma más o menos directa sobre las personas o las cosas. Tal y como señala Lepore a la intervención de De la Genière en Forme...(1983, p. 283) "religione e benessare sono due forme di integrazione: l`integrazione è l`altra faccia dello sterminio, se non del genocidio; insomma, per me, se non c´è genocidio e sterminio, c´è comunque violenza anche nelle forme integranti della religione e del benessere". De hecho la agresión puede revestir modos mucho más sutiles e incluso a veces inintencionados por parte de los colonizadores que actúan como agentes externos de la aculturación; baste pensar en los casos que implican, por ejemplo, la transformación por el grupo culturalmente extraño del espacio y el paisaje cultural y sagrado local, o la violación, que puede ser o no deliberada, de un determinado tabú o de una regla especifica de conducta. En todos estos casos, el grupo cultural afectado percibe una agresión por parte de los miembros de la cultura externa que, como queda dicho, pueden incluso estar actuando sin intencionalidad agresiva alguna. El contacto violento será, por consiguiente, aquel que implica cualquier forma de agresión externa sobre la cultura local, dejando a un margen la cuestión de la intencionalidad concreta. Esta agresión puede manifestarse en el plano demográfico (eliminación directa o indirecta de las personas), ambiental (destrucción o modificación de paisajes locales), cultural (violación de tabúes, espacios sagrados, normas de conducta. etc), económico (destrucción o apropiación de fuentes de recursos locales), social (eliminación o alteración de las pautas y relaciones sociales y de las formas de integración y cohesión social propias), conductual (introducción de normas de conducta perversas o modificación indeseada de las existentes) o biológica (introducción de enfermedades).<br /><br />Todo este tipo de agresiones no se producen de forma aislada sino que, por lo común, interactúan unas con las otras en el mismo contexto de la dominación colonial. Desde un punto de vista estrictamente teórico no se pueden considerar los subsistemas que integran el conjunto de un sistema socio-cultural dado como compartimentos estancos, lo que tampoco implica que deba entenderse que interactúan de la misma forma y con idénticos resultados. Existe una prioridad, o una potencialidad de mayor repercusión si se prefiere, en las modificaciones que se efectúan sobre la infraestructura (demografía, tecnología, ecología) y la estructura (economía, sociedad) que aquellas que repercuten en la superestructura. Por poner algún ejemplo, un agresión ambiental puede ser también cultural y económica, ya que un determinado paisaje que resulta modificado por la acción externa puede albergar más de un significado. Al destruir un bosque, bien para emplear la madera en tareas de minería o para obtener tierras de pasto, se modifica un elemento que puede corresponder a un espacio cultural concreto y ser, al mismo tiempo, fuente de recursos a través de la caza y la recolección de determinadas de sus especies. De la misma forma, al ocupar el territorio de una aldea cuya población ha sido desplazada no sólo se produce una usurpación y modificación del paisaje, si se introducen -pongamos por caso- nuevas formas de cultivo, sino que tal desplazamiento implica consecuencias que afectan a la demografía, a las relaciones sociales, a la actividad productiva. Arrojados a una tierra periférica y menos productiva, las expectativas socioeconómicas pueden modificar los hábitos de trabajo e imponer una reorganización que implique una mayor segmentación (núcleos más pequeños) y, por ende, una dispersión que favorezca la aparición de formas de subordinación o dependencia respecto de los colonizadores. En cualquier caso, el auténtico carácter de violencia se manifiesta, aunque a veces sutilmente, en dicha subordinación y dependencia -al margen de como se establezcan- a que quedan sujetas las poblaciones autóctonas bajo la férula del dominio colonial, en un conflicto que, como se dijo, es más de clase (ya que enfrenta a expoliadores y expoliados) que de cualquier otra índole. Como ya ha sido puesto de relieve, las relaciones no manifiestamente violentas pueden no encerrar más que una colaboración aparente, una resistencia pasiva que no excluye en modo alguno la existencia del conflicto (Nenci y Cataldi: 1983, 590 ss). No es preciso hablar pues de "conquista" para presuponer la violencia.<br /><br />Por ello mismo el contacto violento podrá ser abierto o encubierto. Denominamos contacto violento abierto aquel en el que se producen formas de agresión directa, consciente y manifiesta contra las personas o las cosas; es el caso de los procesos de invasión, conquista y dominación que suelen acompañar a la colonización en muchas situaciones históricas. Por el contrario un contacto violento es encubierto cuando la agresión se realiza de una forma enmascarado. No se trata entonces de una violencia directa, sino que adquiere más bien el carácter de coacción o de un control ejercido a distancia. Sirvan de ejemplo las formas de discriminación en el acceso a rangos y privilegios establecidos en la sociedad colonial y que no necesariamente descansan en el empleo de la fuerza inmediata y directa. Y se puede dar incluso la posibilidad de un contacto violento no intencionado y encubierto, como cuando los miembros de un grupo cultural se sienten coaccionados ante la presencia de elementos procedentes del otro grupo cultural que ellos asocian a la esfera de lo sobrenatural, mágico o numinoso, si bien su significación histórica es relativa.<br /><br />Por el contrario, un contacto cultural resulta pacífico cuando no revierte efecto traumático alguno sobre la cultura local. Ahora bien, el carácter pacifico o violento de las formas de contacto cultural depende sobre todo de su inmediatez, de las intenciones e intereses de los colonizadores, así como de su capacidad ofensiva y de control que tiene que ver, a su vez, con su grado de eficacia técnico-organizativa y con el carácter contradictorio o no de las tradiciones y pautas propias de cada uno de los grupos culturales. Y puesto que la colonización implica en muchos casos la implantación de los colonizadores a costa de los colonizados, es difícil que el contacto cultural que en cada situación la caracterice sea auténticamente pacífico, por más que no percibamos signos de agresión directa, esto es: inocuo. Conviene, por consiguiente diferenciar las intenciones y métodos empleados en el contacto, que pueden ser claramente no violentos, con los resultados de este, tal y como se verá más adelante.<br /><br /><a href="http://trahistant.blogspot.com/2008/02/comercio-colonizacin-en-interaccin.html"><span style="font-weight: bold;">SEGUIR</span></a><br /></div>Carlos G. Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2419571850545814482.post-64471855062206596632008-02-07T20:07:00.005+01:002008-04-09T19:31:14.779+02:00El comercio y la colonización: Las causas<div style="text-align: justify;"><span style="font-style: italic;font-size:130%;" >Comercio, colonización e interacción cultural en el Mediterráneo antiguo y su entorno: ensayo de aproximación metodológica.</span><span style="font-weight: bold;"><span style="font-size:130%;"><br /></span><br />Publicado originalmente:</span><br /><span class="titulo"><a href="http://dialnet.unirioja.es/servlet/libro?codigo=11234">Colonos y comerciantes en el Occidente mediterráneo</a></span> / <abbr title="Coordinador de la elaboración de un artículo o publicación">coord.</abbr> por <a href="http://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=160866" rel="nofollow">José Luis López Castro</a>, 2001, <acronym title="International Standard Book Number" lang="en">ISBN</acronym> 84-8240-437-7, <abbr title="páginas">pags.</abbr> 13-56.<br /><br />El Mediterráneo, surcado desde la Antigüedad por marinos, colonos y comerciantes, fue un ámbito caracterizado por la interacción entre pueblos, sociedades, culturas, donde, ya desde la Edad del Bronce, los contactos se manifestaron en una extraordinaria diversidad de experiencias, en una pluralidad de procesos y situaciones históricas que estuvo originada por la propia variedad de las formas de contacto, con sus diferentes tipos de consecuencias y repercusiones, junto con los varios modos en que tales empresas se acometieron. Varios son los pueblos que en la Antigüedad mediterránea han practicado de forma intensa el comercio y la colonización: cretenses, chipriotas, fenicios, griegos y etruscos, principalmente, si bien la información histórica y arqueológica que poseemos nos permite adentrarnos mejor en el conocimiento de tales fenómenos durante el primer milenio a. n. e. y a ellos aludiremos de manera preferente aunque no siempre exclusiva. Por contra, la colonización romana, con toda su enorme trascendencia histórica, fue el resultado de una expansión llevada a cabo con métodos ciertamente distintos a los que emplearon los pueblos navegantes, y por ello merece un estudio aparte, que también tiene su lugar en este mismo volumen.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">I.1. Algunas consideraciones preliminares en torno al concepto de "colonización":</span><br />Imbuidos, como estamos, por la idea, derivada de nuestro pasado reciente, y de nuestra herencia histórica y cultural más lejana, de que sólo las naciones y pueblos civilizados son capaces de colonizar y difundir el progreso, lo que en nuestros días no constituye sino una justificación de la política expansiva llevada a cabo por las modernas naciones occidentales, consideramos a las sociedades aldeanas y tribales incapaces de cualquier proceso colonizador y caracterizamos su presencia más allá de lo que consideramos su ámbito cultural originario como razzia, incursión, migración o invasión. Por ello, y de acuerdo a una distorsión histórica creada en gran medida por nosotros mismos, establecemos que han sido las formaciones sociales dotadas de mayor complejidad las que han actuado de forma más expansiva, en lo que constituye una estrategia destinada a atenuar o disimular sus contradicciones internas, dando lugar a fenómenos de colonización, ya que no la contemplamos como tal cuando una sociedad tribal se ha visto impelida a trasladarse, por los motivos que fueran, o ha experimentado una necesidad similar de expansión, como ha ocurrido con los pueblos montañeses y los nómadas de las estepas y desiertos, que en muchas ocasiones ha tropezado con distinto éxito con sociedades complejas dotadas de una organización estatal.<br /><br />Ahora bien, tal forma de ver las cosas no encuentra siempre su correlación con lo que pensaban y con la forma de actuar de los antiguos. Los griegos, por ejemplo, entendían por lo que nosotros llamamos colonización más bien una emigración y así lo refleja la palabra que utilizaban para referirse a la "colonia": <span style="font-style: italic;">apoikia</span> que implica establecer un hogar en un lugar distante del originario (Domínguez Monedero: 1991, 97). Así, mientras que nosotros englobamos dentro del fenómeno de la "colonización" asentamientos de distinta índole como Naucratis, Pitecusa, Berezán Siracusa, Cumas, Cirene o Massalia, para un griego antiguo, y seguramente para muchos otros habitantes del Mediterráneo, se trataría de casos diferentes, en los que el elemento definidor no lo constituiría la presencia de un contingente de pobladores griegos desplazados a tierra extranjera. En unos casos no había pretensiones políticas, y no puede hablarse por tanto de una "colonia" entendida como "ciudad" (polis), mientras que en otros si. Con todo, no es posible equiparar la aparición de las apoikiai griegas a un equivalente puro y simple de cualquier emigración o al equivalente de las colonizaciones modernas (Lepore: 1982, 241). Por otro lado, no siempre hubo continuidad en los motivos y las causas desde el asentamiento inicial, de índole más o menos "precolonial" o empórico en según que casos, y la creación de la colonia posterior (Lepore: 1982, 246 ss y 256 ss; Alvar: 1988, 102 ss), no existe por tanto una relación causal, ni estricta ni evidente, entre comercio y colonización a pesar de lo que algunas de nuestras fuentes podrían hacer sospechar (Heródoto, IV, 151 ss: Estrabón, VI, 2, 167), a lo que hay que añadir que muy a menudo el contingente colonizador originario estaba integrado por hombres procedentes de diversas ciudades griegas (zummeiktoi ínyrvpoi) a quienes el oikistes, el héroe fundador, daba una relativa coherencia actuando como elemento de cohesión en la fundación de la comunidad colonial, que resultaba así una comunidad adquirida en el propio acto de la fundación (Vallet: 1983, 947), todo lo cual muestra la complejidad de los procesos de colonización que caracterizaron la expansión helénica por el Mediterráneo. En el caso fenicio/púnico la fundación de Cartago en el último cuarto del siglo IX a. n.e., supuestamente vinculada con la política comercial de Tiro en el Mediterráneo, pero cuyo auge, sin embargo, no se produce hasta comienzos del siglo VI, presenta una serie de problemas afines.<br /><br />Por las mismas, solemos manejar un concepto restringido, e históricamente moderno de comercio, que sólo contempla las transacciones de índole mercantil y no tiene en cuenta la existencia de otro tipo de intercambios, así como de sus causas y mecanismos, ponderando, por ejemplo, y proyectándolos hacia el pasado, los efectos de las modernas guerras comerciales, lo que como veremos no responde a aquella realidad antigua que pretendemos analizar. Una vez más nuestras concepciones se introducen de forma anacrónica, y no siempre ingenua, sobre otras épocas falseando la aproximación que pretendemos establecer. El presente ayuda a manipular el pasado para obtener la convicción, que no la prueba, de que todo siempre ha venido siendo igual, e incluso razonablemente bueno en su romántico sentido de progreso, ya que nos ha permitido llegar hasta aquí, por lo que no cabe alimentar expectativas de cambiar el actual estado de cosas. Vayamos, no obstante, por partes.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">I. 2- La colonización y el comercio lejano como formas de apropiación del excedente: </span><br />Parece evidente, en relación a las intenciones e intereses de los promotores de las navegaciones, el comercio y la colonización en el mediterráneo antiguo, que las consideraciones socioeconómicas se impusieron con más fuerza que el deseo de aventura que en ocasiones haya podido arroparlas. Resulta probado en el caso griego (Lepore: 1973, 17; Van Compernolle: 1983, 1037; Domínguez Monedero: 1991, 98 y 103) y posible en el fenicio (Wagner y Alvar: 1989, 72 ss,: Wagner, e.p.) que la emigración de un contingente dado de la población hacia lugares lejanos ha obedecido, la mayor de las veces si no todas, al desequilibrio interno, sociopolítico y económico, en sus propias comunidades de origen. Escasez de tierras, búsqueda de materias primas, ambos como causas más directas de la colonización y el comercio, no son sino aspectos de la incapacidad en una formación social dada de extraer el excedente, por lo que se recurre a transferirlo desde otra, mediante el comercio, o bien a apropiarse de una parte significativa de los recursos externos mediante la colonización, que restablece también el equilibrio población/recursos al enviar una parte de aquella al exterior. Tal incapacidad no debe entenderse sólo como consecuencia de las limitaciones de tipo técnico o medioambientales, esto es: no debe hacerse una lectura meramente funcionalista de la misma, ya que que está influida directamente por las relaciones sociales de producción establecidas en cada caso. Los contrastes socioeconómicos impuestos por las aristocracias griegas o las monarquías fenicias al apropiarse de buena parte de los medios de producción, junto con la forma en que dicha apropiación se produjo, fueron factores determinantes, a lo que cabe añadir que, frente a cualquier tentación funcionalista, la propia capacidad de sustentación, entendida cono uno de los factores que limitaban las posibilidades de extracción de excedente, se halla así mismo condicionada por las relaciones sociales de producción, aunque algunos no las llamen así (Hardesty: 1979, 204 ss), propias de cada caso.<br /><br />Aunque hubo diversas formas de colonización en el Mediterráneo antiguo y su entorno con resultados también diferentes, todas ellas implicaban, por lo general, la adquisición de tierras pertenecientes a formaciones sociales ajenas y distantes de la de los colonizadores. Tal adquisición se podía realizar de diversas maneras, a través de la violencia, o mediante pactos y alianzas que en la práctica venían a resultar desiguales o, incluso, por medio de su compra según se han plasmado en las tradiciones literarias y algunos pocos documentos epigráficos que han llegado hasta nosotros (Nenci y Cataldi: 1983). A partir de ahí las relaciones de los colonizadores con los pueblos autóctonos quedarían caracterizadas de una u otra manera. La diferencia fundamental de la colonización respecto al comercio es que en esta apropiación de la tierra ajena se reproduce, transformándose al mismo tiempo, la formación social originaria de los colonizadores que ahora entrará en contacto tal cual con el mundo autóctono. Y en esta reproducción se manifiestan muchas veces sus propias contradicciones, unas antiguas y heredadas de la metrópolis, otras en cambio nuevas (Lepore: 1973, 16 ss), consecuencia del propio proceso colonizador, lo que le convierte en un fenómeno expansivo, de gran dinamismo histórico, que puede dar lugar a su vez a una colonización secundaria, terciaria, que implican nuevas adquisiciones de territorio .<br /><br />Otro tanto cabe decir del comercio. En la antigüedad mediterránea en particular y en cualquier contexto precapitalista en general, el comercio lejano jugó un papel decisivo cuando, en una formación social dada, el excedente que los grupos sociales dominantes podían obtener se veía limitado por el estado concreto de desarrollo de las fuerzas productivas (no solo la tecnología) y condiciones ecológicas difíciles, o por la resistencia a entregarlo de los miembros integrados en las unidades de producción (grupos domésticos, comunidad de aldea...). En una situación semejante, el comercio lejano permitía la transferencia de una fracción del excedente de una sociedad a otra. Para la que recibe el beneficio, esta transferencia puede ser esencial y constituir la base principal de la riqueza y el poder de sus clases dirigentes (Amín: 1986, 12).<br /><br />Las ciudades de Fenicia, y también algunas ciudades griegas, tuvieron frecuentes problemas para lograr obtener el excedente necesario que garantizara la estabilidad socio-económica y el poder y prestigio de sus elites. Es en este sentido que a comienzos del primer milenio se puede detectar una transformación en el contenido y la amplitud del comercio que tradicionalmente venían practicando los fenicios, siendo sustituidas entonces las riquezas naturales y los "objetos de lujo" por toda clase de manufacturas, y extendiéndose al mismo tiempo sus horizontes geográficos (Röllig: 1982, 22 ss), lo que ocurrió probablemente a causa de las crecientes dificultades para extraer el excedente, ante la incidencia adversa de una serie de condicionantes ecológicos (deforestación, sobreintensificación de la explotación agrícola, degradación del suelo), demográficos (crecimiento y concentración de la población, pérdida de territorios interiores), sociales (ascenso de una ciudadanía libre capaz de representarse en la asamblea), económicos (crisis del sistema tributario-palacial-redistributivo) y políticos (pérdida del carácter despótico de la monarquía: Wagner y Alvar: 1989, 63 ss).<br /><br />A tal respecto es igualmente esencial la proporción en que una sociedad vive del excedente que ella misma ha generado y del excedente transferido que proviene de otra sociedad (Amín: 1986, 13) y hay motivos sobrados para sospechar que en Fenicia, a comienzos del primer milenio, la proporción de la sociedad que vivía del excedente transferido mediante el comercio lejano había experimentado un considerable aumento. En tal contexto, la presión de los imperios circundantes, como fue el asirio, sólo constituía un elemento más, y ni siquiera el más importante, como demuestra el hecho de que los inicios de la expansión o "diáspora" fenicia por el Mediterráneo, que con toda seguridad no son posteriores al siglo IX a. C., no coincidieran con los momentos de mayor actividad política y militar de Asiria. Por el contrario, la conquista asiria proporcionó, finalmente, una dificultad añadida a los problemas ya existentes para extraer el excedente, amén de inestabilidad política (Alvar y Wagner: 1985, 87), originando un flujo migratorio hacia Occidente.<br /><br />En la Hélade, la consolidación de las comunidades bajo un sistema aristocrático en época arcaica, estimuló, por las propias demandas de la aristocracia y los desequilibrios del sistema que empujaban a algunas gentes a buscar nuevas formas de vida, la recuperación de los contactos comerciales, interrumpidos en gran medida tras la desaparición de la civilización micénica, y sólo preservados en parte por la presencia de los fenicios (Lipinski: 1992). Así, comenzaron a desarrollarse desde comienzos del siglo VIII a.n.e. un tipo de viajes y frecuentaciones con el objetivo de establecer, en el mejor de los casos, pequeños asentamientos que eran dependientes de un poder político superior, tanto en Oriente como en Occidente, con el fin de abrir rutas comerciales. Contradictoria en gran parte la actividad comercial con los valores tradicionales con que se identificaba la aristocracia griega arcaica, en aquel contexto "sin duda, los contactos con los fenicios sirven para que las formas de intercambio experimenten un transformación en un sentido más inclinado a la búsqueda de la rentabilidad" (Plácido: 1993, 176) y no solo de prestigio.<br /><br />Este tipo de relaciones "precoloniales" que incluye todos los viajes que realizaron los griegos a diversos lugares del Mediterráneo sin intención de fundar "colonias", sino de establecer intercambios mediante el desarrollo del comercio lejano, para lo que se sirvieron en gran medida de la infraestructura fenicia y se arroparon de una elaboración mítica contemporánea que llevaba al tiempo ahistórico (y por tanto mítico) de los héroes los comienzos de la expansión marítima helénica, proporcionaría después el conjunto de la información que se precisaba para llevar a cabo la fundación de una colonia, sin que se pueda decir por ello, que fuera lo uno causa de lo otro (Lepore: 1982, 252; Domínguez Monedero: 1991, 110), sino que, como se ha visto, ambos fenómenos obedecieron, de forma distinta, a la dinámica de consolidación y crisis que caracterizó el surgimiento de la polis en la época arcaica.<br /><br />Los motivos de las colonizaciones griegas han sido debatidos en tantas ocasiones que no merecerá la pena ahora extenderse al respecto. Baste recordar que las explicaciones unicausales, tan en boga en otro tiempo, que achacaban el proceso colonizador a un factor determinante, distinguiendo según su ubicación entre asentamientos de "vocación" comercial o agraria suelen ser, como toda simplificación histórica, artificiosamente atractivas pero falsas (Lepore: 1982, 258). En este sentido, al contrario de lo que durante mucho tiempo se ha venido sosteniendo, cada vez está menos clara la supuesta relación entre un cierto tipo de paisaje o la topografía de un sitio y la función inicial del asentamiento "colonial" (Vallet: 1983, 939). Queda claro, en cualquier caso, que el fenómeno se inscribe en la compleja crisis que caracteriza la ciudad griega de época arcaica al mismo tiempo que contribuyó a conformarla. La colonización griega no constituye, pues, una historia distinta de la de las propias ciudades griegas que participaron inicialmente en el movimiento colonizador, sino que es una parte fundamental de la misma.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">I. 3- El contexto del comercio y la colonización: coexistencia, cooperación, competencia.</span><br />A menudo se tiende a enjuiciar el comercio y la colonización antiguos con categorías y conceptos que son propios de nuestro tiempo, olvidando que se trata, por lo tanto, de productos históricos recientes y descuidando el estudio de las condiciones que los caracterizaron en la Antigüedad. Se habla así de competencia, monopolios, mercados y precios sin tener en cuenta que, tal y como los conocemos hoy, tales elementos son propios del modo en que se organiza la moderna economía occidental, por lo que su extrapolación a periodo histórico del pasado no resulta útil ni veraz. No pretendo afirmar que no existieran, por ejemplo, los precios sino que éstos no constituían un elemento esencial del funcionamiento de los sistemas económicos en el mediterráneo antiguo, ni determinaban las relaciones comerciales. Por las mismas, el mercado, cuando existió, estaba sumamente localizado y restringido a un número muy concreto de mercancías que eran objeto de compraventa, sobre todo por parte de las elites urbanas que constituían una pequeña proporción de la población, la cual era mayoritariamente campesina, por lo que su actividad en esta dirección, pese a su más alto poder adquisitivo, no dominaba la economía. Y ni siquiera las elites aristocráticas recurrían siempre a la compraventa. El intercambio de regalos, las contraprestaciones, eran así mismo otros medios utilizados para la adquisición de bienes. Además, las antiguas élites mediterráneas no llegaron a perder nunca sus tradicionales valores y mentalidad agrarios, siendo el caso romano uno de los ejemplos mejor conocidos (Garnsey y Saller: 1990, 59), y entre los propios fenicios parece que se ha sobredimensionado un tanto su "vocación" comercial, obviando hechos tan significativos como el carácter puramente agrario de muchas de sus divinidades y sus mitos.<br /><br />Precios y mercado existían, pero no dirigían los procesos económicos. El intercambio a través del mercado sólo llega a dominar el proceso económico en la medida en que la tierra y los alimentos son movilizados por ese intercambio y allí donde la fuerza de trabajo se ha convertido en una mercancía que puede adquirirse libremente. No eran tales las condiciones predominantes en el mediterráneo antiguo, un mundo en el que las categorías jurídicas y las relaciones sociales de dependencia definían claramente quién trabajaba para quién, aunque en el fondo subyaciera una cuestión económica, como era la del acceso a la tierra. Así, la economía, en lugar de constituir un campo de actividades formalmente diferenciado y gobernado por sus propias leyes, como ocurre en nuestro mundo moderno, se encontraba integrada en otros ámbitos, como eran el parentesco, las relaciones sociales, y las actividades y prácticas políticas e ideológicas (Polanyi, Arensberg y Pearson: 1976, 117 ss; Austin y Vidal-Naquet: 1986, 23 ss). Los intercambios no mercantiles dominaban el conjunto de la actividad comercial y las propias oscilaciones en los precios tenían más que ver con factores de índole extraeconómica, en el sentido moderno del término, como plagas, sequías, guerras o decisiones políticas, que con eventuales oscilaciones en la oferta/demanda. En un ámbito así prestar dinero a menudo aseguraba más ganancias que las empresas comerciales.<br /><br />Por otra parte, una de las consecuencias indeseables de los sistemas socioeconómicos antiguos era expulsar a la periferia de la formación social a una serie de gentes que habían perdido el acceso a la propiedad de los medios de producción. En el mar la piratería y en tierra el bandolerismo se nutrían de ella, constituyendo una amenaza al desarrollo normal de las actividades comerciales. Quede claro, no obstante, que no se trataba de actividades monopolizadas por las gentes marginadas en su propia formación social. Los nómadas (Khazanov: 1984), favorecidos por su movilidad, solían utilizar las razzias y las incursiones contra las caravanas de mercaderes que precisaban de protección armada para cubrir buen trecho de su recorrido, mientras que determinados aristócratas podían lanzarse a una "aventura" marítima en busca de botín y prestigio. Los límites entre comercio y piratería no siempre estaban bien definidos. Se podía ser comerciante en un puerto y pirata en otro. Esto era particularmente frecuente aunque no exclusivo, del mundo aristocrático arcaico, siendo el famoso tirano Policrates de Samos un excelente ejemplo (Heródoto, III, 4, 1).Los fenicios también aparecen descritos como piratas en algunos textos griegos, pero tampoco era de ellos la mayor parte del protagonismo. Según todos los indicios los focenses parecen haber sido precedidos por una reputación similar (Heródoto, I, 166, Justino, XLIII, 3, 5), y al igual que los fenicios y los samios navegaban en pentecónteras en vez de en naves mercantes, siendo este tipo de navío el que más se asocia con las actividades piráticas (Plácido: 1993b, 88). También los etruscos y los sardos disfrutaron de la fama de reputados piratas. Así las cosas, cualquier barco o comitiva no reconocidos cómo amigos eran considerados potencialmente peligrosos. Las distancias eran enormes, los riesgos (físicos, no económicos) elevados y la iniciativa privada por sí sóla apenas podía hacer nada sin el concurso de los poderes públicos. De ahí el comercio de tipo administrado o gerencial, del que nos ocuparemos más adelante, que estaba regido por pactos y acuerdos diplomáticos más que por tratados comerciales, y la importancia similar del puerto de comercio (Polanyi: 1976, 308; cfr: Arce: 1979, 105 ss), lugar por lo general situado en la periferia de un poder político fuerte, lo que garantizaba la seguridad de los comerciantes y la integridad de sus mercancías, con un buen acceso a las rutas por las que discurre el comercio, y situado en muchas ocasiones bajo la tutela de templos o santuarios. El puerto de comercio constituía así con frecuencia un lugar de encuentro de comerciantes y mercaderes procedentes de distintos lugares.<br /><br />En un ambiente como aquel, la competencia agresiva, los monopolios y los conflictos comerciales creaban más perjuicios que beneficios, por lo que se buscaba, siempre que fuera posible, la cooperación y la coexistencia, o al menos la no intervención. En realidad, tratando de proyectar, conscientemente o no, el modelo de las guerras comerciales modernas, se ha concedido en muchas ocasiones demasiada importancia a los acontecimientos bélicos que leémos en las fuentes, exagerando su significación en menosprecio de otro tipo de relaciones como fueron las de índole política, económica y cultural. Las empresas rodio-fenicias (Plácido: 1989, 50), eubeo-fenicias (Grass: 1992, 35 ss) o etrusco-cartaginesas (Wagner: 1983, 148 ss) son un buen ejemplo de cooperación en el desarrollo del comercio marítimo. La fluidez de los intercambios entre griegos y fenicios en Sicilia (Merante: 1970), Cerdeña (Morel: 1986) o la misma Cartago (Vega, 1992, 183 ss), constituyen otro caso remarcable que no resulta eclipsado por episodios como el de Pentatlo, Doreo, Malco o las mismas batallas de Alalia e Himera (Grass: 1972, 1987; Tsirkin: 1983; Wagner: 1983, 139ss y 180 ss;), consideradas durante mucho tiempo como los hitos fundamentales de la "guerra comercial" que, según una interpretación muy difundida, enfrentó en un tiempo a griegos y fenicios por el dominio comercial del Mediterráneo.<br /><br />Además, es preciso establecer siempre claras diferencias entre los diversos tipos de comercio que se practicaron en la Antigüedad, que ahora esbozaremos brevemente y sobre las que insistiremos más a adelante. Así el comercio de índole aristocrática se practicaba de acuerdo a las normas del intercambio de dones y la filia; el comercio de tipo empórico asociado al primer desarrollo de la ciudad (polis) no precisaba tampoco de estructuras físicas, como puertos y almacenes, podía en ocasiones hacerse a la muda, tal y como lo describe Heródoto (IV, 196) en el N. de Africa; solía estar asociado a algún lugar o emplazamiento de significación religiosa (promontorio, altar, templo) y no implicaba la exclusión de competidores sino más bien al contrario. Este tipo de comercio se inscribía en un contexto de frecuentaciones comerciales que no suponían necesariamente la fundación de un establecimiento colonial, sino la utilización de algún centro ya existente (Al Mina, Tartessos) o, en su caso, de nuevas instalaciones de carácter precario (Pitecusa, Mogador). Por contra el comercio colonial, con su implicación añadida en la adquisición de territorios lejanos, requería una infraestructura (almacenes, factorías, puertos) más sólida, una delimitación más precisa de las zonas de actividad y las áreas de influencia, que no necesariamente significaba competencia agresiva sino acuerdos y tratados formales, del género de los firmados entre Cartago y Roma (Polibio, III, 22-24) que según Aristóteles (Pol. 1280a) eran frecuentes también entre los etruscos, así como estrategias específicas, de las que se hablará más adelante, destinadas a incrementar los beneficios reduciendo los costes de producción, transporte y almacenamiento.<br /><br />La colonización, no obstante, podía sentar las bases de futuras amenazas y peligros y como tal era preciso regularla, restringirla o incluso erradicarla por quién pudiera sentirse amenazado. En contextos en los que las transacciones con las poblaciones autóctonas se realizaban sobre la base de un intercambio desigual, sobre el que luego profundizaremos, la presencia de extraños podía en ocasiones resultar, si no estaba regulada o eran aceptadas por todos los participantes las reglas del juego, potencialmente peligrosa. Uno de los riesgos del intercambio desigual radica en que la competencia, que no llega a través de los precios, se puede hacer efectiva cuando alguien consigue transacciones más ventajosas rebajando los costes de almacenamiento y transporte al eliminar buena parte de las distancias intermedias entre el punto en que se produce u obtiene una mercancía y aquel en que se intercambia por otra, permitiéndole "conseguir más por menos". La introducción por un grupo de comerciantes de nuevos objetos "exóticos" podía atraer la atención de las elites locales que los apreciaban como bienes de prestigio. Eh aquí un ejemplo de competencia en la que los precios no tienen incidencia. Además, en los casos en que la población autóctona había quedado subordinada a los colonizadores bajo alguna forma de dependencia, la presencia de intrusos podía llegar a representar el germen de la rebelión. Así, mientras que una colonización propia podía venir a reforzar la base de unas relaciones preexistentes con la población autóctona, la presencia colonial extraña podía dar al traste con el equilibrio que el sistema de intercambio suponía. Por ello, una de las formas de aceptar las reglas del juego consistía en participar en los intercambios en igualdad de condiciones, junto con las otras partes implicadas, lo que daba lugar a la aparición de asentamientos en los que varios o múltiples grupos culturales, como fenicios, etruscos y griegos, ejercían la convivencia, bajo la tutela de algún santuario, en el mutuo convencimiento de un interés común.<br /><bataille alalia=""><tierra de="" nadie=""><br /><a href="http://trahistant.blogspot.com/2008/03/blog-post.html"><span style="font-weight: bold;">SEGUIR</span></a><br /></tierra></bataille></div>Carlos G. Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2419571850545814482.post-55286785797140637732008-01-29T23:59:00.005+01:002012-04-06T20:48:47.424+02:00Los medios de navegación<div style="text-align: justify;"><span style="font-weight: bold;">Barcos fenicios y cartagineses.</span><br /><br /><span style="font-style: italic;"> Mercantes.</span><br /> Los fenicios, y también los cartagineses, utilizaban dos tipos de barcos de transporte. Uno de ellos era el que los griegos llamaron gaulos, un barco de casco curvo y amplio calado, impulsado por dos filas de remos y que, en un principio, estaba desprovisto de mástil y vela. Con el tiempo evolucionó hacia un tipo de barco mercante impulsado por dos velas cuadradas montadas sobre dos mástiles, la del trinquete aproximadamente la mitad de la mayor. El casco curvo, que culminaba en una borda sobre la que se disponía una barandilla o pasamanos, albergaba una amplia bodega de carga en donde iban estibadas las ánforas. Se trata de un navío poco adecuado para la navegación costera o de cabotaje y cuya carga principal, dado el sistema de estiba, solo se podía trasladar en puertos bien equipados, con la nave bien varada, pues de lo contrario peligraba su equilibrio y podía naufragar. El otro, aunque se utilizaba también para el transporte de mercancías, era en realidad un navío polivalente al que los griegos llamaron hippos por el mascarón en forma de cabeza de caballo que solían lucir a proa. Se trata, en realidad, de la versión fenicia de un tipo de embarcación muy frecuente en el Mediterráneo desde finales del segundo milenio a. C. Un barco de pequeño tamaño, perfectamente simétrico, impulsado por una fila de remeros pero provisto también de un mástil y una vela cuadrada, y en el que a popa, el codaste vertical solía curvarse ligeramente hacia el interior. La proa también solía ser vertical con un remate en forma de ave, pez o, como en este caso, de cabeza de caballo. Los aparejos, vergas, jarcias, etc, y el mástil eran fácilmente desmontables, una exigencia de la navegación de la época, pues en ocasiones era necesario sacar la nave a tierra para buscar agua y provisiones o realizar algunas reparaciones. El timón era muy simple y consistía en una o más palas similares a grandes remos, que se situaban en las aletas de babor y estribor.<br /><br /><span style="font-style: italic;">Navíos de guerra.</span><br /> Los barcos de guerra, aquellos que protegían a las pesadas naves mercantes o mantenían el mar libre de la presencia de piratas, eran también de varios tipos. Las quinquerremes cartaginesas, en realidad una evolución de la birreme, un navío alargado provisto de dos filas superpuestas de remeros que empieza a utilizarse en el Mediterráneo desde el siglo VIII a. C., se hallaban provistas de un puente y remataban su proa con un espolón en forma de tridente. Podían embarcar hasta trescientos hombres cada una, incluyendo a los soldados que permanecían en el puente. Al igual que sus precursoras eran impulsadas por dos filas superpuestas de remeros, dos y tres por remo, respectivamente. Las pentecónteras, o navíos impulsados por cincuenta remeros distribuidos en dos filas superpuestas y provistos de una vela cuadrada, estaban capacitadas para efectuar largas travesías, y los remeros, que como en los otros navíos daban la espalda a la proa, provista de un castillete y rematada en una agudo espolón, podían actuar, si la ocasión lo requería, como combatientes. Eran las naves preferidas de los foceos y las más utilizadas por los piratas. En barcos de este tipo realizó el cartaginés Hanón su famoso periplo a lo largo de las costas atlánticas africanas.<br /><br /> La trirreme, en cambio, había sido una invención específicamente fenicia, que luego será mejorada por los griegos, convirtiéndose en la creación más perfecta de la ingeniería náutica antigua, Se trataba de una barco relativamente ligero y de poco calado, de cuarenta a cincuenta metros de eslora y unos cinco o seis metros de manga, y con una tripulación de unos doscientos hombres, de los que ciento setenta eran remeros que se sentaban en bancos que ocupaban tres filas sobrepuestas. Los de la superior ocupaban una pequeña plataforma en la borda que sobresalía ligeramente de la carena de la nave. La vela, que sólo se utilizaba para la travesía, y los restantes aparejos eran atendidos por una veintena de marineros. Este barco se había convertido en la unidad básica de las flotas de guerra desde comienzos del siglo VI a. C. Otras naves más pequeñas, que conocemos por un pecio cartaginés descubierto en Marsala, la antigua Lilibeo, en Sicilia, iban provistas de una sola fila de remeros y un espolón en forma de colmillo de elefante.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">Los barcos griegos.</span><br /> Los barcos micénicos incorporaron la tecnología náutica anterior de egipcios, cretenses y chipriotas y son el eslabón de navíos posteriores de comienzos del primer milenio a. C. Eran de dos tipos: mercantes, con la forma típicamente redondeada de sus cascos e impulsados por una vela, y polivalentes (no sólo servían para la guerra), con cascos más esbeltos y un sistema de propulsión mixta que consta de vela y diez remeros por banda. De finales de tiempos micénicos es la incorporación de una roda elevada, casi vertical, y una quilla recta que se prolonga formando un tajamar, a manera de espolón embrionario. En ocasiones un castillete se levantaba en la proa mientras a popa había un estrado para el timonel. Los aparejos (vergas, jarcias, etc) y el mástil eran fácilmente desmontables, una exigencia de la navegación de la época, pues a menudo era necesario sacar la nave a tierra, sobre todo al atardecer, para buscar provisiones y agua o realizar algunas reparaciones. Las velas, siempre cuadradas, van montadas entre dos vergas, siendo las anclas fabricadas con piedra. A popa, el codaste vertical solía curvarse ligeramente hacia el interior del navío. La proa también solía ser vertical con un remate o akroteria en forma de ave, pez o cabeza de caballo. El timón era muy simple y consistía en una o más palas (gobernáculas), similares a grandes remos, que se situaban en las aletas de babor y estribor. Se trata de un tipo de embarcación muy corriente en el Mediterráneo oriental por aquellos tiempos, similar a los hippoi fenicios y a los barcos descritos en la Odisea. Un navío como éstos llevó a los argonautas hasta la Cólquida, en el Mar Negro, en su búsqueda del Vellocino de Oro.<br /><br /> “Apenas de nuevo la resplandeciente Aurora vio con sus ojos brillantes las cumbres escarpadas del Pelión, y en las costas serenas chasqueaba el mar zarandeado por el viento, cuando despertóse Tifis, y en seguida levantó a sus compañeros para que embarcaran en la nave y aprestaran los remos. De modo terrible el puerto de Págasas gritaba y chillaba la propia nave Pelíada, Argo, al apresurarse a navegar. En ella se había empleado una madera divina, que en medio de la quilla había incrustado Atenea, madera de la encina de Dodona. Ellos se colocaron sobre los bancos uno tras otro, como se les había indicado antes que remaran; se asentaban en su sitio ordenadamente junto a su armamento. Y en medio se colocaron Anteo y el forzudo Heracles, que depositó a su lado su famosa maza. Y bajo sus pies se sumergió la carena de la nave. Se retiraban ya las amarras y derramaban el vino sobre el mar. Luego Jasón, lloroso, apartó sus miradas de la tierra patria...<br /><br /> Cuando ellos hubieron dejado atrás la contorneada costa del puerto, bajo la prudente guía del hábil Tifis Hagníada, que en sus manos tenía el bien trabajado timón con gran pericia, para gobernarlo firmemente, entonces enderezaron el mástil sobre la crujía y lo sujetaron con cables, tensándolo por ambos lados. Después desplegaron la vela, sujetándola al palo, y la hinchó un viento ligero. Anudando sobre la cubierta los cables fijamente sobre sus pulidas amarras, con tranquilidad sobrepasaron el promontorio Tiseo”.<br /> Apolonio de Rodas, <span style="font-style: italic;">Arg</span>., I, 520 ss.<br /><br /> A comienzos del primer milenio, durante el llamado periodo Geométrico, desaparece la verga inferior y aumenta el número de remos, dando lugar a las triaconteras, o navíos impulsados por treinta remeros. Es ahora cuando aparecerán, también, las pentecónteras, o navíos impulsados por cincuenta remeros, y provistos de una vela cuadrada. Estaban más capacitadas para efectuar largas travesías y los remeros podían actuar, si la ocasión lo requería, como combatientes. Eran las naves preferidas de los focenses y las más utilizadas por los piratas. En un barco de este tipo navegaba el samio Coleo hacia Egipto cuando, arrastrado por vientos desfavorables, llegó hasta el emporio de Tartessos.<br /><br /> Desde el siglo VIII a. C. empiezan a utilizarse las birremes, bien pentecónteras o con un número mayor de remos, dispuestos en dos órdenes. Como en las otros navíos, los remeros, sentados sobre sus bancos, daban la espalda a la proa del barco. Los del orden superior apoyaban sus remos, colocados sobre chumaceras y atados con correas de cuero a los toletes, directamente sobre la regala o límite superior de la borda, mientras que los del orden inferior lo hacía a través de una gatera u orificio abierto a tal efecto en el casco. Frecuentemente, dada la escasa manga de muchos de estos barcos, lo que hacía que su capacidad de carga fuese muy reducida, el orden superior de remeros, se disponía sobre unos postizos que sobresalían por la borda. Las provisiones se almacenaban, como antes, en ánforas bien estibadas en el centro de la nave, mientras que otros productos y pertenencias tenían cabida debajo de las bancadas de los remeros.<br /><br /> Este tipo de barco dará lugar a los navíos polivalentes, muy frecuentes desde el siglo VI a. C. con un espolón a proa que se remata en una cabeza de animal. Un pasamano o escalamote realzaba la borda. Un castillete a proa y la popa redondeada hacia el interior y rematada por algún elemento figurativo, como una cabeza de cisne, etc, son ahora también elementos comunes. No faltan las dos largas palas o gobernáculas, que permiten dirigir la nave. En algunas ocasiones irán provistos de un doble mástil. El espolón, utilizado como arma naval, es mencionado por primera vez hacia el 660 a. C. en un batalla entre Corinto y Córcira. El ancla de metal comenzó a utilizarse a finales del siglo VII a. C.<br /><br /> Después de algunos siglos de ausencia reaparecen los barcos mercantes, strongyla ploia, impulsados sólo por el viento, con uno o dos mástiles y velas siempre cuadradas, la del trinquete aproximadamente la mitad de la mayor. El casco curvo, de amplio calado, que culmina en una borda sobre la que se dispone una barandilla o pasamanos, denota una amplia bodega de carga en donde iban estibadas las ánforas. Son barcos poco propicios para la navegación costera o de cabotaje, que a menudo iban acompañados de otros navíos polivalentes, como las birremes, y cuya carga principal, dado el sistema de estiba, solo se puede trasladar en puertos bien equipados, con la nave bien varada, pues de lo contrario peligra su equilibrio y puede hacerla naufragar.<br /><br /> También en el siglo VI a. C. aparecen las trirremes, usadas anteriormente por los fenicios, como las que tenía Polícrates, tirano de Samos, en el puerto de su ciudad, con un mayor número de remeros y el característico espolón de proa, aunque su uso no se generaliza hasta años después, tras su adopción por los corintios y atenienses, en la segunda década del siglo V. Desde la época de las guerras contra los persas la trirreme, la creación más perfecta de toda la ingeniería náutica antigua, fue la más usada de las naves de guerra. Era un navío relativamente ligero y de poco calado, de 40 a 50 m de longitud, con una tripulación de 200 hombres de los que 170 eran remeros sentados en bancos que ocupaban tres filas sobrepuestas. La vela, que sólo se utilizaba para la travesía, y los restantes aparejos eran atendidos por una veintena de marineros.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">Piratas y aventureros.</span><br /> Durante mucho tiempo los límites entre la adquisición de riqueza mediante el comercio o la piratería no estuvieron bien definidos. En tiempos de Homero aún resultaba difícil distinguir entre el pirata y el comerciante, que podía en muchos casos ser una misma persona, y tanto Tucídides como Aristóteles, por citar dos ejemplos ilustres, consideraban la piratería como una forma legítima de adquisición de riqueza, siempre que no se realizara a expensas de los propios conciudadanos. De hecho, la colonización griega estuvo salpicada de estas actividades irregulares que no siempre se distinguían con claridad del pacífico y “legítimo” comercio marítimo.<br /><br /> Hacia mediados de la Edad del Bronce los habitantes de las islas Cícladas parecen haber querido defenderse de las incursiones de los micénicos con la construcción de una serie de fortificaciones costeras, y una necesidad semejante parece haberse hecho sentir muy pronto en la misma Creta, cuyas ciudades antes estaban desprovistas de murallas, así como en el norte de Grecia. Algunos siglos después los focenses, procedentes del Asia Menor, de donde habían sido expulsados por los persas, fueron precedidos por su fama de reputados piratas, dando motivo a que los habitantes de la isla de Quíos les impidieran instalarse en las vecinas islas Oenussas, y a que una coalición marítima de etruscos y cartagineses les plantara cara en Alalia, frente a las costas de Córcega, en el 535 a. C. También las gentes de Siracusa, en Sicilia, parecen haber practicado la piratería en una escala nada modesta, y sus incursiones iban dirigidas contra la isla de Elba, las costas de Córcega y Etruria y los puertos de Pirgos y Populonia. En honor a la verdad hay que decir que los griegos no se comportaron en ésto de forma distinta a otras gentes del Mediterráneo en la Antigüedad, como los mismos fenicios, con fama tanto de buenos comerciantes como de pérfidos piratas, los sardos, los etruscos o los ilirios, por no citar más que los casos más destacados.<br /><br /> “Cuando llegaron a Córcega, vivieron por espacio de cinco años en compañía de los que habían llegado anteriormente y allí erigieron santuarios. Pero, como resulta que se dedicaban a pillar y a saquear a todos sus vecinos, ante ello los tirrenios y los cartagineses, puestos de común acuerdo, entraron en guerra contra ellos con sesenta naves por bando. Los foceos equipa-ron también sus propios navíos en número de sesenta y salieron a hacerles frente en el mar llamado Sardonio. Libraron, entonces, un combate naval y los foceos obtuvieron una victoria cadmea, pues cuarenta de sus naves fueron destruidas y las veinte restantes quedaron inservibles, al haber resultado doblados sus espolones. Se volvieron, pues, a Alalia, recogieron a sus hijos, a sus mujeres y todos aquellos enseres que sus naves podían transportar y, sin demora, abandonaron Córcega poniendo rumbo a Regio”.<br /> Heródoto, I, 165.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">Faros y altares.</span><br /> Más allá de nuestra noción moderna de "faro" hubo una relación entre los fuegos que se encendieron en la Ilíada para guiar a las flotas y el monumento que se construyó en la orilla. Esto es lo que dice Estrabón a propósito de Gades (Cádiz):<br /><br /> “No se puede dudar de que los primeros en llegar señalaron el final de su exploración con un altar (bomos) construido por ellos, una torre o una pequeña columna erigida en el lugar que fuera a la vez el más lejano que hubieran alcanzado y el más visible”.<br /> Estrabón, III, 5, 6.<br /><br /> Hoy día sabemos que, mucho antes de que se construyera el faro de Alejandría, se habían construido faros a orillas del Mediterráneo. Muchos de ellos han sido estudiados en la isla de Tasos, al norte del mar Egeo, y se ha propuesto para ellos una datación en el siglo VI a.C. Estaban compuestos por una pequeña torre circular (algunas tenían 4,90 m de diámetro x 3,90 m de altura y otras 3,50 m x 2,50 m) construida con bloques de mármol aparejados en el exterior. En el interior habla un relleno culminado con losas de gres, que eran las que estaban en contacto con el fuego, ya que el gres es refractario y el mármol no posee mucha resistencia al calor.<br /><br /> También había altares situados en las orillas, que señalaban momentos importantes del descubrimiento del Mediterráneo por parte de los navegantes fenicios y griegos; como el altar de Apolo Arquegetes ("fundador") cerca de Naxos, en la costa oriental de Sicilia (Tucídides, VI, 3, 1). Del mismo modo, el altar de los Filenos se encontraba en el golfo de las Sirtes (la actual Libia) y señalaba la frontera entre los territorios de Cirene y los de Cartago, es decir, entre la zona de control púnico y la costa africana controlada por los griegos. Esta es la narración de Salustio al respecto:<br /><br />“En el tiempo en que los cartagineses extendían su dominio por la mayor parte de Africa, también los de Cirene fueron poderosos y opulentos. En medio de ambos había un terreno arenoso de aspecto uniforme. No existía río ni monte alguno que señalase las fronteras. Este hecho provocó entre ellos una guerra grande y prolongada. Pero después que ejércitos y armadas de uno y otro bando fueron deshechos y puestos en fuga en numerosas ocasiones y que se habían causado unos a otros considerables pérdidas, temiendo que un tercero viniese a continuación a atacar a vencidos y vencedores, estando ya agotados todos, durante una tregua hacen un pacto para que un día determinado salgan emisarios de las ciudades respectivas. El lugar en el que se encontrasen quedaría reconocido como la frontera de ambos pueblos. Así pues, de Cartago son enviados dos hermanos llamados Filenos que hicieron el recorrido con gran rapidez. Los cireneos marcharon más lentamente... Cuando los cireneos se ven un tanto retrasados y con el miedo de ser castigados en su país por haber echado a perder sus intereses, acusan a los cartagineses de haber salido de su ciudad antes de tiempo, complican el asunto y en definitiva prefieren cualquier cosa a marcharse derrotados. Pero como los púnicos pidiesen otra condición siempre que fuese equitativa, los griegos ofrecen a los cartagineses la posibilidad entre ser enterrados vivos en ese lugar que reclamaban como frontera para su pueblo o permitirles a ellos continuar hasta donde quisiesen bajo la misma condición. Los Filenos, aceptada esa condición, ofrecieron a su patria el sacrificio de sus personas y sus vidas y fueron enterrados vivos. Los cartagineses consagraron en aquel lugar unos altares a los hermanos Filenos y les dedicaron otros honores en su propia ciudad”.<br />Salustio, <span style="font-style: italic;">Jugurta</span>., LXXIX)<br /><br />Por último, entre Tabarka y Bizerte (Túnez) había altares de Poseidón.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">La orientación en alta mar.</span><br /> En la navegación de altura era preciso orientarse, durante el día por la posición del sol y por la noche mediante la observación de las estrellas:<br /><br /> “A ponerse iba el sol, extendíase la sombra en las calles y corríamos con prisa los dos hacia el puerto famoso donde estaba la nave fenicia veloz en las aguas. Embarcándose al punto, surcaron las húmedas rutas tras hacernos subir; nos enviaba Zeus un buen viento. Navegamos con él seis jornadas de noche y de día Y, al mandarnos la séptima Zeus, el hijo de Crono, la saetera Artemisa alcanzó a la mujer con sus flechas: como un ave de mar resonó al desplomarse en la cala y los hombres la echaron al agua de cebo a los peces y las focas. Quedé entonces solo, doliente en mi pecho, pero el viento y el mar nos trajeron a Itaca, en donde de sus bienes Laertes mi precio pagó. De este modo llegué a ver con mis ojos primero esta tierra en que vivo”.<br /> Homero, <span style="font-style: italic;">Od</span>., XV, 471 ss.<br /><br /> El vuelo de las aves era asimismo muy utilizado. Los pájaros podían ser también llevados a bordo para soltarlos en un momento dado y conocer por su vuelo la dirección de la tierra. Otras veces se utilizaban monos, como ya hicieran los egipcios, que podían trepar a las partes más altas del navío y avisar de la presencia de una nave lejana o, instintivamente, de la amenaza de una tormenta. La orientación por medio de los astros nocturnos comenzó a imponerse a comienzos del primer milenio a. C., como resultado, seguramente, de los contactos con los fenicios, a quienes los propios griegos atribuían su descubrimiento. Las Pléyades y las Híadas de la constelación de Tauro, así como la Osa Mayor constituían buenas referencias. La misma estrella Polar, cuya posición permanece fija en el cielo de la noche señalando el Norte, era conocida entre los griegos como “la fenicia”.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">La estación navegable.</span><br /> Los mejores meses para navegar eran los del verano. La época óptima del año para la navegación correspondía a los 50 días que preceden al ocaso de las Pléyades, es decir desde finales de julio a mediados de septiembre. Si no quedaba más remedio se podía navegar desde fines de la primavera. En otoño e invierno la navegación era absolutamente desaconsejable. Por ello las travesías largas requerían de una invernada que, a mayor antigüedad, dada la ausencia de buenos puertos y escalas como los que son ya habituales desde el siglo VI a. C, debía prepararse meticulosamente a fin de asegurar la supervivencia de la tripulación. Animales domésticos y semillas podían ser embarcados por tal motivo, junto con esquejes de viña preparados para ser plantados, como los que se han descubierto en algunos pecios, previsiones que serán innecesarias en época clásica, en que los mismos puertos griegos y púnicos, diseminados a lo largo de todas las costas e islas del Mediterráneo, ofrecían a los navegantes una invernada cómoda y segura:<br /><br />"Durante cincuenta días, después del Solsticio, cuando llega al fin el verano, agotadora estación, la navegación es favorable para los mortales y tú no romperás la nave ni el mar destruirá a los mortales, a no ser que a propósito Poseidón, que sacude la tierra, o Zeus, soberano de los Inmortales quisieran destruirlos, pues en ellos está por igual el fin de bienes y males. En ese momento las brisas son bien definidas y el Ponto apacible. Entonces, libre de preocupación, confiando en los vientos, arrastra la rápida nave hacia el Ponto y pon dentro toda la carga; pero apresúrate a regresar rápidamente de nuevo a casa, no esperes al vino nuevo y a las tormentas de otoño ni al invierno que se acerca y a los terribles torbellinos del Noto, que remueve el mar acompañando a la abundante lluvia de Zeus otoñal y hace insoportable el mar.<br />Existe otra navegación para los hombres por primavera, tan pronto como la corneja al descender deja una huella tan grande, como se muestran al hombre las hojas en la más elevada rama de la higuera, entonces el mar es accesible, y ésta es la navegación de primavera; yo no la voy a alabar, pues no es grata a mi corazón; ha de cogerse en su momento y con dificultad podrías huir del mal, pero los hombres también la realizan por ignorancia de su mente, pues la riqueza es el espíritu para los míseros mortales."<br />Hesíodo, <span style="font-style: italic;">Los Trabajos y los días</span>, 655 ss<br /><br /><br /><div style="text-align: center;"><span style="font-weight: bold;">BIBLIOGRAFIA.</span><br /></div><br />ALVAR, J., “Los medios de navegación de los colonizadores griegos”, Colonización Griega y Mundo Indígena en la Península Ibérica: <span style="font-style: italic;">AEspA</span>, 52, Madrid, 1979, pp. 67-86.<br /><br />ARROYO, R., “Evolución tecnológica de los medios de navegación en el Mediterráneo”, <span style="font-style: italic;">CuadAMarítima</span> 1, 1992, pp. 103-114.<br /><br />CASSON, E.,<span style="font-style: italic;"> Ships and seamenship in the Ancient World</span>, Princeton, 1971 (Princeton University Press)<br /><br />- <span style="font-style: italic;">The Ancient Mariners, Princenton-New Yersey</span>, 1991 (Princeton University Press)<br /><br />DIES CUSI, E., “Aspectos técnicos de las rutas comerciales fenicias en el mediterráneo occidental (s. 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(Symposium Ravello january 1987), <span style="font-style: italic;">PACT</span> 20, Strasbourg, 1988.<br /><br />LUZON, J.M. y COIN, L.M., “La navegación pre-astronómica en la Antigüedad: utilización de pájaros en la orientación naútica”, <span style="font-style: italic;">Lucentum </span>5, pp. 65-85.<br /><br />NEGUERUELA, I., ea., “Descubrimiento de dos barcos fenicios en Mazarrón (Murcia), <span style="font-style: italic;">IV Congreso Internacional de Estudios Fenicios y Púnicos</span>, Cádiz, 2000, pp. 1671-1676.<br /><br />MARTINEZ MAGANTO, J., “Faros y luces de señalización en la navegación antigua”, <span style="font-style: italic;">CuPAUAM, </span>17, 1990, pp. 67-90.<br /><br />MEDAS, S., <span style="font-style: italic;">De rebus nauticis. 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Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2419571850545814482.post-44306824808999986252008-01-25T11:45:00.003+01:002008-03-25T14:55:07.638+01:00El Bronce Final y el periodo orientalizante en Tartessos<div style="text-align: justify;">Lo que los autores antiguos escribieron sobre Tartessos nos permite situarla en el sur de la Península Ibérica. Heródoto aún precisa más al afirmar que se encontraba más allá de las Columnas de Heracles (Estrecho de Gibraltar) y distinguirla de Iberia, que para los griegos representaba el litoral mediterráneo, en el que se encontraba Emporion. Éforo afirma incluso que se hallaba a dos días de navegación de la Gadir fenicia. Otras fuentes posteriores confunden ambas o asocian Tartessos al Estrecho y al Guadalquivir (Betis). La conclusión que se puede obtener es que Tartessos era en un principio el nombre de un lugar en la costa atlántica para, posteriormente, abarcar un territorio más amplio que, a grandes rasgos, llagaría a comprender todo el sur peninsular. Pero ¿qué era Tartessos?.<br /><br />La lectura de las fuentes induce a pensar en un reino floreciente, con una capital amurallada situada en la múltiple desembocadura de un río que arrastra estaño entre sus aguas y nace en una montaña rica en mineral de plata. Un lago se encuentra próximo. Durante mucho tiempo, y desde la famosa obra de Schulten, que fue el primero en situar Tartessos en un lugar concreto del sur de la Península, los arqueólogos buscaron una ciudad en distintas ubicaciones -Isla del Saltés (Huelva), marismas y Hasta Regia (Sevilla), Coto de Doñana, Mesa de Astas (Cádiz)- sin que el éxito les sonriera. A finales de los años sesenta esta etapa de la investigación se percibía agotada, por lo que a partir de entonces se sentaron las bases para, renunciando por el momento a la localización y excavación de la ciudad de Tartessos, llegar a definir arqueológicamente la cultura tartésica, precisamente cuando los hallazgos fenicios comenzaban a prodigarse.<br /><br />De esta forma, se multiplicaron los sondeos y cortes estratigráficos a fin de obtener secuencias cronológicas más seguras y se realizaron algunas excavaciones que despertaron gran interés debido a las expectativas que suscitaron, como el Carambolo en Sevilla, asociado al famoso tesoro, o a los resultados obtenidos, caso de La Joya en la ciudad de Huelva. El contexto arqueológico "orientalizante" así definido estaba formado por diversos tipos de objetos -cerámicas, bronces, joyas, marfiles- encontrados unos en las nuevas excavaciones realizadas, reestudiados otros que ya eran conocidos de excavaciones antiguas, o fruto del hallazgo más o menos casual los terceros. Desde esta perspectiva Tartessos y su cultura aparecían cada vez más vinculados a la colonización fenicia en la Península, cuyas pruebas arqueológicas se multiplicaban con el descubrimiento de numerosos asentamientos en las costas mediterráneas, y cuya presencia apenas se había llegado a sospechar años atrás. En los ultimos años esta presencia fenicia ha sido detectada en el barrio y santuario de Coria del Rio, la antigua Caura tartésica, y en el probable templo de Astarté de el Carambolo Alto, en Camas, Sevilla.<br /><br />Así del floreciente reino filohelénico que había imaginado Schulten y algunos investigadores posteriores, se paso a concebir Tartessos como resultado de una fuerte influencia cultural de origen fenicio sobre las poblaciones del sur peninsular. Prácticamente todo lo que significara algún progreso respecto a los períodos anteriores de la Edad del Bronce -el torno, la escritura, la metalurgia del hierro, la vida en ciudades, la vid y el olivo, las artesanías - habría sido traído por los fenicios desde el otro extremo del Mediterráneo. Tal interpretación acabó por suscitar dos tipos distintos de reacciones. Por un lado, algunos investigadores intentaron resucitar la vieja idea de un protagonismo griego en la formación de Tartessos, en detrimento, claro está, del elemento fenicio. Otros, por el contrario, comenzaron a minimizar, sin negarlas, las aportaciones externas, buscando las razones de la aparición de Tartessos en la propia dinámica local de las poblaciones de finales de la Edad del Bronce, tarea nada sencilla ante la escasez, en muchos casos, de información arqueológica sobre los momentos más antiguos.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">El Bronce Final.</span><br /> Los vestigios de los asentamientos más antiguos ocupados por las gentes de Tartessos en el sur de la Península se remontan a finales de la Edad del Bronce. Se trata de poblados más que de villas o ciudades, ya que se hallan compuestos por cabañas de planta oval o circular, excavadas en el suelo a poca profundidad, con paredes y techumbres construidas con entramado vegetal cubierto de barro, y dispuestas sin una organización clara del espacio, y sin una distinción de áreas por actividades, al menos en lo que las excavaciones dejan conocer. Algunos de estos poblados son muy antiguos y, como Setefilla (Lora del Río, Sevilla), Carmona (Los Alcores, Sevilla), Montemolín (Marchena, Sevilla) El Berrueco (Medina Sidonia, Cádiz) o el Llanete de los Moros (Montoro, Córdoba) y Colina de los Quemados (Córdoba), se sitúan en lugares estratégicos que dominan los caminos y los recursos agrícolas de la zona, remontándose a mediados de la Edad del Bronce o a comienzos del Bronce Final.<br /><br />Otros, sin embargo, surgen en un momento posterior, hacia la mitad del siglo IX a. C., como los que ocupan los cabezos de Huelva, el Carambolo, Cerro Macareno, y Valencina de la Concepción, los tres en la provincia de Sevilla. Algo después, desde comienzos del siglo VIII a. C, surgen otros asentamientos más directamente relacionados con los trabajos mineros y metalúrgicos. Algunos están situados en la ruta que conducía desde las minas de Huelva (Río Tinto, Aznalcóllar) al Bajo Guadalquivir, como San Bartolomé de Almonte o Tejada la Vieja (Escacena, Huelva). Otros junto a las minas de Río Tinto, como Cerro Salomón o Quebrantahuesos.<br /><br />También aparecen poblados con otras localizaciones, junto a la Gadir fenicia, como Castillo de Doña Blanca (Puerto de Santa María, Cádiz) y en lugares más alejados y estratégicos de cara al acceso de territorios muy al interior, como Medellín (Badajoz). Al mismo tiempo que surgen estos nuevos poblados, aumenta el tamaño de los anteriores y la forma en que todos se disponen sugiere una organización territorial jerarquizada, en los que los centros más recientes y pequeños se sitúan en torno a los más antiguos, algunos de los cuales, como Carmona, se dotan de poderosas murallas. Características de todos ellos son las cerámicas, cuencos, urnas y vasos, con decoración bruñida o, en menor medida, pintada geométrica.<br /><br /> Desgraciadamente no se conocen las necrópolis de esta época correspondientes a todos estos lugares, por lo que se nos escapa una gran parte de valiosa información arqueológica. Curiosamente los objetos que componen el restante registro arqueológico de este periodo se encuentran descontextualizados o su contexto es muy difícil de establecer. Tales son, en primer lugar, una serie de estelas labradas en piedra con toscos grabados que representan, de forma muy esquematizada, lo que parecen ser guerreros rodeados de su panoplia -escudos redondos, hachas, lanzas y largas espadas de tipo "atlántico"- y otros objetos como liras, peines, espejos de bronce y carros de parada.<br /><br />Estos monumentos se difunden por el sur de la Península, con una mayor concentración en la zona extremeña, apareciendo algunos ejemplares aislados mucho más al norte, sobre el curso del Tajo y también en sitios como Coca y Zaragoza. Se les atribuye una función funeraria, en relación con los enterramiento de inhumación en cista de la Edad del Bronce, pero lo cierto es que ninguna ha aparecido hasta el momento vinculada a tal tipo de sepulcro, quizá como consecuencia de haber sido removidas de su ubicación originaria, y tan sólo tres han aparecido en las proximidades de alguna otra clase de tumba. Algunos investigadores consideran que pudieron haber servido como mojones, indicadores de territorios y caminos, mediante la formalización de un lenguaje simbólico común, una especie de pre-escritura o de escritura pictográfica muy simple, lo que sin duda constituye una hipótesis muy sugestiva que tiene, no obstante, en su contra la escasa altura de las estelas, lo que hace muy difícil que pudieran ser avistadas sino era desde muy cerca. Por último, hay quien ha querido ver en ellas la huella de la presencia de gentes célticas en Tartessos, guerreros de fortuna o "mercenarios" que podrían haber sido utilizados por las poblaciones del mediodía peninsular para la defensa de los cotos mineros.<br /><br /> Los hallazgos de depósitos de armas y otros utensilios de bronce, como el famoso de la Ría de Huelva, encontrado en 1923 al dragar el puerto, corresponden también a este periodo. Aparte de algunas espadas aisladas descubiertas en grietas de las rocas, los conjuntos de armas suelen aparecer bajo las aguas de un vado de un río, en un lugar de confluencia entre un río y su afluente, o en una zona de estuario. Además de las espadas largas de tipo "atlántico", están presentes en estos hallazgos las más cortas de tipo "mediterráneo" y probable factura local, así como las puntas de lanza, puntas de flecha, puñales y algún que otro objeto personal, como las fíbulas.<br /><br />No menos importantes son los descubrimientos de tesoros, compuestos en su mayoría por piezas de oro - brazaletes, torques, diademas, cuencos y jarros- asociados frecuentemente con los cruces de caminos o el paso por una zona montañosa. Hallazgos de este tipo se han descubierto en Sintra (Portugal), Sagrajas (Badajoz) y Berzocana (Cáceres), entre otros sitios. Paradójicamente el más fabuloso de estos tesoros, con un peso de más de 9 kg de oro, fue encontrado en 1963 en la localidad de Villena (Alicante), en un contexto geográficamente alejado de Tartessos, pero en posible relación con el cercano poblado de la Peña Negra (Crevillente, Alicante), descubierto y excavado posteriormente, que muestra la presencia de fuertes influjos tartésicos y fenicios.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">El orientalizante.</span><br /> A partir del 775 a. C. una serie de cambios observables en el registro arqueológico permiten hablar de la transición hacia un periodo "orientalizante" en consonancia con la difusión por el Mediterráneo de objetos y modas de procedencia oriental protagonizada primero por los fenicios y más tarde también por los griegos. Será entre el 700 y el 550 a. C cuando este orientalizante en el sur peninsular produzca sus manifestaciones más notorias. Las cerámicas fenicias y otras importaciones comienzan a hacer su aparición en los poblados tartésicos y en las necrópolis de esta época. Algunas, como los peines de marfil, los espejos de bronce, las fíbulas o los carros, son el equivalente, en piezas de ajuar funerario, de las anteriores representaciones de objetos similares en las estelas.<br /><br />Otras, como los jarros, páteras y estatuillas de bronce, las cajas o arquetas de marfil, las joyas de oro y plata, los objetos de vidrio tallado, los cuchillos de hierro con empuñadura de marfil, o los recipientes de cerámica o alabastro para perfumes, esencias, bálsamos y cosméticos aparecen ahora por primera vez y se concentran, con los anteriores, en algunas tumbas que por su tamaño y contenido alcanzarán a lo largo del siglo VII a. C. un carácter principesco. Junto a estas importaciones "de lujo" encontramos también en los poblados tartésicos otras más "comunes", y que sin duda obedecen también a la presencia de los fenicios, como son las ánforas que debían contener vino y aceite, así como telas, collares y otros abalorios, cuentas de vidrio, amuletos de estilo egipzianizante, etc.<br /><br /> Los cambios observables en el registro arqueológico durante este periodo no se reducen sólo a la aparición de objetos y artefactos traídos por los fenicios. En los mismos poblados se pueden constatar modificaciones importantes en la técnica de construcción de las casas, ahora de planta cuadrada o rectangular, con muros enlucidos de mampuestos y tapial que se alzan sobre cimientos y zócalos de piedra. En ocasiones el suelo aparece cubierto con un pavimento de guijarros formando mosaicos. Desconocemos, debido a las pequeñas superficies excavadas, si estos cambios se corresponden a una nueva distribución del espacio en los asentamientos según una especialización de tareas y funciones, aunque en algunos lugares como Tejada la Vieja y la propia Huelva parece que así es.<br /><br />En otros, en cambio, como en Cerro Salomón, los vestigios de las actividades minero-metalúrgicas -martillos de granito, yunques de piedra, escorias, crisoles y toberas- se localizan en el interior mismo de las viviendas, sin que se aprecie una diferenciación funcional por zonas en el área del poblado. Algunos de estos poblados, en especial los que ocupan posiciones estratégicas de control del territorio, como la Mesa de Setefilla (Sevilla) o en las rutas que conducían desde los centros mineros a los puertos de la costa, como Tejada la Vieja (Huelva) se fortifican por aquel entonces. En esta última localidad se construyó durante el siglo VII a. C. una importante muralla de más de un kilómetro y medio de longitud, en forma de talud y reforzada por torres semicirculares. En algunas zonas de Sevilla y Córdoba los vestigios de nuevos habitats parecen guardar relación con una explotación agrícola de la campiña.<br /><br /> Bastante avanzado el periodo, casi ya a final del mismo, se construyeron grandes edificios en algunos lugares que, por su ubicación, presentan una disposición periférica en relación al Bajo Guadalquivir y la zona de Huelva, donde se han concentrado la mayor parte de los hallazgos. En Cástulo (Linares, Jaén) un pequeño santuario del siglo VI, muy parecido a estructuras similares descubiertas en Chipre, estaba, según parece, relacionado de alguna forma con la actividad metalúrgica. Así mismo, el palacio/santuario de Cancho Roano (Zalamea de la Serena, Cáceres), también presenta en su construcción huellas de una evidente influencia oriental, pero difiere del santuario de Cástulo en que no se encuentra próximo a ningún poblado de la época que conozcamos arqueológicamente, lo que hace más difícil su interpretación. Ningún otro edificio público o de prestigio de este periodo se conoce en parte alguna.<br /><br />Como centros de actividades especializadas, la presencia de edificios públicos, sede por otra parte del poder económico y político, suele ir asociada a la de la escritura. Los restos más antiguos de una escritura en Tartessos corresponden precisamente a este periodo. Se trata de una escritura de aspecto geométrico y de posible procedencia fenicia que se utilizó fundamentalmente para escribir fórmulas estereotipadas sobre un tipo de estelas, al parecer funerarias, que se consideran posteriores a las estelas decoradas del Bronce Final, así como algunos grafitos muy simples, tal vez marcas de propiedad, sobre recipientes cerámicos.<br /><br /> Las necrópolis, por su parte, se caracterizan por la diversidad, casi mezcolanza, de ritos y estructuras funerarias. Inhumación e incineración aparecen incluso dentro de la misma tumba y otras veces comparten el mismo recinto funerario, en tumbas de cámara cubiertas por un túmulo, en fosas alargadas y poco profundas, o en simples oquedades practicadas en el suelo. Toda esta variedad puede estar reflejando simultáneamente la presencia de influencias externas, la coexistencia en un mismo lugar de poblaciones diversas y los cambios culturales y sociales que se produjeron durante este periodo. Algunas tumbas, como en la Joya (Huelva), el Acebuchal (Sevilla) o en Cástulo, contenían restos de un ajuar muy rico cuando fueron excavadas.<br /><br />En otras ocasiones la construcción de grandes estructuras funerarias -túmulo y cámara-, que albergaban también ricos ajuares, fue realizada sobre los restos de enterramientos anteriores mucho más modestos que resultaron destruidos, como en Setefilla, lo parece describir un proceso de enriquecimiento y encumbramiento social de ciertos grupos de la población. Estos túmulos principescos, en los que se entierran uno o a lo sumo dos individuos, con sus joyas, marfiles y un carro de parada, contrastan con otros más antiguos sin cámara interior y de tipo colectivo, como los de la necrópolis de La Cumbres (Puerto de Santa María, Cádiz) que albergaban enterramientos más modestos en cista o en fosa, sin apenas diferencias de tamaño y de ajuar entre ellos, y con una disposición en grupos que sugiere su carácter familiar. Grandes tumbas sin cámara funeraria interior se han encontrado también en Alcantarilla y Cañada de Ruiz Sánchez (Carmona, Sevilla). Al margen de las diferencias en el tamaño, la forma y la altura de los túmulos, la presencia o no de cámaras funerarias y de los ricos ajuares, la cultura material tal y como se observa, por ejemplo, en las cerámicas, es la misma antes y en el momento de la construcción de las tumbas principescas, por lo que no se pueden achacar a un grupo foráneo y parecen corresponder, más bien, a la aparición entre la población de personajes ricos y poderosos.<br /><br /> Las cerámicas locales comienzan a fabricarse a torno en este periodo y también se imitan formas y modelos característicos del repertorio de las cerámicas fenicias. Sin embargo esta imitación no es generalizada. Se copian sobre todo los cuencos, vasos y ollas, vajilla de mesa y de cocina, mientras se ignoran aquellas otras piezas, como los pequeños recipientes de ungüentos y perfumes, propias de un uso más especializado. Parece que también se llegaron a fabricar localmente algunos objetos típicos del repertorio "orientalizante", como los jarros o los timaterios de bronce, joyas y algunos objetos de marfil, si bien los arqueólogos mantienen dudas, por lo que la polémica subsiste, sobre si fueron realizados por artistas y artesanos tartésicos que habían aprendido las técnicas y se inspiraban en los modelos orientales, o por fenicios que vivían en las colonias de la costa e, incluso, entre la misma población de Tartessos.<br /><br /> De entre los descubrimientos más espectaculares pertenecientes a este periodo, además de la necrópolis de la Joya y del palacio/santuario de Cancho Roano, figuran dos importantes tesoros orientalizantes, muy diferentes en contenido y estilo a los del Bronce Final. El primero de ellos fue descubierto a comienzos de los años veinte en la Aliseda (Cáceres), pero hasta hace pocos años no ha sido objeto de una valoración adecuada. Se trata de joyas femeninas de oro -anillos, brazaletes, pendientes, collar, diadema y cinturón- de complicada manufactura fenicia realizada en la Península o importadas de Oriente, como la botella de vidrio que, con un cuenco de oro, un par de vasos y una fuente de plata y un espejo de bronce, completaban el hallazgo, relacionado con una tumba de cámara cubierta por un túmulo. Estas joyas orientalizantes son ligeras e intrincadas y están realizadas en pequeñas láminas con técnicas como el granulado, la filigrana y las soldaduras de oro. Tesoros más pequeños de este tipo se han encontrado en Cortijo de Evora (Cádiz), Serradilla (Cáceres) y Baiao (Portugal).<br /><br />El tesoro del Carambolo (Sevilla), el segundo en importancia de esta época, contenía por el contrario piezas de oro más pesadas, propias de un personaje masculino, -pectorales, brazaletes, diadema, cinturón y collar- y fue hallado asociado a las estructuras de un poblado, cuya excavación, dada la envergadura del descubrimiento, defraudó sin embargo las expectativas iniciales. Ningún gran centro tartésico fue descubierto allí, como al principio se esperaba, sino tan solo un asentamiento similar a otros tantos conocidos.<br /><br /> Hacia mediados del siglo VI a. C., o más concretamente entre el 575 y el 540 se produce la llegada a la zona de Huelva de cerámicas de importación de origen griego oriental, en especial copas jonias así como aríbalos y píxides que contenían perfumes y otros vasos más elaborados entre los que destacan un par de fragmentos atribuidos al taller de Clítias. Ya antes habían aparecido algunas piezas de origen rodio, samio o eolio. No faltan ahora las ánforas procedentes de Quíos, Corinto, Samos, o la misma Atenas, contenedores seguramente de aceites y vinos de calidad. Todas estas piezas griegas, con un total de unos dos mil fragmentos hallados, apenas suponen, sin embargo, un 3% del total de la cerámica encontrada, tanto importada como de fábrica local, por lo que su presencia sugiere un comercio restringido a grupos y sectores sociales muy específicos y reducidos y confirma las noticias de Herodoto a tal respecto.<br /><br /><div style="text-align: center;"><span style="font-weight: bold;">BIBLIOGRAFIA<br /><br /></span></div>ALVAR, J. y BLAZQUEZ, J. M. (eds) <span style="font-style: italic;">Los enigmas de Tarteso</span>, Madrid, 1993 (Cátedra)<br /><br />AUBET, Mª E. (coord.) <span style="font-style: italic;">Tartessos. Arqueología protohistórica del Bajo Guadalquivir</span>, Sabadell, 1988 (AUSA)<br /><br />- "La aristocracia tartésica durante el periodo orientalizante", <span style="font-style: italic;">Opus</span>, 3, 1984, pp. 445-468.<br /><br />BELEN, M. y ESCACENA, J.L. "Las comunidades prerromanas de Andalucía occidental": <span style="font-style: italic;">Paleoetnología de la Península Ibérica</span> (Complutum, 2-3), Madrid, 1992, pp. 65-87.<br /><br />BISI, A.M. "Elementi orientali e orientalizzanti nell'artigianato tartessio": <span style="font-style: italic;">Rivista di Studi Fenici</span>, VIII, 2, p1980p. 225-235.<br /><br />CARRIAZO, J.M. <span style="font-style: italic;">El tesoro y las primeras excavaciones en el Carambolo,</span> Madrid, 1970 (Excavaciones arqueológicas de España 68)<br /><br />FERNANDEZ-MIRANDA, M. "Les Phéniciens en Occident et la réalité tartessique": <span style="font-style: italic;">I Fenici: ieri oggi domani</span>, Roma, 1995, pp. 395-407.<br /><br />GARRIDO, J,P. "Presencia fenicia en el área atlántica andaluza: la necrópolis orientalizante de La Joya": <span style="font-style: italic;">I Congresso Internazionale di Studi Fenici e Punici</span>, Vol. 3, Roma, 1983, pp. 857-863.<br /><br />HARRISON, R.J. <span style="font-style: italic;">España en los albores de la historia,</span> Madrid, 1989 (Nerea)<br /><br />MALUQUER, J.M. <span style="font-style: italic;">La civilización de Tartessos</span>, Granada, 1985 (EAU)<br /><br />OLMOS, R. "Los griegos en Tartessos: replanteamiento arqueológico-histórico del problema": <span style="font-style: italic;">Homenaje a L. Siret,</span> Sevilla, 1986pp. 584-600.<br /><br />PELLICER, M. "Yacimientos orientalizantes del Bajo Guadalquivir": <span style="font-style: italic;">I Congresso Internazionale di Studi Fenici e Punici</span>, vol. 3, Roma, 1983, pp. 825-836.<br /><br />PLACIDO, D., ALVAR, J y WAGNER, C.G. <span style="font-style: italic;">La formación de los Estados en el Mediterráneo Occidental,</span> Madrid, 1991 (Crítica)<br /><br />RUIZ MATA, D. "Tartessos": <span style="font-style: italic;">Historia de España</span> (A. Domínguez Ortiz, dir.) vol. 1:De la Prehistoria a la conquista romana, Barcelona, 1990, pp. 379-429.<br /><br />VV AA Tartessos, <span style="font-style: italic;">Revista de Arqueología</span>, ext. nª 1, 1980<br /><br />VV AA <span style="font-style: italic;">La cultura tartésica en Extremadura</span>, Mérida, 1991<br /><br />WAGNER, C.G. "Aproximación al proceso histórico de Tartessos": <span style="font-style: italic;">Archivo Español de Arqueología</span>, 56, 1983, pp. 3-36.<br /><br />- "Tartessos y las tradiciones literarias": <span style="font-style: italic;">Rivista di Studi Fenici</span>, XIV, 2, 1986, pp. 201-228.<br /><br />- Fenicios y autóctonos en Tartessos": <span style="font-style: italic;">Trabajos de Prehistoria</span>, 52, 1, 1995, pp. 109-126.<br /> <br /><br /></div>Carlos G. Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2419571850545814482.post-66210090889244235192008-01-24T20:44:00.001+01:002008-03-24T22:56:56.687+01:00La expansión colonial griega<div style="text-align: justify;"><span style="font-weight: bold;">Los pioneros eubeos.</span><br /> Los hallazgos de objetos traídos por los fenicios en Atenas y la vecina isla de Eubea nos sitúan en el contexto en el que algunas poblaciones griegas emprendedoras retoman la iniciativa de los viajes marítimos, con fines, ahora, esencialmente comerciales. Un poco antes del 800 a. C. los eubeos, animados seguramente por su experiencia de contactos previos con los fenicios, comenzaron a navegar hacia las costas de Siria, estableciéndose en pequeños grupos en sitios como Al Mina, junto a la desembocadura del Orontes y frecuentado por otros comerciantes orientales, o Tell Sukas, que al parecer ya había sido visitado por los micénicos.<br /><br />Si hemos de hacer caso de la interpretación que de ciertos mitos y topónimos hacen algunos especialistas, habrían navegado también hacia Occidente, alcanzado las Columnas de Heracles (el Estrecho de Gibraltar), aunque los testimonios arqueológicos son aquí inexistentes. En cualquier caso, hacia el 775 a. C. los eubeos se establecieron en Pitecusa, a la que también acuden fenicios, en la isla de Isquia, frente a la costa occidental del sur de Italia. La búsqueda de metales, escasos en la propia Grecia, y de lujosas manufacturas para consumo de las aristocracias griegas del incipiente arcaísmo, parecen haber constituido el móvil más plausible de estas navegaciones.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">Primera expansión colonial.</span><br /> La colonización, que se inicia con la fundación de Cumas por los eubeos, constituye uno de los rasgos más característicos del arcaísmo griego y se integra en la construcción y consolidación de la polis como marco de convivencia ideológico, político, económico y social, prolongándose además en el tiempo. Hacia el 750 a. C se funda Cumas en la costa de Italia frente a Pitecusa. La ciudad sustituye al pequeño asentamiento comercial al tiempo que cambia su emplazamiento por otro más adecuado para los nuevos propósitos. La época de las esporádicas navegaciones precoloniales, protagonizadas por los aristócratas en busca, como los antiguos héroes, de aventuras y prestigio (que no obstante no son incompatibles con los beneficios proporcionados por un comercio de este tipo) llega a su fin. A partir de ahora un primer periodo de fundaciones escalonado durante casi un siglo, hasta el 675 a. C. aproximadamente, conocerá la aparición de nuevos asentamientos coloniales protagonizados por los eubeos de Calcis, los megarenses, los corintios y, en menor medida, por los espartanos y otras poblaciones.<br /><br />En el 734, los calcidios fundaban Naxos, en Sicilia, en el estrecho de Mesina. Poco después los megarenses se asentaban en Mégara Hyblea y los corintios fundaban Siracusa, en la parte oriental de la isla. Estas colonias darían lugar a su vez a otras fundaciones. Los de Naxos, debido a su exigua territorio, se establecieron en Leontinos y Catania, en la rica llanura del Simeto, y en Zancle, sobre el estrecho de Mesina, que fundaría más tarde Rhegion en la vertiente italiana.<br /><br /> Hacia el 720 a. C. se inició la colonización de la costa del golfo de Tarento por griegos del Peloponeso. Los de Acaya fundaron Síbaris y Crotona, mientras que los espartanos levantaron Tarento en el lugar mas bello de la costa. Los locrios fundaron Locres, esta vez en la parte occidental de la punta de la bota italiana. Gentes de Colofón, la única de las ciudades del Asia Menor que se interesaba por aquel entonces en la colonización, se asentaron en Siris, en la parte más profunda del golfo. Como antes, estas colonias establecieron a su vez otras nuevas. Desde Sibaris se fundaron Metaponto, no lejos de Siris, y Poseidonia, en la Lucania. Crotona fundó Caulonia, a unos 60 km de Locres. Hacia el 675 a. C. los asentamientos coloniales griegos bordeaban todo el golfo y el sur de Italia se había convertido en una nueva Hélade, la Magna Grecia, como la conoceremos desde ahora.<br /><br /> Mientras tanto, rodios y cretenses se habían instalado en Gela, en la costa meridional de Sicilia, Siracusa fundó tres pequeñas colonias, Acras, Casmenas y Camarina, en suroeste de Sicilia. Algo después, hacia mediados del siglo VII a. C., Megara Hyblea colonizó Selinunte, en la parte occidental de Sicilia, que ya contaba con asentamientos fenicios, y Zancle fundó Himera en la costa norte de la isla. Tiempo después, hacia el 580 a. C., habitantes de Gela emigraron hacia Agrigento y un grupo de cnidios y rodios colonizaban las islas Lípari.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">Segunda expansión colonial.</span><br /> Hacia el 675 la colonización comienza a extenderse, en el N. del Egeo, hacia las costas de Macedonia y Tracia y la entrada del Mar Negro, pero también hacia el Sur, en dirección a Egipto y la Cirenaica, y hacia el Oeste, alcanzando Córcega y las costas del sur de Francia y Cataluña, al tiempo que el origen de los colonos se diversifica.<br /><br />Helesponto, Propóntide y Bósforo. Los eubeos se distinguieron, una vez más, en la colonización de las islas y promontorios del N. del Egeo, a lo largo de las costas de Macedonia y Tracia, hasta el punto que la península principal tomará el nombre de Calcídica. Los eretrios, expulsados por los corintios de Corcira, fundaron Metone. La entrada al Mar Negro fue colonizada a partir de comienzos del siglo VII a. C., en especial desde Mégara, aunque Mileto se atribuye la fundación anterior de Cícico en la Propóntide y de Sínope en la costa meridional del Ponto. A mediados del siglo VII a. C. Paros mandará colonos a Tasos, lugar antiguamente frecuentado por los fenicios, Corinto funda Potidea y los megarenses se establecen en Selimbria, Calcedonia y Bizancio, junto a la entrada del Bósforo. Pero serán los milesios quienes prácticamente monopolicen la fundación de colonias en el Mar Negro, entre las que destacan Abidos, Apolonia Póntica, Borístenes, Panticapea, Olbia, Istria y Tanais, todas ellas durante el siglo VII a. C.<br /><br />N. de Africa, Mediterráneo central y Occidente. Colonos procedentes de Tera fundaron Cirene, en la costa del N. de Africa, hacia el 632 a. C. y desde allí, algunos asentamientos menores que les aseguraron el control de la región. Hacia el 600 a. C. gentes de la ciudad de Focea que se habían echado a la mar ante el avance de los persas, establecieron algunos grupos de población en Alalia (Córcega) y en Olbia, (Cerdeña) y fundaron Massalia, en las costas provenzales y Emporion en las de Cataluña. También en las costas del Adriático se establecieron algunas colonias.<br /><br />En el último cuarto del siglo VI a. C. colonos de Corinto y de Corcira fundaron allí Epidamno y Apolonia. Massalia, por su parte, fundaría Nicaea y Antípolis. Rhode, al otro lado del golfo de Rosas, habría sido una fundación de los ampuritanos ya en el siglo V a. C., según los testimonios arqueológicos, si bien en la Antigüedad, los rodios reclamaron su fundación a la que situaban mucho más atrás en el tiempo. Otras colonias focenses (o masaliotas) recordadas por los antiguos griegos sobre las costas mediterráneas españolas fueron Hemersocopión (¿Denia?) y Mainake, cerca de Málaga, ciudad ésta de origen fenicio, pero la arqueología no ha podido aún corroborarlo.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">Apoikias.</span><br /> Los griegos concibieron la colonización como una emigración, de ahí el término que utilizaban para referirse a la colonia, apoikia, literalmente establecer un hogar (<span style="font-style: italic;">oikos</span>) en un lugar lejano. Una emigración que trascendía el ámbito puramente individual y que tenía una finalidad política, como era la de constituir una nueva ciudad allende los mares. Las causas que les impulsaron a marchar, económicas unas veces, políticas y sociales otras, tuvieron mucho que ver en ello y se insertan en el proceso de formación y consolidación de las ciudades griegas del arcaísmo. Se trataba, a menudo, de un abandono involuntario de su ciudad de origen, que proporcionaba todos los medios necesarios para la expedición, barcos, provisiones, y el fuego sagrado de Hestia custodiado en el Pritaneo.<br /><br />Cuando no se trataba de exiliados por motivos políticos o militares, quienes debían marchar eran elegidos mediante sorteo, víctimas de las muchas vicisitudes que azotaron por aquel entonces a muchas ciudades griegas, pero principalmente campesinos endeudados y faltos de tierra. En ocasiones, como les ocurrió a los fundadores de Cirene o a los de Metone, se impedía violentamente el retorno de los colonos, pues una vez que éstos habían partido se rompían los lazos con su comunidad, que se desentendía de ellos. Así se explica que las colonias, una vez establecidas, preservaran ciertos vínculos, sobre todo de lengua y religión, con la metrópolis, pero fueran absolutamente independientes en su vida política y económica. Aún así, se originaban vínculos inmateriales entre la colonia y la metrópolis, dando lugar frecuentemente a relaciones de amistad, alianzas militares, y derechos compartidos, como la posibilidad de realizar matrimonios legítimos entre los ciudadanos de ambas o la doble ciudadanía, aunque tampoco faltaron los casos contrarios que daban lugar a un enfrentamiento.<br /><br /> En las colonias, los recién llegados no sólo precisaban tierras en donde instalarse sino también mujeres, ya que casi siempre la expedición estaba exclusivamente compuesta por varones. Su adquisición no siempre se produjo de forma pacífica, pero tampoco cabe generalizar, como si los griegos se hubieron comportado siempre como brutales conquistadores. De hecho, conservamos numerosos testimonios que nos muestran a los recién llegados colonos estableciendo pactos de muy diversa índole, incluidos los matrimoniales, con la población local o sus representantes.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">Emporios.</span><br /> El emporio constituía otro tipo distinto de asentamiento. Su interés principal no era la adquisición de tierras, sino el comercio. Un comercio regularizado, más allá de las navegaciones y aventuras precoloniales de algunos aristócratas, que exigía instalaciones fijas, almacenes, lugares seguros de atracada, y garantías de libre acceso así como protección, física, jurídica y económica para los comerciantes. Algunas veces el emporio podía preceder, desde su situación insular originaria, al establecimiento de una colonia en tierra firme, como es el caso de Emporion (Ampurias) o de la misma Pitecusa respecto a Cumas. En otras ocasiones un grupo de mercaderes griegos se establecía en un lugar ya habitado y frecuentado por comerciantes de otras procedencias, como en Al Mina o en Tartessos, en el sur de España, aunque también podía ser, desde su origen, un asentamiento exclusivamente griego, como Naucratis en Egipto. En todos los casos se contaba con la colaboración amistosa, cuando no con la protección, de la población autóctona, lo que no siempre ocurría en las colonias tipo apoikia.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">El <span style="font-style: italic;">oikistes.</span> </span><br /> La expedición, organizada por la metrópolis, estaba al mando del oikistes, que frecuentemente era nombrado por la metrópolis, aunque también podía ser elegido por los propios colonos. Era él quién dirigía la expedición, encargándose de conducirla a su emplazamiento definitivo, después de haber recibido el fuego sagrado de manos de las autoridades de la ciudad y la sanción religiosa que recaía en el santuario de Apolo en Delfos. Era también el encargado, una vez en el lugar de destino, de elegir el emplazamiento y delimitar el espacio y el territorio de la futura ciudad, así como de repartir las tierras entre los miembros de la expedición, garantizando una asignación equitativa a cada uno de ellos, y de dictar las leyes por las que habrían de regirse o, en su caso, proceder a la adopción de las existentes en alguna otra ciudad, habitualmente en la de origen. La importancia del oikistes como fundador de una nueva ciudad ha hecho que muchos de sus nombres se conserven hasta nosotros. En la misma colonia, la preservación de su memoria quedaba asegurada por medio de un culto heroico celebrado en torno a su tumba, por medio del cual seguiría vivo el recuerdo de su origen. <br /><br /><span style="font-weight: bold;">Delfos.</span><br /> El paso del tiempo y la costumbre convirtieron la consulta al oráculo de Apolo en Delfos en un requisito imprescindible antes de emprender la fundación de una colonia. En caso contrario, la amenaza del fracaso se cernía ineludible sobre los infractores de esta norma. Su situación, cercana a Corinto que mantenía por aquel entonces un activo comercio en ultramar, y su frecuentación por los fundadores, sobre todo para expresar su gratitud tras el éxito de la aventura emprendida, acabaron por convertirlo en un lugar que guardaba mucha información que podía resultar útil para futuras empresas.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;"><span style="font-weight: bold;">BIBLIOGRAFÍA.</span><br /><br /></div>BLAZQUEZ, J.M., "Los griegos en la Península Ibérica. Siglos VII-V a.C. Analogías con la colonización griega en el Mar Negro. Cólquida", <span style="font-style: italic;">Homenaje a García y Bellido</span>, 5, Madrid, 1988, pp. 9-18.<br /><br />BOARDMAN, J. , Los griegos en ultramar, Madrid, 1975 (Alianza Editorial).<br /><br />CABRERA BONET, P. y SANCHEZ FERNANDEZ, C. (eds.) 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Towards a revaluation of the archaeological record from Spain", La Magna Grecia e il lontano Occidente, Atti del XXIX Convegno di Studi sulla Magna Grecia, Tarento, 1990, pp. 29-53.<br /><br />ROUILLARD, P., "Les colonies grecques de la Péninsule Ibérique: leur mode de fonctionnement et leur role", I Congreso Peninsular de Historia Antigua, vol. II, Santiago de Compostela, 1988, pp. 111-117.<br /><br />RUIZ DE ARBULO, J., "Emporion y Rhode. Dos asentamientos portuarios en el Golfo de Roses", Arqueología Espacial, 4, Teruel, 1984, pp. 115-140.<br /><br />SANTOS YANGUAS, N., La colonización griega: comercio y colonización de los griegos, Madrid, 1979 (Akal)<br /><br />SHEFTON, B.B., "Greeks and Greek Imports in the South of the Iberian Peninsula. The Archaeological Evidence". Phönizier im Westen. Madrider Beiträge, 8, 1982, pp. 337-370.<br /><br /></div>Carlos G. Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2419571850545814482.post-67414029692765540202008-01-22T23:43:00.004+01:002008-03-22T19:11:30.403+01:00Colonización, aculturación, asimilación y mundo funerario<div style="text-align: justify;"><span class="titulo"><span style="font-weight: bold;">Publicado originalmente en: </span><br /><a href="http://dialnet.unirioja.es/servlet/libro?codigo=7619">El mundo funerario: actas del III Seminario Internacional sobre Temas Fenicios, Guadamar del Segura, 3 a 5 de mayo de 2002 : homenaje al prof. D. Manuel Pellicer Catalán</a></span> / <abbr title="Coordinador de la elaboración de un artículo o publicación">coord.</abbr> por <a href="http://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=109815" rel="nofollow">Alfredo González Prats</a>, 2005, <acronym title="International Standard Book Number" lang="en">ISBN</acronym> 84-7784-459-3, <abbr title="páginas">pags.</abbr> 267-298.<br /><br />En la complejidad totalizadora de la realidad histórica, conviene tener presente el problema de precisión y distinción entre las transformaciones que derivan del mundo estrictamente social y las que se refieren principalmente al ámbito cultural. Las transformaciones sociales aparecen en principio más evidentes, siendo más complicada la captación de aquellas transformaciones que afectan al mundo de las manifestaciones culturales. Seguramente ello está en relación con la complejidad y la dificultad real con que se producen las transformaciones en el campo de las ideas y creencias de quienes experimentan los cambios, cuando, por el contrario, se han operado de modo flexible o forzado aquellos que afectan a las estructuras sociales. (Wagner, Plácido y Alvar: 1996, 141 ss).<br /><br /><span style="font-weight: bold;">Algunas consideraciones sobre cambio cultural, aculturación y asimilación.</span><br />Por supuesto, estamos hablando del cambio cultural. Se llama así a las modificaciones en los elementos y modelos de un sistema cultural dado que implica alteraciones en ideas y creencias en torno a como podrían ser hechas las cosas o a valores y normas acerca de como debieran ser hechas las cosas. Es preciso distinguirlo, por tanto, del cambio social que entraña modificaciones en la estructura de las relaciones sociales, es decir, en los cometidos y funciones sociales y en sus interrelaciones, así como en las que existen entre los grupos o instituciones (Wagner: 2001, 42). Una parte importante de la investigación considera que los cambios culturales se relacionan estrechamente con los sociales, a los que pueden preceder o de los que pueden ser desencadenantes. Es esta una afirmación que, no obstante, necesita una serie de matizaciones. En principio, la consecuencia más probable de cualquier innovación es una retroalimentación, o espiral de interacciones negativa que no altera el sistema socio-cultural en que se produce (Harris: 1982, 88). Aún así, cierto tipo de cambios infraestructurales, que afectan a la tecnología, la demografía o la ecología, y estructurales, que inciden sobre las formas y cometidos sociales o sobre la economía, en vez de resultar amortiguados tienden a propagarse y amplificarse, dando por resultado una retroalimentación positiva que puede llegar a alcanzar los niveles superestructurales, produciendo una modificación de las características fundamentales del sistema socio-cultural. Así, el cambio cultural resulta más probable si lo modificado por medio de la influencia o el impacto externo constituye un aspecto crucial de la estructura o la infraestructura que si atañe, exclusivamente, al nivel superestructural (Wagner, Plácido y Alvar: 1996, 142).<br /><br />En este contexto, el término aculturación define específicamente los procesos y acontecimientos que provienen de la conjunción de dos o más culturas, separadas y autónomas en principio. Los resultados de esta comunicación intercultural son de dos tipos. Un proceso básico es la difusión o transferencia de elementos culturales de una sociedad a otra, acompañada invariablemente de cierto grado de reinterpretación y cambio en los elementos. Además, la situación de contacto puede estimular en general la innovación en cuanto a ideas, prácticas, técnicas y cometidos. En este sentido, la aculturación puede implicar un proceso activo, creativo y de construcción cultural. Sin embargo, es frecuente que la adquisición de nuevos elementos culturales tenga consecuencias disfuncionales o desintegradoras, lo cual se produce especialmente en situaciones de aculturación rígida o forzada (Wachtel: 1978, 154; Burke: 1987, 127), en las que un grupo ejerce dominio sobre otro y por fuerza orienta las peculiaridades de la cultura subordinada en direcciones que el grupo dominante considera deseables. En tales circunstancias, cuando los miembros de un grupo subordinado perciben que la situación de contacto es una amenaza para la persistencia de su cultura, pueden intentar librarse del mismo o erigir barreras sociales que retrasen el cambio (Wagner: 2001, 49 ss).<br /><br />La aculturación larga y continuada puede terminar en la fusión de dos culturas previamente autónomas, en especial cuando ocupan un mismo territorio. El resultado en este caso es el desarrollo de un sistema cultural completamente nuevo. Sin embargo, no siempre ocurre así. Por el contrario, algunas veces varias culturas se atienen a un acomodo mutuo en un área, quizá en una relación asimétrica que les permite persistir respectivamente en su línea distintiva, como parece ser el caso de púnicos e iberos en la necrópolis de Villaricos (Chapa: 1997). Es lo que se ha denominado "indiferencia cultural recíproca" o de un modo más técnico "pluralismo estabilizado". En otras ocasiones, los representantes de una cultura pueden llegar a identificarse con el otro sistema, a costa de un gran cambio en sus valores internos y visión del mundo; si son plenamente aceptados el resultado es la asimilación. Con este último término entendemos una forma específica de actuar en la política social, ya que representa uno de los modos en que una comunidad huésped puede decidir comportarse con respecto a individuos y grupos que le son cultural, lingüística y socialmente ajenos. Puede seguirse una política de asimilación cuando individuos o grupos extraños penetran, activa o pasivamente, en el marco socio territorial de una sociedad huésped, como ocurre con las mujeres autóctonas que se desposan con los colonizadores, pero hay otros modos de vérselas con los extraños: pueden ser rechazados, establecidos en enclaves culturales separados, sometidos a una política de aculturación forzada pero jamás asimilados, pueden ser esclavizados o insertos en un grupo de rango inferior (Wagner: 2001, 43).<br /><br />La asimilación es, por su parte, un proceso dinámico que implica necesariamente cierta medida de contacto aculturativo; sin embargo el contacto cultural no es de por sí suficiente para causar la asimilación de los extraños. Por otra parte, el contacto intercultural se percibe como una realidad cada vez más poliédrica. Frente a la imagen tradicional de un préstamo mecánico, directo y homogéneo de los colonizadores sobre los indígenas, se consolida la idea de una reciprocidad no fácilmente definida y, sobre todo, la desigualdad del impacto cultural (Alvar: 1990; Wagner: 1995, 120 ss). En contraste con la aculturación, la asimilación opera casi siempre en sentido único: una parte o la totalidad de una comunidad se incorpora a otra. Por el contrario, aquellas otras situaciones en que representantes de diversas sociedades se reúnen para formar una tercera comunidad, enteramente nueva e independiente, se explican mejor según el modelo de etnogénesis. Además, la asimilación no constituye un fenómeno del todo o nada, no representa disyuntiva alguna, sino un conjunto variable de procesos concretos, los cuales implican generalmente la resocialización y reculturación de individuos o grupos socializados originalmente en una comunidad determinada, que alteran su status y transforman su identidad social en medida suficiente para que se les acepte plenamente como miembros de una comunidad nueva en la que se integran, lo que, por ejemplo, sucede en Cartago con algunas personas de origen egipcio y griego según prueban los testimonios epigráficos procedentes del tofet (Fantar: 1993, 173). Lo que significa que pueden coexistir un política deliberada de asimilación hacia determinados individuos o grupos con otras actitudes contrarias, como la segregación, respecto a otros (Wagner: 2001, 44). Tal es lo que pudo haber ocurrido en muchos casos respecto a la población que habitaba los territorios donde se llegaron a establecer los asentamientos de los colonos fenicios, según sugieren los indicios arqueológicos de que disponemos (vid. infra p. 5).<br /><br />También, como se ha dicho, la aculturación puede obrar destructivamente en muchas ocasiones, sobre todo cuando forma parte de un sistema de explotación colonial, dando lugar entonces a fenómenos de rechazo y supervivencia cultural conocidos como contra-aculturación, que se pueden manifestar de muy diversas formas, y a la desestructuración de la formación social que recibe el impacto de los elementos culturales externos (Alvar: 1990, 23 ss), consecuencia muchas veces de una aculturación forzada como alternativa a la asimilación. En tales consideraciones se fundamenta la crítica al carácter supuestamente positivo de la aculturación y a las consecuencias beneficiosas de las relaciones de intercambio cultural. Por consiguiente, los resultados de la interacción cultural son muy diversos y no dependen sólo, ni aún de forma predominante, de la iniciativa y la actividad de los agentes externos de la aculturación, como los comerciantes y colonizadores, sino que en gran medida se deben también a la actitud de quienes reciben el impacto cultural externo, y que no debemos considerar como meramente pasiva. La asimilación, como una de las consecuencias posibles del contacto cultural, no sólo dependerá de la política empleada a este respecto por los colonizadores, sino también de la actitud de los autóctonos hacia ella.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">Las formas y el carácter del contacto cultural en el ámbito de la interacción colonial.</span><br />Aunque poseemos algunas noticias de violencia en el marco de la presencia colonial fenicia, los intentos realizados para interpretarlas no siempre han resultado satisfactorios. Durante mucho tiempo se pensó en términos de "coexistencia" para caracterizar las relaciones coloniales establecidas por los griegos y de "dominación" e "imperialismo" las de los fenicios y púnicos. Pasada aquella "helenofília", la "fenicofobia" subyacente fue sustituida por una "fenicofília" igual de exagerada. Parece cierto que la conquista no fue el método principal empleado por los fenicios, ni siquiera por los cartagineses (Whittaker: 1978, 64 ss; Wagner: 1989, 149 ss cfr: López Castro: 1991a y 1991b), pero ello no implica la ausencia de violencia en el contexto colonial. No es preciso que exista conquista para que se de la dominación y la explotación, por el contrario ambas se encuentran también presentes en los sistemas de colonización "pacífica", allí donde la violencia no ha sido el instrumento principal empleado por los colonizadores, así como en las relaciones comerciales. Las fortificaciones sobre el litoral norteafricano próximo a Cartago y en la zona de influencia de las ciudades púnicas (Tharros, Sulcis, Caralis) de Cerdeña revelan estrictos objetivos de control territorial y acceso a los recursos del interior (Gómez Bellard: 1990, 52) que dejan planteada la cuestión del comportamiento frente a las gentes autóctonas que las habitaban, que de forma bastante acrítica se suele considerar como "bueno" o "pacífico", así como su estatuto en el seno de las relaciones que se establecen en el marco colonial.<br /><br />Es ésta una cuestión de gran importancia, dado el alcance de aquellas interpretaciones que defienden la "coexistencia" más o menos pacífica en el contexto de las relaciones coloniales. No obstante, el término "coexistencia" no dice nada por sí mismo, si no es acompañado de un significado social que lo llene de contenido (Morel: 1984, 126). La cuestión de la violencia en los contactos interculturales es particularmente compleja, ya que por violencia no debe entenderse tan sólo la mera agresión física que se ejerce de forma más o menos directa sobre las personas o las cosas. De hecho la agresión puede revestir modos mucho más sutiles e incluso inintencionados. Baste pensar en los casos que implican, por ejemplo, la transformación por el grupo culturalmente extraño del espacio y el paisaje cultural y sagrado local, o la violación, que puede ser o no deliberada, de un determinado tabú o de una regla especifica de conducta. En todos estos casos, el grupo cultural afectado percibe una agresión por parte de los miembros de la cultura externa. El contacto violento será, por consiguiente, aquel que implica cualquier forma de agresión externa sobre la cultura local, dejando a un margen la cuestión de la intencionalidad concreta. Esta agresión puede manifestarse en el plano demográfico (eliminación directa o indirecta de las personas), ambiental (destrucción o modificación de paisajes locales), cultural (violación de tabúes, espacios sagrados, normas de conducta, etc), económico (destrucción o apropiación de fuentes de recursos locales), social (eliminación o alteración de las pautas y relaciones sociales y de las formas de integración y cohesión social propias), conductual (introducción de normas de conducta perversas o modificación indeseada de las existentes) o biológica (introducción de enfermedades) .<br /><br />En la Península Ibérica, en Toscanos y otros lugares de la colonización fenicia arcaica hay datos arqueológicos -cerámicas a mano de tradición autóctona , el muro fortificación de Cerro Alarcón- que permiten suponer un primer momento de "coexistencia" que luego es reemplazada por la expulsión, ¿o quizás la asimilación? de los autóctonos (Whittaker: 1974, 71 ss; Martín Ruiz: 1995-6; cfr: Jiménez Flores: 1996, 161 ss). Otro tanto cabe decir de Lixus, sobre la costa atlántica de Marruecos, donde la cerámica a mano con formas propias del Bronce Final tardío del sur de la Península Ibérica presenta un alto porcentaje en los niveles de la primera mitad del siglo VIII a. C. para disminuir en momentos posteriores (López Pardo: 2002, 6 ss).<br />Conflictos entre Gadir y sus vecinos, cuyo significado exacto aún desconocemos, han encontrado eco en las fuentes. Por otra parte, hay diversos posibles indicios de una presencia fenicia en el seno de comunidades autóctonas. Así, la iconografía orientalizante de las cerámicas policromas de Montemolín (Marchena, Sevilla) es considerada propia de individuos que, pese a su ascendencia foránea, llevan viviendo largo tiempo en la Península. Quizá, incluso, se trate de una segunda generación, nacida ya en Occidente, pero que no tienen relación necesaria con los habitantes de las colonias y asentamientos costeros, ni del propio Gadir (Chaves y De la Bandera: 1993, 71 ss). Cabe resaltar que en el mencionado yacimiento las excavaciones han puesto a la luz la existencia de plantas de edificios que tienen su origen en Siria y Fenicia, con gran desarrollo en los siglos VIII-VII a. C, y que por el momento no han sido detectados en los asentamientos coloniales de las costas de nuestra Península (Chaves y De la Bandera: 1991). Un análisis minucioso del registro arqueológico y el estudio faunístico han permitido identificar uno de ellos como pieza clave de un centro sacrificial (De la Bandera, ea: 1995).<br /><br />Hallazgos recientes en Carmona, como el recinto ceremonial excavado en el solar de la casa-palacio del Marqués de Saltillo, ubicado en el barrio más cercano a la necrópolis de la Cruz del Negro (Belén: 1994, 2000, 303 ss y 2001, 8 ss), sugiere, por la riqueza y profunda simbología de sus materiales, la presencia de una comunidad oriental afincada en el lugar (Belén y Escacena: 1995, 86 y 91 ss; 1998). Por otra parte, si en el Carambolo existió realmente un santuario de Astarté, como en ocasiones se ha defendido (Blázquez, Alvar y Wagner: 1999: 388 ss.), "no parece muy razonable sostener, por muy indígenas que puedan ser otros materiales arqueológicos desprovistos de tanta carga simbólica hallados en el yacimiento, que dicho recinto sagrado sea fiel reflejo de las prácticas religiosas de la comunidad aborigen. El Carambolo recibe precisamente su nombre del hecho de ser uno de los promontorios mas elevados de la cornisa oriental del Aljarafe, y desde luego el más cercano a Sevilla de dicho otero, en línea recta hacia poniente. Así que, si esta última ciudad es una fundación fenicia como quiere la leyenda y sugiere el propio topónimo Spal (Díaz Tejera: 1982, 20; cfr: Lipinski: 1984, 100), no debería extrañarnos la presencia de un santuario oriental en sus inmediaciones" (Belén y Escacena: 1995, 86). Parece, por tanto, que podría tratarse de dos establecimientos complementarios y de fundación coetánea promovida por los fenicios hacia mediados del siglo VIII a. C., según una revisión reciente de algunos de los materiales ya conocidos, en un lugar que entonces se encontraba muy próximo a la costa (Arteaga, Schulz y Roos: 1995).<br /><br />Intervenciones arqueológicas recientes en el Cerro de San Juan en Coria del Río (Sevilla) han sacado a la luz sectores de un santuario y viviendas adyacientes que formarían parte de un barrio fenicio ubicado en la Caura tartésica, por aquel entonces situada junto a la paleodesembocadura del Guadalquivir (Escacena e Izquierdo: 2001; Escacena: 2002). Por otra parte, la fundación del más antiguo santuario de Cancho Roano (Zalamea de la Serena, Badajoz) sobre una construcción ovalada que se encontró en los niveles más bajos del yacimiento, siguiendo una pauta que conocemos en otros lugares, como El Carambolo, Mesa de Setefilla o Montemolín, responde a un estímulo exterior (Celestino Pérez: 2000, 147; 2001, 36) que, sin embargo, no parece que haya sido protagonizado por gentes tartésicas, habida cuenta de la lentitud con que se incorporan las innovaciones arquitectónicas y urbanísticas en el mundo orientalizante y el escaso alcance de la aculturación religiosa (vid. infra p. 8), lo que sugiere, de nuevo, una presencia fenicia, que ya había sido sospechada por otros investigadores dadas las carácterísticas del edificio y sus materiales arqueológicos (López Pardo: 1990; López Domech: 1999, 65). Ahora bien, “en el análisis del funcionamiento económico de los santuarios caben perspectivas muy diferentes. Su papel como reguladores o agentes económicos ha sido ya destacado; pero no menos intresante es su importancia como centros organizadores de ocupación territorial...”(Alvar: 1999, 12).<br /><br />La presencia estable de gentes fenicias en el asentamiento de La Peña Negra en la Sierra de Crevillente sugiere, asimismo, la instalación de una factoría dependiente de la colonia litoral de La Fonteta (Guardamar de Segura, Alicante) y ha sido igualmente documentada por la investigación arqueológica (González Prats: 1983; 1986 y 1993). Una situación similar se puede percibir en Tejada la Vieja (Huelva) con la aparición de construcciones con zócalo de piedra y planta rectangular y un urbanismo planificado en torno a calles de trazado rectilíneo (Fernandez Jurado y García Sanz: 2001, 166 ss.) que parecen responder al asentamiento de población fenicia en el lugar a partir de finales del siglo VII a. C. (Wagner: 1993, 21; 1995, 113 y 2000, 333; cfr: Díes Cusí: 2001, 100). Otro tanto puede decirse respecto de Cástulo (Linares, Jaén) aunque aquí, como en Montemolín, la aparición de las construcciones “fenicias” es más temprana, produciéndose ya en la segunda mitad del siglo VIII a. C. (Díes Cusí: 2001, 103 ss). Por último, una inscripción funeraria en carácteres cursivos fenicios sobre una lámina de oro con figuración egipcia, perteneciente a un varón y procedente de Moraleda de Zafayona (Granada) vuelve a sugerir la presencia semita en el interior (Ruiz Cabrero: 2002).<br /><br />Así pues, tanto la formación de comunidades mixtas como los fenómenos de mestizaje debieron de ser habituales en los asentamientos autóctonos como Mesas de Asta, Carmona, Montemolín o la misma Cástulo (Fernández-Miranda: 1995, 405), como lo eran también en la costa. En este último lugar, famoso también por su santuario oriental ((Blázquez y García-Gelabert: 1987) se han detectado posibles testimonios de mestizaje, así como un ritual funerario de tradición semita patente en la selección de los objetos del ajuar con funciones específicas en ceremonias de libación, combustión de esencias y ofrendas (De la Bandera y Ferrer: 1995), que también aparece en muchos enterramientos de las necrópolis orientalizantes.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">El alcance del cambio cultural en las poblaciones autóctonas.</span><br />Se ha señalado en ocasiones el carácter selectivo y poco profundo de la aculturación "orientalizante" de estímulo fenicio en Tartessos (Aubet: 1978-9, 99 y 106; Wagner: 1983, 18 ss; 1986a; Belén y Escacena: 1995) donde el "orientalizante" parece un fenómeno que afecta sobre todo a las élites locales. El conocimiento y uso del alfabeto, la metalurgia avanzada que incluía la tecnología del hierro, la fabricación del vidrio, el torno de alfarero, diversas técnicas y manifestaciones arquitectónicas, así como el acceso a creencias y prácticas religiosas de origen oriental, y una mayor prosperidad económica consecuencia de la incorporación a los circuitos de intercambio mediterráneos, suelen considerarse los rasgos más significativos de esta aculturación “orientalizante“ (Blázquez: 1991, 35 ss). Ahora bien, si la aculturación de las elites locales no implicaba necesariamente, como parece, la del resto de la población (Tsirkin: 1981, 417 ss), que en general se mostró poco proclive al cambio cultural, es preciso considerar, por otra parte, el "orientalizante" como un proceso histórico de cambio, de transformación de las relaciones sociales al tiempo que de la tecnología, que afectó a toda la formación social tartésica y no sólo a sus élites (Carrilero: 1993, 171), lo que pone de manifiesto la complejidad de la dinámica responsable del acontecer histórico y subraya el carácter no pasivo de las poblaciones "aculturadas" en tal proceso. Por ello mismo el carácter "aculturador" del "orientalizante" se relativiza mucho, mientras adquieren significación otros fenómenos que son de índole más socioecónómica (encumbramiento de las élites, nuevas relaciones de dependencia, plasmación territorial del poder político...) que cultural.<br /><br />En el territorio “tartésico” la hegemonía sociopolítica se destaca, fundamentalmente, por la ostentación orientalizante que simboliza sus relaciones de poder y aquello que las legitima. Conocemos esta ostentación, sobre todo, en el terreno funerario, donde la imitación de rituales y la réplica metálica del servicio cerámico utilizado por los colonizadores fenicios en sus tumbas no es tanto síntoma de una aculturación (Martín Ruiz: 1996, 39-49; 2000, 1835 ss) que en otros campos no se manifiesta tan intensa ni profunda (Wagner: 1995, 120 ss), cuanto una manifestación simbólica de la legitimidad de su poder. Al menos en Andalucía occidental, parece que en el proceso de evolución desde el siglo VIII a. C. las poblaciones autóctonas conservan en buena medida su identidad a pesar de convivir con los fenicios (Belén: 1986, 263-74).<br /><br />La asimilación del impacto cultural externo "orientalizante" se produjo de forma selectiva y, en muchas ocasiones, con un ritmo ciertamente pausado. Estudios recientes sobre la influencia de la arquitectura fenicia entre las poblaciones autóctonas (Díes Cusí: 2001; Escacena e Izquierdo: 2001) y la incidencia de las prácticas y creencias religiosas orientales en el ámbito cultural tartésico (De la Bandera: 2002; Belén y Escacena: 2002) apuntan en este sentido, dejando abierta la posibilidad de la presencia de grupos estables de población fenicia en aquellos lugares en los que la aceptación de los elementos culturales externos, tanto arquitectónicos como religiosos, se hizo con mayor rapidez y de forma más completa. Por otra parte, como ha sido observado “entre comunidades de muy distinto nivel tecnológico y de diferente estructura económica, la transferencia de ideas políticas y sociales resulta, si cabe, tan problemática o más que la de las formas y los conceptos religiosos. En este terreno, las intercambios suelen ser fluidos sólo cuando las necesidades de una de las dos comunidades en contacto hacen que el préstamo por parte de la otra aparezca como el invento de más bajo coste. Y aún así, cuando la cultura supuestamente más propensa a transformarse por su inferior desarrollo técnico se encuentra bien adaptada al ecosistema en que vive, a largo plazo la impermeabilidad suele prevalecer sobre las presiones favorecedoras del cambio. Esta es la impresión general que nos produce el mundo de la Protohistoria del Bajo Guadalquivir cuando abordamos el análisis de la secuencia cultural completa que va desde el Bronce Final hasta los comienzos de la conquista romana” (Belén y Escacena: 1995, 87).<br /><br />Lo que parece haberse producido, por consiguiente, no es tanto una aculturación generalizada cuanto un proceso en el que la economía local se introduce en los circuitos del intercambio colonial, con lo que supone de aumento de la riqueza, ostentación e incremento de la complejidad social (Barceló: 1992, p. 267). Los objetos y ritos fenicios son imitados porque traducen al plano simbólico una realidad según la cual la hegemonía de la aristocracia tartésica descansa sobre la presencia colonial fenicia. La aristocracia es poderosa porque el comercio con los fenicios le permite "realizar" el excedente, gracias a que así puede apropiarse del producto del trabajo ajeno. En un sistema de rango y jerarquía el comercio con los colonizadores proporcionaba la capacidad no sólo de adquirir nuevos bienes de prestigio que contribuyan a reproducir las relaciones sociales que han encumbrado a los grupos dirigentes de la sociedad, sino que mediante su adquisición, al movilizar la fuerza de trabajo necesaria para dar respuesta a los requerimientos de los colonizadores, posibilitan la apropiación de una parte del excedente en forma de trabajo extra (Wagner: 1995).<br /><br />Debe considerarse, por tanto, que en los grupos situados en la cúspide de la jerarquía social de las sociedades autóctonas, la aculturación constituía sobre todo un mecanismo eficaz para su integración en el estamento colonial, incorporándolas a la jerarquía organizativa, si bien en un posición subalterna que aseguraba la primacía de los colonizadores y la capacidad para movilizar fuerza de trabajo local. La aculturación actuaba, por lo tanto, como una forma de dominación, acercando los intereses de las elites autóctonas a los de los colonizadores, de tal forma que aquellas realizaban el trabajo que interesaba a los fines de éstos. La consecuencia era un aumento de la explotación, si definimos como tal la producción de un excedente que luego sera objeto de apropiación por otros en el marco de la trama de relaciones de dependencia colonial, y de las desigualdades, no sólo culturales, sino lo que es más importante y significativo, económicas y sociales.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">Las elites orientalizantes en el registro arqueológico funerario.</span><br />Los datos más interesantes proceden de Las Cumbres (El Puerto de Santa María, Cádiz), Setefilla (Los Alcores, Sevilla) y La Joya (Huelva) principalmente. En la primera, enterramientos de incineración en urna bajo túmulo aprovechan las oquedades del suelo, se depositan directamente sobre la roca o en un pequeño hoyo practicado en el mismo. El túmulo 1, el único excavado hasta el momento, se extiende sobre una superficie circular de unos 500 m2, alcanzando, con una sección troncocónica, una altura máxima de 1,80 m en su parte central más alta. Alberga un total de 62 incineraciones y se estima que estuvo en uso entre ochenta y noventa años antes de ser definitivamente clausurado a finales del siglo VIII a. C. (Ruiz Mata y Pérez: 1989; Ruiz Mata: 1991) El centro estaba ocupado por el ustrinum, disponiéndose los enterramientos en torno suyo. Los ajuares más ricos, que incluían objetos metálicos, como broches de cinturón de un sólo garfio, fíbulas de doble resorte y cuchillos de hierro afalcatados, corresponden a las tumbas más cercanas a éste, mientras que según nos alejamos del centro las tumbas presentan ajuares más pobres e incluso ausencia total de éstos. En algún momento se asocia al túmulo principal, en su lado S.O., una estructura tumular mucho más pequeña, un túmulo secundario cuyo centro lo ocupa una incineración rodeada de un muro circular de mampostería y que descansa sobre un suelo artificial de arena de playa. Este enterramiento destaca por su posición, su estructura más elaborada y su mayor ajuar de las trece restantes incineraciones del túmulo secundario que contienen, sin embargo, ajuares de cierta riqueza (Ruiz Mata y Pérez: 1996, 176 ss). Se ha sugerido su pertenencia a un grupo de fenicios integrados, de esta manera, en la necrópolis autóctona (Ruiz Mata: 1991, 213; cfr: González Prats: 2000, 309). Pero no hay atisbos arqueológicos de la existencia de unas elites sino, a lo sumo, de diferencias de rango y prestigio social entre los individuos insertos en unas mismas estructuras de parentesco.<br /><br />En Setefilla, los túmulos A y H, fechados en el siglo VII a. C., contienen cámaras funerarias de piedra de planta cuadrangular que fueron levantadas sobre las necrópolis de incineración de base. De notables dimensiones -la del túmulo A mide 10 m de longitud por 5,50 m de anchura en forma de pirámide truncada que encierra una cámara interior de 3,50 por 2,20 m-, albergaban inhumaciones individuales o dobles (túmulo H) en fosa con un rico ajuar metálico -jarros, páteras y quemaperfumes de bronce- además de objetos de oro y marfil y cerámicas fenicias de importación (platos y cuencos de barniz rojo). La construcción de estas cámaras parece haber destruido parcialmente los enterramientos sobre los que se alzan (Aubet: 1975, 1981a, 1981b y 1982). Se aprecia también una estrecha relación entre la disposición espacial de las tumbas dentro del túmulo y la riqueza de los ajuares que contienen. En el túmulo A, de 29 m de diámetro y con una altura que pudo alcanzar en su zona central los 3,50 m, las tumbas más ricas con objetos de plata, alabastrones, fíbulas y broches de cinturón, además de cerámica fenicia importada, son las que se hallan más cerca del centro. En posición semiperiférica se encuentran aquellas que no contienen objetos de importación y con escasos elementos metálicos. En la periferia del túmulo aparecen las tumbas más pobres, que contienen por lo general una urna exclusivamente (Aubet: 1995, 404).<br /><br />El análisis de los restos de las incineraciones y de los ajuares permite sostener que estas últimas pertenecen, por lo común, salvo algún individuo adulto, a jóvenes y neonatos. Las tumbas en posición semiperiférica corresponden a enterramientos masculinos, femeninos e infantiles indistintamente, mientras las más cercanas al centro y de ajuares más ricos pertenecen a adultos jóvenes, con algún individuo de mayor edad, casi siempre varones (Aubet: 1995, 402 ss). Esta disposición se repite en el interior del túmulo B, de dimensiones más pequeñas (16, 70 m de diámetro y 1,30 de altura) y mejor conservado. Es algo más tardío y no tiene cámara funeraria central, aunque los ajuares son en general más ricos. Una rasgo significativo lo constituye la presencia de algunos enterramientos dobles, generalmente cerca del centro, que corresponden a adultos y niños. Casos excepcionales son la presencia de tumbas con ajuares ricos en la periferia del túmulo. En el túmulo A se ha documentado la de un adulto varón con un ajuar bastante rico formado por objetos y herramientas, toberas, lañas, etc, propias de un metalúrgico. En el túmulo B destaca por su posición periférica la sepultura relativamente rica de una niña de unos 6/8 años de edad (Aubet: 1975, 403 ss; Ruiz Mata y Pérez: 1996, 181-184).<br /><br />En otras ocasiones, en las necrópolis de esta misma región, como sucede en Acebuchal o en Cañada de Ruiz Sánchez, los túmulos contienen inhumaciones en fosa con ajuares muy ricos. En Acebuchal dos inhumaciones, al parecer una de ellas femenina, ocupaban una misma fosa de mampostería, cuyo ajuar metálico contenía objetos de plata (broche de cinturón, fíbula), y de oro (perlas, tisús) además del común repertorio de objetos de bronce y cerámicas fenicias (Martín Ruiz: 1996, 9 ss).<br /><br />En la necrópolis de La Joya (Huelva) destaca la variedad de ritos (inhumación e incineración) y de tipologías funerarias (cámaras, fosas, hoyos) sin que existan dos enterramientos iguales (Garrido y Orta: 1978, 17, cfr: Ruiz Mata y Pérez: 1996, 190 ss). Los ajuares más ricos se dan tanto en las tumbas de inhumación como en las de incineración. Entre las primeras destaca la nº 17, con dos ánforas de saco, dos platos de engobe rojo, tres platos de cerámica gris, quince cuencos a mano y un soporte, un jarro, un brasero, un quemaperfume, un espejo, un broche de cinturón y dos soportes de bronce, dos cuchillos de hierro, así como piezas de un carro de parada y bocados de caballo. Entre las segundas, la nº 18, que contenía dos platos de engobe rojo, dos ánforas de saco, cuatro copas de paredes finas y cuencos y grandes vasos a mano, así como placas de bronce caladas, un jarro y un brasero de bronce, restos de un probable escudo, un colgante de oro, un cuchillo de hierro y un huevo de avestruz. También destacan algunas inhumaciones en posición “violenta”, con el cráneo fracturado y con escaso o ningún ajuar. Algunas tumbas contenían escorias metálicas como elementos de ajuar y una descansaba sobre un suelo artificial de arena de playa (Ruiz Mata y Pérez: 1996, 190 ss; Martín Ruiz: 1996, 11, 23 y 26 ss).<br /><br />La cámara cuadrangular y, sobre todo, la adopción del rito de inhumación que contrasta con las restantes incineraciones, puede interpretarse como un deseo por parte del ocupante de la tumba “principesca” de reforzar su recién adquirida posición social mediante una conexión directa con antepasados lejanos; como si fuera descendiente de unas elites que arqueológicamente podríamos asociar en la región a los vestigios en el Bronce Pleno de inhumaciones con ajuar guerrero (Ruiz Mata: 1994, 247 ss). Esta opción tiene sin embargo en su contra un excesivo distanciamiento cronológico (Belén y Escacena: 1995, 89) y el hecho de que apenas sabemos nada sobre las prácticas funerarias del Bronce Final, lo que se ha atribuido a un vacío de investigación que los recientes hallazgos de Mesas de Asta (Cádiz) tal vez puedan colmar en parte (Ruiz Mata y Pérez: 1996, 194; González, Barrionuevo y Aguilar: 1995, 218) o a un tipo de ritual funerario que apenas deja rastro (Ruiz Gálvez: 1992, 236; Belén, Escacena y Bozzino: 1991, 225 ss).<br /><br />En aquellos casos en que, como en Acebuchal o Cañada de Ruiz Sánchez, el túmulo contenía únicamente el enterramiento “principesco” podemos sospechar una separación inicial de los miembros de las incipientes elites de sus respectivos grupos de parentesco. El cualquier caso el proceso no debió de ser homogéneo, como revela la persistencia de incineraciones en algunos de los enterramientos más suntuosos, como ocurre también en Cañada de Ruiz Sánchez, Cástulo o La Joya (Ruiz Mata y Pérez: 1996, 190).<br /><br />En esta última necrópolis el proceso de acumulación de riqueza parece haber sido más rápido y distinto que en Setefilla, afectando a un mayor número de personas. El caos tipológico y funerario sugiere una pronta disolución de los vínculos de parentesco y, al mismo tiempo, una ausencia de definición nítida de prestigio propia de un proceso rápido de acumulación de riqueza. Las personas enterradas en las tumbas “principescas” ostentan una posición social de privilegio que no tiene tanto que ver con el lugar que ocupan en sus linajes cuanto con la riqueza que les proporciona la relación en el ámbito colonial con los fenicios.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">El problema de las “tumbas fenicias” en las necrópolis “orientalizantes”.</span><br />En contraste con todo lo expuesto hasta el momento, el registro arqueológico proporciona en algunas necrópolis las supuestas pruebas de la profunda aculturación de algunos grupos de la población local, más allá de la elite redistribuidora que controla los intercambios con el ámbito colonial, si bien, como cabría esperar, no de una forma homogénea. Y si aceptamos que las denominadas “tumbas principescas” (Martín Ruiz: 1996 y 2000) constituyen precisamente el reflejo funerario de aquellas elites orientalizantes, el tipo de sepultura que delataría la presencia de los autóctonos más aculturados no tiene, por el contrario, nada de principesco, ni en las estructuras ni en los ajuares funerarios, lo que implica ya una contradicción ante la posibilidad de que grupos no elitistas de la población local hayan resultado más profundamente afectados por el cambio cultural que las propias elites.<br /><br />Se trata de incineraciones de claro “ambiente funerario fenicio” depositadas bien en ánforas pithoides o contenedores de similar tipología y de las denominadas tumbas tipo “Cruz del Negro”, enterramientos de incineración en un recipiente a torno de tipología fenicia -urnas de cuerpo globular de perfil esférico u ovoide con decoración bícroma en franjas horizontales, cuello cilíndrico o troncocónico y pequeña asas geminadas que arrancan de la parte central del mismo- que es depositado directamente en el suelo, en una pequeña oquedad practicada en éste o, en ocasiones, en una fosa (Maier: 1966, 159). En el Bajo Guadalquivir este último tipo de tumbas están presentes, además de en la necrópolis de la que toman el nombre, en las también sevillanas necrópolis de Bencarrón, particularmente en la Del Camino (Maier: 1996; Sánchez Andreu y Ladrón de Guevara: 2000), así como en El Acebuchal (Torres Ortiz: 2000, 72) y Campo de Las Canteras (Belén: 1986, 267) y en el túmulo 1 de Las Cumbres (Ruiz Mata: 1991, 212). También aparecen en Huelva, en algunos enterramientos de la La Joya (Garrido: 1970, 33 y 36; Garrido y Orta: 1978, 24 ss, 45 ss y 48 ss). En Extremadura están presentes en los enterramientos más antiguos de la fase I de la necrópolis Medellín (Badajoz) así como en la vecina de Mengabril (Almagro Gorbea: 1977, 280 ss). En Portugal tumbas tipo “Cruz del Negro” han sido encontradas en la necrópolis de Senhor dos Mártires, en Alcácer do Sal (Arruda: 1999-2000, 74 ss).<br /><br />Pero, seguramente, el hallazgo más sorprendente y a la vez interesante se ha producido en la necrópolis alicantina de Les Moreres, espacio funerario del asentamiento de la Peña Negra, que en su fase II, con una cronología del 750 al 625 a. C., ha proporcionado varios de este tipo de enterramientos formando un grupo homogéneo presumiblemente de varones (González Prats: 2002, 242, 255, 275 y 277). Si ya resultaba poco convincente la profunda aculturación funeraria de una parte de la población autóctona alejada socialmente de las elites y presuntamente detectada en necrópolis de la región tartésica y áreas geográficas vecinas, su presencia en Les Moreres añade aún más interrogantes, ya que significaría un resultado prácticamente idéntico de la aculturación orientalizante de influjo fenicio sobre poblaciones muy distantes. Por consiguiente, si en una necrópolis autóctona, como es el caso, se detecta a partir de un momento dado un cambio significativo en las pautas de enterramiento, acompañado de importaciones fenicias y de un grupo homogéneo de tumbas que, en contraste con las demás, presenta claras analogías con los enterramientos fenicios de la Ibiza arcaica y, por supuesto, con enterramientos similares presentes en algunas necrópolis “orientalizantes” ¿estamos obligados a pensar que todo ello no es sino el resultado de la aculturación?. Pero, sobre todo, cuando sabemos de la presencia estable de fenicios en el vecino asentamiento por la misma época. Es obvio, por otra parte, que no podemos pensar en una asimilación cultural, ya que todas estas “tumbas fenicias” se han descubierto, en muchos casos, en necrópolis en las que comparten, como en Les Moreres, el espacio funerario con enterramientos considerados de tradición autóctona, todo lo cual sugiere una convivencia, cuando no un mestizaje, entre fenicios y autóctonos, algo de lo que ya nos hablaban los textos antiguos (Estrabón, III, 2, 13: cfr: Belén: 2000, 308).<br /><br />Otro problema procede de la necesidad de localizar el foco colonial aculturador. Curiosamente, este tipo de enterramientos apenas está representado en las necrópolis fenicias del litoral, salvo en el polémico caso de Frigiliana, aunque es cierto que realmente apenas podemos hablar de necrópolis, sino más bien de grupos de tumbas como se ha señalado recientemente (Aubet: 1996, 503 y 505), por lo que muchas de las necrópolis fenicias de la costa estarían aún por descubrir. Conocemos, sin embrago, desde hace tiempo una interesante salvedad que, no obstante, no ha sido valorada en todo su interés. En Ibiza, el sector arcaico de la necrópolis de Puig des Molins plantea algunas cuestiones de gran significación (Costa Ribas: 1991; Gómez Bellard, ea: 1990, 30 ss, 91-122). Se trata de una necrópolis de incineración que presenta las siguientes variantes:<br /><br />a) Los huesos se depositan directamente sobre la roca.<br />b) Los huesos se colocan en un agujero de la roca, que puede ser natural, haber sido parcialmente retocado o tratarse de una cavidad totalmente artificial.<br />c) Los huesos son introducidos previamente en una urna que a su vez es depositada en algún de los tipos de cavidades mencionadas.<br />d) Los restos incinerados son colocados en fosas, de las que se pueden distinguir, las simples, aquellas que tienen resaltes laterales y las que presentan un canalillo central (Gómez Bellard, ea: 1990, 156 ss).<br /><br />El tipo de sepulturas, un pequeño hoyo excavado en el suelo o una oquedad natural de éste, el rito de cremación y la propia tipología de las urnas cinerarias, del tipo “Cruz del Negro”, (ibid., 157) se documentan todos ellos en otros lugares fenicios del Mediterráneo, como Motia en Sicilia, Rachgoun en Argelia o la misma Cartago. También aparecen, como acabamos de ver, fosas de cremación simples, así como escalonadas o con canalillo central, estructuras funerarias que también se encuentran en Cartago, Cerdeña y en la Península Ibérica, en Jardín, Villaricos y la propia Cádiz (Aubet: 1996, 497 ss, Torres Ortiz: 1999, 131 y 133). De todas ellas destacan las cremaciones sin urna depositadas en fosas en Cádiz y Villaricos (Ramos Sainz: 1990, 42, 62 y 65 ss). No faltan los encanchados tumulares utilizados para sellar alguna sepultura (Gómez Bellard, ea: 116), un tipo de estructuras que se conocen bien en las necrópolis “orientalizantes” de la Península. “Por lo tanto, el análisis del comportamiento funerario en los enclaves fenicios debe completarse con los nuevos datos que apuntan a una mayor complejidad en los sistemas de enterramiento del mundo fenicio occidental, que ya no puede ser reducido a los modelos de Laurita-Trayamar, Jardín-Puente Noy” (González Prats: 2002, 330).<br /><br />Los ajuares de las cremaciones arcaicas de Puig des Molins son, en general, escasos, estando constituidos por pequeñas ampollas tipo Bisi-3, platos y lucernas de dos picos de engobe rojo, cuencos trípodes y cuencos de pasta gris, cerámicas a mano, así como cuentas de collar de pasta vítrea, ámbar y coralina. Hay pocos objetos de metal, entre los que sobresalen aretes, pendientes, cuentas de collar, anillos y colgantes de plata (Gómez Bellard, ea: 1990, 125-149 y 159-161). Lo más sorprendente es que, en gran manera, esta necrópolis constituye una réplica muy próxima al paisaje funerario de algunas de las necrópolis "orientalizantes" de las que venimos tratando, lo que exige explicar tal confluencia.<br /><br />En tierras peninsulares, la necrópolis del Cortijo de las Sombras, en Frigiliana (Málaga), cuyos enterramientos de cremación en urna presentan notables semejanzas con Cruz del Negro o Puig des Molins, ha sido objeto de controversia en su adscripción cultural. Considerada primero fenicia por sus excavadores (Arribas y Wilkins: 1965) que, destacando su originalidad, advirtieron las importantes similitudes con la necrópolis argelina del Faro de Rachgoun (Vuillemot: 1955), fue posteriormente reconsiderada como autóctona (Aubet: 1986, 119 ss; Martín Ruiz, Martín Ruiz y Esquivel: 1996; Torres Ortiz: 1999, 100 ss), si bien algunos investigadores han seguido defendiendo su carácter fenicio (Rubio y Sierra:, 1993; Wagner: 1993, 88 ss; Blázquez, Alvar y Wagner: 1999: 351; González Prats: 2002, 325), mientras que otros han sugerido su pertenencia a una población mestiza, tanto en términos culturales como étnicos (Gran-Aymerich y Anderica: 2000, 1813). Probablemente, su adscripción a un ambiente funerario “tartésico” es consecuencia de una contradicción que “deriva de la idea preconcebida de que las poblaciones fenicias solo se asentaron en la costa, de donde se deduciría que todos los del interior serían cementerios indígenas. Esta tesis no sería especialmente rechazable si no fuera por la existencia de necrópolis idénticas en la zona fenicia del litoral malagueño -atribuida en este caso a orientales- y en la región de Los Alcores, donde serían por tanto locales. De ahí que se haya señalado (Belén: 1994b, 508) la contradicción metodológica de afirmar que pertenezcan a mundos distintos, solo en razón de la comarca donde se ubican, las tumbas de la Cruz del Negro y las de Frigiliana, dos cementerios tan parecidos” (Belén y Escacena: 1995, 85). Una forma de resolver dicha contradicción es la que resulta de caracterizar la necrópolis del Cortijo de las Sombras como autóctona, en parte por los rituales observados, lo que tras los descubrimientos de Ibiza pierde gran parte de su valor, pero sobre todo por los ajuares funerarios. En cualquier caso, como se ha señalado muy recientemente, el debate está lejos de haber concluido (González Prats: 2002, 327 ss).<br /><br />Si en un principio el ritual funerario de la necrópolis del Cortijo de las Sombras, tan alejado de las cremaciones de Trayamar o Laurita, recalcaba para algunos su originalidad mientras que otros buscaban emparentarlo de cerca con el ambiente funerario del Bajo Guadalquivir, que duda cabe que los descubrimientos en el sector arcaico de la necrópolis ibicenca de Puig des Molins hace necesario cambiar tales puntos de vista. Por otra parte, la reciente valoración de los vestigios de la necrópolis fenicia del Cortijo de Montañez, espacio funerario del asentamiento del Cerro del Villar (Aubet, ea: 1995) aporta importantes datos sobre los contenedores cinerarios. Los recipientes cerámicos, pertenecientes a la Colección Loring, muestran una mezcla tipológica poco habitual en las escasas necrópolis fenicias de la costa andaluza: cinco ánforas, un píthos de cuatro asas, una urna globular de engobe rojo con decoración pintada de bandas, una urna del tipo Cruz del Negro, un jarro de boca de seta, dos de boca trilobulada y una lucerna de dos picos. No insistiremos sobre el carácter de contenedor cinerario de la urna “Cruz del Negro” en tales ambientes, ni de las ánforas, que tienen paralelos cercanos en recipientes cinerarios de Trayamar y La Joya, pero si es preciso destacar el píthos, pues variantes de este tipo aparecen como contenedores cinerarios en Frigiliana, Rachgoun, Medellín, Jardín y Cuz del Negro (Aubet, Maass-Lindemann y Martín Ruiz: 1995, 226; Torres Ortiz: 1999, 84; González Prats: 2002, 331). “De acuerdo con los paralelos mencionados de Trayamar, Cruz del Negro, Huelva y Rachgoum, todos los recipientes de gran tamaño pudieron haber servido de contenedores cinerarios, si bien, y a excepción del jarro y la lucerna, estos apenas proporcionan indicios acerca del contenido y ajuares funerarios de estas sepulturas” (Aubet, Maass-Lindemann y Martín Ruiz: 1995, 232).<br /><br />Entre los ajuares de la necrópolis de Frigiliana destacan las fíbulas de doble resorte, muy abundantes, los broches de cinturón con garfios, pinzas, varillas, anillas y brazaletes de bronce, muy característicos de las necrópolis “orientalizantes” andaluzas, y unos pocos objetos de hierro, en concreto una punta de jabalina, un posible trozo del enmangue o la hoja de un cuchillo y otro de vaina de puñal o espada (Arribas y Wilkins: 1969, 197 ss). No es menos cierto que este tipo de ajuares no aparecen en el sector arcaico de la necrópolis ibicenca del Puig des Molins, aunque sí en la de Rachgoun, de la que, por cierto, también se ha sugerido su pertenecía a un ambiente funerario propio del Bajo Guadalquivir (Aubet: 1986, 114ss, 120 ss y 129 ss; Esquivel, Martin Ruiz y Martin Ruiz: 2000), luego ¿estamos realmente dispuestos a caracterizar la etnicidad de una sepultura por los objetos materiales que componen su ajuar?. Así lo hacen los estudios estadísticos realizados sobre la necrópolis del Cortijo de las Sombras (Martín Ruiz, Martín Ruiz y Esquivel: 1996), como sobre la de Rachgoun (Esquivel, Martin Ruiz y Martin Ruiz: 2000) y los comparativos de necrópolis tartésicas y fenicias (Martín, Martín, Esquivel y García: 1991-2). Pero entonces, ¿qué hay de las estructuras y los ritos funerarios?.<br /><br />Respecto a las primeras, muchas de las estructuras funerarias presentes en las necrópolis orientalizantes, salvo los túmulos, son propias también de necrópolis fenicias, como Puig des Molins, Jardín, Villaricos y la propia Cádiz. Tal ocurre con las cremaciones primarias en hoyos o fosas que encontramos también en este ambiente funerario fenicio y con las cremaciones en urna depositada en un hoyo, en una fosa simple o en una fosa escalonada (Ramos Sainz: 1990, 65 ss; Gómez Bellard, ea: 1990, 156 ss; Torres Ortiz: 1999: 129 ss). Sin pretender caer en la “tentación difusionista” tal confluencia nos parece, en principio, sospechosa. En cuanto a los segundos, ocurre prácticamente lo mismo. Los silicernia o fuegos de ofrenda, las libaciones rituales, el uso de perfumes o los sacrificios de animales tienen su correspondencia en el ámbito funerario fenicio-púnico (Ramos Sainz: 1990, 116 ss; Córdoba Alonso: 1998; Jiménez Flores: 2002). Otro problema plantea la presencia de monumentos funerarios tales como estelas y cipos. Estos últimos han aparecido en Cádiz, Villaricos, Puig des Molins (Belén: 1992-93; 1994c; Gómez Bellard, ea: 1990, 95 ss, 113 y 147) así como en la necrópolis de Cruz del Negro (Bonsor: 1927, 292).<br /><br />Por lo demás, los mencionados análisis estadísticos adolecen de algunas pegas que hacen que sus resultados sean discutibles. Así, la muestra de necrópolis fenicias es escasa, en parte debido a la documentación arqueológica disponible, pero también porque no se ha incluido entre ellas el sector arcaico de Puig des Molins. Por otra parte, algunos de los elementos considerados como propios de un ambiente funerario “tartésico” a la hora de clasificar las variables, tales como cerámicas a mano, restos de fauna o armas, y de los que se dice que no aparecen en las necrópolis fenicias (Esquivel, Martin Ruiz y Martin Ruiz: 2000, 1174), plantean algunas dudas, ya que de hecho si se constata su presencia en éstas. Cerámica a mano, como las conocidas cooking-pots, son frecuentes en las necrópolis fenicias del Mediterráneo y no faltan tampoco, aunque no abundan, en Ibiza, donde incluso aparece en un enterramiento una urna de tradición talayótica (Ramón Torres: 1981; Gómez Bellard, ea: 1990, 144). Las armas, por su parte, están presentes en algunas fosas de cremación de Villaricos (Rodero, ea: 1998) así como en el sector arcaico de la necrópolis de Puig des Molins (Gómez Bellard, ea: 2000, 147). Por otro lado, la polémica sobre la presencia de armas en las necrópolis fenicias sigue abierta a raíz de los descubrimientos de Bitia, en Cerdeña (Botto: 1996). Por lo que respecta a los restos de animales, bien sea de ofrendas alimenticias o de sacrificios fúnebres, se han detectado en algunas tumbas de las necrópolis de Laurita (Almuñecar, Granada), Villaricos, Jardín, Puente Noy, Cádiz y en el sector arcaico de Puig des Molins (Ramos Sainz: 1990, 69 ss, 86 ss y 123; Gómez Bellard, ea: 1990, 97).<br /><br />En lo que respecta, precisamente, a los ajuares, es preciso plantear ciertas cuestiones, como por qué razón aparecen algunas fíbulas de doble resorte en Trayamar (Schubart y Niemeyer: 1968, fig. 13) o Puig des Molins (Gómez Bellard, ea: 2000, 147), cuchillos afalcatados, tan corrientes en el mundo orientalizante y cuya procedencia oriental parece segura (Mancebo Dávalos: 2000, 128) en fosas de incineración de Villaricos (Rodero, ea: 1998), necrópolis en la que también ha aparecido algún broche de cinturón con garfios, pinzas de bronce y brazaletes lisos de sección circular y con apéndices terminales (Siret: 1907, fig. 36; Osuna y Remesal: 1981, fig. 3, 4; cfr: Arribas y Wilkins: 1969, 206). La respuesta es que puede tratarse de elementos tomados en préstamo del ámbito cultural autóctono, donde previamente algunos, como los cuchillos, habrían sido introducidos por los fenicios, en un proceso de difusión cultural de doble dirección, y su carácter minoritario en estas necrópolis fenicias obedecería a su alejamiento, más cultural que geográfico, de dicho ámbito. Por lo demás, los vasos a “chardón” utilizados como urnas cinerarias en algunas necrópolis del Bajo Guadalquivir y que, sin embargo, forman parte del ajuar en sitios como Cruz del Negro o Rachgoun pueden estar, en este último caso, reemplazando con elementos locales las tan difundidas cookin-pots de las necrópolis fenicias, ya que ambas formas corresponden a cerámicas hechas a mano.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">Consideraciones finales.</span><br />Trabajos realizados en los últimos años han sacado a la luz una serie de testimonios de una presencia fenicia estable en el seno de territorios y comunidades autóctonas, algo que ya se venía sospechando y que los datos arqueológicos ahora disponibles parecen establecer con un buen grado de certeza. Al mismo tiempo, otras investigaciones han puesto de relieve la participación de los propios autóctonos en el seno de los enclaves coloniales fenicios, tal vez formando parte activa de los procesos de trabajo allí desarrollados. Con todo ello, la colonización fenicia arcaica en la Península Ibérica va adquiriendo unos tintes de complejidad, más allá de la instalación de pequeños asentamientos en el litoral, que el descubrimiento de auténticas ciudades, como Castillo de Doña Blanca (Ruiz Mata: 2001) o La Fonteta (González Prats y Ruiz Segura: 2000), ha venido a incrementar. Se abren así grandes posibilidades de clarificación de los fenómenos de cambio social e interacción cultural antaño explicados de forma no muy convincente a partir de los intercambios comerciales con los centros coloniales de la costa. Seguramente, en sus relaciones con la población autóctona los colonizadores fenicios se hallaban mediatizados por las propias relaciones que la dinámica histórica del proceso colonial estableció entre ellos, haciendo así, no una cuestión de etnia o de diferencias culturales, sino de clase, como ser percibe bien en el caso griego (Morel: 1984, 135 ss). La población finalmente esclavizada, que seguramente era la que trabajaba en las minas durante el periodo “orientalizante” (Moreno Arrastio: 2000, 157 ss), uno de los sectores aunque no el único ni el más importante de la economía colonial (Alvar: 2001, 22), o las formas de dependencia rural en el “hinterland” de las colonias de la costa, de las que apenas sabemos nada pero sin duda debieron haber existido (Blázquez, Alvar y Wagner: 1999, 349, 354 y 380) señalarían a las claras el carácter social del conflicto y de las relaciones en las que se inscribe, muy por encima de la diversidad étnica o cultural, que resultan fenómenos secundarios, como es propio de la sociedad colonial, aunque la ideología y la propaganda los sitúe en primer plano (Wagner: 2001, 30).<br /><br />En lo que al ámbito funerario de esta realidad compleja, y posiblemente en parte mestiza, concierne, la valoración del sector arcaico de la necrópolis ibicenca de Puig des Molins resulta especialmente clarificadora, al igual que no menos lo resulta la presencia de un grupo homogéneo de enterramientos tipo “Cruz del Negro” en Les Moreres, necrópolis del asentamiento autóctono de la Peña Negra, donde, lo sabemos, residían de forma estable un número indeterminado de fenicios, mientras que, por otra parte, el empeño de catalogar culturalmente las necrópolis y sus enterramientos con datos arqueológicos obtenidos sobre todo de los ajuares encontrados en las tumbas debe ser sometido a discusión. En lo esencial, se acepta un contraste en los ajuares de las necrópolis “orientalizantes” que diferenciaría, principalmente, los enterramientos “principescos”, caracterizados por la presencia de objetos metálicos como jarros de bronce, recipientes rituales con asas de mano también denominados “braserillo”, quemaperfumes, páteras y calderos (Martín Ruiz: 1996, 23 ss; 2000), de los restantes, que presentan una gran diversidad, tanto en los componentes como en sus combinaciones, lo que se achaca a que conviven en ellas una multiplicidad de formas y ritos en los que, además, el prestigio no aparece aún claramente definido como consecuencia del cambio social que se produjo durante el “orientalizante” (Carrilero: 1993, 178 ss). Pero hasta ahora no se ha explicado porqué determinados grupos de la población autóctona escogen las formas y el ritual fenicio y otros no, ni como es posible que tales grupos adopten con tanta facilidad prácticas funerarias ajenas, mientras que en otras ocasiones, y en relación a actividades que implicarían niveles mucho más superficiales de aculturación, se muestran mucho más conservadores discriminando, por ejemplo, qué tipo de recipientes cerámicos se imitan y cuales no.<br />Dejando a un lado, si se quiere, las estructuras funerarias más simples, como los hoyos y oquedades, la aparición de otras más elaboradas, como las fosas de cremación simples o con canalillo central, en las necrópolis “orientalizantes” estaría sin duda indicando la presencia de un sistema de enterramiento fenicio . Lo curioso es que tanto las estructuras más simples como las complejas aparecen en el sector arcaico de la necrópolis ibicenca de Puig des Molins que nadie, hasta ahora, ha considerado como “autóctona”, seguramente por la escasa proporción de elementos de esta procedencia en sus ajuares.<br /><br />Una explicación alternativa puede provenir de considerar la aculturación como un proceso de doble dirección (Belén: 1994b, 511). ¿Porqué sólo los autóctonos han de aceptar elementos culturales externos en sus ajuares funerarios?. ¿Que impedía realmente que los fenicios hicieran lo mismo?. Parece que nada, en realidad, ya que, como hemos visto, en ocasiones los fenicios introducen en los suyos fíbulas, broches de cinturón, cuchillos y, por supuesto, cerámica a mano. ¿Por que razón las tumbas tipo “Cruz del Negro” con elevado numero de “importaciones” fenicias y algunos elementos propios del ambiente funerario autóctono en su ajuar no han de ser de fenicios?, como parece que eran los que se enterraban, exactamente de la misma forma, en el sector arcaico de Puig des Molins, y que sin embargo, por cuestiones geográficas obvias, no disponían apenas de tales objetos.<br /><br /><br /><br /><div style="text-align: center;"><span style="font-weight: bold;">BIBLIOGRAFÍA</span><br /></div><br />ALVAR, J. (1990) "El contacto intercultural en los procesos de cambio", <span style="font-style: italic;">Gerión</span>, 8, pp. 11-27.<br />- (1999) “Actividad económica y actitud religiosa. 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Esto quiere decir que cada una poseía su propio sistema de autogobierno, muy semejantes entre sí, y sólo en época de los persas se estableció en Trípoli un consejo federal al que cada una enviaba sus representantes. Algunas de estas ciudades ejercieron una especie de hegemonía sobre las restantes, de cuyo funcionamiento apenas sabemos nada.<br /><br />Durante el III milenio o la Edad del Bronce Antiguo fue Biblos el centro políticamente más importante, y el hecho de que los archivos de la ciudad siria de Ebla, con la que comerciaba, no mencionen nunca a los monarcas de otras ciudades cananeas como Tiro, ha llevado a pensar que tal vez Biblos las controlara en el marco de un estado que las abarcara con sus territorios. Ugarit se distinguió, junto con la misma Biblos, durante casi todo el II milenio (Edades del Bronce Medio y Reciente), para dejar paso, tras su destrucción por los "Pueblos del Mar", a Sidón.<br /><br />La preponderancia de ésta parece haber sido un hecho durante la Primera Edad del Hierro (1200-900 a.C.) para ser a continuación desbancada, en circunstancias que se nos escapan, por Tiro que, entre otras, ahora ejercerá su hegemonía sobre ella durante la Segunda Edad del Hierro (900-550 a.C.). Su capitulación ante los ejércitos de Nabucodonosor de Babilonia marcaría el inicio de un cierto declive que habría de favorecer nuevamente a Sidón durante el período persa (Ultima Edad del Hierro: 550-330, para ser de nuevo brevemente desplazada por Tiro tras su destrucción a consecuencia de su revuelta contra aquéllos.<br /><br />En la mayoría de las ocasiones, estas hegemonías no parecer haber implicado la desaparición las dinastías locales de aquellas ciudades, controladas por otro centro de poder más importante, al igual que no desaparecieron en el contexto de los imperios regionales cuando todas ellas, junto con los principados sirios y cananeos, se hallaban sometidas al poder de Egipto, Mitanni o Hatti, por lo que debemos pensar que sus reyes quedarían supeditados, como entonces, a la autoridad principal de un soberano poderoso. "Grandes" reyes y "pequeños" reyes, aunque ciertamente a una escala local y mucho más reducida.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">La crisis del 1200 a. C. y sus repercusiones en el tráfico marítimo.</span><br />Como en muchos otros lugares de Mediterráneo Oriental, el colapso del sistema comercial regional a finales del siglo XIII a. C. supuso la interrupción de los contactos marítimos de las ciudades costeras de Fenicia con el Egeo y otras regiones del Mediterráneo. No esta claro hasta que punto algunas de ellas pudieron resultar afectadas por la ola de destrucción que sacudió toda la zona , pero, en cualquier caso, las que escaparon a la devastación, como parece haber sido Tiro, que sin embargo muestra una disminución drástica de las importaciones entre el 1200 y el 1050 a. C, , mantuvieron, pese a todo, su actividad comercial con Chipre y Egipto.<br /><br />De acuerdo con una noticia trasmitida por Justino (XVIII, 3, 5.) Tiro habría sido fundada por los sidonios en lucha contra las gentes de Ascalón un año antes del saqueo de Troya. Flavio Josefo (<span style="font-style: italic;">Ant Iud</span>., VIII, 61.) , sin entrar en las causas, también nos aporta una fecha muy similar. Pero puesto que no hay evidencias arqueológicas de una destrucción de la ciudad por aquellas fechas, y sin embargo está bien documentada la hostilidad entre Sidón y Tiro en el periodo histórico precedente, tal vez se trate del eco de un enésimo conflicto en la rivalidad de las dos ciudades, o como quiere Tsirkin de una presencia de refugiados sidonios en Tiro que haya terminado por ser interpretada como una “fundación”. Las relaciones entre Tiro y Sidón, que había desarrollado durante el último periodo del Bronce Final una política de expansión territorial, en perjuicio, entre otros, de los tirios que perdieron su control sobre Usu, y un activo comercio terrestre, además de marítimo en toda la región, parecen haber sido, por consiguiente, bastante problemáticas, como ha quedado reflejado también en la mitología.<br /><br />No más tarde de mediados del siglo XII a. C. comenzaron los intentos por reconstruir una red comercial de gran alcance en el Mediterráneo en la que los tirios tomaron la delantera a los gebalitas y sidonios, y que culminan con la llegada al lejano Occidente a finales del siglo XII - comienzos del XI a.C. De finales del segundo milenio es el colgante de coralina de tipologia chipriota encontrado en Los Castillejos (La Granjuela, Córdoba), un elemento, junto con los soportes de carrete, que nos habla de los contactos con el Mediterráneo oriental. Al igual que la orfebrería de este periodo, en la que se ha reconocido un sistema de pesos minorasiatico, que aparece también en Cerdeña, y que era utilizado en la costa de Siria y Chipre.<br /><br />No deja de ser curioso que a partir de la desaparición de Ugarit, en el Heládico Final III C (c. 1225-1125) estos materiales sigan llegando al lejano Occidente, lo que indirectamente apoyaría la hipótesis de unas precedentes navegaciones chipriotas y ugaríticas hacia la Península Ibérica, reemplazadas luego por las que emprendieron los fenicios de Tiro. Precisamente, los hallazgos procedentes de Palaepaphos en Chipre han documentado un impresionante número de importaciones fenicias durante el siglo XI a. C. Puesto que las importaciones chipriotas en la costa fenicia son aún escasas durante estas fechas hasta que se hacen más abundantes a comienzos del siglo X a. C. , la iniciativa de estos contactos intensos parece corresponder a los fenicios.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">El auge de Tiro.</span><br />Como ha mostrado Aubet la evidencia arqueológica señala claramente que desde el siglo XI a. C. Tiro está asumiendo un papel importante en el control del comercio marítimo interregional. La reestructuración de las estrategias de la producción, que se percibe en la aparición de una zona dedicada al trabajo de la cerámica, joyería y textiles, orientada ahora a la manufactura de bienes de intercambio, coincide con la presencia de las primeras importaciones procedentes de Chipre, Grecia y Egipto, lo que indica una recuperación del comercio a larga distancia.<br /><br />Al mimo tiempo, los trabajos arqueológicos efectuados en esta parte de la costa de Fenicia sugieren que Tiro inicia, desde mediados del siglo XI a. C. una expansión territorial hacia la fértil llanura costera de la región de Akko y Monte Carmelo, unos 45 km al sur de la ciudad, destruyendo algunos asentamientos ocupados por los “pueblos del mar” como Dor y probablemente Akko, y ocupando otros sitios como Achziv, Tell Abu Hawam, Tell Keisan, Kabul, Shikmona, Tell Mevorakh, Tell Qasile y Tell Michal . Tiro se hacía así con el control de lugares no solo costeros sino situados también algunos sobre las colinas de la Baja Galilea, bastante tiempo antes de la supuesta compra a Salomón de las “tierras del país de Kabul”, denominación administrativa del territorio de la tribu de Asher en Galilea, con lo que se desaparece la imagen que teníamos del auge de Tiro mediante la diplomacia y el comercio.<br /><br />Los niveles de destrucción en lugares como Dor y Akko revelan una estrategia claramente violenta y coercitiva, dirigida no solo a dominar la entera franja costera entre Tiro y Monte Carmelo, sino también a apropiarse de una región clave para el desarrollo agrícola y el control de las rutas terrestres. Así mismo, una serie de fortificaciones de casamatas en la Alta Galilea , con claros paralelos fenicios en otros lugares de Oriente, está sugiriendo un ambiente de pugna por el control de estos territorios. Por otra parte, Menandro de Efeso, que recoge Flavio Josefo (<span style="font-style: italic;">Ant. Jud</span>., VIII, 324), al respecto de Itobaal, que reinó en Tiro en tiempos de Acab, menciona la fundación por el soberano fenicio de dos colonias, una en África, Auza, que permanece desconocida, y otra en Fenicia, Botris , que ha sido identificada con la moderna Batrum, 15 km al norte de Biblos en lo que se interpreta como un signo de hostilidad. intrusión y arrogancia hacia esta última.<br /><br />Como muy bién ha observado López Pardo: “Hiram no parece ser el artífice de una incipiente expansión por el territorio circundante, Líbano y Chipre, sino el heredero de una presencia colonial firme en Chipre y una red comercial ya consolidada en Occidente”. En otras palabras, el auge de Tiro no es obra exclusiva de Hiram I, el contemporáneo de Salomón, sino que la política de expansión territorial por los territorios limítrofes había comenzado desde mediados del siglo anterior. Otro tanto puede decirse de la actividad tiria en el Mediterráneo.<br /><br />Durante el siglo IX a. C. se produjo una colonización tiria del norte de Siria y de Cilicia (Tarsos) con el fin de asegurar el acceso a los ricos yacimientos de metales del sudeste de Anatolia. Gracias a una red de factorías y escalas en las costas de Chipre y el litoral sudoriental anatólico los fenicios de Tiro se hicieron con el comercio de metales y esclavos de la zona, que incluía el Tauro y el Eufrates, y con las rutas que les permitían penetrar en el Egeo. La presencia fenicia en Anatolia desde comienzos del siglo IX a. C., donde los tirios podían conseguir plata, hierro, cobre, estaño y plomo, se ha puesto de manifiesto a través de diversos tipos de documentos, arqueológicos y epigráficos. Este comercio, en sitios como Tarso, en la costa de Cilicia, Sam´al y Hasanbeliye en la vecina región del Amano, y Karatepe en el interior, se mantuvo constante hasta finales del siglo VIII a. C., en que comienza a verse negativamente afectado por las conquistas asirias.<br /><br /><span style="font-weight: bold;">La conquista asiria.</span><br />En el 875 a. C Assurnarsipal, rey de Asiria, imponía el tributo a las ciudades de Tiro, Sidón, Biblos y Arvad. Su sucesor, Salmanasar III, lo renovó otras tantas ocasiones. La independencia había acabado. También Egipto, que vivía una nueva grandeza con los faraones de la XXII Dinastía, se mostraba interesado, como siglos atrás, en la región. El reinado de Sheshonq I marcó el inicio de la intervención egipcia en Palestina con la expedición contra Jerusalén. Finalmente el encuentro tuvo lugar en el 853 a. C entre el ejército asirio y una coalición sirio-palestina apoyada por el faraón Orsokón II en Qarqar, a orillas del Orontes. Tras la batalla, Damasco, uno de los objetivos de especial interés para los asirios, continuó independiente y las ciudades fenicias, si bien volvieron a pagar tributo, la última vez en el 837 a. C, conservaron en cambio su autonomía.<br /><br /><div style="text-align: justify;"> Durante unos setenta años no hubo nuevas injerencias externas, sumida Asiria en la crisis tras la muerte de Salmanasar, y Egipto nuevamente en decadencia. Fue excepción la campaña del asirio Adad-Ninari III contra los filisteos y los edomitas en el 805 a. C, en la que consiguió una vez más el tributo de Tiro y Sidón. En su relato afirmaba, sin embargo, que el tributo le había sido negado a su padre, Shamshi-Adad V, prueba manifiesta de debilidad.<br /><span style="font-weight: bold;"></span><br /> La llegada al trono de Asiria de Tiglat-Pilaser III cambió las cosas, señalando definitivamente el final de la independencia de las ciudades fenicias. La expansión de Asiria se reemprendió con nuevo ímpetu, y las tácticas tradicionales, con la incursión como método para conseguir el tributo, fueron reemplazadas por la conquista, la ocupación permanente y la anexión del territorio de los vencidos. Nuevas estrategias militares que incluían la devastación del territorio y la deportación de sus habitantes pasaron a un primer plano.<br /><br /> Esta amenaza precipitó una crisis política en Tiro en el último cuarto del siglo IX a. C, provocando la división en el seno mismo de la realeza. La lucha política se saldó con la victoria de la nobleza tradicional, liderada por el joven rey Pigmalión, partidaria de ceder ante las pretensiones de Asiria, sobre la oligarquía comerciante, filoegipcia, representada por el sumo sacerdote de Melkart que estaba casado con la princesa Elisa, hermana de Pigmalión. Los vencidos hubieron de emprender el camino del exilio y en la costa norteafricana fundaron Cartago en el 814 a. C.<br /><br /> Superada la crisis, Tiro continuó ejerciendo durante un tiempo su predominio sobre las restantes ciudades fenicias al frente de un reino que, desde los tiempos de Ithobaal, incorporaba también a Sidón, que no es mencionada por los asirios, los cuales llamaban a los monarcas de Tiro "reyes de los sidonios".<br /><br /> El asirio Senaquerib aplastó una revuelta en la que participaban las ciudades fenicias, y que contaba con el apoyo de Egipto. Tiro fue sometida a un asedio que se prolongó durante cinco años, pero aunque la ciudad resistió, favorecida por su posición insular, su rey, Luli, se vio obligado a refugiarse en Chipre, mientras en Sidón un nuevo monarca, Itobaal II, era impuesto en el trono por los asirios, lo que supuso una merma de la hegemonía de Tiro.<br /><br /> La revuelta estalló nuevamente tras la muerte de Senaquerib, lo que provocó la feroz represión de su sucesor, Asarhadón. Sidón fue destruida y Tiro despojada de todos sus territorios que pasaron a formar parte de una provincia asiria, como ya había ocurrido, en tiempos de Tiglat-Pilaser III, con el norte de Fenicia. A partir de ahora gozaron tan sólo de una mermada autonomía Biblos, Arvad, y la isla de Tiro, que tuvieron que someterse al pago de nuevos tributos y aceptar la presencia de gobernadores asirios.<br /><br /> Durante el reinado de Assurbanipal, el último rey poderoso de Asiria, Tiro se sublevó de nuevo apoyada por Egipto y fue sometida a asedio en el 668 a. C, pero tampoco esta vez pudo ser tomada. Poco después caía Arvad, que también se había unido a la revuelta.<br /><br /> Tras en breve interludio marcado por la desaparición de Asiria, las tropas de Nabucodonosor II de Babilonia atacaban Tiro en el año 586 a. C. que no obstante tuvo más suerte que Jerusalén o Gaza. Abastecida desde el mar por Egipto soportó un largo asedio de trece años, al cabo de los cuales capituló, como ya habían hecho antes Sidón y otras localidades, teniendo que aceptar la presencia de un gobernador babilonio. Finalmente la monarquía tiria fue desposeída de su gobierno, que fue ocupado temporalmente por magistrados civiles controlados por el vencedor.<br /></div><br /><br /><br /><div style="text-align: center;"><span style="font-weight: bold;">BIBLIOGRAFIA</span><br /></div>AUBET, Mª E., “Aspects of Tyrian trade and colonization in the Eastern Mediterranean”, <span style="font-style: italic;">Münstersche Beiträge zur Aintiken Handelgeschichte,</span> XIX, 2000 p. 81.<br /><br />BIKAI, P. M., “The Phoenicians”, W.A. Ward y M.S. Joukowsky (eds.) <span style="font-style: italic;">The Crisis Years: The 12th Century B.C. From Beyond the Danube to the Tigris</span>, Dubuque, 1992, p. 133.<br /><br />BELMONTE, J.A., “Presencia sidonia en los circuitos comerciales del Bronce Final”<span style="font-style: italic;">, Rivista di Studi Fenici</span>, XXX, 1, 2002, pp. 3- 17.<br /><br />- “Cuatro estudios sobre los dominios territoriales de las ciudades.estado fenicias”, <span style="font-style: italic;">Cuadernos de Arqueología Mediterránea,</span> 9, 2003, pp. 104, 112 y 118.<br /><br />BONDI, S.F., “Elementi di Storia fenicia nell`età dell`espansione mediterranea”, <span style="font-style: italic;">Atti II Congresso Internazionale di Studi Fenici e Punici, </span> Roma, 1991, vol. I, p. 53.<br /><br />GALAN, E. y RUIZ-GALVEZ, M., “Divisa, dinero y moneda. Una aproximación a los patrones de peso prehistóricos”, <span style="font-style: italic;">Homenaje a Manuel Fernandez Miranda. Complutum extr</span>a, 6, vol. 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Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2419571850545814482.post-37955001029018826902008-01-02T19:32:00.000+01:002009-06-04T20:13:47.964+02:00Tartessos, los fenicios y el Carambolo<div style="text-align: justify;">El descubrimiento fortuito del <a href="http://www.ctv.es/USERS/ags/00015ca.htm">Tesoro del Carambolo</a> (Camas, Sevilla) en septiembre de 1958, cuyo 50 aniversario se conmemora, marcó un hito en la investigación arqueológica sobre Tartessos. El tesoro está formado por una serie de piezas de oro -pectorales, brazaletes, diadema, cinturón y collar- y fue hallado asociado, por una posterior excavación, a lo que se consideró entonces un "fondo de cabaña" en el que aparecieron también una serie de cerámicas pintadas, desconocidas hasta le fecha que sirvieron para dotar a Tartessos de una cultura material propia.<br /></div><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgKrYqACtD8sUTYKJtIgDuJwUCH566truE4Sq-E8GdnneSk0iJfpoN22NLuiN2NfjQ2v3TVXryxUxZqZg6uQFUsbrM0j2gCDQGuB97Bm9BfyNxoYuC8aGU_bVg16ksCrIxl7Y1TzClYW1w/s1600-h/carambolo.gif"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer; width: 469px; height: 370px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgKrYqACtD8sUTYKJtIgDuJwUCH566truE4Sq-E8GdnneSk0iJfpoN22NLuiN2NfjQ2v3TVXryxUxZqZg6uQFUsbrM0j2gCDQGuB97Bm9BfyNxoYuC8aGU_bVg16ksCrIxl7Y1TzClYW1w/s400/carambolo.gif" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5241488621008545314" border="0" /></a><div style="text-align: justify;">Junto a estas cerámicas, denominadas a partir de entonces "tipo Carambolo" y que desde un principio se vincula con la tradición de las cerámicas pintadas del geométrico griego y del fenómeno geométrico mediterráneo en general, se documentaron también cerámicas de retícula bruñida. Ambas fueron desde entonces utilizadas como fosil-guía para identificar la etapa precolonial tartésica de los yacimientos arqueológicos del sur de la Península, como Cabezo de San Pedro (Huelva), Colina de los Quemados (Sevilla), Setefilla (Sevilla), San Bartolomé de Almonte (Huelva) o Carmona (Sevilla), entre otros.<br /></div><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi0jXr0MFN9kvqEvmTtbAEghhbEmCKHScur3WsKWIuhQAoqhWlBTsXrZpfrBmhNWzRgrbLDo6WiYwsJKgVL971kFREz0KtWjyhh1MU9oEM-xJv1Fo5fTTKJ92T9U3ocwNxGiOFHMh0HJAw/s1600-h/Ceramica-carambolo.gif"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer; width: 327px; height: 284px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi0jXr0MFN9kvqEvmTtbAEghhbEmCKHScur3WsKWIuhQAoqhWlBTsXrZpfrBmhNWzRgrbLDo6WiYwsJKgVL971kFREz0KtWjyhh1MU9oEM-xJv1Fo5fTTKJ92T9U3ocwNxGiOFHMh0HJAw/s400/Ceramica-carambolo.gif" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5241496254121881842" border="0" /></a><div style="text-align: justify;">Un día despues del hallazgo del tesoro, mientras se realiazaban unas obras de reforma en las instalaciones de la Sociedad del Tiro al Pichón que ocupaban la parte alta del Cerro, apareció, asociada también al fondo de cabaña, una pequeña figurilla de bronce de la diosa fenicia Astarté, un exvoto en cuya base figura la siguiente inscripción:<br /><br /><div style="text-align: center;">"Este (voto) ha hecho Baalytn<br />hijo de D'mlk y Abdabaal hijo<br />de D'mlk hijo de Yš'l para<br />'Astarté de la colina ya que<br />ha escuchado la voz de sus plegarias".<br /><br /><div style="text-align: justify;"><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhgGvvwtR3t_MIzsU79-NqrZTnamvu5IBBIj9gFsckmT1dedt0tZeeTMH3ZpI00DWMxjrDUB1KebrlUAV4Mvoat-xxWLMa784eTYILA0Bqytkc4LUO0GVM-kSwbLXE1LsKCyYROfOdrrF8/s1600-h/Astart%C3%A9-del-Carambolo.gif"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhgGvvwtR3t_MIzsU79-NqrZTnamvu5IBBIj9gFsckmT1dedt0tZeeTMH3ZpI00DWMxjrDUB1KebrlUAV4Mvoat-xxWLMa784eTYILA0Bqytkc4LUO0GVM-kSwbLXE1LsKCyYROfOdrrF8/s400/Astart%C3%A9-del-Carambolo.gif" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5241501499061745394" border="0" /></a>Dado que desde un principio se había caracterizado el tesoro como tartésico, interpretación que también se aplicó al conjunto del yacimiento, se consideró esta estatuilla como una prueba de los intercambios mantenidos por los autóctonos con los comerciantes fenicios.<br /></div></div><br /><div style="text-align: justify;">Dos años más tarde se iniciaron las excavaciones en el Carambolo Bajo (el tesoro había aparecido en la parte alta del cerro) que duraron hasta finales de julio de 1961. Gracias a ellas se localizaron las estructuras de un poblado de casas de piedra y otros materiales con plantas cuadradas o rectangulares y cuatro niveles sucesivos de ocupación, que sin embargo, dada la envergadura del descubrimiento, defraudó finalmente las expectativas iniciales.<br /></div><br /><div style="text-align: justify;"><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjBnnZsEsuiYtWBem-89JWayCMDODxqeosBuPURYKLCu5CjfN7d_8kX5HwHD6m_6Es5sZ-ojtWBSjOO1PjklMqj_EPlu1sI3YHGZs-OeuKR0Py0GetDSdVWhMoxbK7uw7s1DsqbaPs9t7k/s1600-h/Carambolo-bajo.gif"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer; width: 295px; height: 443px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjBnnZsEsuiYtWBem-89JWayCMDODxqeosBuPURYKLCu5CjfN7d_8kX5HwHD6m_6Es5sZ-ojtWBSjOO1PjklMqj_EPlu1sI3YHGZs-OeuKR0Py0GetDSdVWhMoxbK7uw7s1DsqbaPs9t7k/s400/Carambolo-bajo.gif" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5241497330362899442" border="0" /></a>No obstante, algunos investigadores, como Blanco y Blázquez señalaron pronto la incongruencia que suponía considerar el Carambolo como un poblado y no como un lugar de culto, pese a lo cual las consideraciones iniciales siguieron prevaleciendo ampliamente en el conjunto de la investigación sobre Tartessos y la protohistoria del sur peninsular.<br /></div><br /><div style="text-align: justify;">A la interpretación como tartésico del tesoro, y por ende del yacimiento, había contribuido poderosamente el replanteamiento de la investigación preocupada ahora por lograr una identificación de la cultura tartésica mediante el análisis de sus vestigios materiales, una vez que se habla renunciado ya a la búsqueda de la capital del antiguo reino, aunque con el descubrimiento del mismo se habían albergado inicialmente esperanzas de haber encontrado por fin la ciudad de Tartessos.<br /></div><br /><div style="text-align: justify;">Se había abierto de este modo una segunda fase en la investigación arqueológica, de la que fueron pioneros tres trabajos publicados en el nº. 29 del <span style="font-style: italic;">Archivo Español de Arqueología</span> (García y Bellido, 1956; Blanco, 1956: Cuadrado, 1956). El nuevo enfoque, sin duda más sólido que el que había presidido la fase anterior de localización infructuosa de la capital del reino, encontró su primera expresión articulada en el V Symposio de Prehistoria Peninsular, que bajo el lema: “Tartessos y sus problemas” se celebró en Jérez en 1968, siendo publicado en Barcelona un año después.<br /></div><br /><div style="text-align: justify;">Se estaba consiguiendo identificar un horizonte arqueológico "orientalizante" que se considera análogo a momentos culturales semejantes en la antigüedad mediterránea, sobre todo en Chipre, Grecia y Etruria, consecuencia para la mayoría de los investigadores de la presencia de los fenicios y su actividad comercial en el mediodía de la Península. No en vano la arqueología fenicia en nuestras tierras vivía momentos de esplendor con los recientes descubrimientos de una necrópolis en Almuñécar, la antigua Sexi (Pellicer, 1962), y un asentamiento en el cortijo de Toscaños, junto al río Vélez en Málaga (Pellicer, Niemeyer y Schubart, 1966), allí donde precisamente Schulten había situado la colonia focense de Mainake.<br />La multiplicación de hallazgos de asentamientos fenicios, o de sus necrópolis, sobre las costas mediterráneas andaluzas, en particular en la provincia de Málaga, que siguió a estos descubrimientos, junto con la imposibilidad de localizar arqueológicamente las colonias foceo- masaliotas en este mismo litoral y más al norte, inclinó decisivamente la balanza en favor de unos origenes fenicios para este "orientalizante" peninsular, que es como pasaba ahora a concebirse un periodo clave de la historia de Tartessos. En contra de tan generalizada opinión apenas se alzaron unas pocas voces discordantes (Montenegro, 1970; Bendala, 1977, 1979) que proponían unos origenes greco-orientales, vinculados en parte con la supuesta llegada a Occidente de los Pueblos del Mar; lo que por otro lado no era sino una nueva versión más elaborada de la vieja idea de Schulten, sobre los fundadores de Tartessos.<br /><br /><div style="text-align: justify;">Tal aculturación, aunque al principio no se la denominara así y se manejaran términos como "impacto", "influjo" o "semitización", se consideraba producida a raíz de las interacciones propiciadas por el comercio con los asentamientos fenicios de la costa. En ocasiones se llegaba afirmar, evidenciando el esquema difusionista en uso, que ciertas transformaciones observables en las comunidades autóctonas del Bronce Final, y que afectaban a aspectos de la demografía, la economía o el habitat, eran consecuencias de contactos de tipo precolonial, restando valor a la capacidad de cambio que emanaba de la propia dinámica interna de las comunidades tartésicas. Posteriormente se ha observado que muchos de los artefactos y otros elementos culturales que en principio denotarían la "orientalización" no eran precisamente los más comunes en los asentamientos fenicios de la periferia (Wagner, 1986: 145ss), y que la asimilación de las influencias externas se produjo de forma parcial y selectiva (Aubet, 1977-8: 98s).<br /><br />Por otra parte, con el tiempo se produjeron interpretaciones alternativas sobre el yacimiento, como las de Belén y Escacena, que considera muy probable la existencia de un santuario, de tipo empórico, en el lugar dedicado al culto de Astarté: “El Carambolo recibe precisamente su nombre del hecho de ser uno de los promontorios mas elevados de la cornisa oriental del Aljarafe, y desde luego el más cercano a Sevilla de dicho otero, en linea recta hacia poniente. Así que, si esta última ciudad es una fundación fenicia como quiere la leyenda y sugiere el propio topónimo Spal, no debería extrañarnos la presencia de un santuario oriental en sus inmediaciones”. Parece, por tanto, que podría tratarse de dos establecimientos complementarios y de fundación coetánea promovida por los fenicios hacia mediados del siglo VIII a. C., según una revisión reciente de algunos de los materiales ya conocidos, en un lugar que entonces se encontraba muy próximo al litoral" (Belén y Escacena, 1995).<br /><br />También se han producido cambios en la interpretación del tesoro, que el propio Mata Carriazo había considerado digno de Argantonio. Inicialmente se pensó que serían las joyas que vestiría una persona de alto rango, presumiblemente un varón, en el curso de ceremonias importantes. En cualquier caso, constituía la prueba arqueológica del refinamiento y la riqueza que había llegado a adquirir la élite tartésica orientalizante. También se pensó que pudieran ser los adornos de alguna estatua ritual, como un toro. Por último, una nueva lectura de la función de las joyas considera que habrían servido para engalanar a los bóvidos sacrificados a Baal y Astarté (placas y pectorales) y las vestiduras sagradas del sacerdote oficiante (collar y brazaletes).<br /><br />Tras las excavaciones de 2001-2005 <a href="http://www.celtiberia.net/articulo.asp?id=1840">el Carambolo ha dejado de ser tartésico</a>. Tras varias campañas realizadas por Fernández Flores y Rodriguez Azogue han salido a la luz las estructuras arquitectónicas de un santuario, de planta y técnica construtiva oriental, que llega a alcanzar una gran complejidad y a ocupar un área muy extensa durante sus cuatro frases de desarrollo, que comienza en algún momento entre finales del siglo X y el último cuarto del siglo IX a. C. Entre las distintas sorpresas que han deparado las excavaciónes se encuentra la identificación del supuesto "fondo de cabaña", sobre el cual el propio Mata Carriazo había expresado algunas dudas, como una fosa vertedero de índole ritual.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiMLNa-x4vax9VnFDXtS5xRFzR-A9G0VrsTZ56DMPhhw1yz9j5Tq0Nn7qQv18sjzNhr7YN8IKrVq1WQnXHSv5MVOSckXjf4OmEif7JlLAlaZiKwKlvbR1mfIWEmoVSKZwg_8_-sYcVQqyU/s1600-h/Carambolo.gif"><img style="margin: 0px auto 10px; display: block; text-align: center; cursor: pointer;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiMLNa-x4vax9VnFDXtS5xRFzR-A9G0VrsTZ56DMPhhw1yz9j5Tq0Nn7qQv18sjzNhr7YN8IKrVq1WQnXHSv5MVOSckXjf4OmEif7JlLAlaZiKwKlvbR1mfIWEmoVSKZwg_8_-sYcVQqyU/s400/Carambolo.gif" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5244066602261761730" border="0" /></a><br />No menos sorprendente es la aparición de cerámicas a torno en el estrato IV de dicho "fondo de cabaña", ahora fosa ritual, ya que los materiales que se habían documentado en las excavaciones antiguas se consideraron típicos del Bronce Final tartésico, y por ende precolonial, y se utilizaron para datar toda una serie de estratigrafías en otros yacimientos tartésicos. Así que, según se desprende de los nuevos hallazgos: "La presencia de materiales a torno en el nivel IV del "fondo de cabaña" y su cronología absoluta, lo invalidan como referente para determinar el horizonte previo a la presencia fenicia, entendido éste como periodo precolonial o Bronce Final y, en consecuencia, a las distintas estratigrafías que se han basado en éste, bien de forma directa o indirecta. Por tanto, los niveles iniciales de la serie de yacimientos analizados deben considerarse como coetáneos a la presencia oriental, se cual fuese el origen de los elementos foráneos presentes e independientemente de la fecha que se otorgue al fenómeno colonial o a una posible precolonización" (Fernández Flores - Rodriguez Azogue, 2000: 77ss).<br /><br />También es importante el papel que adquieren ahora las cerámicas de retícula bruñida que, junto con las geométricas, sirvieron para identificar los niveles fundacionales de los asentamientos tartésicos y que podrían estar indicando la presencia de gentes autóctonas que participaban en los procesos de trabajo en los asentamientos fenicios. Destaca, sobre todo, la ausencia de grandes contenedores, para lo que se emplearon normalmente ánforas fenicias, como las encontradas en el Carambolo Bajo, y suelen aparecer en los asentamientos fenicios de la costa. Cerámicas a mano de similar tradición han aparecido también en otros enclaves fenicios más lejanos, como Lixus, Mogador y en la misma Cartago. Asimismo están documentadas en algunos lugares frecuentados o habitados por los fenicios en Portugal, como Lisboa, Alcáçova de Santarém, Santa Olaia, Alcácer do Sal y Setubal Tal dispersión, bastante amplia, sugiere una muy cercana vinculación a los colonos fenicios pero dado su carácter mayoritario de cerámica doméstica parece que se pueden excluir las razones de tipo comercial.<br /><br />En definitiva, una instalación temprana de los fenicios en el Carambolo, al igual que sucede en el emporio precolonial de Huelva, y en la que algunas gentes autóctonas parecen haber sido empleadas como fuerza de trabajo, lo que dibuja un contexto plenamente colonial. Tiene razón seguramente Fernández Flores cuando declara que: "Tartessos no fue una civilización indígena, sino la realidad que conocieron los griegos cuando llegaron a la Península Ibérica en el siglo VII a. C., un conglomerado de colonias fundadas por orientales que llevaban dos siglos viviendo en ellas", con lo que <a href="http://www.culturaclasica.com/?q=node/1507">el mito de Tartessos se derrumba</a>.<br /><br />Estas son, sin embargo, casi las mismas palabras que publicó M. Koch en su mágnífico trabajo <span style="font-style: italic;">Tarschlsch und Hispanien. Hitstorisch-geographische und namenkundliche Untersuchungen zur phonikischen Kolonisation der iberischen Halbinsel</span>, Berlin, 1984 (W. de Gruyter), Madrider Forschungen, 14 (existe una edición castellana actualizada por el propio autor: <span style="font-style: italic;">Tarsis e Hispania. Estudios histórico geográficos y etimológicos sobre la colonización fenicia de la Península Ibéerica</span>, Madrid, 2003 CEFYP) hace casi veinticinco años. Y ha sido necesaria la exhumación de una prueba arqueológica para que nos demos cuenta de que estaba en lo cierto. ¿Que es lo que ha ido mal?.<br /><br /><br /><div style="text-align: center;"><span style="font-weight: bold;">BIBLIOGRAFIA</span><br /></div><br /><div style="text-align: justify;">AMORES, F., "La cerámica pintada estilo Carambolo: una revisión necesaria de su cronología", <span style="font-style: italic;">Tartessos 25 años después 1968-1993</span>, Jérez de la Frontera, 1995, 159-178.<br /><br />AUBET, M. E., "Algunas cuestioqes en torno al periodo orientalizante tartésico", <span style="font-style: italic;">Pyrenae</span>, 1977-8, 13- 14, pp. 81-107.<br /><br />- "La aristocracia tanesica durante el periodo orientalizante", <span style="font-style: italic;">Opvs</span> III, 1984, pp. 445- 468.<br /><br />BELEN, M., "Arquitectura religiosa orientalizante en el Bajo Guadalquivir. Itinerarios arqueológicos por la geografía sagrada del extremo occidente", Ruiz Mata, D. - Celéstino Pérez, S. (eds.), <span style="font-style: italic;">Arquitectura oriental y orientalizante en la Península Ibérica</span>, Madrid, 2000 (CSIC), pp. 1-16.<br /><br />BELEN, Mª y ESCACENA, J.L., “Interacción cultural fenicios-indígenas en el Bajo Guadalquivir”, <span style="font-style: italic;">Arqueólogos, historiadores y filólogos. Homenaje a F. Gascó: Kolaios</span> 4, 1995, pp. 86 y 91 ss,<br /><br />- “Testimonios religiosos de la presencia fenicia en Andalucía Occidental”, <span style="font-style: italic;">Sapanu, Publicaciones en Internet II</span>, 1989 (http://www.labherm.filol.csic.es)<br /><br />BENDALA, M., "Notas sobre las estelas decoradas del Suroeste y los origenes de Tartessos", <span style="font-style: italic;">Habis</span> 8, 1977, pp. 177-205.<br /><br />- "Las más antiguas navegaciones a España y el origen de Tartessos", <span style="font-style: italic;">AEspA</span> 52, 1979, pp. 33-38.<br /><br />BLANCO, A., "Orientalia. Estudio de los objetos orientales y fenicios en la Peninsula Iberica", <span style="font-style: italic;">AEspA</span> 29, 1956 pp. 3-31.<br /><br />- "Orientalia II", <span style="font-style: italic;">AEspA</span> 38, 1969, pp. 3-43.<br /><br />BLAZQUEZ, J.M., <span style="font-style: italic;">Tartessos y los origenes de la colonizacion fenicia en Occidente </span>(2ª edici6n), Salamanca, 1975 (Univ. Salamanca).<br /><br />CUADRADO, E., "Los recipientes rituales llamados braserillos punicos", <span style="font-style: italic;">AEspA </span>29, 1956, pp. 32-83.<br /><br />FERNANDEZ FLORES, A. y RODRIGUEZ AZOGUE, A., “Nuevas excavaciones en el Carambolo Alto , Camas (Sevilla). Resultados preliminares”, S. Celestino – J. Jiménez (eds.) <span style="font-style: italic;">El periodo orientalizante</span>, vol, 2: <span style="font-style: italic;">Anejos de AEspA,</span> XXXV, 2005, pp. 843- 862.<br /><br />- “El santuario orientalizante del Cerro del Carambolo, Camas (Sevilla). Avance de los resultados de la segunda fase de la Intervención”, <span style="font-style: italic;">Ibid</span>, pp. 863-871.<br /><br />- <span style="font-style: italic;">Tartessos desvelado. La colonización fenicia del Suroeste peninsular y el origen y ocaso de Tartessos</span>, Córdoba, 1977 (Almuzara).<br /><br />GARCÍA Y BELLIDO, A., "Materiales de Arqueologia Hispano-Punica: los jarros de bronce", <span style="font-style: italic;">AEspA</span> 29, 1956, pp. 85-112.<br /><br />KUKAHN, E., y BlANCO, A., "El tesoro del Carambolo", <span style="font-style: italic;"> AEspA</span> 32, 1959, pp. 38-49.<br /><br />MALUQUER, J., "Nuevas orientaciones al problema de Taressos", <span style="font-style: italic;">I Symposium Internacional de Prehistoria Peninsular</span>, Pamplona, 1960, pp. 273-300.<br /><br />- "Introduccion al problema de Tartessos", <span style="font-style: italic;">Tartesssos. V Symposium Internacional de Prehistoria Peninsular,</span> 1969, Barcelona, pp. 1-6.<br /><br />MATA CARRIAZO, J. de, <span style="font-style: italic;">El tesoro y las primeras excavaciones en el Carambolo</span>, Madrid, 1979 (EArqEsp, 68)<br /><br />- <span style="font-style: italic;">Tartessos y el Carambolo</span>, Madrid, 1973, (Dir. Generral de Bellas Artes)<br /><br />MONTENEGRO, A., "Los Pueblos del Mar en España y los origenes históricos de Tartessos", <span style="font-style: italic;">BSEAA </span>XXXVI, 1970, pp. 237-256.<br /><br />NIEMEYER, H. G., PELLICER, M. y SCHUBART, H., <span style="font-style: italic;">Toscanos. La factoría paleopúnica en la desembocadura del río Velez</span>, Madrid, 1969 (EArqEsp 64).<br /><br />PELLICER, M., <span style="font-style: italic;">Excavaciones en la necropolis punica 'Laurita' del Cerro de San Cristobal (Almunecar, Granada),</span> Madrid, 1962 (EArqEsp 17).<br /><br />- "Las primeras cerámicas pintadas andaluzas y sus problemas", <span style="font-style: italic;">Tartessos. V Symposium Internacional de Prehistoria Peninsular</span>, Barcelona, 1969, pp. 291-310.<br /><br />WAGNER, C. G., "Notas en torno a la aculturacion en Tartessos",<span style="font-style: italic;"> Gerion</span> 4, 1986, pp. 129-160.<br /><br /></div></div></div></div>Carlos G. Wagnerhttp://www.blogger.com/profile/17326262247462281708noreply@blogger.com0